Referencias
(1) “La Querella es un fenómeno social, filosófico y político que, impulsado tras la publicación del Libro de la Ciudad de las Damas (1405) de Christine de Pizan (lo escribió entre el 13 de diciembre de 1404 y abril de 1405; Baruque Ruiz, 2019, p. 33; Vargas Martínez, 2009, p. 21), subraya la discriminación que padecen las mujeres en todos los ámbitos públicos especialmente en lo referente a su supuesta incapacidad innata para adquirir conocimientos científicos y saberes teológicos”. Beteta Martín, 2012, pp. 1022-1023. “En el debate académico de la Querella de las mujeres participaron desde mediados del siglo XIII principalmente hombres: unos a favor, otros en contra de la tesis de la ‘superioridad natural’ que ellos se atribuían. Esta situación cambió en torno al año 1400 cuando intervino en la Querella, Christine de Pizan (Klapisch-Zuber, 1992, p. 7; “Las reivindicaciones sobre la educación de las mujeres recogidas en El Libro de la Ciudad de las Damas de Christine Pizan, (…) abren un nuevo escenario que cuestiona los postulados del discurso dominante”; Beteta Martín, 2011, p. 2). Ella le dio a la Querella de las mujeres, por primera vez que sepamos, contenidos feministas”. Rivera Garretas, 1996, p. 28. – En opinión de María Milagros Rivera o Joan Kelly; otras autoras, como Celia Amorós, defienden que esos contenidos no eran “feministas”, como veremos –.
(2) “Christine de Pizan, considerada como la primera ‘proto-feminista’”. Tojal Rojo, 2017, p. 5. Joan Kelly reivindica que la historia del feminismo no comienza en la Revolución Francesa (como sí afirman otras autoras, como Celia Amorós), sino con Christine de Pizan. Baruque Ruiz, 2019, p. 15. Díaz Muriel, 2017, p. 16. Sampedro López, 2018, p. 44. Otras autoras la consideran un precedente: Varela, 2008, p. 18. Los orígenes del feminismo están “en la lucha colectiva por los derechos que se desencadena con la Revolución francesa y se desarrolla en el sufragismo del siglo XIX. (…) mujeres militantes como Olympe de Gouges o Mary Wollstoncraft representan las figuras ‘pioneras’. Así lo expresa Celia Amorós en su libro Tiempo de feminismo. (…) Joan Kelly “no pretende decir que el patrimonio de ideas del feminismo haya quedado invariado desde los tiempos de la querelle, sino que en la querelle se asistió a la definición de una serie de posiciones o puntos de vista (positions) que han ido delineando un pensamiento femenino contrapuesto al masculino dominante, y que articulan la estructura teórica del feminismo hasta el presente”. Laurenzi, 2009, pp. 301-302 y 304. “El carácter crítico y reivindicativo de la Querella de las Mujeres enriquece el panorama intelectual de la Europa medieval y sienta las bases de las reivindicaciones feministas posteriores. Pero los aires renovadores de la Querella originan un proceso bidireccional de acción-reacción (como respuesta a este movimiento femenino, la visión misógina que se tenía de las mujeres se radicalizó muchísimo; Beteta Martín, 2012, pp. 1022 y 1034-1038)”. Beteta Martín, 2011, p. 2.
(3) “La obra de Christine de Pizan no instituye – difícilmente podría haberlo hecho (…) – el género ‘vindicación’ y, en la medida en que este género es el que define la especificidad del feminismo moderno, a diferencia de lo que hemos llamado ‘memorial de agravios’, su obra La Cité des Dames no puede ser considerada adecuadamente como el primer texto feminista europeo”. Amorós, 2000, p. 71.
(4) Permitidme el guiño a la obra de 1929 de Virginia Woolf. Christine de Pizan abre La Ciudad de las Damas “con la escena de la escritora en su cuarto de estudio mientras medita sobre sus lecturas (…). [Esta] autorrepresentación de Christine anticipa también de manera poderosa aquella ‘habitación propia’ a la que el feminismo del siglo XX, siguiendo a Virginia Woolf, reconoce un valor político determinante”. Laurenzi, 2009, pp. 305-306.n“Su «pequeño estudio», un espacio personal y rico de significados, que recuerda a la «habitación propia» que siglos después Virginia Woolf considerará imprescindible para la actividad intelectual de las mujeres”. Caso, 2005, p. 66. “Las mujeres que participaron en la Querella buscaron apartarse de los modelos que la sociedad les imponía y tener un espacio determinado por y para ellas”. Tojal Rojo, 2017, p. 5.
(5) Caso, 2005, p. 52. Laurenzi, 2009, p. 305. Mejias Miralles, 2017, p. 6. Rivera Garretas, 2005, p. 27. Varela, 2008, p. 18. Vargas Martínez, 2009, p. 23.
(6) Vargas Martínez, 2009, p. 23. “Allí se educó y vivió hasta su muerte”. Varela, 2008, p. 18.
(7) Carlos V de Valois contrató a su padre, Tommaso da Pizzano (un gran sabio, astrólogo, profesor de la Universidad de Bolonia, inmerso en el Humanismo) para que trabajara a su servicio, como médico y consejero. Así, Christine se crio en la corte (Caso, 2005, pp. 52-61; Laurenzi, 2009, p. 305; Vargas Martínez, 2009, p. 23; “el rey mandó que la hija de su físico participara en todas las fiestas y divertimientos de la corte compatibles con su tierna edad y fuera educada como una princesa”; Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XI). Tommaso incidió en que Christine estudiara (algo nada habitual para las mujeres de la época; Christine de Pizan“es instruida, lo que es muy raro por entonces, y escribe, lo que es más raro aún”; Klapisch-Zuber, 1992, p. 7), en contra de la opinión de la madre. Así, le proporcionó una educación intelectual muy rica (ciencia, lectura de clásicos, etc.); “para la educación que recibió fue trascendental la vida cortesana que experimentó en Francia, ya que tuvo acceso a la biblioteca real y conoció la vida de la Corte, influenciada por la vertiente humanista”. Mejias Miralles, 2017, p. 6. “Experimentó personalmente las ventajas de una condición desahogada, no sólo en lo doméstico”. Casagrande, 1992, p. 98. “Christine de Pizan es una mujer absolutamente inusual para su época”. Varela, 2008, p. 18. “Excepcional”. Vasquez, 2009, p. 91.
