Tras la caída de Napoleón, en 1815, las potencias europeas que lo habían derrotado se arremangaron para tomar el control continental: Rusia, Austria (1) (ambas monarquías absolutas), Prusia (2) (socio minoritario) y Gran Bretaña, la única monarquía parlamentaria. A ellas se añadió el país “derrotado”, Francia, que había restablecido a los borbones en el trono (¡Ah! siendo así…). Lo que no sabían es que en Europa, se vivirían tres oleadas de revoluciones liberales que impediría volver al absolutismo.
Entre los cinco decidieron, en el Congreso de Viena, las bases del nuevo orden. El consevadurismo era su ideología que se basaba en valores tan tradicionales como la familia (papá, mamá y los nenes), la monarquía o la religión (cristiana claro, que los turcos acechaban por el este).
La Santa Alianza ¡Vaya nombrecito!
Napoleón, en sus conquistas, había sembrado Europa con los principios de la Revolución Francesa. ¡Y eso no se podía tolerar! Ya en 1815, Prusia, Rusia y Austria crean la Santa Alianza. Gran Bretaña no quiso unirse a ellos pues no se fiaba de los rusos. Lo que este club de monarcas absolutos pretendía era la intervención en aquellos lugares en los que hubiese levantamientos contra el rey de turno (3).
Pero, como contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, el cuestionamiento de estas posturas no se hizo esperar. ¡Viva la Revolución! Empezaba una nueva era en Europa, la Era de las Revoluciones Liberales.
Las Revoluciones Liberales de 1820 – Sois unos tiranos y no nos gustáis
Los festejos comenzaron allá por 1820, denominándose Revoluciones Liberales. El chupinazo se produjo en Alemania (4). Fueron los estudiantes universitarios los que recibieron los palos (para no variar). ¡Cómo se les ocurría pedir la liberalización de la vida política!
Pero para fastidio del canciller Metternich, este no fue el único foco revolucionario. En Nápoles y Piamonte (en la actual Italia) los anhelos de libertad de los militares liberales serían sofocados por los ejércitos de la Cuádruple Alianza (5). Portugal se obligó al rey a jurar una Constitución de corte liberal, pero el absolutismo regresaría al año siguiente. Grecia, por aquel entonces provincia otomana, sí tuvieron más éxito estas revueltas, que en realidad eran más bien una guerra de independencia contra los turcos. Aunque los griegos fueran aplastados en la batalla de Misolonghi (6) al final conseguirían librarse de aquellos, pero eso es otra historia.
¿Y en nuestro país? – Las Revoluciones Liberales en España
En España también tuvimos lo nuestro. Las tropas de Riego (7), cuyo primer destino era embarcarse para reprimir la insurrección americana, se sublevan el 1 de enero de 1820 en las Cabezas de San Juan. Esto provoca que los partidarios de la Constitución de 1812 la proclamen y obliguen al rey a acatarla. Reunidos Gran Bretaña, Rusia, Prusia, Austria y Francia en el Congreso de Verona, deciden enviar a España, en 1823, a los Cien Mil Hijos de San Luis (con la oposición británica) que restablecieron al Borbón como monarca absoluto terminando con el Trienio Liberal. Al pobre Riego lo ahorcarían ese mismo año.
Las Revoluciones de 1830
Durante el siglo de las Revoluciones Liberales, en París vuelven a las andadas. Esta vez se la llamó Revolución de Julio. La cosa duró tres días al final de los cuales Luis Felipe de Orleans estaba en el trono. Lo que provocaron las protestas de las clases populares y medias fue el cambio de un rey por otro, es decir, de Carlos X, un Borbón, por Luis Felipe I, otro Borbón pero de la rama de Orleans. Pero ¿Por qué? Pues porque Carlos X se empeñó en no aceptar los resultados de las elecciones, que no le eran favorables, quería modificar el derecho de sufragio a favor de los ricos, limitar la libertad de prensa… Además, la crisis económica era evidente, lo que hizo que la revolución contase con el apoyo del pueblo.
