El terror, el miedo, el horror han convivido con la humanidad desde el inicio de los tiempos. Relatos que buscaban en su momento explicar lo inexplicable. Ya Homero trató estos temas y, de igual forma, lo hicieron las fuentes juedeocristianas o la literatura pagana de aquel momento (1). Pero habrá que esperar hasta el siglo XVIII para encontrar el origen de los relatos de terror tal como los conocemos hoy en día. Ese origen viene de la mano de Horace Walpole y su relato El castillo de Otranto (2). A partir de aquí, muchos serán los autores que profundicen y desarrollen este género. Entre ellos, cabría destacar a Ann Radcliffe, Edgar Allan Poe, Polidori o Bram Stoker (3) (4). Todos ellos hicieron diversas aportaciones al género y todos ellos fueron una fuente de inspiración para Howard Philips Lovecraft, quién, como veremos, es un “personaje” muy peculiar, controvertido y complejo.
Lovecraft inmortal
Es indudable que H. P. Lovecraft ha dejado una huella imborrable en la historia más reciente. Junto a otro titán de la literatura fantástica del siglo XX, J. R. R. Tolkien (5), ha marcado, independientemente de la calidad de su obra, un antes y un después. Es más, si nos paramos a pensar en autores del siglo XX que después de casi un siglo de su muerte sigan de actualidad en las editoriales, nos costaría encontrar alguno. Aparte de Tolkien, claro. ¿James Joyce? ¿Marcel Proust? ¿Ramón María del Valle-Inclán? ¿Francis Scott Fitzgerald? (6).
A diferencia de otros literatos de la época, Lovecraft apostó por una mezcla de realidad y ficción que buscaba confundir al lector. Y es gracias a ello, a ese halo de misterio y confusión que envuelve su obra, por lo que sigue al pie del cañón, pese a estar ya muerto. Bueno, también ayuda su controvertida vida y la visión de esta, que lo hace tremendamente atractivo y digno de numerosos estudios. Pero no nos engañemos, era un escritor de calidad mediocre. Pero con un toque de originalidad e innovación en sus escritos, que le valió la fama (fama que no vino acompañada de dinero, aunque tampoco lo buscaba) y la “inmortalidad”.
Como veremos, muchos y variados son los aspectos a tener en cuenta a la hora de abordar a H. P. Lovecraft.
La casa de la locura
En cuanto a su vida, no se puede decir que fuese envidiable. Y más si hablamos de su infancia. Primero su padre, Winfield, que murió prematuramente en un centro psiquiátrico. Sufría de paresia (7), síntoma común de la esclerosis múltiple (8), y estaba en una fase terminal de neurosífilis (9). Luego, su madre, Sarah Susan Phillips, puritana ultraconservadora con la que mantuvo una relación enfermiza, y que también acabará su vida en un centro mental. Lo crió como un niño mimado, consentido y aislado. Vamos, un niño de mamá llevado al extremo (10). Lo educó para ser un auténtico caballero victoriano, y parece ser que hizo demasiado bien su trabajo.
«[…] No se me ocurrió pensar en cosas tales como contingencia de la prosperidad o la inestabilidad de la fortuna». H. P. Lovecraft (11).
Una frase que demuestra su actitud de caballero, que le inculcó su madre. Según esta, un buen caballero es un hombre pasivo, que no posee ambiciones. Que, simplemente, se exhibe y posa (12). Es decir, no dar un palo al agua. Muchos son los críticos que culpan a la madre del comportamiento “peculiar” de nuestro autor (13).
«Puede obtenerse una satisfacción muchísimo mayor de la vida mediante el repudio del atropellado ideal moderno, y el retorno a los sanos principios clásicos antiguos que reconocen la superioridad del ser sobre el hacer, y acentúan la necesidad del ocio civilizado […]» H. P. Lovecraft (14)
El egoísmo
Sin embargo, Lovecraft nunca se consideró maltratado por su madre. Todo lo contrario. Pensaba en ella como una «verdadera maravilla» (15). Y se culpaba a sí mismo de sus defectos, que lo hacían molesto para los demás. Aunque llegará a confesarle a su esposa (sí, Lovecraft estuvo casado como ya veremos más adelante) que la educación de su madre hacia él fue «devastadora» (16).