(8) Caso, 2005, p. 56.
(9) Caso, 2005, pp. 56-57.
(10) Varela, 2008, p. 18. En 1379, con Étienne du Castel (Mejias Miralles, 2017, p. 6; Vargas Martínez, 2009, p. 23; Vasquez, 2009, p. 91), “hijo de una familia noble de Picardía, que a los veinticuatro años acababa de obtener el cargo de notario del rey. Aquello que bien podía haber sido un matrimonio de conveniencia, gracias al cual el físico del rey viera confirmada su influencia en la corte, resultó ser una década de amor apasionado, «ya desde la primera noche», como reza el verso de una de sus baladas”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XV. “El hombre elegido por sus padres (…) No sabemos si la elección contó con la previa aquiescencia de la novia, pero de cualquier manera resultó ser acertada: «Nadie —escribiría Pisan años más tarde al recordar a su marido— pudo nunca igualarle en bondad, en dulzura, en lealtad y tierno amor»”. Caso, 2005, p. 61-62.
(11) Caso, 2005, p. 64.
(12) Vargas Martínez, 2009, pp. 23-24. Vasquez, 2009, pp. 91-92. Su padre murió en 1386, cubierto de deudas (“Las desdichas comenzaron con la muerte del rey Carlos y, ocurrida en septiembre de 1380. Su heredero, el delfín Carlos, tenía sólo doce años cuando comenzó su desgraciado gobierno bajo las riendas de sus ambiciosos tíos. Tomás de Pisan perdió de pronto sus apoyos en la corte, de manera que sus rentas y su sueldo fueron suspendidos”; Caso, 2005, p. 64), y su marido en 1389, a causa de la peste. Christine se quedó a cargo de sus tres hijos (de 9, 7 y 5 años; Caso, 2005, p. 65), de su madre anciana y de una sobrina sin recursos (Varela, 2008, p. 18). Entonces, “descubre de golpe la apurada situación económica en que se encuentra. No sólo el rey había dejado de pagar los honorarios de su secretario, sino que unos mercaderes deshonestos se han aprovechado de su inexperiencia para robarle la dote de sus hijos. Para no dar que hablar en la corte, la joven viuda no se atreve a dirigirse a sus compatriotas, los banqueros lombardos, y recurre a unos usureros judíos, visita de la que siempre se acordará con sonrojo, a face rougie. Empieza ahora para esa enérgica mujer una larga pelea de juicios y pleitos para recuperar parte de sus bienes (Caso, 2005, pp. 65-66; “una etapa dura, de continuo pleiteo para recuperar lo que era suyo tras haber sido desposeída de su patrimonio sin derecho alguno”; Mejias Miralles, 2017, p. 6). Aquella dura experiencia, que tuvo que sobrellevar junto con la muerte de un hijo recién nacido, resultó ser la forja donde se hizo esta verdadera femme de lettres (profesión que tuvo que ejercer para sobrevivir; “su trabajo es el de una mujer instruida, consciente de su valor”. Klapisch-Zuber, 1992, p. 7). Viendo que la justicia tardaría años en devolverle lo que le pertenecía por derecho, se encerró entonces Cristina en su estude (…) para dedicarse a la literatura”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVI.
(13) Caso, 2005, pp. 64-65.
(14) “Sin duda fueron esas inesperadas y en principio terribles obligaciones las que la convirtieron en una mujer decidida y valiente más allá de todo lo que ella misma hubiera podido imaginar. En su Libro de la mudanza [o mutación] de Fortuna, escrito catorce años después, explicará cómo la desdicha la transformó en un ser nuevo al que ella considera, por su sorprendente coraje, varonil: «Me descubrí un corazón fuerte y osado, / lo cual me asombró, mas sentí / que me había convertido en un verdadero hombre»”. Caso, 2005, p. 65. Lo escribió en 1404; esta metáfora sobre su «masculinización» no hay que sacarla de su contexto alegórico y mítico; significa “un cambio de papeles: de mujer encargada de tareas domésticas a viuda que lleva el papel tradicional del hombre manteniendo ella a su familia”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XVI-XVII. Ver (18).
