Un hombre se acerca un objeto filoso (probablemente un cuchillo) a su garganta. Ha sufrido una enorme desilusión amorosa y ha decidido que no vale la pena vivir.
“¡Un momento!”, exclamarían ustedes. Ya sé lo que van a decir, ¿eso no será un poquito exagerado?, que la vida es hermosa, que hay muchos peces en el mar, etc., etc., pero créanme, si consideramos las circunstancias en las que se encuentra este pobre hombre, ustedes también harían lo mismo.
Número uno, está en prisión. Número dos, la persona a la que amaba no era quien decía ser. Y número tres, se ha convertido en el hazmerreír de toda Francia y probablemente lo sería del mundo entero si esto llegase a saberse…… ¡Ahhh! ¿interesados?
Adéntrense conmigo en un mundo de intriga, espionaje, pasión, desilusión y ópera mientras vemos el caso de Shi Pei Pu y Bernard Boursicot: el verdadero M. Butterfly.
Un poco de contexto histórico
Para que podamos entender un poco mejor esta extraña historia, es necesario situarse en una China que recién adoptó el régimen comunista. El gobierno de Mao Tse Tung (1) recién estaba empezando a ser reconocido por otras naciones del mundo, y si bien el país del antiguo imperio de la magnolia jamás tuvo buena relación con los occidentales, entre más rápido reconocieran la autoridad del régimen, mejor. Probablemente, eso mismo había pensado el presidente francés de aquella época, Charles de Gaulle (2) , cuando en enero del año 1964 anunció públicamente que reconocía el régimen chino como un gobierno legítimo (3).
Y fue debido a dicho reconocimiento que al país se le permitió abrir su propia embajada en la ciudad de Pekín. Un hito importantísimo para ambos países, ya que dicha apertura significaba la primera embajada occidental desde la guerra de Corea (4).
Ahora, antes de que se pongan a roncar, alejémonos de la política por un segundo e imaginemos lo siguiente: eres un jovencito francés de apenas 20 años que llega a un país extranjero lleno de ilusiones, lleno de esperanza, buscando un poco de aventura en el complejo escenario ya mencionado. En el amor, no eres quisquilloso, de hecho has probado de todo (ya verán a lo que me refiero), aún así deseas encontrar a una persona con quien compartir tu vida. La encontrarás en este país, pero a la larga todo tu mundo y todas tus ilusiones se vendrán abajo con un crash estrepitoso. Así es muchachos, saludemos con un aplauso al primer protagonista de esta telenovela: Bernard Boursicot.
Navidad, Navidad, el amor llegó…
Bernard Boursicot nació en Vannes, Francia, un 12 de agosto de 1944. Ya desde muy joven sabía lo que era el placer sexual, pero haber estudiado en un internado donde solamente se admitían niños, tachó estos encuentros tiempo más tarde como un simple rito de iniciación (ya ven a lo que me refería con haber probado de todo); y si bien mientras crecía aceptó su bisexualidad, siempre tuvo grabada la idea de encontrar una compañera del sexo opuesto con la cual compartir su vida. Esta idea llegó a convertirse en su deseo más profundo.
Boursicot siempre fue un hombre muy culto, con un arraigado gusto por la aventura y una inmensa apreciación por el arte. Así que, cuando le ofrecieron trabajar como contador en la embajada de Pekín, le vino como anillo al dedo. Y justamente, en una recepción celebrada para diplomáticos franceses en Navidad, fue cuando, como diría Jairo: amigos míos, me enamoré…, nuestro protagonista había divisado a una persona bellísima, con rasgos tan armoniosos, capaz de enamorar tanto a hombres como mujeres. Este personaje se encontraba en un rincón de la embajada, sin conversar con nadie. Al estar vestido como hombre, no se podía decir con exactitud de qué sexo era, pero aún así, Bernard se acercó a la persona misteriosa y entablaron conversación.