Esto es una clara muestra de lo introvertido que era nuestro autor de Providence, y cómo no pensaba en nadie más que no fuese él mismo (17).
«Siempre he sido tremendamente sensible al escenario visual general… y relativamente indiferente respecto a la gente.» H. P. Lovecraft (18).
La mascota “negra” de Lovecraft
Lovecraft, en su adolescencia, tuvo un gato llamado Nigger-Man (nombre muy llamativo, teniendo en cuenta las “peculiaridades” de nuestro autor que ya veremos más adelante) (19), al que tenía muchísimo cariño. Pero un buen día el gato desapareció y nunca más supo de él.
Sin embargo, dejó una gran impronta en él, en tanto en cuanto siempre sintió una estrecha relación afectiva con los felinos (20). Quizás por el sentido del territorio que tienen los gatos y lo cómodos que se sienten teniendo una rutina. Además de gustarles muy poco los cambios, aspectos con los que Lovecraft comulgaba. Y es que el escritor nacido en 1890 en Providence, nunca abandonó su ciudad natal. Vivió prácticamente toda su vida en ella, excepto en momentos muy puntuales.
«No me disgustan los perros más de lo que lo hacen los monos, los seres humanos, los comerciantes, las vacas, las ovejas o los pterodáctilos, pero por los gatos tengo un particular respeto y afecto desde los primeros días de mi infancia». H. P. Lovecraft (21)
Una sociedad cambiante que rechazaba a los inmigrantes
Con algún que otro intento de relato a sus espaldas, como puede ser La bestia de la Cueva (22), nuestro joven autor vivió su vida en la década de los ’20 del siglo XX, en una Norteamérica que todavía no estaba cohesionada socialmente y que se estaba abriendo camino hacia su posición como superpotencia mundial (23). Años en los que Estados Unidos recibió la llegada de muchos inmigrantes y refugiados. Recordemos que Europa acaba de salir de su 1ª Guerra Mundial (24).
Esta marea de personas suscitó el miedo entre la sociedad tradicional estadounidense (que era mucha). Veían con “malos ojos” a estos extranjeros que llegaban a su país para quedarse. Y no sólo eso, sino que formaban familias y se mezclaban con ellos. ¡Qué barbaridad! Este era el pensamiento extendido en aquel momento. Un pensamiento que Lovecraft compartía y que, por desgracia, hoy en día, aún sigue muy presente. Y no me refiero solo a Estados Unidos.
Homosexuales y mujeres reclamando sus derechos
Pero no queda ahí la cosa. A este fenómeno migratorio que traía de cabeza a una gran parte de la sociedad estadounidense, hay que unirle otra serie de acontecimientos no menos importantes. En diversas calles de Nueva York, comenzaron a aparecer comunidades de hombres y mujeres homosexuales, que no tenían ningún reparo en dar a conocer su orientación sexual (25). Quizás esto tenga mucho que ver con la creación por parte de Henry Gerber de La Society for Human Rights (Sociedad para los derechos humanos), en 1924, en Chicago. Dicha sociedad es considerada como la primera organización que defendió los derechos de los homosexuales. Esta Sociedad se inspiraba en la sociedad creada en Alemania por el doctor Magnus Hirschfeld (26).
También se debe recordar que es en este momento, cuando se logra el voto femenino (27), después de una larga lucha y huelgas que coincidieron, para más inri, con el momento del éxito de la Revolución rusa (28).
Lovecraft y su aversión por extranjeros y judíos
En este contexto, nuestro autor de Providence intentó llevar una vida normal. Contrajo matrimonio con Sonia Greene, pero este fue un fracaso. Los problemas económicos podrían ser una de las causas. Pero también subyacía, en el fracaso de dicha unión, el odio reiterado de Lovecraft hacia los judíos (29). En este punto es necesario destacar que su esposa, Sonia Greene, era una comerciante judía. Y he aquí lo interesante de otro hecho que marca la complejidad y dificultad de abarcar a nuestro autor (30).
