Es el año 323 a. C. En la ciudad de Babilonia el conquistador del Imperio Aqueménida expira su último aliento. Alejandro Magno había muerto tras una vida de legendarias campañas militares, pero no dejaba un heredero claro para un imperio que se extendía desde Grecia hasta el norte de la India (1).
Comenzaron así las Guerras de los Diádocos (323-280 a. C.) una serie de titánicos conflictos que desangraron el Mediterráneo oriental durante cuarenta años y que, de seguro, iban a hacerlo por muchos años más. De esta gran conflagración surgieron tres grandes dinastías: los Antigónidas en Macedonia, Los Ptolomeo en Egipto y los Seléucidas en Asia (2).
Fue esta última la que se adueñó de la porción más grande del antiguo imperio alejandrino. Su fundador, Seleuco I Nicator (354-280 a. C.) se había asegurado por la lanza un imperio que se extendía desde Anatolia hasta el actual Afganistán (3). Un imperio extenso y diverso que a la muerte de Seleuco [4] su hijo, Antíoco I, deberá defender con todas sus fuerzas.
Ptolomeo II Filadelfos, un vecino peligroso
Si Seleuco se había hecho con el control de buena parte de Asia, Ptolomeo I había hecho lo propio con Egipto, país privilegiado desde donde había extendido su influencia a Cirene, Chipre y Celesiria. Durante las Guerras de los Diádocos Ptolomeo hubo de afrontar varias invasiones desde Asia y empeñó sus esfuerzos en proteger Egipto de tales amenazas (5). Esta preocupación fue heredada por su hijo Ptolomeo II, quién gobernaba desde el 285 a. C. y estaba dispuesto a eliminar la amenaza que el Imperio Seléucida de Antíoco I suponía para su propia dinastía (6).
El enfrentamiento entre Ptolomeo II y Antíoco I fue conocido como la Primera Guerra Siria (278-271 a. C.), conflicto dividido en dos fases que a veces se considera como conflictos separados, siendo el primero de todos la Guerra de Caria (278-276 a. C.) (7) y la Primera Guerra Siria (274-271 a. C.) (8).
El objetivo ptolemaico era expulsar a Antíoco I de la costa del Mediterráneo oriental. Primero, porque en esta región había abundante cantidad de madera para la construcción de barcos de guerra y, segundo, porque el mar era la principal vía de comunicaciones con la Grecia continental, territorio del que llegaban la mayor parte de colonos grecomacedonios que nutrían los ejércitos de Antíoco I (9).
El conflicto está pobremente documentado en las fuentes supervivientes, pero a su conclusión Ptolomeo II había privado a Antíoco de casi toda salida al Egeo en Anatolia a excepción de la Tróade, mientras que Antíoco I había sido capaz de frenar la ofensiva ptolemaica en Siria conquistando incluso la estratégica ciudad de Damasco (10), piedra angular para avanzar hacia el norte de Siria o hacia Mesopotamia.
Persas, anatolios, griegos y gálatas. El avispero de Asia Menor
Al tiempo que Ptolomeo lanzaba sus ataques contra los territorios de Antíoco en el Mediterráneo, el prematuro asesinato del rey Seleuco había desatado una gran crisis en Asia Menor que ya se vislumbraba desde las primeras guerras de los Diádocos y que acabó por estallar durante el reinado de Antíoco I Sóter (11).
Anatolia es una península de difícil geografía con una gran variedad de culturas. A las póleis griegas de la costa se añadían los reinos autóctonos encabezados por familias de la nobleza persa o tracia que desde la muerte de Alejandro Magno buscaron desligarse del poder macedonio (12).
Rápidamente se formó una alianza entre las monarquías de Bitinia, Ponto, las póleis del mar Negro y Antígono II, rey de Macedonia. Esta alianza tuvo como objetivo apartar a Antíoco I del Helesponto y socavar la autoridad seléucida en la península. Objetivo que se consiguió en el 278 a. C. cuando Antíoco I acordó la paz con Antígono II renunciando a reclamar las conquistas que su padre había alcanzado en Europa (13).
Por último, en el 278 a. C. llegó a la península una banda de guerreros celtas conocidos como los gálatas (14). Contratados por los reyes de Bitinia para servir como mercenarios, pronto se dedicaron al saqueo de la región, amenazando a las ciudades griegas de la costa. Sólo la intervención de Antíoco I puso un freno temporal a sus tropelías y, tras derrotarlos en la batalla de los elefantes (276 a. C.), los asentó en el norte de Frigia, que pasó a llamarse Galacia (15). Las póleis griegas saludaron a Antíoco I como Sóter, es decir, Salvador.
¿Tú también, Eumenes?
Uno de los factores que habían frenado el deterioro del poder seléucida en Asia Menor fue la lealtad de Pérgamo a la causa de Antíoco I. Filetero, quién comandaba la fortaleza de Pérgamo, se mantuvo fiel y protegió la región de la Tróade y el camino a Sardes en nombre de Antíoco (16). Además, recuperó el cadáver de Seleuco, le envió las cenizas a Antíoco I y acuñó moneda en nombre del primero.
Su sucesor, Eumenes, decidió no continuar con esta política y le declaró la guerra a Antíoco en el 264 a. C. derrotando a las fuerzas seléucidas en batalla cerca de la ciudad de Sardes, tradicional centro del poder político en la región. En esa misma ciudad, Antíoco I Sóter murió en el 261 a. C. tras un reinado en el campo de batalla (17).
El legado del Antíoco I, un reinado en el campo de batalla
Durante este artículo hemos hablado de las guerras que ocuparon la totalidad del reinado de Antíoco I Sóter. Sin embargo, resultaría injusto reducir la visión del soberano a la de un caudillo militar. Además de soldado tenaz, Antíoco I fue un importante fundador de ciudades. Como soberano de las satrapías superiores (294-280 a. C.) fundó y refundó numerosísimos asentamientos en Bactria, Sogdiana y Mesopotamia para la protección del comercio y las fronteras del imperio en el flanco oriental (18). Participó en los ritos de las sociedades de su imperio y extendió la cultura helenística por Asia. Con su esfuerzo en el campo de batalla consiguió mantener una vía de acceso al Mediterráneo para el Imperio Seléucida, dando así un poderoso impulso a la cultura helenística en el continente asiático.
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