(15) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVII. Opitz, 1992, pp. 294-295. “Dificultades jurídicas en la transmisión patrimonial le llevaron, a la muerte de su marido, a profesionalizarse como escritora y proveer a su familia”. Amorós, 2000, p. 67. Christine empezó a escribir a partir de 1390. En aquella época, era común que los grandes nobles y la alta burguesía patrocinasen las composiciones literarias, por lo que Christine solicitó la ayuda de ciertos mecenas para que apoyasen su trabajo (“sus clientes eran miembros de la casa real o, en cualquier caso, personajes que se movían en el ámbito de la corte”; Frugoni, 1992, p. 407;). Su vida en la Corte le facilitó encontrar contactos e incluso fue apoyada por la reina, Isabel de Baviera-Ingolstadt (“en Francia encontró poderosos protectores: la reina Isabeau de Baviera, los duques de Berry, de Bourgogne y de Orléans”; Hernández Álvarez, 2017, p. 22). De su labor literaria cabe destacar “la encarecida defensa de las mujeres, de sus derechos y de su naturaleza, que llevó a cabo ante la misoginia predominante de la época”. Mejias Miralles, 2017, pp. 6-7. Fue “una de las primeras en alzar fuertemente su voz a favor de sus congéneres y entregarse con valentía a su defensa”. “Se dedicó a leer todo lo que caía en sus manos, desde los versos de los clásicos hasta los tratados filosóficos contemporáneos, y a escribir mucho. En los primeros tiempos, poesía, (…). Al advertir el interés con que sus versos eran acogidos, en 1399 se decidió al fin a reunir en un primer libro sus Cien baladas, casi todas de tema amoroso, dedicadas muchas de ellas al recuerdo del amado ausente o, por el contrario, a cantar la alegría sensual del deseo y de los encuentros entre enamorados”. Caso, 2005, pp. 52, 66 y 68-69.
(16) “Su fama de paladina de las mujeres se estableció en el 1399, con algunas obras en verso que polemizaban con el texto (…) de Jean de Meun – [quien agregó páginas de sabor ferozmente misógino al Roman de la Rose, escrito en 1225 por Guillame de Lorris] – (Epistre au Dieu d’Amours, 1399; Le Débat des deux amans, 1400; Dit de la Rose, 1402) (en lo que se denominó como Querelle de la Rose; Baruque Ruiz, 2019, p. 33), y se consolidó en 1404 con la publicación de su obra más conocida, Le livre de la cité des dames”. Laurenzi, 2009, pp. 303 y 305. “Como poeta, Cristina de Pisan seguía una larga tradición en la que la había precedido un buen número de mujeres. La primera, por supuesto, Safo (…) Mucho más cercanas en el tiempo y el espacio, la escritora parisina podía sentirse hermana de las trovadoras, las trobairitz (…) la poeta francesa anterior a Cristina de Pisan más reconocida por la posteridad fue Marie de France”. Caso, 2005, pp. 66-68.
(17) Caso, 2005, p. 66.
(18) “(…) mujer peculiar que se ha visto obligada a desmarcarse de su genérico, por azares de la fortuna (…) y a adoptar un rol masculino”. Amorós, 2000, p. 67. “En 1404, (…) cuenta en La Mutación de Fortuna lo que supuso esa dedicación a la literatura, describiéndola como un cambio o «mutación»: Fortuna la convirtió en hombre para pilotar su nave. Esta metáfora sobre su «masculinización» (…) Para Charity C. Willard, no hay que sacarla de su contexto alegórico y mítico (…) Esa mutación significa también un cambio de papeles: de mujer encargada de tareas domésticas a viuda que lleva el papel tradicional del hombre manteniendo ella a su familia (…) Cristina (…) deja el lirismo personal de las baladas para situarse en el plano de la reflexión y abarcar temas de dimensión tan universal como la condición femenina, la historia de las mujeres o el poder político; inquietudes que llevarán a nuestra autora a interpelar al príncipe y a discurrir sobre la situación del reino, sugiriendo remedios a los males de tan agitada época (…) a lo largo de su obra su pluma recorre siempre los anchos campos de la política”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XVI-XVIII.
(19) “Fue una de las primeras femmes de lettres que convirtió la ocupación intelectual en una profesión, editando los libros que escribía en su taller de copista”. Laurenzi, 2009, p. 305
(20) Frugoni, 1992, p. 407. Régnier-Bohler, 1992, pp. 430 y 433. “En la historia de la literatura francesa, entre 1395 y 1405, Christine de Pizan se impone”. Hernández Álvarez, 2017, p. 23. “La obra de Christine de Pizan fue conocida en la Península Ibérica. Fue traducida al portugués en la segunda mitad del siglo XV y la reina Isabel I de Castilla (Tojal Rojo, 2017, p. 5) la tuvo (en francés) en su biblioteca”. Rivera Garretas, 1996, p. 28. “Su obra (…) también tuvo una gran resonancia en la corte inglesa”. Caso, 2005, p. 69.
(21) Díaz Muriel, 2017, p. 16. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XII. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 260. “Fue la primera escritora que logró ganarse la vida con sus libros”. “Así logró (…) convertirse, seguramente sin pretenderlo y movida por la necesidad, en lo que muchos consideran la primera escritora «profesional» de la historia, la primera al menos, de entre los nombres que conocemos (“la primera mujer escritora reconocida”; Varela, 2008, p. 18), que pudo ganarse la vida con sus escritos”. Caso, 2005, pp. 52 y 69. Fue “la primera ‘femme de letrres’”. Baruque Ruiz, 2019, p. 33.
(22) Mejias Miralles, 2017, pp. 6-7.
(23) Escribió su obra de 1398 a 1429, siempre centrada en la mujer. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXIV. Se conservan 37 obras (Mejias Miralles, 2017, p. 8.) ilustradas “con delicadas miniaturas por su amiga y colaboradora Anastasie, y encuadernados en ricas telas, metales preciosos y bien curtidas pieles”. Caso, 2005, p. 68.
(24) En Francia “vivió hasta su muerte”. Falleció a los sesenta y seis años (Vargas Martínez, 2009, p. 25) en la abadía de Passy. Varela, 2008, p. 18. Era un monasterio dominico, “situado cerca de la capital, donde residía su única hija”. Mejias Miralles, 2017, p. 8. Francia fue un país “que jamás abandonaría desde aquel día de 1368 hasta la hora de su muerte en 1430 (Rivera Garretas, 2005, p. 27), pese a las ofertas que, siendo ya escritora famosa en todas las cortes europeas, había de recibir a lo largo de los años”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XII. “Siempre se sintió francesa de corazón y francesa fue la lengua en la que escribió”. Caso, 2005, p. 52. “En vano Galéna Visconti, duque de Milán, intentó hacerla regresar a Italia. En vano Henri de Lancaster le pidió que fuera a vivir a Inglaterra”. Hernández Álvarez, 2017, p. 22.
