Christine de Pizan y su Ciudad de las Damas: una ginecotopía medieval

Ya os he contado la historia de la Querella de las Mujeres y os dije que todo empezó con Christine de Pizan y su obra La Ciudad de las Damas, de 1405 (1). Ahora, ha llegado el momento de contaros la historia personal de Christine. Y, ya que estamos, también os revelaré los secretillos que esconde su libro. Así entenderéis porqué se considera que tanto Christine de Pizan como su Ciudad de las Damas son proto-feministas (2). Eso sí, muy proto; aún estamos muy lejos de lo que será el feminismo, con sus vindicaciones (3), ya os contaré por qué. Sin más, bienvenidas al universo de Christine, a su habitación propia (4).

Christine de Pizan Ciudad de las Damas Querella de las Mujeres

Christine de Pizan: la primera escritora profesional de la Historia

Christine de Pizan nació en Venecia, en 1364 (5). Pero, cuando solo tenía tres añitos, su familia se mudó a París (6). Y recibió una educación de lujo y excepcional para una mujer de su época. Su padre era el médico del rey de Francia – Carlos V de Valois, «el Sabio» –, por lo que la pequeña Christine se crio en la Corte francesa. Por ello, tuvo acceso a conocimientos científicos y filosóficos, algo bastante inaudito. En este sentido, fue una mujer medieval totalmente inusual. Ya os conté que, gracias a la llegada del Humanismo, las mujeres de alta alcurnia tuvieron acceso a la educación. Y, precisamente, criarse en la corte francesa y que su padre participara del Humanismo, le dieron a Christine esta ventaja (7).

Su padre jugó un papel importantísimo en su educación y formación. Aunque no sabemos si Christine estudió en casa – a cargo de su propio padre o de algún tutor – o en una escuela – monacal, para las hijas de la nobleza, o tal vez laica, regida por maestras – (8). Fuera como fuese, el caso es que el nivel intelectual tan alto que Christine de Pizan alcanzó no era habitual ni siquiera entre aquellas mujeres privilegiadas (una minoría) que tuvieron acceso a la educación, gracias a la llegada del Humanismo (9). – Recordad que ya os conté que la educación que se les ofrecía a las mujeres de alta alcurnia era limitada –.

El amor de Christine

Con quince añitos, Christine se casó con el notario y secretario del rey. Y, pese a ser aún una chiquilla, y que aquello olía a matrimonio de conveniencia que tiraba para atrás, fue feliz (10). Es más, tanto en sus poemas como en su prosa, Christine no se cortó un pelo en gritar a los cuatro vientos y abiertamente que había amado a su marido intensa y apasionadamente (11). Pero este amor tuvo una pronta fecha de caducidad. Y, no quiero ser cruel, pero ¡menos mal! Porque de ser de otra manera, nos hubiésemos perdido su obra literaria.

Cristina de Pisán de Pizán biografía
Ilustración de Isabel Ruiz Ruiz.

Resiliencia en estado puro

El caso es que, a los veinticinco años, Christine de Pizan ya era huérfana y viuda. Así que, con tres churumbeles más otros familiares a su cargo, Christine tuvo que buscarse las habichuelas y ganarse el pan, para sacar adelante a toda la familia. Porque su papi, que cuando Francia cambió de rey perdió todos sus apoyos en la corte, los había dejado de deudas hasta arriba, y al rey se le había pasado pagarle el sueldo a su marido. Además, el marido muy espabilado no era, porque unos mercaderes le habían birlado la dote de sus hijos. Así que Christine se tuvo que meter en pleitos y juicios para recuperar parte de lo que era suyo – y ya conocemos la lentitud de la justicia –. Para rematar esta serie de catastróficas desdichas, este desastre económico también coincidió con el fallecimiento de su recién nacido (12).

Christine se quedó devastada y nunca superó el mazazo de perder a su marido. Es más, no volvió a casarse ni mantuvo relaciones íntimas con ningún otro hombre. Lo idealizó hasta decir basta. Hasta confesó que incluso estuvo barajando la idea de suicidarse, no solo por haber perdido a su amado, sino porque se vio obligada a convertirse en la cabeza de familia, en un mundo absolutamente hostil para una mujer (13). Normal que sintiese vértigo y le entrasen los paraliles. Sin embargo, Christine consiguió vencer ese pánico. Los reveses que le había atizado la vida la convirtieron en una mujer valiente y emprendedora. Pues no le quedó otra que levantar la cabeza (14).

Christine de Pizan, la femme de lettres

¿Cómo se sobrepuso y se lo montó Christine para salir adelante? Pues lo hizo pluma en mano, dedicándose a la literatura, desde 1390, y defendiendo encarecidamente a las mujeres de la misoginia imperante. Pudo hacerlo gracias a la ayuda de mecenas que apoyaron su labor literaria, como la propia reina de Francia, Isabel de Baviera (15). Su fama de abanderada de las mujeres se consolidó con la publicación de La Ciudad de las Damas, en 1405. Aunque muchas de sus obras en verso anteriores ya apuntaban maneras (16). Así, la literatura y sus ansias de conocimiento le salvaron la vida: no solo le resolvieron el tema económico, sino que permitieron que se recompusiese anímicamente. La Biblioteca Real y su «pequeño estudio» se convirtieron en su habitación propia, en su refugio (17).

De esta manera, Christine de Pizan pasó de ser la típica esposa que se encargaba del hogar y los hijos, a una viuda que adoptó el rol tradicional del hombre, manteniendo a toda su familia. Y, además, lo hizo con mensaje político y abordando la condición femenina (18). Algo también absolutamente extraordinario en su época.

Christine de Pizan Isabel de Baviera
Christine presentándole su libro a la reina Isabel de Baviera. Fuente.

Su gran legado literario

Y no solo se ganó la vida escribiendo, sino también como copista de manuscritos (19). De hecho, es la escritora laica más representativa de la Edad Media. Y una figura importantísima en la Historia de la literatura francesa (20). Y es que Pizan, gracias a su alto nivel cultural, se convirtió en la primera escritora profesional de la Historia (21). También, en la primera editora (22). Toda una proeza, a caballo entre los siglos XIV y XV. Y lo mejor: su obra, escrita a lo largo de más de treinta años (conservamos 37 obras, que ella misma hacía editar en bellísimos libros copiados a mano, en París, ilustrados con miniaturas realizadas por una amiga y encuadernados de forma exquisita), siempre se centró en la mujer (23).

Cómo intentaron borrar a Christine de Pizan de su propia obra maestra

Sus últimos años, los pasó en el monasterio de Poissy. Christine de Pizan falleció en 1430, en Francia, donde siempre vivió, a pesar de haber recibido múltiples ofertas de trabajo, tras convertirse en una escritora famosa (24). Pero fijaos en cómo es el machismo, que su obra más distintiva, La Ciudad de las Damas, le fue adjudicada a Boccaccio, hasta 1786. Christine estuvo más de 300 años borrada de su propia obra maestra (25). Y no es la única escritora que lo ha sufrido. Parece que en la mente de muchos no cabe que una mujer pueda ser una escritora brillante. Que se lo pregunten, por ejemplo, también a Mary Shelley, porque la autoría de Frankenstein se la adjudicaron en un principio a su marido…

La Ciudad de las Damas cayó en el olvido hasta el siglo XIX, cuando creció el interés por el Medievo y se volvió a rescatar. Aunque las opiniones de críticos e historiadores sobre Christine y su obra rezumaban misoginia que tiraba para atrás. Ha sido la crítica feminista, ya en el siglo XX, quien rescató a Christine de Pizan y a su obra y les otorgó el lugar que se merecen (26).

La Ciudad de las Damas: el punto de partida de la Querella de las Mujeres

Con La Ciudad de las Damas, Christine de Pizan defendió el sexo femenino y sus capacidades intelectuales, morales, políticas e incluso guerreras (27). Lo hizo reflexionando sobre las cualidades que son necesarias para el ejercicio del poder (28) y atacando a la misoginia dominante en la educación y en la religión (29). Y empieza fuerte, contando cómo le era imposible recordar alguna obra que hubiese leído – escritas por hombres, como no – que no despreciase a las mujeres, tachándolas de seres inferiores y de bocachanclas y chismosas infravalorando totalmente la palabra de la mujer . ¡Y cómo se lo había llegado a creer! A pesar de no sentirse identificada con esa sarta de machiruladas (30).

El caso es que Christine tomó conciencia de que era una mujer en un mundo dominado por los hombres. Y decidió no conformarse: cuestionó la autoridad masculina y tiró por tierra el discurso patriarcal, para situar a las mujeres como sujetos plenos de la Historia (31). Aunque no a todas, como veremos .

