Referencias
(1) Charmed (1998-2006); en el 5º episodio de la 2ª temporada de la serie (“She’s a Man, Baby, a Man!”) nos presentan a uno de estos súcubos, Darla: “(…) una atractiva rubia que dirige una agencia especializada en buscar parejas”. Gonzalo Tobajas, 2015, p. 88.
(2) Beteta Martín, 2009, p. 214. Beteta Martín, 2012c, p. 1024.
(3) Se nos acultura simbólicamente a través de la interiorización de un discurso que impone un modelo de feminidad basado en principios androcéntricos. Beteta Martín, 2012c, p. 1025.
(4) Beteta Martín, 2014, p. 294.
(5) Beteta Martín, 2012c, p. 1025. Beteta Martín, 2016, p. 63.
(6) Se deslegitiman las transgresiones femeninas a través de su demonización en el orden simbólico. Se rechaza socialmente a las transgresoras y se les convierte en «monstruos». Así, el concepto de monstruosidad y transgresión están íntimamente unidos en el proceso de demonización de las mujeres en el imaginario medieval. Beteta Martín, 2011, p. 9. Beteta Martín, 2012c, pp. 1024-1025. Muchos mitos “a lo largo de la Edad Media fomentaron la visión de las mujeres como monstruos que transgredían los roles sociales y patriarcales dominantes”. Molina Domínguez, 2012, p. 381. Aunque ya desde la Antigüedad Clásica proliferaron las representaciones de mujeres como «monstruosas» (amazonas, estriges, sirenas, empusas, lamias, hechiceras, arpías). Estos «monstruos femeninos» representan los valores opuestos al ideal patriarcal de feminidad y proyectan las supuestas debilidades y maldades que las mujeres pueden desatar. Los Padres de la Iglesia recogieron esta tradición clásica y convirtieron el concepto de monstruosidad en el elemento que define la esencia de las mujeres en el Cristianismo – ver (9) –. Las diversas oleadas del feminismo a lo largo del siglo XX han impulsado la deconstrucción y el cuestionamiento de esas imágenes monstruosas de la feminidad. «La iconografía de las brujas, amazonas, vampiras, sirenas, arpías, esfinges, etc., se deconstruye y subvierte para convertirla en el paradigma de aquello que sus creadores pretendían combatir. Una vuelta de tuerca a los conceptos de monstruosidad y pecado al servicio de las reivindicaciones femeninas del siglo XXI». Beteta Martín, 2014, pp. 294-296.
(7) “Los monstruos personifican todo aquello que es temido y deseado al mismo tiempo”. Beteta Martín, 2012c, pp. 1025-1026. “El monstruo encarna todo aquello que, siendo familiar desde un punto de vista psíquico, es reprimido culturalmente; es la encarnación de los miedos, deseos y pulsiones reprimidas que convierten la transgresión en algo siniestro”. Beteta Martín, 2011, p. 10.
(8) «El deseo de ser poseídos por mujeres sexualmente activas y el temor a ver mermada su masculinidad (mito de la vagina dentata) impulsa una redefinición de la sexualidad femenina que bascula entre ambas pulsiones primarias, el deseo hacia lo femenino y el temor hacia la sexualidad castradora – ver (25) –». Beteta Martín, 2012c, p. 1026. “(…) la representación de las mujeres como ‘castradoras de masculinidad’ trasciende en la historia bajo diferentes nombres femeninos: Lilith, Eva, Pandora, Helena, Medea, Judith, Salomé, Jezabel, Dalila o Morgana”. Beteta Martín, 2016, p. 62. “La proyección simbólica de las mujeres en monstruos míticos representa los miedos y deseos patriarcales, el Eros y el Thánatos que han convertido a las mujeres en ‘Bellas atroces’”. Beteta Martín, 2016, p. 89. En el Malleus Maleficaum – ver (20) –, que analizaremos después, no dudan en culpar de la impotencia masculina a las mujeres / brujas, o al demonio (también son las culpables de que otras mujeres no puedan concebir y de los abortos, según dicho tratado). Kramer y Sprenger, 1487, pp. 57-62. Y también dejan claro que “las brujas” (mujeres) pueden “eliminar los miembros de los hombres”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 62.
(9) Beteta Martín, 2012c, p. 1027. “La máxima aristotélica de la mujer como ser imperfecto e inferior al hombre, así como la influencia del ascetismo cristiano de los primeros tiempos, proclamado por Tertuliano, quien consideraba el cuerpo femenino como símbolo del mal, contribuyeron a difundir una imagen de mujer peligrosa. La literatura e iconografía cristianas muestran una mujer, a menudo monstruosa, deshumanizada, con rasgos de bestialismo o, por el contrario, poseedora de una belleza capaz de seducir al varón, conduciéndolo a la perdición”. Paz Torres, 2015, p. 326.