(25) “Hay quien ha llegado a afirmar que se pudieran confundir o tomar La Ciudad de las Damas como una traducción francesa del De claris de Boccaccio (…) De hecho, hubo que esperar a que una mujer, Louise de Kéralio (“recuperó para Christine de Pizán la autoría de su libro”; Varela, 2008, p. 19), reivindicara en 1786, es decir, vislumbrándose ya la Revolución Francesa, un texto escrito por una mujer sobre y para las mujeres, para que se acabase leyendo como tal”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLV.
(26) Caso, 2005, pp. 76-77.
(27) Caso, 2005, p. 75. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Opitz, 1992, p. 357. Vargas Martínez, 2009, p. 21. “Las diferencias intelectuales si existen, residen en el nulo apoyo que reciben las féminas”. Ojea Fernández, 2017, p. 72: “Si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos”. De Pizan, 1995, p. 63.
(28) “La Ciudad de las Damas retoma, para aplicarlos a las mujeres, muchos rasgos propios de lo que solía llamarse «espejo de príncipes », es decir, reflexiones didácticas y moralizantes sobre las cualidades necesarias para el ejercicio del poder”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVIII.
(29) Casagrande, 1992, p. 98. Mejias Miralles, 2017, p. 9. Owen Hughes, 1992, p. 174. Vargas Martínez, 2009, p. 21. “Christine de Pizan afirma haber escrito la Ciudad de las damas para refutar las posiciones ‘misóginas’ medievales de textos como el Roman de la Rose de Jean de Meun o las Lamentaciones de Mateolo”. Sampedro López, 2018, p. 39. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 261.
(30) Casagrande, 1992, p. 116. Caso, 2005, p. 75. Laurenzi, 2009, pp. 302 y 305-306. “Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer”. De Pizan, 1995, pp. 6-7. “La obra está dividida en tres partes o libros y cada uno de ellos, a su vez, está compuesto por distintos capítulos: 48 componen el primer libro, 69 el segundo y 19 el tercero. En el capítulo inicial del primer libro se cuenta cómo surgió esta obra y con qué propósito. (…) Estando ‘profundamente inmersa en esos tristes pensamientos’, se le aparecen tres damas que le dan consuelo y le ayudan a salir de su confusión y sus dudas”. Vargas Martínez, 2009, pp. 28-30.
(31) Baruque Ruiz, 2019, p. 34. “Un solo argumento basta, en mi opinión, para considerar La Ciudad de las Damas como la obra clave de la Querella de las Mujeres. Se trata del argumento definitivo y decisivo de dejar de dar crédito al saber masculino, saber que calumnia a todo el sexo femenino sin excepción, un saber arrogante y presuntuoso. Es decir, desautorizar la autoridad masculina, ‘autoritas’ que los hombres se habían arrogado y ejercido hegemónicamente, y creer en sí misma, autorizar su voz y su experiencia como fuente de saber”. Vargas Martínez, 2009, p. 40. “Intrépida, se dispone a contraatacar, a presentar combate allí donde hace ya siglos los hombres disputan”. Se rebeló contra aquellas “autoridades masculinas” (la alta cultura clerical y un saber científico casi exclusivamente masculino: los médicos). Klapisch-Zuber, 1992, pp. 7 y 19. “La concepción de la mujer como un sujeto histórico, produce un interés (…) en autoras de la querella como Christine de Pizan”. Sampedro López, 2018, p. 44.
(32) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XXI-XXIV. “Christine de Pizan recurre a su propia experiencia como mujer”. Sampedro López, 2018, p. 47. “Al lanzarse a hablar públicamente desde la experiencia de su ser de mujer — como decía Christine de Pizan—, las mujeres de la Querella empezaron a penetrar en uno de los terrenos que el discurso masculino les había tradicionalmente vedado como especialmente peligroso: el del cuerpo femenino”. Rivera Garretas, 1992, p. 543. “La intención de legitimarse a sí misma y su propia obra se manifiesta desde las primeras páginas del libro a través de las consignas dadas por las tres damas y sigue, a lo largo de todo el libro, con el uso reiterado de la primera persona – ‘Moi, Christine’. Christine es, en este sentido, un ejemplo de mujer que, otorgando consideración a las experiencias femeninas, sabe ejercer un poder, entendido como capacidad y posibilidad de influir en el mundo”. Laurenzi, 2009, p. 309. “Christine decidió tomar la palabra y determinó actuar porque, como ella misma dice, había llegado el momento de que las mujeres tomasen la palabra, era hora de poner fin a esa situación de difamación, menosprecio, desvalorización y condena de la naturaleza femenina”. Vargas Martínez, 2009, p. 40. “La palabra femenina se instaura en el espacio cultural de las letras con ciertas mujeres del mundo secular fuertemente comprometidas, como Christine de Pizan, pero sobre todo con mujeres pertenecientes al dominio de lo sagrado, palabras de monjas, de beguinas, de reclusas”. Régnier-Bohler, 1992, p. 426.
(33) Baruque Ruiz, 2019, p. 33.