«Yo, Christine»

Para meterse en faena, lo primero que hace Christine es tomar la palabra y hablar con voz propia, en base a su propia experiencia como mujer. ¡Que ya estaba bien de que nos silenciasen! Su emblemático «Yo, Christine» es todo un símbolo (32). Y es que, con ello, situó la palabra de la mujer en la esfera pública, otorgándole así un poder que no había tenido hasta ese momento (33).

Además, ella, que de tonta no tenía ni un pelo, sigue reflexionando. Hasta que llega a la conclusión de que todas esas etiquetas de «malas», «viciosas», «petulantes» e «imperfectas» nos las habían colocado, por la cara, los hombres. Ojo, porque la amiga se cosca, ya en el siglo XV, de lo que supone el género: la subordinación de la mujer al hombre es social, no natural o biológica (34). Sí, manda narices que Christine de Pizan, en la Edad Media, ya sospechase que sexo y género son dos cosas bien distintas y a día de hoy se tenga tal cacao mental, que da hasta cosica

El caso es que Christine lo tuvo claro: ¡había llegado el momento de contraatacar a los señoros! (35).

Justicia, Rectitud y Razón: virtudes que ayudan a construir la Ciudad de las Damas

Christine de Pizan inventa una ciudad ideal para las mujeres, apoyándose en tres virtudes: Justicia, Rectitud y Razón, con las que dialoga. Estas figuras alegóricas le explican a Christine los porqués del desprecio de los hombres hacia las mujeres. Y, ¡oh, sorpresa!, la naturaleza no tiene nada que ver (36). Unos las atacan por lascivos y viciosos, otros porque son tan inválidos que no dan para más, otros por pura envidia, o por ignorancia, o porque tienen tanto veneno en la lengua que, si se muerden, se envenenan (37).

Una vez que ponen sobre la mesa el machismo al que se enfrentan las mujeres, le proponen a Christine construir un lugar utópico, una ciudad donde poder reunir a todas las mujeres que a lo largo de la Historia han demostrado su valía en los campos más diversos (38).

Denunciando la violencia sexual

¿Cuál es el objetivo de Christine de Pizan? Pues cargarse la misoginia imperante y establecer una nueva manera de convivir con los hombres (39). Denuncia que las mujeres están abandonadas y que necesitan una ciudad para que las proteja contra la violencia y las agresiones de los hombres. – Porque Pizan habla en su obra sobre las violaciones y la violencia machista que sufrían las mujeres de su época –. También la necesitan para poder expresarse, para reflejar su visión del mundo y para dar forma a su conocimiento. Digamos que su ciudad podría parecerse a un espacio seguro (40).

La Ciudad de las Damas justicia, rectitud y razón
Christine con justicia, rectitud y razón. Fuente.

Así que, primero, «limpia el terreno», cargándose los prejuicios misóginos contra las mujeres. Y, después, edifica su ciudad simbólica, «la ciudad de la ley«, destruyendo la valoración que hacían los hombres de las características de las mujeres (41). Así, defiende la imagen del cuerpo femenino como sano y hermoso, fuente inagotable de confianza, enfrentándose a aquella imagen misógina de «bellas atroces» que nos habían colgado (42).

Cómo crear una utopía a partir del mito de las amazonas

La Ciudad de las Damas es una utopía basada en la hermandad y la sororidad entre mujeres – una ginecotopía (43) , donde las relaciones sociales no dependen de los lazos de parentesco ni del rango social. Por lo que las mujeres no son objetos que los hombres se intercambian, como estampillas – cosa que sí sucedía en el mundo real, donde el dueño de una mujer, primero, era el padre y, luego, el marido –, sino sujetos. Y para construir esta ciudad, Pizan se sirve del mito de las amazonas – además de las biografías de muchas mujeres fuertes y significativas de la Historia – (44).

Las amazonas – remarquemos bien que son un mito – eran guerreras que convivían en una sociedad de mujeres, para mujeres, anulando por completo el poder masculino. Así, simbolizan el poder de las mujeres, su libertad, la transgresión de las normas de género y el triunfo del matriarcado (45).

Reescribiendo la Historia de las Mujeres

La referencia que toma como modelo Christine de Pizan para crear su obra es la Ciudad de Dios de San Agustín: la transforma y seculariza, desafiando por completo la autoridad masculina (46).

Poniendo ejemplos de mujeres que, a lo largo de la Historia, han gobernado y batallado, han sido filósofas, científicas, inventoras, y un largo etcétera, Christine va demostrando que las mujeres podemos realizar cualquier tarea, incluso las consideradas «masculinas». Por lo tanto, los roles y estereotipos de género que se nos impone a las mujeres por nuestro sexo no son inmutables, porque los hemos transgredido, una y otra vez, en distintas épocas y circunstancias (47). Christine ilustra las virtudes a través de las vidas y hazañas de estas mujeres, con las que va construyendo su texto y su ciudad. Porque La Ciudad de las Damas es una historia de las mujeres y un alegato en su defensa (48).

Christine de Pizan La Ciudad de las Damas

Pero Christine va más allá, y pone de manifiesto que las características de lo «femenino» no nos describen objetivamente a las mujeres, sino que son la proyección de los intereses, deseos y miedos de los hombres. ¡Es lo que nos oprime! Un auténtico abuso de poder por parte de los hombres (49). Que os lo diga Christine:

Todas las necedades y tópicos que se cuentan sobre las mujeres son mentiras. Han sido inventadas y están siendo forjadas todavía hoy a partir de la nada y en contra de toda verdad. Porque son los hombres los que mandan sobre las mujeres y no éstas sobre sus maridos (50).

Así que Christine de Pizan, en 1405, puso el foco de atención sobre las mujeres – ya estaba bien – y se querelló contra el sexismo imperante (51).

Señoros, aunque sea por el bien común…

Pero la ciudad de Christine no consiste en una revancha en contra de los hombres. Tampoco pretende que sea un refugio exclusivo de mujeres y que estas vivan al margen o separadas de los hombres. Más bien, de lo que se trata es de luchar por el bien común o público, por lo mejor para todas y todos. Porque no haya unos que avasallen y sometan a otras. Porque la sociedad sea más justa (52). Y, por primera vez, pone el foco en la Historia de las mujeres, en su experiencia. Pues la considera indispensable para lograr ese bien común. – No podemos olvidar que la visión histórica siempre había sido la masculina – (53).

Los puntos flojos de Christine de Pizan y su Ciudad de las Damas

Lo bonito ya os lo he contado, pero ahora toca poner los pies en la tierra. Sí, Christine de Pizan fue una pionera y un portento en su época, pero no podemos caer en el error de idealizarla. Al fin y al cabo, era una mujer medieval y hay que entenderla en ese marco. No era una rebelde empedernida, puesto que acataba el orden y las estructuras estamentales. Solo que, ante la injusticia y la subestimación que percibió por parte de los hombres, reaccionó (54). Muy bien por ella, sí, aunque ahora toca poner los «peros».

Hay que decir que tenía bastante idealizado el matrimonio (55). Normal, teniendo en cuenta que, en su época, el destino de la mujer era o casarse, o el convento. Sumémosle su experiencia personal: fue feliz en su matrimonio y perdió a su marido siendo muy joven. Además, la carga religiosa de La Ciudad de las Damas es más que palpable. De hecho, esta ginecotopía esta presidida por la Virgen María (56). Pero, ¿todo esto es criticable? Bueno, hasta cierto punto, pues, dadas sus circunstancias y su contexto, ¿qué más le podemos pedir a Pizan?

Un memorial de agravios no es feminismo

Los problemas llegan cuando nos empeñamos en colgar etiquetas, al tun tun, sin pararnos a reflexionar un poco. Así que lo dejaré muy claro: no, Christine de Pizan no era feminista. Primero, porque el feminismo no existía y afirmar que lo era sería caer en un anacronismo muy absurdo. Además, La Ciudad de las Damas no contiene vindicaciones, sino que, más bien, es un «memorial de agravios» (57).

Segundo, pero no menos importante, porque Christine no llega a hablar de igualdad de derechos. – Amigas, estamos en la Edad Media, inmersas en una sociedad absolutamente desigual… ¿Cómo narices Christine de Pizan se iba a plantear si quiera la igualdad de derechos? –. Tampoco cuestiona la jerarquía sexual ni irracionaliza la división sexual del trabajo. Sino que lo que pretende es que no se infravaloren los roles femeninos, cosa que es muy distinta (58). Y, tercero, toca fijarse en esas damas a las que alude y defiende Christine…

La ciudad de las damas querella de las mujeres
Razón llevando a las mujeres virtuosas a la Ciudad de las Damas

¿Quiénes son las Damas de la Ciudad de Christine de Pizan?

Cabe señalar que con «damas», las ciudadanas de Christine, ella se refiere a todas las mujeres virtuosas que quieran desarrollar sus cualidades, sin hacer distinción de clase social (59):

Yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta. Y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar. Tanto princesas y grandes damas, como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos (60).

¿Qué es ser noble sino obrar virtuosamente? No tiene nada que ver con la sangre o con la carne (61).