En España ocupaba el tono Fernando VII (¡toma absolutismo!), que en 1830 publicaba la Prágmatica Sanción, por la que se permitiría reinar a sus descendientes féminas. A la muerte de éste, en 1833, comenzarían las Guerras Carlistas (8), que ocuparían gran parte del siglo en España, enfrentando dos modos de ver la política: absolutismo versus liberalismo, y reinaría Isabel II, menos déspota que su padre. Pero en 1868 sería derrocada por la Revolución Gloriosa, se exiliaría a París donde viviría hasta su fallecimiento, en 1904 reinando ya su nieto Alfonso XIII.
¡Contagio! – La expansión de las Revoluciones Liberales
El ambiente revolucionario se extendió a otras partes de Europa. En agosto de ese año, la Bélgica católica, harta de sufrir la discriminación de los protestantes holandeses (ambas naciones habían sido unidas por el Congreso de Viena), se convierte en país independiente fruto de la unión de las regiones de Flandes y Valonia.
Polonia también sufrió un levantamiento contra los ocupantes rusos (el todopoderoso Congreso de Viena había adjudicado la mayor parte de Polonia a la Rusia zarista) pero resultó un fracaso ya que los propios polacos andaban a la gresca entre ellos.
Y por supuesto, en la dividida Italia, los altos impuestos, el aumento de la corrupción, el amplio poder papal… entre otras cosas, producen levantamientos en los primeros meses de 1831.
En algunos Estados alemanes se proclamaron constituciones liberales (Hannover, Sajonia), pero Metternich sacó el extintor y sofocó las revueltas en ambos lugares.
Resultados de las Revoluciones Liberales
Europa, tras estos movimientos, presentaría dos caras. Una liberal en la que se englobarían el Reino Unido, Francia, España, Bélgica y Portugal y otra, reaccionaria a base de bien: Rusia, Austria y Prusia. Pero el nacionalismo acechaba, sobre todo en estos últimos, lo que volvería a producir nuevos levantamientos en el Viejo Continente.
Las Revoluciones de 1848
Entre 1845 y 1847 las malas cosechas produjeron el aumento de precios y una gran crisis agrícola. Como se dedica más dinero a comprar alimentos se demandan menos productos industriales. Esto contrae la producción y provoca tensiones sociales.
En Francia, para no variar, se producen los primeros levantamientos. Cae el régimen liberal de Luis Felipe I y se proclama la Segunda República (sufragio universal, se abolió la esclavitud en las colonias, soberanía popular, etc.) Pero lo bueno dura poco, y el hasta entonces presidente, Luis Napoleón Bonaparte, da un golpe de Estado y se convierte en el último rey de los franceses: Napoleón III. Habemus Imperio, concretamente el segundo. Como no, los obreros recibieron los palos (9) y la burguesía creó una constitución a su medida.
¡Más protestas!
En Alemania, se unieron lo liberal, con las ganas de democracia y de unificación. Pero los mandamases absolutistas ahogaron las veleidades del populacho. ¡Qué sabréis vosotros, chusma!
A los austriacos se les sublevaron los húngaros, separándose. Italia también estaba en pie de Revolución, pero los gobernantes de la dividida península se opusieron a un enfrentamiento con Austria. Venecia se proclamó como República, pero en 1849 volvería al redil del Imperio…
Y todo esto ¿para qué?
En primer lugar, estas revoluciones supusieron la politización del pueblo. A las élites les entró el canguelo ¡a ver si nos van a dar matarile estos desarrapados! Regresó lo conservador, por lo menos durante la década central del siglo, aunque el Antiguo Régimen no podría sobrevivir eternamente. El nacionalismo se iría imbricando cada vez más en la vieja Europa: Italia se unificaría finalmente en 1861 y Alemania lo haría diez años más tarde. La burguesía sería la clase social que saldría más beneficiada tras la revoluciones citadas.
Durante el último cuarto del siglo XIX se fueron implantando regímenes constitucionales y eliminando los privilegios del Antiguo Régimen, poco a poco. A la vez, aumentaría el intervencionismo estatal: legislación laboral, proteccionismo económico… La Democracia comenzó a abrirse paso. Y en el arte, el Realismo sustituyó al Romanticismo.
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