El cantante misterioso… Shi Pei Pu
Bernard averiguó que se llamaba Shi Pei Pu y que tenía seis años más que él. Le dijo que había sido invitado a esa fiesta pues era tutor de mandarín del hijo de uno de los dignatarios, pero que se ganaba la vida como cantante en la ópera de Pekín y , además, era dramaturgo. Esto fascinó a Boursicot quien, como ya hemos dicho, apreciaba mucho el arte. Un detalle que nuestro protagonista ignoraba, y que lamentablemente aprendería demasiado tarde, era que en esa época los personajes de ópera eran interpretados solamente por hombres.
Como toda pareja que se quiere conocer mejor, empezaron a salir frecuentemente, yendo a paseos y cenando juntos, donde los dos aprendían detalles de la vida del otro.
Ahora amigos, dejémonos llevar un poquito por el romance e imaginemos lo siguiente: un paseo casi surrealista por la municipalidad china, conocida como La Ciudad Prohibida(5), que durante siglos albergó a muchos emperadores y a sus cortes. En las afueras se encuentra un pequeño patio por el que fluye un arroyuelo que atraviesa suavemente los puentes de mármol. ¿Bonito, cierto? Pues bien, ahí fue donde Shi le contó a Bernard lo siguiente…
La historia de Madame Butterfly… más o menos
Desde aquellos que son expertos en ópera, los que sabemos algo y los que apenas tienen idea, saben o han escuchado sobre la historia de Madame Butterfly. Sobre una hermosa exgeisha japonesa que durante tres años espera el regreso de su amado, un lugarteniente de la marina estadounidense. Sin embargo, el día del tan esperado retorno, las cosas no salen como ella esperaba.
Dejando de lado la sinopsis del espectáculo, creo que todos hemos escuchado alguna vez su aria más famosa, cuya primera frase traducida del italiano al español dice así:
Un día veremos elevarse un hilo de humo…
¿Qué tiene que ver esto con la historia principal? se preguntarán ustedes, mis queridos lectores, seguramente pensando que he perdido el hilo, pues la respuesta es: todo, porque el día de la cita en la ciudad prohibida Shi le contó a Bernard la sinopsis de la ópera para poder contarle su secreto mejor guardado, o eso creía Bernard. Como ya se ha mencionado anteriormente, Shi era cantante en la ópera de Pekín, específicamente un dan (así se llamaban los cantantes que interpretaban el papel femenino principal), rol que desde tiempos del imperio chino era ocupado exclusivamente por hombres, sin embargo, he aquí el meollo del asunto: Shi era una mujer.
Una «Mulán» tras bambalinas
Ante la cara de asombro de Bernard, Shi explicó su historia. Resulta que ella tenía sus motivos para querer ser una «Mulán» moderna. Al no tener hijos varones, la madre de Shi decidió criarlas a ella y a su hermana como si fueran hombres, de manera que tuvieran una mejor oportunidad en la vida y de paso evitar que su padre se sintiera avergonzado por la falta de un heredero. Con el tiempo, ella se acostumbró a vestirse con traje, y sus rasgos armoniosos y delicados le permitían atraer gente de ambos sexos. Boursicot, quien en este punto de la historia ya estaba mortalmente herido por la flecha de Cupido, se tomó muy bien esta noticia, ¡por fin había encontrado esa compañera femenina que tanto deseaba! Aunque fuese una con un secreto; y al poco tiempo iniciaron formalmente su relación.
Será un ingeniero, dice el abuelo…
A todas las parejas a veces les gusta irse “a lo oscurito” a la hora de ponerse cariñosas, nuestro enamorado diplomático descubrió que su mujer de ensueño se lo tomaba demasiado al pie de la letra: ella jamás, del verbo JAMÁS permitía que él la viese desnuda, ni bajo la luz artificial de una lámpara. No se sabe muy bien qué pensaba de tan extraño comportamiento, ¿lo habrá tomado como una muestra de modestia o pudor? Nunca lo sabremos.
La relación continuó por un año y se veían con frecuencia, pues Boursicot había prometido guardar el secreto de su amada, al menos hasta diciembre de 1965, cuando a Bernard le ofrecieron la oportunidad de unirse a una expedición en África y, aventurero como era, aceptó, mas ahora lo hacía con sentimientos encontrados, pues significaba abandonar a su amor.