Una Ciudad levantada y edificada para todas las mujeres de mérito, las de ayer, hoy y mañana (62).

Precioso. Pero, con este planteamiento, sí establece una clarísima distinción moral. Y es que en la ciudad de Christine no tienen cabida las mujeres de vida disoluta. Su ciudad solo protegerá a las mujeres «virtuosas», «de mérito»… ¿Qué pasa con las mujeres casquivanas a los ojos de Christine? ¿No merecen defensa ni protección? ¿Acaso ellas no sufren la violencia de los hombres? ¡¿Se la han buscado?! Sobra señalar que desde el feminismo se lucha por los derechos de TODAS las mujeres (63).

Cualidades que necesitabas para entrar en la pandi

Pero, ¿qué es una mujer virtuosa a ojos de Christine de Pizan? Lo descubrimos mientras dialoga con la Rectitud y pone sobre la mesa las cualidades que tienen que tener las mujeres para formar parte de su ciudad: amor filial, constancia, castidad, fidelidad y amor conyugal. Así, no es que Christine tome la palabra «como mujer», sino «como mujer virtuosa». Es decir, porque posee las tres virtudes que la guían en su obra: Razón, Rectitud y Justicia. ¿Que tú no posees estas cualidades? Pues no estás invitada a la fiesta, chati (64).

ciudad de las damas mujeres virtuosas y meritorias

Bien parece que Christine era una nostálgica de los valores del código caballeresco: los verdaderos caballeros, no por su origen social, sino porque tratasen debidamente a las damas, debían defender a las damas, refiriéndose no a las mujeres de la nobleza, sino a todas aquellas que eran virtuosas… Vamos, mujeres de bien, que no tenían que pagar los platos rotos por aquellas que eran disolutas y casquivanas (65)… No, muy feminista esto no suena.

Christine de Pizan y el matrimonio

Dentro del matrimonio – institución que defiende y elogia (66)– , Christine considera que la mujer tiene una función «pacificadora». Debe ser la mejor consejera de su marido y su guía espiritual, para que no se descarríe. Para traerle de vuelta si su comportamiento es perverso. En definitiva: la mujer es la salvadora del hombre (67). Y, como comprenderéis, aquí mucha liberación de la mujer no es que haya. Es más, la parte final de La Ciudad de las Damas resulta un tanto indignante, vista desde nuestra lupa. Porque lo que nos viene a decir es que el matrimonio es lo que hay para la mujer casada, que esta se debe al marido. Así lo verbaliza Christine al final de La Ciudad de las Damas:

Vosotras, queridas amigas casadas, no os indignéis por tener que estar sometidas a vuestros maridos, porque el interés propio no siempre reside en ser libre (…). La que tenga un marido bueno, razonable y que la quiere con verdadero amor, que dé gracias a Dios. Porque no es poco favor éste sino el mayor bien que en la tierra pueda disfrutarse (…). La que tenga un marido que no sea ni bueno ni malo, que se dé por contenta de no tener uno peor. Mientras que la mal casada debe intentar arrancar a su marido de la perversidad. Hacer que vuelva a una conducta razonable si es posible. Y si no, ella verá premiados sus esfuerzos en su vida espiritual y todos la defenderán (68).

¡¿Cómo dices Christine?! ¡¿Que si mi marido es bueno, le de gracias al cielo?!

Lo se, os acaba de dar bajona, y más si lo sacamos de contexto. Pero voy a hacer de abogadilla del diablo y a recordaros que su ciudad, amurallada, es una metáfora de aquellas mujeres que se recluían en las abadías, para liberarse de la autoridad paterna y marital. Que no es que el encierro religioso fuese la leche, pero era la única salida que tenía una mujer de su época si aspiraba a tener estudios y poder ser ella misma, sin estar sometida al yugo de los hombres. Así que la castidad, una de esas cualidades que una mujer tenía que tener para ser admitida en la Ciudad de las Damas, en Christine no es sinónimo de pureza, sino de independencia y fuerza (69) – por eso también aconseja a las mujeres que huyan de los amoríos o rolletes (70) –.

Además, al analizar la posición de Christine sobre el matrimonio, no se nos puede olvidar un pequeño detalleChristine de Pizan defiende a ultranza a la mujer casada que es fiel a su marido en respuesta a toda la literatura misógina que rulaba, avisando a los hombres de lo malas que eran las mujeres y del peligro que suponía casarse con ellas. Obrillas que soltaban lindezas como que todas las mujeres eran feas y, al final, los maridos se cansaban de ellas (71)… Sí, ya se entiende de otra manera la postura de Christine, ¿verdad?

Christine de Pizan primera escritora prodesional
Fuente: Pinterest.

La educación de los hijos para Christine de Pizan

En cuanto a la educación de los hijos – que no el cuidado; eso era cosa de la madre –, en época de Christine, era tarea de los padres. Normal, pues las mujeres tenían vetado el acceso al conocimiento, salvo excepciones. Y, en este sentido, Christine defiende cierta participación de la madre. Sobre todo, incide en que se debe ocupar de que también las niñas, y no solo los niños, aprendan. Cosa que su madre no hizo con ella: la mujer siempre trató que Christine se dedicara a las tareas del hogar, y se dejase de tanto libro. Como ya os conté, fue su padre quien se encargó de que a Christine se le instruyese debidamente (72).

Pero, aunque parece que defiende la educación de las mujeres, aquí los consejillos que reparte van dependiendo de la clase social a la que pertenezca la familia. Por ejemplo, a la princesa le encarga que revise los contenidos que estudian sus hijos. Pero a la campesina solo le encarga que controle el comportamiento moral de sus churumbeles (73). Así que no, tampoco defendió la educación para todas las mujeres. Pero es que, vuelta la harina al trigo, hablamos de una época en la que la educación tampoco era accesible para todos los hombres. No olvidemos que la sociedad medieval era profundamente clasista y desigual. ¿Cómo iba Christine a aspirar a algo semejante?

Quedémonos con lo bueno de la Querella de Christine de Pizan

Concluyendo, a Christine debemos entenderla en su contexto. Criticarla por ambigua o conservadora es muy fácil (igual que idealizarla y colgarle la etiqueta de feminista), pero sería pasarse por el arco del triunfo la perspectiva histórica (74). Además, nos olvidaríamos de lo importante: con su obra, Christine se presenta como una mujer intelectual, que toma la palabra, y nos presenta a una serie de mujeres fuertes, que defienden su ciudad, como ejemplos a seguir. Y en esto, es una pionera. Además, con ello, se carga de un plumazo la imagen de la mujer silenciada, débil e inferior al hombre, paradigma de la época, e inicia la Querella de las Mujeres (75).

Para terminar, el cierre de La Ciudad de las Damas es emblemático:

A todas vosotras, mujeres de alta, media y baja condición, que nunca os falte conciencia y lucidez para poder defender vuestro honor contra vuestros enemigos. Veréis cómo los hombres os acusan de los peores defectos, ¡quitadles las máscaras, que nuestras brillantes cualidades demuestren la falsedad de sus ataques! (…) Alegraos apurando gustosamente el saber y cultivad vuestros méritos. Así crecerá gozosamente nuestra Ciudad (76).

Ese es el mensaje que podemos extrapolar a nuestra realidad, amigas, y con el que nos debemos quedar. No dejemos que los machirulos nos humillen y nos pongan piedras en el camino. Pongámonos las gafas moradas, unamos fuerzas y salgamos a comernos el mundo. Luchemos juntas y merendémonos a todo aquel que ose subyugarnos. Porque nuestro momento es este.



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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) “La Querella es un fenómeno social, filosófico y político que, impulsado tras la publicación del Libro de la Ciudad de las Damas (1405) de Christine de Pizan (lo escribió entre el 13 de diciembre de 1404 y abril de 1405; Baruque Ruiz, 2019, p. 33; Vargas Martínez, 2009, p. 21), subraya la discriminación que padecen las mujeres en todos los ámbitos públicos especialmente en lo referente a su supuesta incapacidad innata para adquirir conocimientos científicos y saberes teológicos”. Beteta Martín, 2012, pp. 1022-1023. “En el debate académico de la Querella de las mujeres participaron desde mediados del siglo XIII principalmente hombres: unos a favor, otros en contra de la tesis de la ‘superioridad natural’ que ellos se atribuían. Esta situación cambió en torno al año 1400 cuando intervino en la Querella, Christine de Pizan (Klapisch-Zuber, 1992, p. 7; “Las reivindicaciones sobre la educación de las mujeres recogidas en El Libro de la Ciudad de las Damas de Christine Pizan, (…) abren un nuevo escenario que cuestiona los postulados del discurso dominante”; Beteta Martín, 2011, p. 2). Ella le dio a la Querella de las mujeres, por primera vez que sepamos, contenidos feministas”. Rivera Garretas, 1996, p. 28. – En opinión de María Milagros Rivera o Joan Kelly; otras autoras, como Celia Amorós, defienden que esos contenidos no eran “feministas”, como veremos –.