(10) “Personajes como Medea y Circe iniciaron la tradición literaria de la femme fatale sobrenatural en las civilizaciones occidentales”. Ahn, 2013, p. 2. “Las brujas medievales son reelaboraciones de varios personajes de la mitología grecorramana caracterizados por sus conocimientos mágicos, su nocturnidad y animalidad. Hécate, Circe, Medea o las Moiras constituyen el paradigma de la bruja primigenia”. Son el “arquetipo clásico y medieval de la femme fatale; la mujer castradora que con sus artes maléficas engaña, debilita y neutraliza la virilidad de los hombres”. Beteta Martín, 2014, p. 299. “Desde la vampira hasta la amazona, el carácter monstruoso de la femme fatale se mantiene a lo largo de los siglos adaptándose a las necesidades del sistema patriarcal. En la Edad Media el monstruo femenino se diluye en una imaginería demonológica que asocia la transgresión femenina con las figuras de las brujas, hechiceras, amazonas y súcubos, en un contexto marcado por la fragmentación de la Iglesia y la Querella de las Mujeres – como veremos –”. Beteta Martín, 2016, p. 89.
(11) La visión androcéntrica de la sexualidad en la Edad Media gira en torno a dos creencias: la sexualidad es una actividad ligada exclusivamente a la reproducción, no al placer sexual, y la sexualidad femenina se proyecta simbólicamente como un fenómeno dotado de connotaciones negativas e incluso destructivas, que se define en términos de voracidad, insaciabilidad y animalidad. Así, se dibuja a las mujeres como seres de naturaleza impura, diabólica y monstruosa. Beteta Martín, 2009, p. 215. Beteta Martín, 2011, p. 2. Beteta Martín, 2012c, pp. 1022 y 1030-1031.“A partir del siglo XIII se produce una reelaboración del discurso patrístico que (…) recupera la imagen de Eva como personificación del pecado y de la caída edénica (Beteta Martín, 2014, p. 295; Beteta Martín, 2016, pp. 62-63). Esta misoginia patrística se adereza con la percepción de las mujeres como seres inclinados a los asuntos diabólicos debido a su naturaleza imperfecta y pecadora (…). Son numerosos los pasajes bíblicos y escritos eclesiásticos que destacan la inferioridad natural de las mujeres y la necesidad de que sean sometidas a una autoridad masculina para controlar sus inclinaciones lascivas, diabólicas y adúlteras. Estos pasajes constituyen la base teórica de su demonización en el Malleus Maleficarum – ver (20) –”. Beteta Martín, 2012c, pp. 1034-1038. «Esta asociación entre sexualidad femenina y animalidad convierte a la lujuria en un pecado con connotaciones marcadamente femeninas (…) y atribuible mayoritariamente a las mujeres”. Existe una “asociación entre la categoría de lo femenino y los conceptos morales de infidelidad y lascivia”. Beteta Martín, 2012a, pp. 882-883.
(12) Beteta Martín, 2012c, p. 1022. Cándano, 2008, p. 217. “La Querella de las Mujeres sitúa la condición femenina en el centro de un debate filosófico, político y literario que cuestiona la supuesta inferioridad natural de las mujeres frente a la superioridad masculina. El carácter crítico y reivindicativo de la Querella de las Mujeres enriquece el panorama intelectual de la Europa medieval y sienta las bases de las reivindicaciones feministas posteriores. Pero los aires renovadores de la Querella originan un proceso bidireccional de acción-reacción”. Beteta Martín, 2011, p. 2.
(13) Karl Marx.
(14) Publicado en 1405. Beteta Martín, 2012c, p. 1022.
(15) Autoras vinculadas a la Querella de las Mujeres: Isabel de Villena, Teresa de Cartagena, Beatriz Galindo, Juana de Mendoza o María Cazalla, entre otras. Sus actividades públicas y las reivindicaciones que plantearon, despertaron el recelo de la jerarquía eclesiástica y del sistema sociopolítico en su conjunto, ante la posibilidad de que las mujeres ocupasen espacios vetados tradicionalmente a su sexo. Beteta Martín, 2012c, pp. 1022-1023. “Se convierten en potenciales transgresoras que ponen en peligro los cimientos de la estructura androcéntrica en la medida en que cuestionan los privilegios y derechos androcéntricos”. Beteta Martín, 2011, p. 2. Así, las autoridades androcéntricas inician un proceso gradual de control social para recluir a las mujeres en espacios controlados por la autoridad masculina, y se produce un recrudecimiento de la misoginia patrística para revitalizar la impureza de la naturaleza femenina de la mano de la figura de Eva e intervenir directamente sobre el cuerpo femenino para anular cualquier atisbo de autonomía femenina. “El control del cuerpo femenino se convierte en una pugna social e ideológica que pretende cosificar a las mujeres en una visión de su propio cuerpo como un elemento naturalmente impuro y sexual”. Beteta Martín, 2011, p. 5.