Así, la perspectiva de una pronta separación se convirtió en una nube que, poco a poco, empañó la felicidad de la pareja. Tal expedición no tenía fecha límite y, por lo tanto, nuestro aventurero no sabía si volvería a China.
Cuando faltaba poco para partir, Shi decide soltarle a su enamorado esta bombita: “estoy embarazada”. El francés, sorprendidísimo, decidió pasar por alto el hecho de que, sospechosamente, su novia revelara esto un día antes de su vuelo. De hecho, para sorpresa de la futura mamá, este ni se puso histérico ni negó su responsabilidad, inclusive ya tenía pensado los nombres para el pequeñín (si era niño: Bertrand, y Michelle si era niña). Antes de partir le dijo a Shi las siguientes palabras que, como verán, parecen sacadas de una canción de Nino Bravo: “Volveré, tenlo por seguro… no sé cómo, pero recuerda que volveré…”
Estás perdiendo el tiempo, esperando…esperando
Y así pasaron cuatro años, y durante ese tiempo se podría decir que Boursicot consiguió la vida de aventura que tanto había deseado: navegó por el Atlántico, se internó en los espesos bosques de la selva amazónica y, para cuando volvió a París, inició una relación con un estudiante de medicina. Aún así, dos dudas siempre lo asaltaban: ¿cómo estaba Shi?, ¿qué había sido de su hijo?
Sin querer, Bernard se estaba empezando a parecer a la protagonista de la ya mencionada ópera de Puccini, quien siempre esperaba alguna noticia de su amado Pinkerton. Al final, el pobre no pudo más con la nostalgia y decidió retomar su carrera diplomática con el objetivo de volver al continente oriental.
Impulsado por esta añoranza, Bernard consiguió volver a trabajar en la embajada china, más específicamente en Mongolia, en la embajada de Ulán-Bator en el año 1969. Esta vez como encargado de los archivos, lo que como era de esperarse, le permitió tener acceso a información invaluable, que de caer en manos equivocadas podría dañar irreversiblemente al “pueblo francés”. No obstante, a Boursicot eso no le interesaba, solo quería reunirse con su familia. En el fondo nunca pensó que ese deseo podría llegar a jugarle una mala pasada.
Como ya se encontraba en Mongolia, a través de conocidos y servicios de rastreo, nuestro enamorado protagonista logró encontrar el sitio donde ahora vivía Shi. Al poco tiempo nuestros amantes interraciales favoritos lograron reencontrarse (no saquen los pañuelos todavía que la telenovela no se ha terminado), pero aún queda una pregunta: ¿y dónde quedó el bebé?
Amor en tiempos de la “revolución cultural”
Shi le contó que nueve meses después de su partida, ella había dado a luz a un varón, Bertrand, cuyo nombre chino puesto por la madre, era Shi Du Du y que ya tenía cuatro años, pero que no estaba ahí para recibirlo porque ella lo había mandado a otro sitio para protegerlo hasta que se calmara la situación política. ¿Qué situación?, se preguntarán ustedes, pues muchachos en esta parte del relato les aconsejo que le hagan caso al Puma Rodríguez y agárrense de las manos, porque ahora estamos a punto de entrar en un terreno extremadamente denso.
Sucedió que al año siguiente de que Boursicot se fuera de China, estalló la llamada “revolución cultural”, que fue en pocas palabras la erradicación total de cualquier registro de la cultura occidental en China, ya que el líder, Mao Tse Tung, buscaba restaurar el comunismo en el país y, por lo tanto, tenía ojos y oídos en todas partes, dispuesto a apresar a cualquier persona cuyos ideales, según él, afectaran al partido.
Espía a la fuerza
Como ya se había instalado en su nuevo puesto de trabajo, ahora a Boursicot le quedaba obtener el permiso para sacar a su familia del país, cuya tensión política iba in crescendo, y como toda buena historia tiene que tener un villano, el funcionario encargado de gestionar el permiso, llamado Kang Sheng, resultó ser un espía para el partido chino. ¡Ay, qué mala suerte!