(2) “Christine de Pizan, considerada como la primera ‘proto-feminista’”. Tojal Rojo, 2017, p. 5. Joan Kelly reivindica que la historia del feminismo no comienza en la Revolución Francesa (como sí afirman otras autoras, como Celia Amorós), sino con Christine de Pizan. Baruque Ruiz, 2019, p. 15. Díaz Muriel, 2017, p. 16. Sampedro López, 2018, p. 44. Otras autoras la consideran un precedente: Varela, 2008, p. 18. Los orígenes del feminismo están “en la lucha colectiva por los derechos que se desencadena con la Revolución francesa y se desarrolla en el sufragismo del siglo XIX. (…) mujeres militantes como Olympe de Gouges o Mary Wollstoncraft representan las figuras ‘pioneras’. Así lo expresa Celia Amorós en su libro Tiempo de feminismo. (…) Joan Kelly “no pretende decir que el patrimonio de ideas del feminismo haya quedado invariado desde los tiempos de la querelle, sino que en la querelle se asistió a la definición de una serie de posiciones o puntos de vista (positions) que han ido delineando un pensamiento femenino contrapuesto al masculino dominante, y que articulan la estructura teórica del feminismo hasta el presente”. Laurenzi, 2009, pp. 301-302 y 304. “El carácter crítico y reivindicativo de la Querella de las Mujeres enriquece el panorama intelectual de la Europa medieval y sienta las bases de las reivindicaciones feministas posteriores. Pero los aires renovadores de la Querella originan un proceso bidireccional de acción-reacción (como respuesta a este movimiento femenino, la visión misógina que se tenía de las mujeres se radicalizó muchísimo; Beteta Martín, 2012, pp. 1022 y 1034-1038)”. Beteta Martín, 2011, p. 2.

(3) “La obra de Christine de Pizan no instituye – difícilmente podría haberlo hecho (…) – el género ‘vindicación’ y, en la medida en que este género es el que define la especificidad del feminismo moderno, a diferencia de lo que hemos llamado ‘memorial de agravios’, su obra La Cité des Dames no puede ser considerada adecuadamente como el primer texto feminista europeo”. Amorós, 2000, p. 71.

(4) Permitidme el guiño a la obra de 1929 de Virginia Woolf. Christine de Pizan abre La Ciudad de las Damas “con la escena de la escritora en su cuarto de estudio mientras medita sobre sus lecturas (…). [Esta] autorrepresentación de Christine anticipa también de manera poderosa aquella ‘habitación propia’ a la que el feminismo del siglo XX, siguiendo a Virginia Woolf, reconoce un valor político determinante”. Laurenzi, 2009, pp. 305-306.n“Su «pequeño estudio», un espacio personal y rico de significados, que recuerda a la «habitación propia» que siglos después Virginia Woolf considerará imprescindible para la actividad intelectual de las mujeres”. Caso, 2005, p. 66. “Las mujeres que participaron en la Querella buscaron apartarse de los modelos que la sociedad les imponía y tener un espacio determinado por y para ellas”. Tojal Rojo, 2017, p. 5.

(5) Caso, 2005, p. 52. Laurenzi, 2009, p. 305. Mejias Miralles, 2017, p. 6. Rivera Garretas, 2005, p. 27. Varela, 2008, p. 18. Vargas Martínez, 2009, p. 23.

(6) Vargas Martínez, 2009, p. 23. “Allí se educó y vivió hasta su muerte”. Varela, 2008, p. 18.

(7) Carlos V de Valois contrató a su padre, Tommaso da Pizzano (un gran sabio, astrólogo, profesor de la Universidad de Bolonia, inmerso en el Humanismo) para que trabajara a su servicio, como médico y consejero. Así, Christine se crio en la corte (Caso, 2005, pp. 52-61; Laurenzi, 2009, p. 305; Vargas Martínez, 2009, p. 23; “el rey mandó que la hija de su físico participara en todas las fiestas y divertimientos de la corte compatibles con su tierna edad y fuera educada como una princesa”; Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XI). Tommaso incidió en que Christine estudiara (algo nada habitual para las mujeres de la época; Christine de Pizan“es instruida, lo que es muy raro por entonces, y escribe, lo que es más raro aún”; Klapisch-Zuber, 1992, p. 7), en contra de la opinión de la madre. Así, le proporcionó una educación intelectual muy rica (ciencia, lectura de clásicos, etc.); “para la educación que recibió fue trascendental la vida cortesana que experimentó en Francia, ya que tuvo acceso a la biblioteca real y conoció la vida de la Corte, influenciada por la vertiente humanista”. Mejias Miralles, 2017, p. 6. “Experimentó personalmente las ventajas de una condición desahogada, no sólo en lo doméstico”. Casagrande, 1992, p. 98. “Christine de Pizan es una mujer absolutamente inusual para su época”. Varela, 2008, p. 18. “Excepcional”. Vasquez, 2009, p. 91.

(8) Caso, 2005, p. 56.

(9) Caso, 2005, pp. 56-57.

(10) Varela, 2008, p. 18. En 1379, con Étienne du Castel (Mejias Miralles, 2017, p. 6; Vargas Martínez, 2009, p. 23; Vasquez, 2009, p. 91), “hijo de una familia noble de Picardía, que a los veinticuatro años acababa de obtener el cargo de notario del rey. Aquello que bien podía haber sido un matrimonio de conveniencia, gracias al cual el físico del rey viera confirmada su influencia en la corte, resultó ser una década de amor apasionado, «ya desde la primera noche», como reza el verso de una de sus baladas”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XV. “El hombre elegido por sus padres (…) No sabemos si la elección contó con la previa aquiescencia de la novia, pero de cualquier manera resultó ser acertada: «Nadie —escribiría Pisan años más tarde al recordar a su marido— pudo nunca igualarle en bondad, en dulzura, en lealtad y tierno amor»”. Caso, 2005, p. 61-62.

(11) Caso, 2005, p. 64.

(12) Vargas Martínez, 2009, pp. 23-24. Vasquez, 2009, pp. 91-92. Su padre murió en 1386, cubierto de deudas (“Las desdichas comenzaron con la muerte del rey Carlos y, ocurrida en septiembre de 1380. Su heredero, el delfín Carlos, tenía sólo doce años cuando comenzó su desgraciado gobierno bajo las riendas de sus ambiciosos tíos. Tomás de Pisan perdió de pronto sus apoyos en la corte, de manera que sus rentas y su sueldo fueron suspendidos”; Caso, 2005, p. 64), y su marido en 1389, a causa de la peste. Christine se quedó a cargo de sus tres hijos (de 9, 7 y 5 años; Caso, 2005, p. 65), de su madre anciana y de una sobrina sin recursos (Varela, 2008, p. 18). Entonces, “descubre de golpe la apurada situación económica en que se encuentra. No sólo el rey había dejado de pagar los honorarios de su secretario, sino que unos mercaderes deshonestos se han aprovechado de su inexperiencia para robarle la dote de sus hijos. Para no dar que hablar en la corte, la joven viuda no se atreve a dirigirse a sus compatriotas, los banqueros lombardos, y recurre a unos usureros judíos, visita de la que siempre se acordará con sonrojo, a face rougie. Empieza ahora para esa enérgica mujer una larga pelea de juicios y pleitos para recuperar parte de sus bienes (Caso, 2005, pp. 65-66; “una etapa dura, de continuo pleiteo para recuperar lo que era suyo tras haber sido desposeída de su patrimonio sin derecho alguno”; Mejias Miralles, 2017, p. 6). Aquella dura experiencia, que tuvo que sobrellevar junto con la muerte de un hijo recién nacido, resultó ser la forja donde se hizo esta verdadera femme de lettres (profesión que tuvo que ejercer para sobrevivir; “su trabajo es el de una mujer instruida, consciente de su valor”. Klapisch-Zuber, 1992, p. 7). Viendo que la justicia tardaría años en devolverle lo que le pertenecía por derecho, se encerró entonces Cristina en su estude (…) para dedicarse a la literatura”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVI.

(13) Caso, 2005, pp. 64-65.

(14) “Sin duda fueron esas inesperadas y en principio terribles obligaciones las que la convirtieron en una mujer decidida y valiente más allá de todo lo que ella misma hubiera podido imaginar. En su Libro de la mudanza  [o mutación] de Fortuna, escrito catorce años después, explicará cómo la desdicha la transformó en un ser nuevo al que ella considera, por su sorprendente coraje, varonil: «Me descubrí un corazón fuerte y osado, / lo cual me asombró, mas sentí / que me había convertido en un verdadero hombre»”. Caso, 2005, p. 65. Lo escribió en 1404; esta metáfora sobre su «masculinización» no hay que sacarla de su contexto alegórico y mítico; significa “un cambio de papeles: de mujer encargada de tareas domésticas a viuda que lleva el papel tradicional del hombre manteniendo ella a su familia”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XVI-XVII. Ver (18).