(16) “Las comadronas, sanadoras y parteras eran las únicas personas que prestaban asistencia médica a las clases sociales más desfavorecidas y, en especial, a las mujeres sin recursos económicos. Sus conocimientos de herboristería les capacitaban para sanar o paliar enfermedades, aliviar los dolores derivados de los partos, acelerar las contracciones uterinas y provocar abortos en un contexto en el que la Iglesia aún consideraba los dolores del parto como un castigo divino motivado por el pecado original de Eva (…) Los saberes femeninos representaban una seria amenaza contra la jerarquía eclesiástica y el nuevo saber científico que se había institucionalizado en las universidades y que aspiraba a monopolizar el cuerpo femenino (…) Las comadronas, parteras y sanadoras encarnaban una cuádruple amenaza: eran mujeres, gozaban de un saber denostado por las normas eclesiásticas, poseían conocimientos específicos sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres y su sabiduría podía rivalizar con el conocimiento científico que se impartía en las universidades. (…) A partir del siglo XIII se inicia la profesionalización de la medicina como un saber científico impartido en las universidades. Éstas se erigen como centros de conocimiento y socialización exclusivamente masculinos donde no tiene cabida el saber femenino ni la propia presencia física de las mujeres. La exclusión de las mujeres en las universidades supone su alejamiento del nuevo conocimiento científico y la deslegitimación del saber empírico de las parteras y comadronas como subraya el Malleus Maleficarum – ver (20) –“. Beteta Martín, 2012c, pp. 1040-1042. La deslegitimación de las curanderas y parteras en la Baja Edad Media “se enfoca desde una triple perspectiva: como un enfrentamiento entre el saber empírico de las mujeres y el conocimiento científico masculino que implanta la medicina como una profesión vetada a las mujeres; como una reacción contra la visibilidad pública femenina que plantea la Querella de las Mujeres; y como una criminalización de las prácticas mágicas ante la proliferación de los movimientos heréticos y paganos y la aceptación escolástica del aristotelismo cristiano”. Beteta Martín, 2011, p. 1.
(17) “En este contexto de reivindicación femenina confluyen dos discursos dirigidos a deslegitimar a las mujeres: el discurso patrístico, heredado de los Padres de la Iglesia, y el dogma demonológico que establece una asociación innata entre la sexualidad femenina y los asuntos diabólicos. Las creencias demonológicas juegan un papel determinante en el discurso bajomedieval porque recrudece la clásica vinculación de las mujeres con las tentaciones diabólicas que se derivan de la caída edénica. La demonología medieval alcanza una repercusión muy notable en la Baja Edad Media gracias a la proliferación de tratados demonológicos que desde el siglo XIII se publican en Europa Occidental”. Beteta Martín, 2012c, p. 1023. “(…) durante todo este periodo hubo un gran desarrollo de literatura demonológica, procedente del trabajo de juristas, teólogos y expertos”. Alejandre García, 2018, p. 39. “La deslegitimación de las mujeres en la Baja Edad Media utiliza la literatura y el arte como instrumentos de aculturación para demonizar todas las actitudes, pensamientos y roles sociales que se desvían de la normativa patriarcal. (…) Una reelaboración discursiva que convierte el cuerpo y la sexualidad femenina en la diana sobre la que deslegitimar a las mujeres en virtud de su naturaleza impura, infecta y excesiva”. Beteta Martín, 2009, p. 215.
(18) Hay una gran “carga misógina” en “las creencias demonológicas”, que están imbricadas con “las tesis bíblicas, médicas e higienistas, en relación a la sexualidad femenina, que el imaginario medieval perfila como un fenómeno animal, voraz e insaciable – ver (11) –”. Beteta Martín, 2012c, p. 1023. “Las obras teológicas y predicaciones no dejaron de difundir una imagen femenina de inferioridad, tanto moral como física, como características inherentes a su sexo”. Alejandre García, 2018, p. 34. “El rasgo definitorio del Malleus Maleficarum – ver (20) – es la profunda misoginia que se percibe en todas las argumentaciones acerca del origen, características y finalidad de las actividades brujeriles”. Beteta Martín, 2012c, p. 1034.
(19) “(…) la Querella de las Mujeres obtuvo protagonismo provocando un debate importante que desencadenaría una fuerte reacción patriarcal y eclesiástica centrada, principalmente, en la radicalización de su postura. Esta reacción no se conformó en atacar directamente a las posibles transgresoras demonizándolas y convirtiéndolas en monstruos, sino que buscó crear un ambiente de temor generalizado en la sociedad. (…) se creó un clima de miedo, persecución y terror en el que todo el mundo debía convertirse en denunciante ante cualquier posible sospecha de brujería, hechicería o existencia de seres femeninos asociados con el diablo”. Molina Domínguez, 2012, pp. 381-382.