(34) “Era consciente de que el tema de la naturaleza femenina había sido fundamental para definir los papeles asignados a las mujeres”. Fuente, 2009, p. 13. “Christine comprende que son portadoras de un hábito que otros han confeccionado. Efectivamente, quienes las han calificado de ‘esencialmente malas e inclinadas al vicio’ son los hombres”. Klapisch-Zuber, 1992, p. 7. “’Género’ es un término moderno, malsonante a veces en el uso que se le da en la crítica feminista desde la década de 1970. El concepto de género es, en cambio, mucho más antiguo, y fueron precisamente las pensadoras de la Querella las primeras —que sepamos— que lograron identificarlo, aunque sin llegar a nombrarlo. Ellas se dieron cuenta de que lo que los hombres decían sobre el cuerpo femenino, los horrores que le atribuían y que —según ellos— hacían necesaria la subordinación de las mujeres a los hombres, no coincidía con su propia experiencia. Formularon entonces el principio —fundamental hasta hoy en el pensamiento feminista— que dice que esa subordinación es de carácter social, no determinada por la fisiología del cuerpo de mujer. Es decir, que los contenidos negativos que le atribuían los filósofos eran pura construcción, discurso, pues, de género. Y, por tanto, modificables. De este argumento, que Christine de Pizan formuló lúcidamente en La Cité des Dames (“la conciencia del carácter construido del género o la concepción de lo femenino como proyección masculina”; “su conciencia del carácter construido, social y arbitrario de la diferencia entre los sexos – es decir de lo que hoy llamamos gender – ”; Laurenzi, 2009, pp. 301 y 307-308) se hace eco Isabel de Villena (…) en su Vita Christi”. Rivera Garretas, 1992, pp. 541-542.
(35) Ver (31).
(36) Baruque Ruiz, 2019, pp. 28 y 34-35. Razón es “la primera que toma la palabra, consuela a Christine alentándola a fiarse de su saber (…) Le recomienda que no dé crédito a la opinión y testimonio de los autores”. Vargas Martínez, 2009, pp. 30-32. “(…) las grandes señoras alegóricas (…) no parecen sentir mucha piedad hacia los hombres, igual que ellos no la demuestran en sus palabras hacia las mujeres”. Caso, 2005, p. 76.
(37) “Muchos hombres han acusado a las mujeres por distintas razones: los unos impulsados por sus vicios, los otros debido a la invalidez de su propio cuerpo, algunos por pura envidia y en mayor medida porque les gusta hablar mal de la gente; finalmente existen otros que para demostrar lo mucho que han leído sólo se basan en lo que han encontrado en los libros y se limitan a citar a los autores, repitiendo lo que ya se ha dicho”. De Pizan, 1995, p. 19.
(38) Caso, 2005, p. 76.
(39) Laurenzi, 2009, p. 306.
(40) Baruque Ruiz, 2019, p. 34. De Pizan, 1995, pp. 11-12, 156 y 119-120. Laurenzi, 2009, pp. 306 y 310. Varela, 2008, p. 19.
(41) Laurenzi, 2009, pp. 306-307 y 312.
(42) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLIII. Varela, 2008, p. 19. También puntualiza que las mujeres no se arreglan para seducir al hombre, haciendo una defensa del adorno femenino (Baruque Ruiz, 2019, p. 23; Mejias Miralles, 2017, p. 16; Rivera Garretas, 1996, p. 37): “(…) a las mujeres hermosas que visten elegantemente no hay que reprochárselo ni pensar que sólo lo hacen para coquetear con los hombres porque a todo el mundo, sea hombre o mujer, le puede encantar la belleza, el refinamiento, las prendas vistosas, el ir bien aseado y con dignidad y distinción. Si este deseo es natural, no hay por qué evitarlo, ni va en contra de otras cualidades”. De Pizan, 1995, pp. 194-195.
(43) Milagros Rivera y Yolanda Beteta analizan La Ciudad de las Damas como una ginecotopía: Rivera Garretas, 2005, p. 27 y Beteta Martín, 2016, pp. 88-89. “Una ciudad a modo de ‘ginecotopía’ (Laurenzi, 2009, p. 309) (…) Una ciudad definida por la propia Christine como ‘el Nuevo Reino de Femineidad’ (De Pizan, 1995, p. 118)”. Baruque Ruiz, 2019, p. 34.
(44) De Pizan, 1995, pp. 39-50. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXXVI. “Christine de Pizan en El Libro de La Ciudad de las Damas recrea el mito de las amazonas como una ginecotopía en la que las relaciones no están condicionadas por los lazos de parentesco sino por la hermandad y solidaridad entre las mujeres. Una sociedad de ‘hermanas y de amigas, no de familias, un sistema político cuyo poder organizativo es la virtud y no el lugar que se ocupe en el sistema de parentesco’. Una sociedad en la que las mujeres no son objetos de intercambio entre las redes de solidaridad masculina sino sujetos sociales capaces transgredir la tradicional división de los roles de género”. Beteta Martín, 2016, pp. 88-89
(45) Beteta Martín, 2016, pp. 86-88. “Ahora empieza la era del Nuevo Reino de Femineidad, muy superior al antiguo reino de las amazonas. Porque las damas que habiten aquí no tendrán que marcharse para concebir y dar a luz a nuevas herederas que mantengan sus posesiones y perpetúen su linaje. Quienes se alojen aquí, ahora, vivirán en esta Ciudad eternamente”. De Pizan, 1995, p. 118.
(46) Laurenzi, 2009, p. 310. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXVII. También usa como referente la obra de Boccaccio De ilustris mulieribus. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 262. Vargas Martínez, 2009, pp. 38-39.
(47) Laurenzi, 2009, p. 308. Vargas Martínez, 2009, p. 33.
(48) Díaz Muriel, 2017, p. 16. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVIII. Mejias Miralles, 2017, p. 10. “La ciudad de las damas se considera uno de los primeros textos escritos en defensa de las mujeres.”. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Es una original reconstrucción de la historia de las mujeres y de las genealogías femeninas”. Vargas Martínez, 2009, p. 21.