(15) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVII. Opitz, 1992, pp. 294-295. “Dificultades jurídicas en la transmisión patrimonial le llevaron, a la muerte de su marido, a profesionalizarse como escritora y proveer a su familia”. Amorós, 2000, p. 67. Christine empezó a escribir a partir de 1390. En aquella época, era común que los grandes nobles y la alta burguesía patrocinasen las composiciones literarias, por lo que Christine solicitó la ayuda de ciertos mecenas para que apoyasen su trabajo (“sus clientes eran miembros de la casa real o, en cualquier caso, personajes que se movían en el ámbito de la corte”; Frugoni, 1992, p. 407;). Su vida en la Corte le facilitó encontrar contactos e incluso fue apoyada por la reina, Isabel de Baviera-Ingolstadt (“en Francia encontró poderosos protectores: la reina Isabeau de Baviera, los duques de Berry, de Bourgogne y de Orléans”; Hernández Álvarez, 2017, p. 22). De su labor literaria cabe destacar “la encarecida defensa de las mujeres, de sus derechos y de su naturaleza, que llevó a cabo ante la misoginia predominante de la época”. Mejias Miralles, 2017, pp. 6-7. Fue “una de las primeras en alzar fuertemente su voz a favor de sus congéneres y entregarse con valentía a su defensa”. “Se dedicó a leer todo lo que caía en sus manos, desde los versos de los clásicos hasta los tratados filosóficos contemporáneos, y a escribir mucho. En los primeros tiempos, poesía, (…). Al advertir el interés con que sus versos eran acogidos, en 1399 se decidió al fin a reunir en un primer libro sus Cien baladas, casi todas de tema amoroso, dedicadas muchas de ellas al recuerdo del amado ausente o, por el contrario, a cantar la alegría sensual del deseo y de los encuentros entre enamorados”. Caso, 2005, pp. 52, 66 y 68-69.

(16) “Su fama de paladina de las mujeres se estableció en el 1399, con algunas obras en verso que polemizaban con el texto (…) de Jean de Meun – [quien agregó páginas de sabor ferozmente misógino al Roman de la Rose, escrito en 1225 por Guillame de Lorris] – (Epistre au Dieu d’Amours, 1399; Le Débat des deux amans, 1400; Dit de la Rose, 1402) (en lo que se denominó como Querelle de la Rose; Baruque Ruiz, 2019, p. 33), y se consolidó en 1404 con la publicación de su obra más conocida, Le livre de la cité des dames”. Laurenzi, 2009, pp. 303 y 305. “Como poeta, Cristina de Pisan seguía una larga tradición en la que la había precedido un buen número de mujeres. La primera, por supuesto, Safo (…) Mucho más cercanas en el tiempo y el espacio, la escritora parisina podía sentirse hermana de las trovadoras, las trobairitz (…) la poeta francesa anterior a Cristina de Pisan más reconocida por la posteridad fue Marie de France”. Caso, 2005, pp. 66-68.

(17) Caso, 2005, p. 66.

(18) “(…) mujer peculiar que se ha visto obligada a desmarcarse de su genérico, por azares de la fortuna (…) y a adoptar un rol masculino”. Amorós, 2000, p. 67. “En 1404, (…) cuenta en La Mutación de Fortuna lo que supuso esa dedicación a la literatura, describiéndola como un cambio o «mutación»: Fortuna la convirtió en hombre para pilotar su nave. Esta metáfora sobre su «masculinización» (…) Para Charity C. Willard, no hay que sacarla de su contexto alegórico y mítico (…) Esa mutación significa también un cambio de papeles: de mujer encargada de tareas domésticas a viuda que lleva el papel tradicional del hombre manteniendo ella a su familia (…) Cristina (…) deja el lirismo personal de las baladas para situarse en el plano de la reflexión y abarcar temas de dimensión tan universal como la condición femenina, la historia de las mujeres o el poder político; inquietudes que llevarán a nuestra autora a interpelar al príncipe y a discurrir sobre la situación del reino, sugiriendo remedios a los males de tan agitada época (…) a lo largo de su obra su pluma recorre siempre los anchos campos de la política”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XVI-XVIII.

(19) “Fue una de las primeras femmes de lettres que convirtió la ocupación intelectual en una profesión, editando los libros que escribía en su taller de copista”. Laurenzi, 2009, p. 305

(20) Frugoni, 1992, p. 407. Régnier-Bohler, 1992, pp. 430 y 433. “En la historia de la literatura francesa, entre 1395 y 1405, Christine de Pizan se impone”. Hernández Álvarez, 2017, p. 23. “La obra de Christine de Pizan fue conocida en la Península Ibérica. Fue traducida al portugués en la segunda mitad del siglo XV y la reina Isabel I de Castilla (Tojal Rojo, 2017, p. 5) la tuvo (en francés) en su biblioteca”. Rivera Garretas, 1996, p. 28. “Su obra (…) también tuvo una gran resonancia en la corte inglesa”. Caso, 2005, p. 69.

(21) Díaz Muriel, 2017, p. 16. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XII. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 260. “Fue la primera escritora que logró ganarse la vida con sus libros”. “Así logró (…) convertirse, seguramente sin pretenderlo y movida por la necesidad, en lo que muchos consideran la primera escritora «profesional» de la historia, la primera al menos, de entre los nombres que conocemos (“la primera mujer escritora reconocida”; Varela, 2008, p. 18), que pudo ganarse la vida con sus escritos”. Caso, 2005, pp. 52 y 69. Fue “la primera ‘femme de letrres’”. Baruque Ruiz, 2019, p. 33.

(22) Mejias Miralles, 2017, pp. 6-7.

(23) Escribió su obra de 1398 a 1429, siempre centrada en la mujer. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXIV. Se conservan 37 obras (Mejias Miralles, 2017, p. 8.) ilustradas “con delicadas miniaturas por su amiga y colaboradora Anastasie, y encuadernados en ricas telas, metales preciosos y bien curtidas pieles”. Caso, 2005, p. 68.

(24) En Francia “vivió hasta su muerte”. Falleció a los sesenta y seis años (Vargas Martínez, 2009, p. 25) en la abadía de Passy. Varela, 2008, p. 18. Era un monasterio dominico, “situado cerca de la capital, donde residía su única hija”. Mejias Miralles, 2017, p. 8. Francia fue un país “que jamás abandonaría desde aquel día de 1368 hasta la hora de su muerte en 1430 (Rivera Garretas, 2005, p. 27), pese a las ofertas que, siendo ya escritora famosa en todas las cortes europeas, había de recibir a lo largo de los años”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XII. “Siempre se sintió francesa de corazón y francesa fue la lengua en la que escribió”. Caso, 2005, p. 52. “En vano Galéna Visconti, duque de Milán, intentó hacerla regresar a Italia. En vano Henri de Lancaster le pidió que fuera a vivir a Inglaterra”. Hernández Álvarez, 2017, p. 22.

(25) “Hay quien ha llegado a afirmar que se pudieran confundir o tomar La Ciudad de las Damas como una traducción francesa del De claris de Boccaccio (…) De hecho, hubo que esperar a que una mujer, Louise de Kéralio (“recuperó para Christine de Pizán la autoría de su libro”; Varela, 2008, p. 19), reivindicara en 1786, es decir, vislumbrándose ya la Revolución Francesa, un texto escrito por una mujer sobre y para las mujeres, para que se acabase leyendo como tal”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLV.

(26) Caso, 2005, pp. 76-77.

(27) Caso, 2005, p. 75. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Opitz, 1992, p. 357. Vargas Martínez, 2009, p. 21. “Las diferencias intelectuales si existen, residen en el nulo apoyo que reciben las féminas”. Ojea Fernández, 2017, p. 72: “Si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos”. De Pizan, 1995, p. 63.

(28) “La Ciudad de las Damas retoma, para aplicarlos a las mujeres, muchos rasgos propios de lo que solía llamarse «espejo de príncipes », es decir, reflexiones didácticas y moralizantes sobre las cualidades necesarias para el ejercicio del poder”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVIII.

(29) Casagrande, 1992, p. 98. Mejias Miralles, 2017, p. 9. Owen Hughes, 1992, p. 174. Vargas Martínez, 2009, p. 21. “Christine de Pizan afirma haber escrito la Ciudad de las damas para refutar las posiciones ‘misóginas’ medievales de textos como el Roman de la Rose de Jean de Meun o las Lamentaciones de Mateolo”. Sampedro López, 2018, p. 39. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 261.