El funcionario comenzó a extorsionar a Boursicot, pidiéndole papeles importantes del gobierno francés, los que valiéndose de su trabajo de archivista en la embajada, no le costaba nada conseguir. En un principio el francés se negó rotundamente, pero el oriental no dudó en darle un ultimatum: o colaboraba o no volvía a ver a su familia nunca más. Así, entre la espada y la pared, el diplomático no tuvo más remedio que acceder (ya ven las cosas que somos capaces de hacer por amor).
Lo interesante en este periodo fue que la llama de la pasión entre Boursicot y Shi había empezado a disminuir. No era que no la quisiera, sino que ya no tenían tantos encuentros sexuales como antes, y la idea que le daba impulso al diplomático era el hecho de poder traer con él a su hijo a salvo a Francia.
Boursicot a regañadientes estuvo bajo el puño de Kang Sheng, y se calcula que durante cinco años el diplomático francés le facilitó el acceso a miles de documentos, y sin importar cuánta información le entregaba, nunca lograba sacar el tan anhelado permiso. El pobre tipo, nuestro desesperado hombre de familia, estuvo yendo literalmente de un lado para el otro en sus actividades de espionaje, siempre moviéndose entre China y EE. UU.
Juntos de nuevo – Boursicot y Shi Pei
La excusa que utilizaba Boursicot ante sus compatriotas franceses y estadounidenses para meterse tanto en las actividades del régimen comunista, era simplemente que quería aprender más sobre este y que Shi Pei era una especie de profesora particular. No obstante, para el año 1979 su suerte empezó a cambiar: el gobierno chino lo dejó de extorsionar y él pudo por fin regresar a Francia. Allí pasaría tres años intentando gestionar, ahora de manera legal, los documentos necesarios para poder traer a su familia.
El tan esperado reencuentro por fin se produjo en octubre del año 1982, Boursicot y Shi Pei por fin podían vivir juntos en París junto con el ahora no tan pequeño Shi Du Du (quien en aquel entonces tenía entre diecisiete y dieciocho años). Ya en la ciudad de las luces, Shi Pei consiguió trabajo en la ópera parisina y además gracias a su belleza consiguió cierta notoriedad en la televisión.
Y ahora, ¿ustedes creen que con la familia reunida podríamos ya empezar a pasar los créditos de la película?, pues no, lamentablemente mis queridos lectores estamos ante lo que se conoce como la calma antes de la tormenta.
El infierno se desata
Al año siguiente del reencuentro la vida parecía ir con normalidad, pero nada hacía presagiar… (hagan el siguiente sonido con la Quinta Sinfonía de Beethoven de fondo: ¡CHA CHA CHA CHAAAAN… CHA CHA CHA CHAAAN!)… que serían descubiertos por los servicios de contraespionaje franceses. Sucedió que meses antes la embajada francesa había empezado a sospechar de algunos de sus funcionarios chinos, y como tal, decidieron investigar por su cuenta. Fue ahí cuando descubrieron el fraude de documentos hecho por Bernard. El francés, viéndose acorralado, confesó todo y tanto él como Shi fueron arrestados y detenidos en una prisión para hombres.
Ahora, sé que seguramente se están preguntando ¿qué hacía una mujer en una prisión para hombres?, pues bien, el olfato a los franceses les decía que Shi no era de trigos muy limpios, es más, sospechaban que era un hombre y que a Boursicot le había pasado gato por liebre.
Señoras y señores, acompáñenme a ver el juicio del siglo…
A lo largo de la historia ha habido muchos juicios famosos y polémicos, como por ejemplo el caso de O. J. Simpson o el de Patrizia Reggiani, quien fue acusada de haber planeado el asesinato de su exmarido, Maurizio, el último heredero de la reconocida marca Gucci. Sin embargo, les puedo asegurar que ninguno de estos dos juicios tuvieron revelaciones tan impactantes como las que veremos a continuación.
La primera de estas fue que gran parte de los documentos conseguidos por Boursicot eran facturas sin importancia, por ejemplo, un certificado de exportación procedente de una fábrica de quesos. Ahora, por lo menos Boursicot sabía por qué Kang lo había soltado. Sin embargo, toda esta clase de datos se convertirían en una menudencia cuando la fiscalía desató su golpe maestro: ¡Shi realmente era un hombre!