(49) De Pizan, 1995, p. 160. Laurenzi, 2009, p. 309.
(50) De Pizan, 1995, p. 120.
(51) “Según Kelly, La ciudad de las damas se puede definir como un primer ensayo de Women Studies, pues no sólo pone a las mujeres en el centro, como objeto de investigación, sino que cuestiona el sexismo implícito en los criterios epistemológicos de observación y de interpretación de la realidad”. Laurenzi, 2009, p. 309.
(52) “El bien público o común no es otra cosa que el general provecho para una ciudad, un país o una comunidad. Donde todos los miembros, hombres y mujeres, toman parte y disfrutan de algo. En cambio, lo que se hace en bien de unos pocos, a exclusión de otros, no puede llamarse bien público sino privado o propio. Menos aún, si se coge algo a unos para dárselo a otros, en cuyo caso ya ni sería bien privado o propio sino robo calificado, algo hecho en perjuicio de unos y a favor de otros”. De Pizan, 1995, p. 179. “La acción más significativa de Christine consiste en la afirmación de que los valores femeninos puestos como fundamento de su ciudad no conciernen solo a las mujeres, sino a la humanidad entera. La Ciudad de las damas no está edificada para obtener una revancha contra los hombres o formar un ambiente separado. Se trata más bien de ‘uno spazio femminile in cui sia possibile sperimentare una nuova libertà, per le donne e per gli uomini insieme’”. ”. Laurenzi, 2009, pp. 312-313.
(53) “Christine desplaza radicalmente el centro de la historia humana desde las experiencias masculinas a las femeninas, que considera pertinentes para la definición del bien común o colectivo”. Laurenzi, 2009, p. 312. Christine inaugura el rechazo a la tradición masculina. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 281.
(54) Vasquez, 2009, p. 89.
(55) “Con esta obra Cristina también participó en la llamada Querelle du Marriage (Querella del Matrimonio), con su defensa del matrimonio y del amor entre los cónyuges diciendo que ‘hay parejas que viven en harmonía, llevándose ambos con amor y fidelidad’ (De Pizan, 1995, p. 120) poniéndose Christine como ejemplo”. Baruque Ruiz, 2019, p 35. “Christine de Pizan, por ejemplo, defiende el papel de la mujer en el matrimonio, siempre que haya, por las dos partes, amor y fidelidad”. Sampedro López, 2018, p. 47.
(56) “Ese reino femenino estará presidido por una reina ejemplar: la Virgen María, modelo de perfección que toda mujer medieval intentaba imitar”. Vasquez, 2009, p. 96. “(…) una ginecotopía perfectamente cristiana escrita en 1405, en la que su autora imagina una unidad política nueva y sexuada, habitada solo por mujeres y presidida por la figura de María de Nazaret, madre virgen”. Rivera Garretas, 2005, p. 27.
(57) Amorós, 2000, p. 71 – Ver (3) –.
(58) Como explica Celia Amorós, para Christine las diferencias estamentales (entre las clases sociales), eran legítimas y razonables, como también lo era la diferencia jerárquica de los roles sociales entre hombres y mujeres. “No se habla de igualdad en los derechos ni en el ejercicio de las funciones: se sigue razonando en términos de la excelencia y la inferioridad. Sólo que aquella se determina por desde criterios éticos que vienen definidos por el valor emergente del mérito. Sin embargo, el mérito no se esgrime, como se hará más tarde, como elemento de legitimación alternativo e impugnador de las codificaciones estamentales y de género, sino como aquello que convalida en términos de calidad ética el desempeño diferencial de las funciones. (…) No puede, por definición, tener más mérito ser hombre que ser mujer, pues mérito no es una característica adscriptiva, imputable al nacimiento, sino una característica adquirida. Se es meritorio por desempeñar bien, desde el punto de vista ético, los cometidos asignados en función del rol sexual, así como social, que a cada cual le es adjudicado”. Amorós, 2000, pp. 72-73. “Aunque Pisan no cuestionó la jerarquía del varón ni exigió la igualdad social entre los dos sexos, sí que se le puede considerar la primera voz con rasgos feministas, pues atacó las ideas dominantes sobre la inferioridad e intrínseca maldad de las mujeres”. Pérez Garzón, 2011, p. 30.
(59) “En la acepción de Christine, la palabra indica todas las mujeres dotadas de virtud, de cualquier clase y rango (…) Christine se desvincula de los criterios de la sangre y de las castas”. Laurenzi, 2009, p. 312. “Escribe su libro para todas las mujeres, porque todas las que quieran desarrollar sus cualidades pueden ser acogidas como damas en su Ciudad”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXXIII. “En efecto, las mujeres llamadas a poblar esta ciudad son las virtuosas y sabias de todos los tiempos entre las que se encuentran algunas reinas y damas nobles del Medioevo, santas y mártires, diosas paganas y mujeres de la antigua Roma. Cristina no hace ninguna distinción entre ellas ya que considera que todas son mujeres ilustres y verdaderos ejemplos de virtud capaces de derribar las opiniones misóginas imperantes”. Vasquez, 2009, p. 96.
(60) De Pizan, 1995, p. 6.
(61) De Pizan, 1995, p. 188.
(62) De Pizan, 1995, p. 230. “La tercera y última parte de la obra, la más breve de las tres, trata de la finalización de la Ciudad y de las mujeres que la habitarán, siendo Justicia la encargada de esta misión”. Vargas Martínez, 2009, p. 37.