(30) Casagrande, 1992, p. 116. Caso, 2005, p. 75. Laurenzi, 2009, pp. 302 y 305-306. “Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer”. De Pizan, 1995, pp. 6-7. “La obra está dividida en tres partes o libros y cada uno de ellos, a su vez, está compuesto por distintos capítulos: 48 componen el primer libro, 69 el segundo y 19 el tercero. En el capítulo inicial del primer libro se cuenta cómo surgió esta obra y con qué propósito. (…) Estando ‘profundamente inmersa en esos tristes pensamientos’, se le aparecen tres damas que le dan consuelo y le ayudan a salir de su confusión y sus dudas”. Vargas Martínez, 2009, pp. 28-30.

(31) Baruque Ruiz, 2019, p. 34. “Un solo argumento basta, en mi opinión, para considerar La Ciudad de las Damas como la obra clave de la Querella de las Mujeres. Se trata del argumento definitivo y decisivo de dejar de dar crédito al saber masculino, saber que calumnia a todo el sexo femenino sin excepción, un saber arrogante y presuntuoso. Es decir, desautorizar la autoridad masculina, ‘autoritas’ que los hombres se habían arrogado y ejercido hegemónicamente, y creer en sí misma, autorizar su voz y su experiencia como fuente de saber”. Vargas Martínez, 2009, p. 40. “Intrépida, se dispone a contraatacar, a presentar combate allí donde hace ya siglos los hombres disputan”. Se rebeló contra aquellas “autoridades masculinas” (la alta cultura clerical y un saber científico casi exclusivamente masculino: los médicos). Klapisch-Zuber, 1992, pp. 7 y 19. “La concepción de la mujer como un sujeto histórico, produce un interés (…) en autoras de la querella como Christine de Pizan”. Sampedro López, 2018, p. 44.

(32) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XXI-XXIV. “Christine de Pizan recurre a su propia experiencia como mujer”. Sampedro López, 2018, p. 47. “Al lanzarse a hablar públicamente desde la experiencia de su ser de mujer — como decía Christine de Pizan—, las mujeres de la Querella empezaron a penetrar en uno de los terrenos que el discurso masculino les había tradicionalmente vedado como especialmente peligroso: el del cuerpo femenino”. Rivera Garretas, 1992, p. 543. “La intención de legitimarse a sí misma y su propia obra se manifiesta desde las primeras páginas del libro a través de las consignas dadas por las tres damas y sigue, a lo largo de todo el libro, con el uso reiterado de la primera persona – ‘Moi, Christine’. Christine es, en este sentido, un ejemplo de mujer que, otorgando consideración a las experiencias femeninas, sabe ejercer un poder, entendido como capacidad y posibilidad de influir en el mundo”. Laurenzi, 2009, p. 309. “Christine decidió tomar la palabra y determinó actuar porque, como ella misma dice, había llegado el momento de que las mujeres tomasen la palabra, era hora de poner fin a esa situación de difamación, menosprecio, desvalorización y condena de la naturaleza femenina”. Vargas Martínez, 2009, p. 40. “La palabra femenina se instaura en el espacio cultural de las letras con ciertas mujeres del mundo secular fuertemente comprometidas, como Christine de Pizan, pero sobre todo con mujeres pertenecientes al dominio de lo sagrado, palabras de monjas, de beguinas, de reclusas”. Régnier-Bohler, 1992, p. 426.

(33) Baruque Ruiz, 2019, p. 33.

(34) “Era consciente de que el tema de la naturaleza femenina había sido fundamental para definir los papeles asignados a las mujeres”. Fuente, 2009, p. 13. “Christine comprende que son portadoras de un hábito que otros han confeccionado. Efectivamente, quienes las han calificado de ‘esencialmente malas e inclinadas al vicio’ son los hombres”. Klapisch-Zuber, 1992, p. 7. “’Género’ es un término moderno, malsonante a veces en el uso que se le da en la crítica feminista desde la década de 1970. El concepto de género es, en cambio, mucho más antiguo, y fueron precisamente las pensadoras de la Querella las primeras —que sepamos— que lograron identificarlo, aunque sin llegar a nombrarlo. Ellas se dieron cuenta de que lo que los hombres decían sobre el cuerpo femenino, los horrores que le atribuían y que —según ellos— hacían necesaria la subordinación de las mujeres a los hombres, no coincidía con su propia experiencia. Formularon entonces el principio —fundamental hasta hoy en el pensamiento feminista— que dice que esa subordinación es de carácter social, no determinada por la fisiología del cuerpo de mujer. Es decir, que los contenidos negativos que le atribuían los filósofos eran pura construcción, discurso, pues, de género. Y, por tanto, modificables. De este argumento, que Christine de Pizan formuló lúcidamente en La Cité des Dames (“la conciencia del carácter construido del género o la concepción de lo femenino como proyección masculina”; “su conciencia del carácter construido, social y arbitrario de la diferencia entre los sexos – es decir de lo que hoy llamamos gender – ”;  Laurenzi, 2009, pp. 301 y 307-308) se hace eco Isabel de Villena (…) en su Vita Christi”. Rivera Garretas, 1992, pp. 541-542.

(35) Ver (31).

(36) Baruque Ruiz, 2019, pp. 28 y 34-35. Razón es “la primera que toma la palabra, consuela a Christine alentándola a fiarse de su saber (…) Le recomienda que no dé crédito a la opinión y testimonio de los autores”. Vargas Martínez, 2009, pp. 30-32. “(…) las grandes señoras alegóricas (…) no parecen sentir mucha piedad hacia los hombres, igual que ellos no la demuestran en sus palabras hacia las mujeres”. Caso, 2005, p. 76.

(37) “Muchos hombres han acusado a las mujeres por distintas razones: los unos impulsados por sus vicios, los otros debido a la invalidez de su propio cuerpo, algunos por pura envidia y en mayor medida porque les gusta hablar mal de la gente; finalmente existen otros que para demostrar lo mucho que han leído sólo se basan en lo que han encontrado en los libros y se limitan a citar a los autores, repitiendo lo que ya se ha dicho”. De Pizan, 1995, p. 19.

(38) Caso, 2005, p. 76.

(39) Laurenzi, 2009, p. 306.

(40) Baruque Ruiz, 2019, p. 34. De Pizan, 1995, pp. 11-12, 156 y 119-120. Laurenzi, 2009, pp. 306 y 310. Varela, 2008, p. 19.

(41) Laurenzi, 2009, pp. 306-307 y 312.

(42) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLIII. Varela, 2008, p. 19. También puntualiza que las mujeres no se arreglan para seducir al hombre, haciendo una defensa del adorno femenino (Baruque Ruiz, 2019, p. 23; Mejias Miralles, 2017, p. 16; Rivera Garretas, 1996, p. 37): “(…) a las mujeres hermosas que visten elegantemente no hay que reprochárselo ni pensar que sólo lo hacen para coquetear con los hombres porque a todo el mundo, sea hombre o mujer, le puede encantar la belleza, el refinamiento, las prendas vistosas, el ir bien aseado y con dignidad y distinción. Si este deseo es natural, no hay por qué evitarlo, ni va en contra de otras cualidades”. De Pizan, 1995, pp. 194-195.

(43) Milagros Rivera y Yolanda Beteta analizan La Ciudad de las Damas como una ginecotopía: Rivera Garretas, 2005, p. 27 y Beteta Martín, 2016, pp. 88-89. “Una ciudad a modo de ‘ginecotopía’ (Laurenzi, 2009, p. 309) (…) Una ciudad definida por la propia Christine como ‘el Nuevo Reino de Femineidad’ (De Pizan, 1995, p. 118)”. Baruque Ruiz, 2019, p. 34.

(44) De Pizan, 1995, pp. 39-50. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXXVI. “Christine de Pizan en El Libro de La Ciudad de las Damas recrea el mito de las amazonas como una ginecotopía en la que las relaciones no están condicionadas por los lazos de parentesco sino por la hermandad y solidaridad entre las mujeres. Una sociedad de ‘hermanas y de amigas, no de familias, un sistema político cuyo poder organizativo es la virtud y no el lugar que se ocupe en el sistema de parentesco’. Una sociedad en la que las mujeres no son objetos de intercambio entre las redes de solidaridad masculina sino sujetos sociales capaces transgredir la tradicional división de los roles de género”. Beteta Martín, 2016, pp. 88-89

(45) Beteta Martín, 2016, pp. 86-88. “Ahora empieza la era del Nuevo Reino de Femineidad, muy superior al antiguo reino de las amazonas. Porque las damas que habiten aquí no tendrán que marcharse para concebir y dar a luz a nuevas herederas que mantengan sus posesiones y perpetúen su linaje. Quienes se alojen aquí, ahora, vivirán en esta Ciudad eternamente”. De Pizan, 1995, p. 118.

(46) Laurenzi, 2009, p. 310. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXVII. También usa como referente la obra de Boccaccio De ilustris mulieribus. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 262. Vargas Martínez, 2009, pp. 38-39.