H. P. Lovecraft, pese a lo que muchos pueden llegar a pensar, (que era un hombre tremendamente misántropo y lleno de prejuicios étnicos, así como un antisemita), no lo era tanto como cabría imaginarse. Mantuvo relaciones con gente judía y los toleraba. Es más, como ya hemos visto, llegó a casarse con una judía, aunque el matrimonio durase unos pocos años.
No deja de ser llamativo este hecho, además sabiendo lo que pensaba Lovecraft. Sabemos que el “solitario de Providence” (31) gustaba de la escritura de cartas. Y, gracias a ellas, conocemos los pensamientos afines que tenía sobre la supremacía racial aria, la inferioridad de los negros, los judíos y de las personas de Asia o el sur de Europa. También su repulsión hacia la Revolución Rusa y a los obreros, que él asociaba a la figura del inmigrante (32).
«Ratas miserables de ghetto» y «mestizos orientales de hocico de rata y ojillos de abalorio». H. P. Lovecraft (33).
Además, en sus intentos de llevar una vida normal, probó suerte en la búsqueda de un empleo “digno”. Suerte que sonrió a muchos inmigrantes, sin embargo, a Lovecraft no (34). Esto desembocó en una “auténtica neurosis racial” (35), acabando así por terminar de moldear el pensamiento de nuestro autor.
El verdadero monstruo de Lovecraft: el racismo
Si se le echa un ojo a la obra de H. P Lovecraft, quién vio muchos de sus relatos publicados en la famosa revista pulp dedicada a la fantasía y horror, Weird Tales (36), no sólo vamos a ver seres aberrantes, viscosos y tentaculares como el archiconocido Cthulhu, entre muchos otros (37). También vemos como el racismo está presente en prácticamente todos sus relatos.
Como ya se ha comentado, en su correspondencia privada no se corta un pelo en alabar al futuro führer de Alemania, Hitler (38). Realmente, se sintió atraído por el ideario fascista. Una vez que leyó la obra Mein Kampf -“Mi Lucha”- tuvo claro que, entre él y Hitler, existía una afinidad espiritual (39). Desde ese momento y hasta su muerte prematura (1937), se definió como fascista socialista.
«Claro está, Hitler es un extremista no científico que fantasea que cualquier rama racial puede ser reducida a su pureza teórica, que el linaje nórdico es intelectual y estéticamente superior a todos los otros, […] pero los anti-hitlerianos son demasiado martilleantes cuando mantienen que estos puntos justifican, precisamente, un extremismo opuesto […] Las razas son iguales, pero infinitamente diferentes» (40).
No sabemos si hubiese mantenido dichos ideales si hubiese tenido una vida más longeva. Nadie puede saber hasta dónde hubiera llegado su obra ni orientado su vida. Y quizás aquí también radique, en parte, su éxito que no llegó a alcanzar en vida, pero sí en su muerte.
Territorio racismo
A través de su obra, nos hace llegar sus temores e ideas. Unas veces más disfrazadas que otras. Y pese a que llegó a describir a los negros como «subhumanos a los que comparaba con los monos y atribuía toda clase de vicios» (41), nunca llegó a ser un racista agresivo. Más bien todo lo contrario, y siempre desde la soledad que el mismo creó en torno a su persona (42). Lovecraft disfrutaba casi de manera masoquista de sus temores. Explotaba sus miedos en sus obras pero nunca con ninguna intención política (43) ni afán de influir sobre la gente.
Sobre este aspecto racista de Lovecraft, habría que comentar la serie de “Territorio Lovecraft”, producida por HBO y basada en la novela homónima del neoyorquino (y blanco) Matt Ruff. Aquí, se nos muestra que lo realmente peligroso en el mundo no son las criaturas aberrantes salidas de la cabeza de Lovecraft, como puede ser Cthulhu. Sino las hostilidades y la supremacía por parte de los blancos, que imperaba en los años ’50 en Estados Unidos, y que la familia afroamericana protagonista tiene que padecer (44).
Tenemos, entonces, una serie de elementos que marcaron y definieron a Lovecraft desde su niñez. Empezando por su educación ultraconservadora y sus prejuicios y terminando por el ya comentado contexto sociocultural muy concreto que le tocó vivir, la década de los 20 de Estados Unidos.