(63) Según explica Celia Amorós: “Ella construirá su ciudad, la Cité des Dames, para acoger a aquellas que con toda legitimidad se van a sentir agraviadas por las palabras ofensivas del autor de la segunda parte del Roman de la Rose, pero sus murallas no protegerán a esos ‘monstruos’ que son las mujeres de vida disoluta. Para decirlo en el lenguaje caro a los postmodernos, Christine de Pizan deconstruye el genérico femenino y califica de contraria a la justicia la práctica de condenar ‘femmes en bloc’ con el pretexto de proteger a los hombres de los prejuicios que puedan sufrir por parte de algunas indignas. Su tratado podría ser inscrito de este modo en el género ‘memorial de agravios’ (“esto es, mera denuncia de situaciones específicas sin un proyecto claro”; Ojea Fernández, 2017, p. 70), pues se trata de tomar la defensa de las ‘les femmes ilustres de bonne renommée’, de las ‘femmes méritantes’”. Amorós, 2000, p. 67. “Christine de Pizan, Laura Cereta, Nicolosa Sanuti o Teresa de Cartagena no defienden que todas las mujeres participen en el ámbito público, o que todas las mujeres pueden decidir sobre su vida independientemente. Su defensa es una defensa de un conjunto de mujeres particular: las nobles, las virtuosas, las intelectuales”. “la defensa de las mujeres no es una defensa de todas las mujeres, sino de las mujeres que pertenecen a un grupo social determinado, que se guía por valores intelectuales, éticos y sociopolíticos”. Sampedro López, 2018, pp. 47 y 48.
(64) “Derechura (…) ayuda a la protagonista a levantar los edificios y calles que configuran el interior de la ciudad y sus diálogos con ella articulan el segundo libro (“Aquí empieza la segunda parte del libro de La Ciudad de las Damas, donde se cuenta cómo y por quién fue construida la Ciudad dentro del recinto y quiénes vinieron a poblarla”; De Pizan, 1995, p. 101). En él se valoran las cualidades femeninas que rigen La Ciudad de las Damas. Christine destaca, entre otras: el amor filial, la constancia, la castidad, la fidelidad amorosa femenina y el amor conyugal, cualidades que los misóginos negaban a las mujeres, y que la autora ilustra con numerosos ejemplos de mujeres del pasado”. Vargas Martínez, 2009, p. 34. “Christine de Pizan emplea (…) relatos que no justifican su intervención como mujer, sino como mujer noble, virtuosa y educada. En su obra, la Ciudad de las damas, (…) la Razón, la Rectitud y la Justicia (…) funcionan como una estrategia de autorización: se está indicando que su defensa de las mujeres se basa en la razón, la rectitud y la justicia, de forma que el motivo por el que puede hablar en público es debido a que tiene estas tres virtudes. Así, el motivo por el que puede participar en un debate público son sus capacidades intelectuales (Razón), éticas (Rectitud) y sociales (Justicia), lo que implica que quienes no participen de dichas capacidades, no deberían intervenir en el ámbito público. Se presenta, así, una normatividad, que se ve reforzada cuando se introduce la ciudad de las damas como una ciudad a las que únicamente tienen acceso aquellas mujeres que sean nobles y virtuosas”. Sampedro López, 2018, p. 48.
(65) “De acuerdo con la interpretación de Régine Pernoud, Christine de Pizan es una nostálgica por la pérdida de los antiguos valores caballerescos, que reprocha a la nobleza no estar a la altura de lo que implica el ‘nobleza obliga’ (…). Parecería como si, para compensar esa pérdida, se aplicase ella misma a la tarea con celo tanto más renovado: ella hace por las mujeres – y por sí misma y comprise – lo que los nobles hacían y deberían seguir haciendo pero ya no hacen: defender el honor de las mujeres. (…) Christine de Pizan transpondrá los valores del código caballeresco, como valores sociales perdidos, a un registro ético personalizado: la defensa de las mujeres es tarea que se propone ‘a todos los hombres responsables’ que resultan ser los ‘verdaderos caballeros’, a diferencia de los villanos que son tales, no en virtud de su origen social, sino de su indigno comportamiento con las damas. Damas, a su vez, no son sólo las nobles por nacimiento, sino todas aquellas que por su conducta virtuosa merecen serlo: las que son simbólicamente convocadas a presentar sus quejas ante una corte de amor a la antigua usanza presidida en este caso, a instancias de nuestra autora, por la propia reina Isabel de Francia. (…) De este modo, se lleva a cabo una labor de re-significación de toda la antigua simbólica del universo cortés en clave de los nuevos valores emergentes de la incipiente sociedad urbana, re-significación por la cual los valores el antiguo código reciben una inflexión a través de la idea del mérito y se transforman en normas éticas racionalizadas. En estas condiciones, no es de extrañar que La Cité des Dames resulte un texto ‘fundamentalmente ambiguo’ (…) no podemos ver en él el texto fundacional del feminismo en la medida en que se pondría en él en boca de mujer la réplica acerca del tema de la identidad femenina, provocada por el debate en torno a una supuesta problematización de tal identidad – a la vez que la generaría mediante el discurso literario. Como lo afirma Romeo de Maio, es una ‘denuncia sin proyecto’, si bien es ‘la primera página fuerte de la conciencia femenina’. Lo cual no significa que sea feminista sin más. (…) Entendemos por feminismo, de acuerdo con una tradición de tres siglos, un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos. En la medida en que ello se traduce en un género literario, no llamaríamos feministas, hablando ‘con propiedad’ (…) aquellos textos pertenecientes al género que hemos denominado ‘memorial de agravios’, sino lo que podríamos subsumir bajo la rúbrica de ‘vindicaciones’. No se trata sólo de tomar la palabra en el espacio público, lo que sin duda es fundamental. Se trata también de lo que se dice en él”. Amorós, 2000, pp. 67-70.