(47) Laurenzi, 2009, p. 308. Vargas Martínez, 2009, p. 33.

(48) Díaz Muriel, 2017, p. 16. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XVIII. Mejias Miralles, 2017, p. 10. “La ciudad de las damas se considera uno de los primeros textos escritos en defensa de las mujeres.”. Ferrer Valero, 2017, p. 121. Es  una original reconstrucción de la historia de las mujeres y de las genealogías femeninas”. Vargas Martínez, 2009, p. 21.

(49) De Pizan, 1995, p. 160. Laurenzi, 2009, p. 309.

(50) De Pizan, 1995, p. 120.

(51) “Según Kelly, La ciudad de las damas se puede definir como un primer ensayo de Women Studies, pues no sólo pone a las mujeres en el centro, como objeto de investigación, sino que cuestiona el sexismo implícito en los criterios epistemológicos de observación y de interpretación de la realidad”. Laurenzi, 2009, p. 309.

(52) “El bien público o común no es otra cosa que el general provecho para una ciudad, un país o una comunidad. Donde todos los miembros, hombres y mujeres, toman parte y disfrutan de algo. En cambio, lo que se hace en bien de unos pocos, a exclusión de otros, no puede llamarse bien público sino privado o propio. Menos aún, si se coge algo a unos para dárselo a otros, en cuyo caso ya ni sería bien privado o propio sino robo calificado, algo hecho en perjuicio de unos y a favor de otros”. De Pizan, 1995, p. 179. “La acción más significativa de Christine consiste en la afirmación de que los valores femeninos puestos como fundamento de su ciudad no conciernen solo a las mujeres, sino a la humanidad entera. La Ciudad de las damas no está edificada para obtener una revancha contra los hombres o formar un ambiente separado. Se trata más bien de ‘uno spazio femminile in cui sia possibile sperimentare una nuova libertà, per le donne e per gli uomini insieme’”. ”. Laurenzi, 2009, pp. 312-313.

(53) “Christine desplaza radicalmente el centro de la historia humana desde las experiencias masculinas a las femeninas, que considera pertinentes para la definición del bien común o colectivo”. Laurenzi, 2009, p. 312. Christine inaugura el rechazo a la tradición masculina. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 281.

(54) Vasquez, 2009, p. 89.

(55) “Con esta obra Cristina también participó en la llamada Querelle du Marriage (Querella del Matrimonio), con su defensa del matrimonio y del amor entre los cónyuges diciendo que ‘hay parejas que viven en harmonía, llevándose ambos con amor y fidelidad’ (De Pizan, 1995, p. 120) poniéndose Christine como ejemplo”. Baruque Ruiz, 2019, p 35. “Christine de Pizan, por ejemplo, defiende el papel de la mujer en el matrimonio, siempre que haya, por las dos partes, amor y fidelidad”. Sampedro López, 2018, p. 47.

(56) “Ese reino femenino estará presidido por una reina ejemplar: la Virgen María, modelo de perfección que toda mujer medieval intentaba imitar”. Vasquez, 2009, p. 96. “(…) una ginecotopía perfectamente cristiana escrita en 1405, en la que su autora imagina una unidad política nueva y sexuada, habitada solo por mujeres y presidida por la figura de María de Nazaret, madre virgen”. Rivera Garretas, 2005, p. 27.

(57) Amorós, 2000, p. 71 – Ver  (3) –.

(58) Como explica Celia Amorós, para Christine las diferencias estamentales (entre las clases sociales), eran legítimas y razonables, como también lo era la diferencia jerárquica de los roles sociales entre hombres y mujeres. “No se habla de igualdad en los derechos ni en el ejercicio de las funciones: se sigue razonando en términos de la excelencia y la inferioridad. Sólo que aquella se determina por desde criterios éticos que vienen definidos por el valor emergente del mérito. Sin embargo, el mérito no se esgrime, como se hará más tarde, como elemento de legitimación alternativo e impugnador de las codificaciones estamentales y de género, sino como aquello que convalida en términos de calidad ética el desempeño diferencial de las funciones. (…) No puede, por definición, tener más mérito ser hombre que ser mujer, pues mérito no es una característica adscriptiva, imputable al nacimiento, sino una característica adquirida. Se es meritorio por desempeñar  bien, desde el punto de vista ético, los cometidos asignados en función del rol sexual, así como social, que a cada cual le es adjudicado”. Amorós, 2000, pp. 72-73. “Aunque Pisan no cuestionó la jerarquía del varón ni exigió la igualdad social entre los dos sexos, sí que se le puede considerar la primera voz con rasgos feministas, pues atacó las ideas dominantes sobre la inferioridad e intrínseca maldad de las mujeres”. Pérez Garzón, 2011, p. 30.

(59) “En la acepción de Christine, la palabra indica todas las mujeres dotadas de virtud, de cualquier clase y rango (…) Christine se desvincula de los criterios de la sangre y de las castas”. Laurenzi, 2009, p. 312. “Escribe su libro para todas las mujeres, porque todas las que quieran desarrollar sus cualidades pueden ser acogidas como damas en su Ciudad”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XXXIII. “En efecto, las mujeres llamadas a poblar esta ciudad son las virtuosas y sabias de todos los tiempos entre las que se encuentran algunas reinas y damas nobles del Medioevo, santas y mártires, diosas paganas y mujeres de la antigua Roma. Cristina no hace ninguna distinción entre ellas ya que considera que todas son mujeres ilustres y verdaderos ejemplos de virtud capaces de derribar las opiniones misóginas imperantes”. Vasquez, 2009, p. 96.

(60) De Pizan, 1995, p. 6.

(61) De Pizan, 1995, p. 188.

(62) De Pizan, 1995, p. 230. “La tercera y última parte de la obra, la más breve de las tres, trata de la finalización de la Ciudad y de las mujeres que la habitarán, siendo Justicia la encargada de esta misión”. Vargas Martínez, 2009, p. 37.

(63) Según explica Celia Amorós: “Ella construirá su ciudad, la Cité des Dames, para acoger a aquellas que con toda legitimidad se van a sentir agraviadas por las palabras ofensivas del autor de la segunda parte del Roman de la Rose, pero sus murallas no protegerán a esos ‘monstruos’ que son las mujeres de vida disoluta. Para decirlo en el lenguaje caro a los postmodernos, Christine de Pizan deconstruye el genérico femenino y califica de contraria a la justicia la práctica de condenar ‘femmes en bloc’ con el pretexto de proteger a los hombres de los prejuicios que puedan sufrir por parte de algunas indignas. Su tratado podría ser inscrito de este modo en el género ‘memorial de agravios’ (“esto es, mera denuncia de situaciones específicas sin un proyecto claro”; Ojea Fernández, 2017, p. 70), pues se trata de tomar la defensa de las ‘les femmes ilustres de bonne renommée’, de las ‘femmes méritantes’”. Amorós, 2000, p. 67. “Christine de Pizan, Laura Cereta, Nicolosa Sanuti o Teresa de Cartagena no defienden que todas las mujeres participen en el ámbito público, o que todas las mujeres pueden decidir sobre su vida independientemente. Su defensa es una defensa de un conjunto de mujeres particular: las nobles, las virtuosas, las intelectuales”. “la defensa de las mujeres no es una defensa de todas las mujeres, sino de las mujeres que pertenecen a un grupo social determinado, que se guía por valores intelectuales, éticos y sociopolíticos”. Sampedro López, 2018, pp. 47 y 48.

(64) “Derechura (…) ayuda a la protagonista a levantar los edificios y calles que configuran el interior de la ciudad y sus diálogos con ella articulan el segundo libro (“Aquí empieza la segunda parte del libro de La Ciudad de las Damas, donde se cuenta cómo y por quién fue construida la Ciudad dentro del recinto y quiénes vinieron a poblarla”; De Pizan, 1995, p. 101). En él se valoran las cualidades femeninas que rigen La Ciudad de las Damas. Christine destaca, entre otras: el amor filial, la constancia, la castidad, la fidelidad amorosa femenina y el amor conyugal, cualidades que los misóginos negaban a las mujeres, y que la autora ilustra con numerosos ejemplos de mujeres del pasado”. Vargas Martínez, 2009, p. 34. “Christine de Pizan emplea (…) relatos que no justifican su intervención como mujer, sino como mujer noble, virtuosa y educada. En su obra, la Ciudad de las damas, (…) la Razón, la Rectitud y la Justicia (…) funcionan como una estrategia de autorización: se está indicando que su defensa de las mujeres se basa en la razón, la rectitud y la justicia, de forma que el motivo por el que puede hablar en público es debido a que tiene estas tres virtudes. Así, el motivo por el que puede participar en un debate público son sus capacidades intelectuales (Razón), éticas (Rectitud) y sociales (Justicia), lo que implica que quienes no participen de dichas capacidades, no deberían intervenir en el ámbito público. Se presenta, así, una normatividad, que se ve reforzada cuando se introduce la ciudad de las damas como una ciudad a las que únicamente tienen acceso aquellas mujeres que sean nobles y virtuosas”. Sampedro López, 2018, p. 48.