(20) De entre todas las obras de literatura demonológica, destacó el Malleus Maleficarum publicado entre los años 1485 y 1486, “en el centro de Europa, donde la Caza de Brujas alcanzó un mayor desarrollo, por dos inquisidores dominicos, E. Kramer y J. Sprenger (Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger; Lorite Cruz, 2013, p. 74). Se trató de una obra profundamente misógina dividida en tres partes: la primera buscó demostrar la existencia de la brujería, la segunda habla sobre la acción de las brujas, recalcando la importancia del pacto con el diablo, y la última trata sobre cómo encontrarlas y eliminarlas”. Alejandre García, 2018, p. 39. Es el paradigma de las obras demonológicas ya que surge bajo el aval del Papa Inocencio VIII a través de la bula Summis desiderantus affectibus (Cándano, 2008, p. 218) que alentaba la investigación y persecución de los delitos de brujería (recrudeciendo la percepción de las mujeres como seres naturalmente inclinados al mal y a los asuntos diabólicos; Beteta Martín, 2011, p. 3). Alcanzó treinta y cuatro ediciones entre 1486 y 1699 y 50.000 ejemplares en algo más de dos siglos. Fue concebido como el libro de referencia de los magistrados inquisitoriales en los procesos de brujería. ”Tomando como punto de partida la deslegitimación femenina de origen bíblico, el Malleus Maleficarum recoge el legado medieval de los doctores de la Iglesia acerca de la imperfección de las mujeres y de su naturaleza diabólica. El Malleus Maleficarum destaca que la inferioridad natural de las mujeres se refleja incluso en la propia etimología del concepto mujer porque fémina proviene de fe y minus, débil para mantener y conservar la fe (Alejandre García, 2018, pp. 33-34; Kramer y Sprenger, 1487, p. 48). (…) Por tanto, la razón de su inclinación natural hacia los asuntos demoníacos procede de su propia naturaleza y su insaciable apetito sexual». Beteta Martín, 2012c, pp. 1023, 1034 y 1039.
(21) “La misoginia bajomedieval, impulsada por el discurso eclesiástico y el inmovilismo androcéntrico, recupera la imagen de la naturaleza femenina heredada de la tradición cristiana, semítica y oriental que encuentra su máximo exponente en una figura literaria e iconográfica que ha pervivido hasta la actualidad: la bruja, uno de los ‘monstruos femeninos’ de mayor trascendencia en la imaginería occidental”. Beteta Martín, 2011, pp. 2-3. “(…) la bruja, que encarna en su figura a la mujer, se convierte en un peligro para la Iglesia y para todos los cristianos, ya que Satán estaba muy próximo a ellas”. Alejandre García, 2018, p. 34. “El rechazo tan marcado hacia las brujas gira en torno al supuesto irrespeto que estas ejercían sobre los valores patriarcales y los Santos Sacramentos, lo que suponía la inversión de todo orden preestablecido”. Ahn, 2013, p. 12. La caza de brujas, que comenzó a final del Medievo, se acentuó ya en la Edad Moderna, ver (26). “Es la evolución del siglo XIV en las creencias medievales relativas a la demonología lo que (…) puso a la sociedad europea en un rumbo firme hacia la locura de las brujas del período moderno temprano”. Nelson Bennett, 2015, pp. 25-26. “El tránsito de la Baja Edad Media a la Edad Moderna es uno de los momentos clave en la proyección monstruosa de las mujeres. La crisis de la sociedad feudal y el cisma religioso convierten los siglos XV y XVI en un periodo de profundo cambio en el que las creencias demonológicas adquieren un impulso inusitado. El éxito de los tratados de demonología, y especialmente la aceptación del Malleus Maleficarum o Martillo de brujas – ver (20) – como manual de buenas prácticas para los inquisidores en los autos de fe, convierten la figura de la bruja o hechicera en el nuevo monstruo femenino al que combatir. Los poderes maléficos de las brujas, herederas de la Hécate grecorromana, definen a partir de la Baja Edad Media un estereotipo de monstruo femenino que ha pervivido sin apenas cambios hasta la actualidad. Ninguna representación monstruosa de la naturaleza femenina ha tenido tanto eco en el imaginario colectivo como la iconografía de la bruja medieval. Sus conocimientos mágicos, su culto al diablo, su sexualidad excesiva y castradora, la ausencia de instinto maternal, su nocturnidad y la creación de círculos de solidaridad femenina (aquelarres) convierten a las brujas en el icono transgresor más reconocible para el patriarcado”. Beteta Martín, 2014, p. 295.
(22) Las principales víctimas del Malleus Maleficarum y de la Summis desiderantes affectibus de Inocencio VIII – ver (20) – fueron “las personas dedicadas a aplicar tratamientos médicos, es decir, las yerberas y, singularmente, las parteras – ver (16) – (…) fueron, pues, tildadas de brujas, y (…) era consecuente que también se les tachara de relacionarse con el demonio. La sistemática campaña de desprestigio orientada a su exterminio (a partir del siglo XV; Beteta Martín, 2011, p. 1) —que arrastró a muchas otras mujeres que representaron un peligro para el poder político y eclesiástico— alcanzó a miles de miembros del género femenino, hasta que fue quemada la última sentenciada en 1782: una empleada doméstica suiza. (…) Las curanderas y comadronas (y desde luego las alcahuetas, virgueras —las que restituían la virginidad o hacían virgos—, barraganas, adivinas ladronas, prostitutas, perfumistas, viudas, ermitañas, limosneras y un sinfín de campesinas analfabetas y más bien ancianas) terminaron, pues, siendo consideradas hechiceras y brujas, agentes del demonio y, en la delirante fantasía popular, hasta oficiantes de sucios ritos bajo diabólicos altares”. Cándano, 2008, pp. 218-220. “(…) en la Baja Edad Media se inicia un proceso de identificación entre las prácticas mágicas y la demonología de la mano de las tesis de San Agustín (sobre la capacidad del diablo para mantener relaciones sexuales con mujeres, y también de las tesis de Santo Tomás de Aquino acerca de los pactos diabólicos entre las mujeres y el diablo; Beteta Martín, 2012c, p. 1034) que sitúa a las adivinas, magas, curanderas y hechiceras en una esfera sobrenatural y diabólica en la que se gestará el estereotipo de la bruja de la Edad Moderna. (…) las mujeres se convirtieron en el chivo expiatorio de un proceso inquisitorial que intentaba reforzar la unidad de la Iglesia mediante la eliminación de cualquier rastro pagano y herético (…) La alianza entre la Iglesia, el Estado y la profesión médica alcanzó su mayor vínculo con motivo de la deslegitimación del saber empírico femenino que desembocó en los procesos de brujería. El papel de los médicos en los procesos inquisitoriales contras las sanadoras y curanderas acusadas de brujería manifiesta la complicidad del discurso científico con la deslegitimación de la Querella de las Mujeres“. Beteta Martín, 2011, pp. 4-7.