El horror cósmico de Lovecraft
Lovecraft expresó en sus escritos sus miedos e inquietudes, que correspondían también con los de la sociedad de su época. No llegó a cursar estudios universitarios debido a su mala salud. Sufrió una misteriosa dolencia (¿locura, ataque nervioso…?) que lo dejó postrado en una cama, desde los dieciocho años hasta los veinticuatro (45). Pero, debido a su intelecto y su devoción por la lectura, llevó sus “terrores” a niveles insospechados (46). Era una persona inadaptada y, hasta cierto punto, estaba incómodo con la humanidad. Esto lo llevó a ser el escritor del conocido horror cósmico.
El horror cósmico, o lo que él llamaba supernatural horror (47), nos muestra una mirada a lo desconocido y a lo misterioso. Pero también una mirada perturbadora a la realidad que le tocó vivir a Lovecraft y que le despertó inquietud y miedo. El ser humano es insignificante ante las fuerzas del cosmos y su existencia pende de un hilo.
Un cosmos indiferente ante el ser humano. ¡Para volverse loco!
Lovecraft no percibía la vida como un enfrentamiento entre el bien y el mal. Simplemente, era consciente de la indiferencia del cosmos, y eso era lo que le provocaba terror. Prueba de ello son muchos de sus relatos, en los cuales sus protagonistas intentan dar una explicación científica a la presencia de ruinas o ciertos misterios. Esto hace que se adentren más y más en un horror primario e inexplicable, de un origen, en muchas ocasiones, intergaláctico, que acaba con la vida o la cordura. Este último aspecto, muy presente en sus escritos.
Lovecraft tuvo, como ya se ha relatado, sus propios episodios de locura. Y, de igual manera, también se vio influido por el episodio que vivió, siendo niño, con la muerte de su padre y, luego, de su madre en un psiquiátrico. Toda esa locura la vuelca en sus escritos en los que, cuando se alcanza el clímax, Lovecraft no duda en utilizar montones de palabras para aturdir al lector. Sonidos chirriantes, líquidos, colores jamás vistos, etc., para provocar el horror (48).
“Su locura marca en cierto modo el periplo del hombre de nuestra época” (49).
Una luz tenue en la vida de Lovecraft
Pero no todo en la vida de Lovecraft fue una desgracia y una miseria. Entre tanto gris, también hubo momentos de luz. Uno de los modelos que tenía Lovecraft en su pubertad fue su tío el Dr. Franklin Chase Clark (50), que influyó positivamente en su educación.
También su relación con su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips, fue algo muy especial. Una relación estrecha y cariñosa, en la que pasaban juntos horas y horas leyendo en la biblioteca. Esto llevó a Lovecraft a conocer los relatos clásicos. Desde Las Mil y una Noches, hasta la Ilíada o la Odisea, que fascinaban más y más al joven. Es más llegó a escribir un poema épico llamado El Poema de Ulises o la Nueva Odisea (51). Y es que Lovecraft también hizo sus pinitos en la poesía.
Mitos clásicos y folclore en Lovecraft
Obsesionado de la lectura, de los cuentos anglosajones de terror, y de la mitología y las civilizaciones más antiguas (52), llegó a construir altares para divinidades de la antigua Grecia, como pudieron ser Artemisa o Apolo. Pero también se vio seducido por la astronomía. Estimulado por la relación entre los mitos clásicos y las constelaciones (53). Llegó a publicar, ya siendo joven, una serie de artículos astronómicos en un semanario local Pawtuxet Valley Gleaner (54). Su sueño era ser profesor de astronomía, pero se vio truncado por su endeble salud.
No es de extrañar, por lo tanto, que se sirviese tanto del folclore popular como de mitologías clásicas, como pueden ser la griega o la egipcia, entre otras, así como que dotase a sus obras de un toque de ciencia ficción, influenciado por su interés en el cosmos (55).
Cuando tenía tres años o menos, escuchaba ávidamente los típicos cuentos de hadas, y los cuentos de los hermanos Grimm estuvieron entre las primeras cosas que leí, a la edad de cuatro años. A los cinco me reclamaron las Mil y una noches (56).