(65) “De acuerdo con la interpretación de Régine Pernoud, Christine de Pizan es una nostálgica por la pérdida de los antiguos valores caballerescos, que reprocha a la nobleza no estar a la altura de lo que implica el ‘nobleza obliga’ (…). Parecería como si, para compensar esa pérdida, se aplicase ella misma a la tarea con celo tanto más renovado: ella hace por las mujeres – y por sí misma y comprise – lo que los nobles hacían y deberían seguir haciendo pero ya no hacen: defender el honor de las mujeres. (…) Christine de Pizan transpondrá los valores del código caballeresco, como valores sociales perdidos, a un registro ético personalizado: la defensa de las mujeres es tarea que se propone ‘a todos los hombres responsables’ que resultan ser los ‘verdaderos caballeros’, a diferencia de los villanos que son tales, no en virtud de su origen social, sino de su indigno comportamiento con las damas. Damas, a su vez, no son sólo las nobles por nacimiento, sino todas aquellas que por su conducta virtuosa merecen serlo: las que son simbólicamente convocadas a presentar sus quejas ante una corte de amor a la antigua usanza presidida en este caso, a instancias de nuestra autora, por la propia reina Isabel de Francia. (…) De este modo, se lleva a cabo una labor de re-significación de toda la antigua simbólica del universo cortés en clave de los nuevos valores emergentes de la incipiente sociedad urbana, re-significación por la cual los valores el antiguo código reciben una inflexión a través de la idea del mérito y se transforman en normas éticas racionalizadas. En estas condiciones, no es de extrañar que La Cité des Dames resulte un texto ‘fundamentalmente ambiguo’ (…) no podemos ver en él el texto fundacional del feminismo en la medida en que se pondría en él en boca de mujer la réplica  acerca del tema de la identidad femenina, provocada por el debate en torno a una supuesta problematización de tal identidad – a la vez que la generaría mediante el discurso literario. Como lo afirma Romeo de Maio, es una ‘denuncia sin proyecto’, si bien es ‘la primera página fuerte de la conciencia femenina’. Lo cual no significa que sea feminista sin más. (…) Entendemos por feminismo, de acuerdo con una tradición de tres siglos, un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos. En la medida en que ello se traduce en un género literario, no llamaríamos feministas, hablando ‘con propiedad’ (…) aquellos textos pertenecientes al género que hemos denominado ‘memorial de agravios’, sino lo que podríamos subsumir bajo la rúbrica de ‘vindicaciones’. No se trata sólo de tomar la palabra en el espacio público, lo que sin duda es fundamental. Se trata también de lo que se dice en él”. Amorós, 2000, pp. 67-70.

(66) Vargas Martínez, 2009, p. 34.

(67) Aunque en Christine “la función pacificadora de la mujer parece adquirir una connotación menos pasiva y extenderse activamente también fuera de los muros domésticos”, “la misma Christine de Pizan considera la humildad y la obediencia como un componente fundamental, aunque no único, del amor al marido”. “Sobre todo en las páginas del Livre des trois vertus, de Christine de Pizan, es donde la mujer se presenta como la más valiosa consejera del marido y la guía espiritual para su salvación (…) la palabra femenina se ha convertido en el instrumento para una pastoral doméstica y las mujeres pueden cumplir de pleno derecho su función de ayuda para la salvación de los maridos”. Vecchio, 1992, pp. 127, 130 y 135. “Es acerca de su defensa del matrimonio en donde muchos estudiosos de su figura han visto rasgos de un conservadurismo que rozaba el pensamiento patriarcal, puesto que instaba a las mujeres casadas a que a pesar de los malos tratos de los maridos continuasen con ellos ayudándoles a cambiar de comportamiento”. Baruque Ruiz, 2019, p. 36.

(68) De Pizan, 1995, pp. 230-231.

(69) Díaz Muriel, 2017, p. 18. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XXXIX- XLI.

(70) “Rechazad a los hipócritas que se valen de las armas de la seducción y de falsos discursos para robaros vuestros más preciados bienes, el honor y una hermosa fama. Huid, damas mías, huid del insensato amor con que os apremian. Huid de la enloquecida pasión cuyos juegos placenteros siempre terminan en perjuicio vuestro”. De Pizan, 1995, p. 231.

(71) “Frente a todas esas obras moralizantes que avisaban a los hombres del peligro de las mujeres y de casarse con ellas (…) Christine invirtió el mensaje y advirtió a las mujeres ‘en no escuchar a los hombres, siempre dispuestos a engañar a las mujeres que se abandonen a sus pasiones’ (De Pizan, 1995, p. 192) (…) En opinión de M. Lemarchand, lo que intentaba plasmar Cristina era una defensa de las mujeres casada fiel a su marido, frente a toda la literatura de los fabliaux y dits, que criticaban a las mujeres y al matrimonio y que surgieron a partir del siglo XIII y sobre todo en el siglo XIV como reacción a aquella literatura cortesana en favor de las mujeres. Un ejemplo de esa literatura misógina y misógama fue la obra del clérigo italiano Giovanni della Casa titulada An uxor sit ducenda (1537), en donde afirmaba que las mujeres eran todas feas y que al final los maridos se cansaban de ellas”. Baruque Ruiz, 2019, pp. 35-36.

(72) Caso, 2005, p. 55. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XIII-XIV. Mejias Miralles, 2017, p. 6. Sampedro López, 2018, p. 39.

(73) “Hasta Christine de Pizan parece compartir esta concepción por la cual la madre, naturalmente inclinada a hacerse cargo de los hijos, debe delegar al padre toda función educativa; sin embargo, en el ámbito de tal actitud natural, Christine consigue reconducir una serie de funciones que terminan por reconocer en la mujer una especificidad pedagógica propia. De tal manera, para la princesa, la atención a los hijos se traduce en control de lo que hagan los maestros y los preceptores escogidos por el marido, control que no se limita a vigilar el comportamiento moral de los que son propuestos a la educación de los niños, sino que se extiende a los contenidos mismos de la doctrina: la madre cuidará que los hijos aprendan ante todo a servir a Dios, que estudien letras, latín, ciencias; se ocupará de que, una vez crecidos, aprendan moral y a vivir en el mundo; se ocupará de que también las mujeres aprendan a leer y vigilará personalmente sus lecturas. Pero esta función no se limita a las mujeres nobles; según el lugar que ocupen en la jerarquía social, las madres están investidas de funciones educativas específicas: las mujeres burguesas educarán personalmente a los hijos, las mujeres de los artesanos les enseñarán a leer y escribir y se cuidarán de que, apenas sea posible, aprendan un oficio, las mujeres de los trabajadores se ocuparán predominantemente de la moral controlando con atención sus comportamientos”. Vecchio, 1992, p. 143.

(74) “Las críticas hechas a su supuesta «ambigüedad y conservadurismo» siempre arrancan de una falta de perspectiva histórica. Se nos escaparía el verdadero significado de La Ciudad de las Damas si nos olvidáramos del contexto en que Cristina escribió su libro”. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XLIII. “Hoy puede llamar la atención, la defensa y elogio que la autora hace de la institución matrimonial y parecer que su postura es retrógrada o conservadora. Sin embargo, teniendo en cuenta la sociedad en la que vivía, el alcance de su opinión debe ser valorado de muy distinta manera tanto ideológica como políticamente. Christine como intelectual humanista y laica era partidaria del matrimonio frente al celibato, defendido férreamente por el clero; y, por otro lado, atacar y menospreciar el estado matrimonial en esos momentos suponía atacar y menospreciar a las mujeres”. Vargas Martínez, 2009, p. 34.

(75) Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XX y XLIII. Mejias Miralles, 2017, pp. 14-15. “Recientes aproximaciones feministas a la obra de las precursoras de la disputa coinciden en resaltar que justamente es Christine de Pizan (1364-1430) quien inaugura tanto la tradición de que unas mujeres escriban sobre la excelencia de otras mujeres (aportación en el discurso más teórico) como la de que aquellas que escriben relatos sobre otras (aportación más subjetiva8). Además, ella, que es la primera escritora que participa activamente en la disputa, pasa asimismo por ser la primera profesional de las letras”. Muñoz García de Iturrospe, 2009, p. 260.

(76) De Pizan, 1995, p. 231.


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Ana Inmaculada Morillas Cobo
Escritora y divulgadora. Redactora, revisora de contenidos y editora de Khronos Historia. Mis áreas de mayor interés - como comprobaréis si me leéis - son la Historia de la Mujer, la Historia de las Religiones, la Filosofía Política y la Antropología. Como buena cinéfila y melómana, me encanta practicar la miscelánea cuando escribo (llamadme friki). De firmes posiciones feministas y marxistas.