(23) Para controlar socialmente a las mujeres, limitaron su ámbito de actuación en la esfera privada y demonizaron el saber empírico femenino (Beteta Martín, 2009, p. 215), pues dicho conocimiento suponía la mayor transgresión de la mujer medieval. Así, el motivo de demonizar y perseguir a parteras, curanderas, matronas, sanadoras, etc. fue frenar dicho conocimiento femenino, para invisibilizar la proyección pública de las mujeres. Beteta Martín, 2012c, p. 1040. Beteta Martín, 2014, pp. 302-304. Molina Domínguez, 2012, p. 381. “(…) el saber empírico y las mujeres sabias quedan estigmatizados como elementos monstruosos y diabólicos capaces de alterar el orden social y desestabilizar el sistema (Beteta Martín, 2012a, p. 885; Beteta Martín, 2012c, p. 1042); son trasladados a los límites de la cultura y a la marginalidad social. La mujer sabia cede paso al monstruo femenino que encarna todos los miedos androcéntricos del sistema patriarcal. (…) la deslegitimación de las curanderas es un fenómeno que no puede desligarse de los intentos patriarcales de controlar y demonizar la sexualidad de las mujeres (…) la quema en la hoguera de mujeres acusadas de brujería constituye la máxima expresión del control patriarcal sobre el cuerpo femenino. Es la demostración del poder masculino para destruir física y simbólicamente el cuerpo y los saberes de las mujeres”. Beteta Martín, 2011, pp. 8-10.
(24) Beteta Martín, 2011, p. 2.
(25) “La mayoría de los tratados demonológicos señala a las brujas como mujeres que condensan en sí mismas todos los pecados y desviaciones derivadas de la caída edénica, entre los que destaca la lascivia y la insaciabilidad sexual; dos debilidades que determinan el gusto de las brujas por las relaciones lésbicas y el bestialismo (relaciones sexuales con machos cabríos)”. Beteta Martín, 2012b, pp. 41-42. “Durante la Baja Edad Media la acusación de brujería abarcó numerosos delitos (…). La acusación de lascivia responde al miedo androcéntrico a la capacidad ‘castradora’ de las mujeres (…) El deseo de ser poseídos por mujeres sexualmente activas y el temor a ver mermada su masculinidad – mito de la vagina dentata – impulsa una redefinición de la sexualidad femenina que bascula entre (…) el deseo hacia lo femenino y el temor hacia la sexualidad castradora”. Beteta Martín, 2011, p. 6. Ver (8). “Supuestamente, una bruja podía castrar a los hombres o dejarlos impotentes, ya sea congelando sus fuerzas generativas o haciendo que su pene se levantase y se cayese según su voluntad”. Federici, 2004, p. 259. “Las brujas fueron acusadas simultáneamente de dejar impotentes a los hombres y de despertar pasiones sexuales excesivas en ellos (…) desde el punto de vista «funcional» no había ninguna diferencia entre un hombre castrado y uno inútilmente enamorado”. Federici, 2004, pp. 262-263.
(26) “(…) cualquier denominación fue válida para la persecución de un ente específico: la bruja. Detrás de esa bruma de crisis demoníaca, algunos factores propios del desarrollo social y económico como la escasez de producción agrícola y la mortandad infantil – por no ir más lejos – fueron entendidos como crímenes cometidos por las lamias/brujas – ver (27) –, y no como consecuencias directas de la ineficiente estructura patriarcal de entonces, cuyos núcleos regionales estaban plagados de enfermedades por la precariedad sanitaria; lo que posiblemente podría haberse controlado evitando las prohibiciones impuestas por la élite para frenar el desempeño de las mujeres en labores ancestrales como comadronas y curanderas. Asimismo, al perseguir lamias y, por ende, al conceder a estas criaturas una dimensión sobrenatural, se justificaba la persecución de cualquier mujer bajo sospecha”. Ahn, 2013, p. 19.