Verdad al desnudo
Cuando interrogaron a Bernard por las razones de su espionaje y este, por consecuencia, tuvo que revelar todos los detalles de su historia de amor, a los policías les empezó a sonar muy raro todo el asunto de que la mujer fuera extremadamente tímida y que hiciera el amor siempre totalmente a oscuras. Como era lógico, empezaron a creer que había gato encerrado; fueron atando cabos y llegaron a la siguiente hipótesis: que Shi era en realidad de sexo masculino y que se había aprovechado de la ingenuidad y del enamoramiento que Boursicot sentía hacia él, o más bien hacia su personaje, para obtener secretos para el partido chino.
Como hemos dicho antes, los dos “enamorados” se encontraban en la misma cárcel, pero en celdas separadas, por lo cual les era imposible saber qué le estaba pasando al otro, de manera que cuando la loca hipótesis de los policías llegó a los encargados de los diarios y, por consiguiente, a los noticieros, Bernard no lo podía creer. Su primer instinto fue negarlo todo, pero después llegó el día del juicio, y fue ahí donde se armó un despelote.
Antes de que cualquiera de los dos amantes pudiera prestar declaración, los llevaron a un cuarto donde se vieron por primera vez desde el arresto de ambos, y fue ahí donde el cantante le confesó a Bernard su verdadero sexo. Boursicot pensaba que estaba siendo manipulada por los médicos en la prisión y no le creyó en lo absoluto. Como una imagen vale más que mil palabras, Shi pidió permiso para que los llevaran a otra celda, donde estuvieran solos, y allí se desnudó completamente ante el francés, cosa que no había hecho nunca. Así, Boursicot se llevó una GRAN sorpresa… Shi era realmente un hombre.
Sé que la pregunta que se estarán haciendo la mayoría de ustedes es: ¿cómo no se dio cuenta de que no era una mujer?… ahora mismo sabremos la respuesta.
Mentira… tu vida siempre ha sido una mentira
El día en que estaban por fin ante el tribunal, Shi (viéndose acorralado) hizo lo que haría cualquier mentiroso al ser atrapado: intentar tapar su mentira con más mentiras aún. Intentó ganarse la compasión del jurado contándoles la misma historia que le había contado a Bernard durante aquel paseo hace ya tantos años en la Ciudad Prohibida: que era mujer pero que había sido criada como un hombre, etc. Es más, llegó a afirmar que en los años posteriores a la Revolución cultural se había visto sometido en contra de su voluntad a tratamientos hormonales para garantizar su masculinización.
A estas alturas tanto el jurado como los jueces debieron haber tenido cara de “me estás bromeando, ¿cierto?” Fue ahí cuando el equipo médico de la prisión intervino, probablemente cansados de que se les viera la cara de idiotas. Revelaron que durante los interrogatorios hechos al acusado varias semanas antes, este les había revelado su “truco mágico” para pasar desapercibido ante Boursicot; aparte de tener relaciones completamente a oscuras, el chino había desarrollado la capacidad de ocultar su pene detrás de su escroto, a continuación apretaba los muslos, y así era capaz de esconderlo todo.
La situación llegó al colmo y se dieron cuenta de que era el rey de los embusteros cuando según él les había dicho que había concebido a Shi Du Du por medio de inseminación artificial. Viéndose sobrepasados por lo ridícula de la situación, le imploraron que dijera la verdad, a lo que este simplemente contestó que el niño había sido comprado en una clínica ubicada en Xinjiang.
Un vistazo hacia el futuro
Si tratáramos este caso como si fuera una película (y en muchos sentidos lo es), les aconsejaría que pausaran un poquito el juicio y apretaran el botón de Adelantar en su DVD o VHS, dependiendo de lo que ustedes tengan.
Ahora nos encontramos en el día 1 de octubre del año 1993, EE. UU. La gente se agolpa en los cines para ver el estreno de la nueva película del director canadiense David Cronenberg. Se apagan las luces y se enciende la pantalla, y segundos después la audiencia queda totalmente engatusada por la historia de amor entre el diplomático francés René Gallimard, interpretado en aquel entonces por un jovencísimo Jeremy Irons, y Song Liling, una bella soprano china perteneciente a la Ópera de Pekín. ¡Ah que no habían escuchado esto antes! ¿No tienen como una sensación de deja vu o soy solo yo?