Los Mitos de Cthulhu
En la obra de Lovecraft, por lo tanto, se van a encontrar muchas referencias a los mitos clásicos en los nombres de ciertas divinidades y criaturas que pueblan su mitología (57). Pero aparte, “el solitario de Providence” se encargó de crear también su propio panteón de dioses y mitos. Esto es lo que se pasó a conocer como Mitos de Cthulhu. Aunque Lovecraft en ningún momento se refirió a sus relatos como tal.
Sí hay constancia de que utilizó el apelativo “ciclo de Arkham”, pero nunca indica a qué historias se refiere con dicho apelativo (58). Es más, no existe ningún indicio de que Lovecraft construyera metódicamente una compleja estructura cosmogónica, como sí hizo J. R. R. Tolkien. Todo lo contrario. Para él, el cosmos carece de leyes. O, por lo menos, si las tiene, estas son incomprensibles e inexplicables para el ser humano. Por lo tanto, tratar de explicarlas sería una tontería (59). Sea como sea, hay relatos de Lovecraft que habría que destacar. Títulos como La llamada de Cthulhu, Dagon y El horror de Dunwich.
Relatos que, con su más o menos intrincada y confusa mitología, se fueron extendiendo. Pero no en vida del autor, tiempo en el que pocos mostraron interés por sus relatos, excepto los aficionados más acérrimos y allegados.
El Círculo de Lovecraft
Sin embrago, sería un error decir que los Mitos de Cthulhu no existen. Sí existen. Y dicho Mitos de Cthulhu fue creado por August Derleth (60) y otros amigos del autor, como Robert E. Howart (padre de Conan). Estos crearon el denominado Círculo de Lovecraft, y a ellos debe, en gran medida, la popularización y masificación de su obra. Añadieron historias de creación propia al mundo que había creado Lovecraft. Aunque desvirtuaron la esencia de su obra (61). Relatos en los que abundan los prejuicios, y tenía muchos, como ya ha quedado más que patente.
Esto quizás pueda llamar la atención sobre la figura de ese Lovecraft ermitaño y aislado. Y es que, si bien todo en su vida puede llegar a apuntar a que fuera un hombre solitario, que lo fue, su salud precaria e ideas lo aislaban en cierta medida del mundo, convirtiéndolo en prisionero de sus propios horrores. Sin embargo, esta reclusión en la que Lovecraft se había introducido, tanto por los problemas de salud que lo acuciaron a lo largo de su vida, como por su mentalidad de aristocrático trasnochado, no estuvo siempre presente en su vida. Poco a poco, fue saliendo de ella y empezó realmente a relacionarse con sus coetáneos (62).
Un Lovecraft más sociable
Es por eso que Lovecraft empezó a disfrutar de las visitas a sus amigos. Además de gustarle formar “clubes” o “asociaciones”. Y los Mitos de Cthulhu son la prueba (63). Prueba de que nuestro autor de Providence tenía conocidos y amigos con los que compartía sus inquietudes. Y, además, estos aportaron su grano de arena a un universo que Lovecraft creó. Sin embargo, Lovecraft nunca llegó a imaginar el alcance de este.
Fue gracias a ellos que su obra, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se extendió como la pólvora. Y, poco a poco, irá enganchando a un gran número de seguidores. Relatos que, hoy en día, siguen contando con un gran número de fans. Prueba irrefutable de ello son los innumerables videojuegos, cómics, juegos de mesa, películas y series (64) que se realizan y han realizado en torno a este mundo de terror creado por el escritor nacido en Providence.
El pasado que persigue
Por último, cabría destacar el interés de nuestro autor por la arqueología. Lovecraft recurre de forma habitual a la Arqueología y la Prehistoria como fuente de inspiración (65). Lovecraft lo tenía muy claro. Para él, el pasado era:
«[…] un elemento que vive en mi cerebro y al que considero como la cosa más profunda, dramática, espantosa y terrible del universo» (66).