(27) En la Edad Media “Existe una distinción entre los agentes femeninos del mal de naturaleza humana – tales como las hechiceras, pitonisas, invocadoras del mal de ojo – y los entes sobrenaturales como los íncubos, los súcubos y las lamias, aunque encontramos también figuras como la striga o strighe, la cual comparte ambas características”. Poco a poco, las lamias y las brujas se fusionaron: “durante la época medieval la lamia mantuvo su estatus de demonio femenino dentro de la tradición popular y en los textos de los intelectuales cristianos”. “(…) lamias y brujas succionaban sangre para aumentar sus poderes, debemos entonces asumir que fue precisamente esa naturaleza ‘bestial’ lo que llevó a la fusión de ambas criaturas en una”. “A finales del siglo XV las lamias aún estaban en boca de los demonólogos, pero ya transformadas en la bruja común”. Ahn, 2013, pp. 3-5 y 14. Los súcubos, de los que me ocuparé, son otra historia aparte.
(28) “La demonización de la naturaleza femenina en la Baja Edad Media no puede entenderse sin el auge de la demonología a finales del Medievo“. La “creencia en el demonio se extiende por Europa a partir de los siglos XI y XII, pero es en el siglo XIV (…) cuando la demonología – afirmación de la existencia del demonio – condicionó la vida de las gentes y fue aprovechada por las autoridades civiles y eclesiásticas para deslegitimar todas aquellas actitudes y discursos que caían en la transgresión social. Es en los siglos XIV y XV cuando los tratados de demonología inundan Europa y se impulsa la edición de obras que acreditan el inmenso poder del demonio como el tratado De la Demonomanie des sorciers de Jean Bodin, Monstruos y prodigios de Ambroise Paré (Paré, 1993) y la propia edición del Malleus Malleficarum – donde la transgresión femenina como una monstruosidad se subraya insistentemente; Beteta Martín, 2012c, p. 1034; ver (20) –. El demonio, por tanto, constituía una verdadera obsesión para los hombres y mujeres de la Edad Media. El diablo era el punto de referencia al que se acudía para explicar todo aquello que carecía de una explicación racional, desde condiciones climatológicas adversas hasta malas cosechas, el padecimiento de enfermedades y el nacimiento de niños con deformidades físicas. (…) En este contexto demonológico se inicia la demonización de la naturaleza femenina que impregna todas las manifestaciones artísticas difundiendo la imagen de un nuevo Satán con cuerpo femenino. (…) la exaltación de la naturaleza diabólica de las mujeres se sitúa en un segundo plano en la Alta Edad Media y resurge con fuerza a finales del siglo XIV reforzando los argumentos androcéntricos que deslegitiman las reivindicaciones de la Querella de las Mujeres”. Beteta Martín, 2011, pp. 3-4.
(29) Beteta Martín, 2011, p. 4. Beteta Martín, 2012c, pp. 1038-1039. Beteta Martín, 2016, p. 141.
(30) Kramer y Sprenger, 1487, pp. 52 y 59.
(31) Beteta Martín, 2011, pp. 4-5.
(32) Beteta Martín, 2011, p. 4. Cándano, 2008, p. 218. La misoginia impregna cada página del Malleus Maleficarum; os pongo como ejemplo este pasaje: “Si investigamos, vemos que casi todos los reinos del mundo han sido derribados por mujeres”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 50. Este tipo de perlas – y mucho peores – suman el contenido de este tratado.
(33) “(…) todas las malignidades son poca cosa en comparación con la de una mujer (…) una mujer es hermosa de apariencia, contamina al tacto y es mortífero vivir con ella (…) cuando se dice que el corazón de ellas es una red, se habla de la inescrutable malicia que reina en su corazón”. Kramer y Sprenger, 1487, pp. 45-52.
(34) La falta de raciocinio es uno de los rasgos que, en opinión de Castañega, posicionan a las mujeres a la derecha del demonio. Una posición privilegiada mediante la que el demonio desvirtúa la realidad tangible, manipula los sentidos y atemoriza a los hombres bajo la apariencia de unas ministras maléficas que se desdoblan en brujas, súcubos y doncellas, para penetrar en los hogares a medianoche. Beteta Martín, 2012a, pp. 883-885. Beteta Martín, 2012c, p. 1035. Beteta Martín, 2016, p. 133. Kramer y Sprenger, 1487, pp. 47-51.
(35) Bailey, 2003, p. 68. Broedel, 2003, p. 52. Torre Madueño, 1999, p. 77. Los súcubos y los íncubos son demonios sexuados (que tienen órganos sexuales para reproducirse). Alarcón Sánchez, 2016, p. 314. “La posesión demoníaca – muy famosa en la Edad Media – por medio de íncubos, súcubos o demonios carnales, implica la invasión del Diablo o de los demonios en el cuerpo de los seres humanos lo cual cambia su comportamiento o situación”. Gugliottella, 2014, p. 188. “Las creencias demonológicas dentro del cristianismo medieval sostenían de manera similar que los demonios de género existían: los íncubos eran generalmente hombres y copulaban con mujeres mortales, mientras que los súcubos eran mujeres y copulaban con hombres”. Nelson Bennett, 2015, p. 26.
(36) Broedel, 2003, p. 52. “(…) la mayor parte del libro de los dos dominicos está dedicado a los íncubos y los súcubos”. Lorite Cruz, 2013, p. 74. En el Malleus Maleficarum se afirma “existen, por cierto, dos circunstancias muy comunes en la actualidad, a saber, la vinculación de las brujas con familiares, íncubos y súcubos”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 26.
