Existe, casi perdida, en el medio de una provincia argentina, una ciudad llamada Azul. Es una ciudad pequeña dedicada a la actividad agrícola y cultural. En los últimos años, se ha convertido en una parada obligada para aquellos que desean explorar la llanura pampeana. Algunos la conocen por ser Ciudad Cervantina (1). Otros la conocen por sus extraños edificios salamónicos (2). Y otros, la recuerdan simplemente porque su nombre se ha convertido en un recuerdo visual: el color azul.
Actor Ricardo Darín anunciando el último Festival Cervantino 2020. Fuente: Canal Oficial «Festival Cervantino Argentina»
La Ciudad de Azul y su color
La historia de cómo esta ciudad perdida en la pampa llega a nombrarse por un color nos lleva a una leyenda que se remonta a los origines indígenas del país. El territorio de la ciudad de Azul era habitado por el pueblo indígena más numeroso en el país; el pueblo mapuche, que abarcaba a gran parte del territorio argentino y chileno.
En las crónicas de viaje (3) escritas en el siglo XIX encontramos la siguiente historia: En las orillas del arroyo crecía una pequeña flor azul. El color de la flor era tan potente que se reflejaba en el agua. Y el arroyo era un manto azul que en su curso daba color a toda la ciudad. Estos primeros pobladores – los mapuches – dieron a esa flor el nombre “callvu”. Y llamaron al arroyo “callvu leovu” (4); que en nuestra lengua significa “curso de agua azul”.
El pueblo mapuche
Los mapuches eran un pueblo indígena proveniente de la zona de Chile. Su nombre significaba «gente de la tierra» (5). Vivían del cultivo, tenían casas de madera y paja, trabajaban el tejido y la platería y tenían una trayectoria cultural significativa en comparación a otros pueblos indígenas.
Este pueblo llegó al territorio argentino alrededor del año 1820 asentándose en la Pampa. Y decimos que llegaron a ser el pueblo con mayor extensión en el país porque muy pronto de su llegada comenzaron a influir sobre los demás pueblos indígenas que eran originariamente argentinos. Los tehuelches y ranqueles que habitaban el territorito hace miles de años comenzaron a sufrir un proceso de «mapuchización» (6). Adoptaron su lengua y también sus costumbres productivas. Sin embargo estos nuevos grupos indígenas, caracterizado por la mixtura, no abandona la tradición guerrera que caracterizaba a los tehuelches oriundos de la Patagonia Argentina, conocidos por su fuerza y brutalidad en el combate.
Este mestizaje indígena es el que poblaba el territorio azuleño a mediados del siglo XIX y al que la cuidad debe su nombre.
La fundación del Fuerte de la Ciudad de Azul
En un contexto de nuevas conquista territoriales el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas (7), dio la orden de construir un fuerte en centro de la llanura pampeana en 1832.
La colonización española del siglo XV y XVI sobre tierras latinoamericanas había dejado en Argentina una organización territorial divida entre indígenas por un lado y españoles y criollos por otro. Luego del proceso de independización, en el siglo XIX, el «problema de la frontera india» fue uno de los grandes objetivos de gobierno de los distintos políticos argentinos (8). El gobierno argentino se proponía avanzar sobre la frontera indígena y conquistar el resto del territorio argentino que aún estaba poblado y dominado por pueblos indígenas. En ese contexto, el gobierno nacional comenzó a fundar nuevas ciudades en las tierras ocupadas por los indígenas para hacerse presente.
Los indígenas ofrecieron resistencia atacando mediante la estrategia militar denominada «malones». Estos hombres temidos por españoles y criollos se agrupaban bajo el mando de un «cacique» – líder miliar- e irrumpían en los nuevos poblados saqueando las casas, robando artillería miliar y tomando prisioneros (9).
En el caso de la ciudad de Azul, el fuerte originario tenía como objetivo precisamente contener el ataque de los malones que avanzaban desde el sur hacia el norte y amenazaban con llegar a la ciudad de Buenos Aires (10).
Cumpliendo estas órdenes, el Coronel de Milicias Pedro Burgos fundó finalmente el “Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul” el 16 de diciembre de 1832. Por los documentos de esta primera fundación es que podemos deducir que el nombre “azul” estaba relacionado al arroyo (11).
Un Fuerte contra los malones
En la ceremonia de fundación se estableció la ubicación de la Plaza Mayor – hoy Plaza San Martin – ubicada a 400 metros del arroyo bordeaba el lugar. Y toda la futura ciudad creció en torno a aquella plaza (12).
La forma urbana de esta fuerte no fue un capricho sino que diseñó siguiendo las Leyes de Indias (13) que se habían utilizado en la ciudad de Buenos Aires durante el proceso de urbanización español sobre territorio indígena.
Estas leyes indicaban que el fuerte debía organizarse en torno a una plaza central de dimensiones cuadradas (14). En dicha plaza, se instalaron la Iglesia, el Palacio municipio y el Banco. Y en los alrededores de la plaza y se fundaron Escuelas, Hospitales y Conventos (15).
Pero existía un elemento urbano que hacía que este fuerte fuera distinto de otras ciudades de la época: los fosos. En el perímetro de la porción de territorio habitada existían unos grandes y anchos fosos. Ellos servían para proteger a los nuevos habitantes de los mapuches que amenazaban continuamente con recuperar sus tierras. Hoy en día, es posible reconocer el curso de esos fosos en las avenidas de la ciudad (16).
«Azul como nunca lo viste». Fuente: Canal Oficial «Coordinación de Turismo de Azul».
Ciudad de Azul
Finalmente en 1895 el “Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul” fue declarado ciudad adoptando el nombre actual de “Ciudad de Azul”.
Su nombre era una consecuencia directa del nombre del arroyo. Y así es como casi sin saberlo, la nueva conquista del gobierno argentino, que pretendía exterminar de raíz todo rastro indígena, terminó nombrando una ciudad de la misma manera que lo había hecho su pueblo originario: usando el color azul.
Reflexionar sobre el nombre de la ciudad significa estudiar la historia de manera encriptada, atravesar la historia de domino nacional argentino hasta llegar al pasado mapuche que se refleja en algo tan simple e importante como es el nombre de la ciudad.
Hoy en día es posible caminar a la vera del arroyo e imaginarnos ese pasado. Mirar el agua, el cielo, el sol y recordar esta leyenda tan simple pero también tan bella que dio origen a la historia de un pueblo.
Los invito a revivir esta historia en el episodio “Azul” de mi podcast Voz y Tinta.
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