Retrocedamos un poquito más. Resulta que años antes el director había visto una ficha de publicidad que lo dejó muy intrigado. En el afiche se mostraba una letra “M” junto con el dibujo de una mariposa. Se dio cuenta de que el misterioso logo pertenecía a una obra de teatro escrita por el dramaturgo chino-americano David Henry Hwang. El aspecto que más le intrigó fue esa “M”, ¿qué quería decir?, ¿madame o monsieur? Tendría que ver la obra para averiguarlo.
Ya la obra en sí había recibido muy buenas críticas, tanto fue que quedó nominada al premio Pulitzer al mejor drama. Para el director fue un auténtico flechazo, quedó tan enamorado de la trama que cuando se enteró que estaban haciendo una adaptación cinematográfica de esta, luchó para que le dieran la silla de director.
Una vez conseguido el tan anhelado puesto, todavía había una pregunta que revoloteaba en la cabeza del joven cineasta:¿ de dónde venía la “M”?, ¿qué significaba?, fue ahí cuando el realizador del séptimo arte se llevó otra sorpresa: la obra estaba basada en un hecho real. ¿Adivinan o no? Así es, muchachos, es hora de volver al juicio.
¿Madame o monsieur?
¿Cuánto puede soportar un hombre sin perder la cordura?, ¿cómo es posible ser tan idiota? Estas dos preguntas eran las que probablemente pasaban por la cabeza de Boursicot mientras escuchaba a Shi dar declaraciones. Este acababa de admitir que el niño que habían criado tantos años como un hijo había sido comprado en una clínica. Además, “ella” insultaba a su hombría al insinuar que el niño había sido concebido por inseminación artificial.
Con la siguiente declaración de Shi, todos los asistentes del juicio se vieron obligados a reconocer una cosa: que podía ser un mentiroso, un embustero, un charlatán de primera categoría… podría ser todo eso y más, pero no tonto. Porque admitió que el cuentito que le había echado al francés hace tanto tiempo en el antiguo municipio de los emperadores era muy parecido a Los amantes mariposa (una antigua leyenda muy popular en china), así como la famosa ópera de Giacomo Puccini Madama Butterfly. De ahí surgiría el nombre con el que tanto la prensa como la cultura popular recordarían el caso: M. Butterfly. Nombre que llevaría la obra así como la película anteriormente mencionadas.
Nadie me quiere, todos me odian, mejor me hago el harakiri
Ya no quedaba nada por hacer, salvo esperar la sentencia. Con el corazón destrozado, la reputación más en el suelo que un trapo de cocina y con la cola entre las piernas, Boursicot volvió a su celda a enfrentar su destino, sea cual fuera este. Con tantas emociones pasadas, no era de extrañar que su mente hiciera un corto circuito.
Y es así como volvemos al principio:
Un hombre se acerca un objeto filoso a su garganta. Ha sufrido una enorme desilusión amorosa y ha decidido que no vale la pena vivir.
Imagino que ya sabrán quién es… Así mismo, el que viste y calza, Boursicot había intentado suicidarse utilizando un cuchillo de los que se le entregaba a los prisioneros como cubierto para cortar la comida. Un detalle curioso sobre este intento de suicidio: la manera que había intentado Boursicot para hacerse el harakiri era una manera reservada exclusivamente para, adivinen, ¡las mujeres! ya que cuando un hombre lo hacía, generalmente se abrían el vientre con el cuchillo…¡uy, qué asco!, ¿cierto?
Así como lo oyen, nuestro desilusionado protagonista había intentado cortarse la garganta. Es una suerte que cuando estaba a punto de hacerlo, entraron justo los guardias a la celda y lo salvaron… ¡Uy, menos mal!, ¿se imaginan cuánto habrían tenido que limpiar los pobres hombres? Algún tiempo después de este desafortunado incidente, en la primavera del año 1986, se dictaba la siguiente condena: seis años en prisión para cada uno por crímenes de espionaje contra la república francesa.