(66) Vargas Martínez, 2009, p. 34.
(67) Aunque en Christine “la función pacificadora de la mujer parece adquirir una connotación menos pasiva y extenderse activamente también fuera de los muros domésticos”, “la misma Christine de Pizan considera la humildad y la obediencia como un componente fundamental, aunque no único, del amor al marido”. “Sobre todo en las páginas del Livre des trois vertus, de Christine de Pizan, es donde la mujer se presenta como la más valiosa consejera del marido y la guía espiritual para su salvación (…) la palabra femenina se ha convertido en el instrumento para una pastoral doméstica y las mujeres pueden cumplir de pleno derecho su función de ayuda para la salvación de los maridos”. Vecchio, 1992, pp. 127, 130 y 135. “Es acerca de su defensa del matrimonio en donde muchos estudiosos de su figura han visto rasgos de un conservadurismo que rozaba el pensamiento patriarcal, puesto que instaba a las mujeres casadas a que a pesar de los malos tratos de los maridos continuasen con ellos ayudándoles a cambiar de comportamiento”. Baruque Ruiz, 2019, p. 36.
(68) De Pizan, 1995, pp. 230-231.
(69) Díaz Muriel, 2017, p. 18. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XXXIX- XLI.
(70) “Rechazad a los hipócritas que se valen de las armas de la seducción y de falsos discursos para robaros vuestros más preciados bienes, el honor y una hermosa fama. Huid, damas mías, huid del insensato amor con que os apremian. Huid de la enloquecida pasión cuyos juegos placenteros siempre terminan en perjuicio vuestro”. De Pizan, 1995, p. 231.
(71) “Frente a todas esas obras moralizantes que avisaban a los hombres del peligro de las mujeres y de casarse con ellas (…) Christine invirtió el mensaje y advirtió a las mujeres ‘en no escuchar a los hombres, siempre dispuestos a engañar a las mujeres que se abandonen a sus pasiones’ (De Pizan, 1995, p. 192) (…) En opinión de M. Lemarchand, lo que intentaba plasmar Cristina era una defensa de las mujeres casada fiel a su marido, frente a toda la literatura de los fabliaux y dits, que criticaban a las mujeres y al matrimonio y que surgieron a partir del siglo XIII y sobre todo en el siglo XIV como reacción a aquella literatura cortesana en favor de las mujeres. Un ejemplo de esa literatura misógina y misógama fue la obra del clérigo italiano Giovanni della Casa titulada An uxor sit ducenda (1537), en donde afirmaba que las mujeres eran todas feas y que al final los maridos se cansaban de ellas”. Baruque Ruiz, 2019, pp. 35-36.
(72) Caso, 2005, p. 55. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XIII-XIV. Mejias Miralles, 2017, p. 6. Sampedro López, 2018, p. 39.
(73) “Hasta Christine de Pizan parece compartir esta concepción por la cual la madre, naturalmente inclinada a hacerse cargo de los hijos, debe delegar al padre toda función educativa; sin embargo, en el ámbito de tal actitud natural, Christine consigue reconducir una serie de funciones que terminan por reconocer en la mujer una especificidad pedagógica propia. De tal manera, para la princesa, la atención a los hijos se traduce en control de lo que hagan los maestros y los preceptores escogidos por el marido, control que no se limita a vigilar el comportamiento moral de los que son propuestos a la educación de los niños, sino que se extiende a los contenidos mismos de la doctrina: la madre cuidará que los hijos aprendan ante todo a servir a Dios, que estudien letras, latín, ciencias; se ocupará de que, una vez crecidos, aprendan moral y a vivir en el mundo; se ocupará de que también las mujeres aprendan a leer y vigilará personalmente sus lecturas. Pero esta función no se limita a las mujeres nobles; según el lugar que ocupen en la jerarquía social, las madres están investidas de funciones educativas específicas: las mujeres burguesas educarán personalmente a los hijos, las mujeres de los artesanos les enseñarán a leer y escribir y se cuidarán de que, apenas sea posible, aprendan un oficio, las mujeres de los trabajadores se ocuparán predominantemente de la moral controlando con atención sus comportamientos”. Vecchio, 1992, p. 143.
(74) “Las críticas hechas a su supuesta «ambigüedad y conservadurismo» siempre arrancan de una falta de perspectiva histórica. Se nos escaparía el verdadero significado de La Ciudad de las Damas si nos olvidáramos del contexto en que Cristina escribió su libro”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLIII. “Hoy puede llamar la atención, la defensa y elogio que la autora hace de la institución matrimonial y parecer que su postura es retrógrada o conservadora. Sin embargo, teniendo en cuenta la sociedad en la que vivía, el alcance de su opinión debe ser valorado de muy distinta manera tanto ideológica como políticamente. Christine como intelectual humanista y laica era partidaria del matrimonio frente al celibato, defendido férreamente por el clero; y, por otro lado, atacar y menospreciar el estado matrimonial en esos momentos suponía atacar y menospreciar a las mujeres”. Vargas Martínez, 2009, p. 34.
(75) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XX y XLIII. Mejias Miralles, 2017, pp. 14-15. “Recientes aproximaciones feministas a la obra de las precursoras de la disputa coinciden en resaltar que justamente es Christine de Pizan (1364-1430) quien inaugura tanto la tradición de que unas mujeres escriban sobre la excelencia de otras mujeres (aportación en el discurso más teórico) como la de que aquellas que escriben relatos sobre otras (aportación más subjetiva8). Además, ella, que es la primera escritora que participa activamente en la disputa, pasa asimismo por ser la primera profesional de las letras”. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 260.
(76) De Pizan, 1995, p. 231.
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