(37) Cándano, 2008, pp. 220-221. “La monstruosa imagen del demonio es evidente: en demonio, cuando se usa para referirse a una persona, animal o acción, personifica una naturaleza maligna”. Fernández de la Torre Madueño, 1999, p. 78.
(38) Se consideraba que existía una amplia variedad de demonios (Kramer y Sprenger, 1487, pp. 35-37), “Pero el demonio mismo de la Fornicación, y el jefe de esa abominación, se llama Asmodeo”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 38. Hay muchas denominaciones para el demonio; “Asmodeo – el destructor –, que para los hebreos era el príncipe de los demonios, y al que Salomón obligó a trabajar en la construcción de su templo”. Ariza Viguera, 2003, p. 641. “Otras narraciones hebreas designan a Asmodeo como el rey de todos los demonios, de manera similar al concepto cristiano de Satán, y amante de Lilith después de que ésta abandonara a Adán. En ambos casos, el rasgo que define a Asmodeo es su vinculación con los asuntos carnales. En este sentido, cuando la tradición demonológica cristiana establece una asociación simbólica entre los siete pecados capitales y sus personificaciones diabólicas no sorprende que Asmodeo sea definido como «demonio de la lujuria». (…) la reelaboración del mito que realiza Alfonso de Espina en Fortalitium fidei – ver (41) – es una derivación de las primeras versiones que enfatizan el carácter diabólico y lascivo de Asmodeo. La predilección de Espina por las versiones más antiguas del mito persigue una doble finalidad enmarcada en la tradición sexofóbica del discurso patrístico: la deslegitimación de las mujeres y el cuestionamiento de la religiosidad femenina”. Beteta Martín, 2012a, p. 877.
(39) Beteta Martín, 2016, p. 63. “Los antiguos sumerios creían en un espíritu terrible llamado Ardat Lili o Lilitu, un demonio femenino monstruoso con alas y garras que volaría por la noche, seduciría a los hombres y bebería su sangre. Tales creencias también se reflejan en el demonio hebreo Lilith y en las criaturas grecorromanas estrige y lamia – ver (27) –. Todas estas figuras contribuirían más tarde al estereotipo de la brujería europea”. Bailey, 2003, p. 68. “El Libro de Henoc incide en la representación de las mujeres como instrumentos que utilizan los demonios para extender el pecado pero no se erigen como las principales causantes del mal. La configuración de las mujeres como responsables directas del mal y la exaltación de su carácter lascivo y atractivo sexual se apuntan en el Libro de los Jubileos (4, 10), y se materializa explícitamente en el Testamento de Rubén, libro apócrifo del Antiguo Testamento, donde las mujeres, el sexo y la personificación del mal ya aparecen entrelazados. La concepción de la brujería medieval es heredera de esta tradición hebraica. (…) El Testamento de Rubén, a diferencia de los textos anteriores que señalan a las mujeres como víctimas de la apetencia sexual de los ángeles caídos, ofrece un planteamiento nuevo en el que las mujeres sienten deseo sexual por los Vigilantes. Las mujeres ya aparecen perfiladas como seres lascivos y lujuriosos que no dudan en mantener relaciones sexuales con los demonios. La tríada mujer, sexo y maldad ya está plenamente configurada en el Testamento de Rubén, e influirá decisivamente en la posterior imaginería medieval de los súcubos, las brujas, los monstruos femeninos y la capacidad del diablo para metamorfosearse y mantener relaciones sexuales con las mujeres”. Beteta Martín, 2016, pp. 69-70.
(40) “En 1589 el obispo y teólogo alemán Peter Binsfeld, basándose libremente en los escritos de los Primeros Padres de la Iglesia, establece una asociación entre los pecados capitales y los íncubos según la cual el pecado de la lujuria se personifica en el demonio Asmodeo – ver (38) –. La relación simbólica entre Asmodeo y la lascivia femenina subraya el carácter esencialmente femenino del deseo sexual; un deseo que si es cometido por una mujer se define como un «pecado mortal sujeto a cien años de penitencia»”. Beteta Martín, 2012a, p. 883. “Toda la brujería proviene del apetito carnal que en las mujeres es insaciable. (…) para satisfacer sus apetitos, se unen inclusive a los demonios”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 52. “(…) el hecho de que las rameras y prostitutas adúlteras se entreguen ante todo a la brujería está confirmado por los hechizos efectuados por las brujas sobre el acto de engendrar”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 57.
(41) Ver cita (37). Ahn, 2013, p. 10. Alejandre García, 2018, p. 23. Ariza Viguera, 2003, p. 639. “En 1467 Alfonso de Espina publica el Fortalitium fidei contra iudeos, sarracenos alios que christiane fidei inimicos, un compendio de acusaciones contra las doctrinas judías y musulmanas pero que contiene un apartado titulado «De bello daemonum» en el que aborda la existencia de demonios, su origen, naturaleza y tipología, la guerra librada contra los arcángeles, sus distintas denominaciones y su relación con los humanos. Este último aspecto es crucial porque subraya la especial relación que mantienen los demonios con las mujeres y que es ampliamente tratada en el Malleus Maleficarum. Alfonso de Espina señala que los demonios pueden metamorfosearse en mujeres (súcubos) u hombres (íncubos) para mantener relaciones sexuales con los humanos y engendrar nuevos demonios”. Beteta Martín, 2012a, p. 876. Según Alfonso de Espina: “El demonio puede adoptar la forma de una mujer (súcubos) para seducir a un hombre y retener su semen en el útero tras la cópula y después convertirse en un hombre o íncubo. Convertido en un íncubo podría mantener relaciones sexuales con una mujer a la que trasmite e implanta el semen para engendrar nuevas criaturas diabólicas”. Beteta Martín, 2016, p. 113.