Todo lo que el “solitario de Providence” sabía de arqueología era de forma autodidacta y eso se nota en sus relatos al dar una visión romántica de la profesión. Sus relatos, por lo tanto, “tontean” con la ciencia-ficción. Ciencia por la disciplina arqueológica y ficción por las razas de alienígenas que encontramos en sus relatos, como, por ejemplo, los ya mencionados La Llamada de Cthulhu o Dagon, u otros como Al otro lado de la barrea del sueño y El color del espacio exterior.
Cualquier tiempo pasado fue mejor…
Sin embargo H. P. Lovecraft carece de rigor a la hora de abordar la Arqueología o cualquier otra ciencia en su obra, convirtiéndolo más en un hombre del siglo XIX que rechaza la denominación de ciencia para las ciencias exactas y que prefería darle un tono más humanístico a sus escritos a la par que romántico. Quizás porque para el “solitario de Providence” la historia había terminado en el siglo XVIII. Todo lo que vino después era degeneración.
Es evidente que la actitud de Lovecraft con respecto a los avances científicos era de reticencia. Sin embargo, dicha actitud fue cambiando con los años y acabó reconociendo la importancia y potencial de las nuevas teorías surgidas, entre otros, de Einstein. Relatos como El horror de Dunwich y En las montañas de la locura, lo corroboran. En dichos relatos, Lovecraft nos brinda una confianza implícita en los científicos. Aunque no en las instituciones oficiales (67).
Lovecraft: ¿un loco o un genio?
En conclusión H. P. Lovecraft, una persona que, si hubiese vivido en nuestros días, sin duda, hubiese sido diagnosticado de todo tipo de enfermedades mentales. Pero consiguió aunar en su obra algo que, a primera vista, puede parecernos imposible: el sentir de una época, la pasión por los mitos, su avidez intelectual y su mundo imaginario. Todo ello ha fraguado una serie de relatos, a los que muchos autores se han ido sumando con sus propias creaciones. Pero ninguno ha logrado superar a nuestro “solitario de Providence”.
El éxito que han acabado cosechando sus relatos también se debe a que Lovecraft supo jugar muy bien con los horrores/temores de sus lectores. Pues mezcló como nadie hasta el momento la ficción con la realidad. Fue su mayor logro. Algunos de sus relatos, como por ejemplo, La casa evitada o El Superviviente, están ambientados en su ciudad natal, Providence. Y por supuesto, sus relatos han sabido captar las costumbres, tradiciones y miedos de toda una sociedad. Gracias a ello consiguió crear un mundo con cierto grado de solidez, en donde los elementos fantásticos se interrelacionaban no solo entre ellos, sino también con elementos y aspectos del mundo real (68).
La alargada sombra de Lovecraft
Capaz de transmitir con sus relatos experiencias e ideas que, si bien pueden estar erradas, no por ello las debemos menospreciar a la hora de abordar un estudio sobre una época tan movida como lo fueron las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos. Además, se ha convertido en un referente del cambio, aportando una mitología moderna al mundo, jamás vista hasta el momento, y convirtiéndose en todo un referente de la cultura popular.
Pero también se ha convertido, por su conservadurismo aristocrático y prejuicios, en la mansión de los terrores del siglo XX, como el racismo o el antisemitismo. Terrores que sólo quedaron en su imaginario y sin ninguna otra pretensión. Lovecraft logró expresar, como ningún otro, los miedos y la crisis de una civilización, que pasó, entre otros sucesos, por una guerra mundial o una crisis económica (Gran depresión), y que nos hizo ver la fragilidad de la misma.
Porque lo realmente aterrador de Lovecraft no son sus aberrantes y horribles criaturas, sino los temibles prejuicios y problemas de integración que siguen existiendo hoy en día y que él plasmó en su obra. Una obra atemporal como el propio Lovecraft. Una figura controvertida y llena de matices, que se han intentado abordar en este artículo, aunque, inevitablemente, siempre quedan algunos por el camino.
PD:
Mis agradecimientos a mi compañera Eva Sanjuán Iglesias por la terrible y espectacular imagen de la portada para este artículo del «loco» y «genio» Lovecraft con su «mascota» tentacular Cthulhu. Porque si algo bueno tiene este artículo es su imagen.
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