En los primeros días tras el ataque a la basa naval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, la mayoría de los norteamericanos creían que una importante red de espías japoneses podrían haber proporcionado la información que habría hecho posible que el ataque sorpresa hubiera sido tan preciso y devastador.
La realidad era mucho más simple. Los datos con los que contaban los japoneses procedían, en su mayor parte, de información que siempre habían estado disponibles para cualquier turista en Hawái, como mapas o guías y que se podían comprar con toda facilidad en las tiendas de recuerdos.
El único espía japonés en Honolulú era Takeo Yoshikawa, un alférez de fragata de 25 años asignado al consulado del Japón en 1941. Su labor principal consistía en comportarse como un simple diplomático mientras vigilaba las actividades de la flota estadounidense en la base naval de Pearl Harbor.
Durante el día Yoshikawa se comportaba como cualquier otro turista que visitaba la isla, con sus pantalones cortos y su camisa hawaiana. Unas veces recorría la isla en taxi, otras paseaba por el puerto en un barco turístico. Incluso un día se tumbó en la hierba del parque de Wheeler Field a observar maniobras aéreas del ejército. En una ocasión alquiló una avioneta y sobrevoló con toda tranquilidad toda la isla de Oahú, mientras sacaba fotos de las bases militares.
Por las noches solía ir a un salón de té situado en una colina de Pearl Harbor donde se dedicaba a flirtear con las camareras, bebiendo lo suficiente para parecer borracho a la vez que mantenía los oídos bien abiertos por si algún cliente hablaba más de la cuenta. El dueño del local, sin saber las intenciones de Yoshikawa, le dejaba dormir la supuesta borrachera en una habitación desde la que tenía una buena vista del puerto y las instalaciones navales.
Todos sus movimientos eran tan corrientes que no despertaron ninguna sospecha. Pero cuando Yoshikawa se levantaba por la mañana lo primero que hacía era tomar notas y elaborar planos y diagramas totalmente de memoria, para luego entregárselos al cónsul general, que posteriormente los enviaba a Tokio a través de la valija diplomática. Cuando esta llegaba a Tokio, los oficiales de inteligencia revisaban todo el material, que era de gran utilidad, para realizar maquetas a escala de la base de la marina norteamericana.
Tokio preguntó al consulado japonés en Honolulu: ¿Qué día de la semana suele haber más barcos en Pearl Harbor? Yoshikawa respondió que el Domingo. El 7 de diciembre de 1941, fue Domingo.
Cuando los pilotos japoneses atacaron Pearl Harbor ese 7 de diciembre, tenían sobre su regazo fotos y mapas que detallaban sus objetivos, basados en gran parte en los datos aportados por el alférez Yoshikawa.
La ruta seguida por la fuerza aeronaval japonesa, compuesta principalmente por los portaaviones Akagi, Kaga, Sōryū, Hiryū, Shōkaku y Zuikaku, se realizó partiendo de los datos obtenidos durante los viajes del trasatlántico japonés Yaiyo Maru entre Tokio y Honolulú, a bordo del que viajaba el comandantes Suguru Suzuki, experto en aviación naval para evaluar las defensas de Pearl Harbor.
El japonés Takeo Yoshikawa no fue el único que se dedicó a espiar a la flota norteamericana en Pearl Harbor, mientras Japón se preparaba para atacarla. El alemán Berard Julius Otto Kuehn, su esposa Friedel y su hija Susie Ruth también obtuvieron información que pasaron a los japoneses.
Kuehn, miembro del partido nacionalsocialista desde 1930, se convirtió en espía a través del ministro de propaganda alemán Joseph Goebbels, que al parecer había mantenido una aventura extramatrimonial con Susie Ruth. Goebbels les pidió que ayudaran a su aliado asiático.
Tras pasar una temporada en Japón, la familia Kuehn se estableció en la capital de las Islas Hawái, Honolulu en la segunda mitad de la década de 1930. Durante su estancia en Hawái Kuehn viajó varias veces a Japón, donde recibió importantes cantidades de dinero para financiar sus actividades de espionaje.
Sus actividades consistían, entre otras, en montar lujosas fiestas a las que asistían importantes militares norteamericanos, con quien su hija Susie Ruth flirteaba para obtener información sobre los movimientos de la flota estadounidense. Otro método que usaba Susie Ruth para conseguir información era a través de las esposas de los oficiales navales que pasaban por el salón de belleza que regentaba.
En una ocasión Otto Kuehn vistió su hijo pequeño, de marinero para realizar una inspección más de cerca de la flota en Pearl Harbor. De este modo hacía que todo pareciera una actividad inocente entre padre e hijo para visitar barcos de guerra. El hijo mayor, Hans Joachim Kuehn, tenía solo 11 años cuando su padre lo entrenó para hacer preguntas precisas sobre los barcos y submarinos para anotar las zonas más expuestas de esos navíos.
El trabajo de Friedel era recopilar toda la información que obtenía la familia, aunque la información recibida por los japoneses no fue de gran valor.
El 25 de noviembre de 1936, Japón y Alemania habían suscrito el Pacto Antikomintern, reafirmado el 25 de noviembre de 1941, tras la Operación Barbarroja. Esta situación y el conocimiento de que eran pro-nazis hizo que la familia Kuehn llamara la atención del FBI y de los servicios de inteligencia militares.
Pocos días antes del ataque japonés a Pearl Harbor, Otto Kuehn contactó por última vez con el consulado japonés entregando una lista de navíos anclados en la bases naval en la que proponía avisar, durante el ataque, a los submarinos japoneses mediante señales luminosas desde una vivienda que poseía en la costa.
Después del ataque los tres espías fueron detenidos y juzgados. Otto fue condenado a muerte por fusilamiento, que finalmente fue reducida a 50 años de cárcel al aportar información sobre otros espías japoneses y alemanes. Su mujer y su hija tuvieron penas más leves, pero todos fueron deportados a Alemania.
Artículo de blog invitado. Elaborado por Juanjo Ortiz, creador de El Cajón de Grisom. Visita su web para descubrir más curiosidades sobre la Segunda Guerra Mundial y déjate sorprender.