Se cierra el caso (por ahora)
A pesar de lo desgraciada que se veía la situación para ambos, uno en este caso podría decir que literalmente la sacaron barata porque la pena original que solicitaba la fiscalía era VEINTE AÑOS en prisión… pero espérense, muchachos, no se me relajen tanto, que al final la cosa no terminó ahí, porque duraron tras las rejas lo que dura una caja de bombones en una escuela.
Esto fue lo que pasó: en abril del año siguiente el presidente de aquel entonces, François Mitterrand, les concedió un indulto a ambos implicados, en un intento por aliviar las ya tensas relaciones entre Francia y China. El primero en obtener el indulto fue Shi y Bernard lo obtuvo pocos meses después ¿Por qué lo habrá hecho tan rápido?, se preguntarán ustedes. Pues el presidente lo consideraba un caso muy tonto y de poca importancia, y fue así como ambos hombres quedaron libres.
Al final, la vida sigue igual…
Después de que ambos hombres fueran liberados, cada uno siguió su camino. Shi siguió cantando para la ópera parisina, mientras que Boursicot tuvo que pagar los platos rotos, tanto su carrera política así como su reputación quedaron por el suelo; pero aún así una pregunta perseguía a la prensa: ¿cómo nunca el francés se dio cuenta de que se estaba acostando con un hombre? Si bien el desilusionado amante no quiso referirse nunca más al tema (las declaraciones dadas en el polémico juicio habían sido demasiado para él), ese no fue el caso para M. Butterfly, quien en un artículo para el periódico estadounidense The New York Times declaró lo siguiente sobre el tema:
“Nunca le dije a Bernard que yo era una mujer. Yo solamente le di a entender que podría ser mujer, porque en ese tiempo yo pensaba que era una, debido a que yo no tenía genitales masculinos. Lo que sí tenía era un agujero, aunque debo admitir que este no se parecía a lo que había visto en las actrices más de una vez, mientras me desmaquillaba en el teatro de Beijing”(6)
Es decir, muchachos, estamos ante la presencia de un descarado con D mayúscula. En cuanto a Shi Dudu, este decidió quedarse con la persona que había sido su “madre”, y después formó su propia familia. No volvió a contactarse con Bernard hasta el año 2009, año en el que falleció Shi Pei Pu, quien meses antes de su muerte le mandó a decir a Boursicot que aún lo amaba en un acto final de desfachatez.
El francés vivía en ese minuto en un asilo de ancianos cerca del lugar donde creció, y cuando se le notificó de la muerte de la persona a quién decía haber amado tanto, se limitó a decir lo siguiente:
“Él hizo tanto en contra de mi que no le tengo compasión, creo que sería estúpido fingir ahora y decir que estoy triste. Ahora tengo la conciencia limpia. Ya soy libre.”(7)
Por fin se baja el telón
Si bien ya se sabe que hay casos donde la línea que separa la realidad de la ficción es tan delgada que no se sabe qué es uno o lo otro, como es el caso de Inés de Castro, la reina póstuma de Portugal, es aún más extraño que haya casos tan inverosímiles que parecen mentira o un cuento, y al final no lo son.
Hasta el día de hoy hay gente que se pregunta, cuando escucha de este caso, cómo un hombre puede estar tan enamorado para no darse cuenta de que lo están engañando de la peor manera posible. Creo que el personaje análogo de Boursicot en la película M. Butterfly, René Gallimard, lo explica excelentemente:
“Ahora se ríen de mí, pero si supieran la verdad, estarían rogando para que les contara mis secretos, porque yo, René Gallimard, he sabido lo que es ser amado por una mujer perfecta…”, para después añadir en un tono cada vez más nostálgico y derrotado: “el hombre al que amaba no era digno, no merecía ni siquiera que lo mirara dos veces… y yo a cambio le di mi amor, todo mi amor” (8).
Así da a entender que si bien él sospechaba que había algo raro, él estaba enamorado de la ilusión que aquél personaje le producía, pero ¿habrá sido verdad eso?, ¿es posible que el amor nos ciegue tanto? Para eso mis queridos lectores, les recomiendo que vean M. Butterfly de David Cronenberg, para que saquen sus propias conclusiones. Háganlo y les aseguro que no se arrepentirán, es una película excelente.
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