(42) Beteta Martín, 2012a, p. 876. Según Kramer, la causa de que los demonios se conviertan en íncubos o súcubos es servirse de la lujuria para herir el alma de los hombres. Gugliottella, 2014, p. 188.
(43) Nelson Bennett, 2015, p. 26. Collin de Pancy, en su Diccionario Infernal (publicado por primera vez en 1818) aclara que son “demonios impúdicos y lascivos que tienen concúbito con las casadas y las solteras”. Collin de Pancy, 1842, Tomo II, p. 119. “El carácter insaciable de la sexualidad femenina se convierte en el nexo de unión que acerca a las mujeres a los asuntos diabólicos (Beteta Martín, 2012c, pp. 1027-1031.). El Malleus Maleficarum – ver (20) – es muy explícito al abordar la inclinación natural de las mujeres hacia la sexualidad incluso aunque ésta sea ofrecida por el demonio y sus íncubos”. Beteta Martín, 2016, p. 113. Alfonso de Espina – ver (38) y (41) –, afirma que el número de íncubos es nueve veces superior al de súcubos, debido a la naturaleza lasciva de las mujeres. Alejandre García, 2018, p. 23. Beteta Martín, 2012a, p. 876. Beteta Martín, 2016, p. 113. “(…) en la mayoría de las obras demonológicas medievales y modernas existen pocas muestras de relatos protagonizados por súcubos. Los tratadistas medievales consideraban que la brujería era cosa brujas por el carácter pecaminoso de las mujeres de ahí que los demonios adoptasen la forma de hombres para procrearse”. Beteta Martín, 2016, pp. 273-274.
(44) Alejandre García, 2018, p. 23. Ariza Viguera, 2003, pp. 639-640. “(…) el incubus latino, formado a partir del prefijo in– ‘sobre’ y el verbo cubare ‘yacer’”. Rodriguez Fernández, 2015, p. 283. “(…) los que penetran (in-) y son, por tanto, de morfología masculina”. Paz Torres, 2015, p. 341. “(…) los sátiros son aquellos que se denominan Pan en griego e íncubos en latín. Y se los denomina íncubos por su práctica de superposición, es decir, de orgía. Pues a menudo ansían rijosamente a las mujeres, y copulan con ellas”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 31.
(45) Beteta Martín, 2016, p. 371. Connolly, 2010, p. 32. Garibay Mora, 2005, p. 114. Nelson Bennett, 2015, p. 26. Collin de Pancy, en su Diccionario Infernal, los define así: “demonios que toman forma de mujeres y buscan a los hombres”. Collin de Pancy, 1842, Tomo II, p. 285. “Un hombre es tentado por un demonio en forma de mujer (…). En la Edad Media, a estos seres diabólicos con apariencia de hermosas jóvenes se les denominaba ‘súcubos’. Su misión consistía en tener relaciones sexuales con los hombres mientras dormían. Subrayamos estas dos palabras porque nos parece muy significativo que la víctima masculina siempre descubra el mensaje ‘al despertar’. Ello parece sugerir que, hasta aquel preciso instante, el hombre vivía en un sueño tejido arteramente por su seductora, durante el cual ‘ignoraba’ la verdadera personalidad de ésta. Si los súcubos encubrían su monstruosidad bajo una belleza ilusoria, la enferma de la leyenda disimula su ‘corrupción interior’ tras una capa de engañosa lozanía”. Gonzalo Tobajas, 2015, p. 84.
(46) Beteta Martín, 2016, p. 371. Gonzalo Tobajas, 2015, p. 87. Molina Domínguez, 2012, p. 381.
(47) El Diccionario académico define así súcubos: dícese del espíritu, diablo o demonio que, según la superstición vulgar, tiene comercio carnal con un varón, bajo la apariencia de mujer (Gonzalo Tobajas, 2015, p. 85). (…) en latín simplemente significaba el que se acuesta debajo de otro, así es que el latinismo simplemente refleja lo que los académicos consideraban como la postura normal”. (“Comercio carnal”, los relaciona con la prostitución). Ariza Viguera, 2003, p. 639. Súcubo significa “yacer bajo”. Alejandre García, 2018, p. 23. O “los que están debajo (su-, alomorfo de sub-)”. Paz Torres, 2015, p. 341. “Teniendo como referencia el incubus latino – ver (44) – se desarrolló la figura del succubus cuya tradición gozará de gran apogeo en la Edad Media. La diferencia entre ambas encarnaciones de la pesadilla reside en la posición de la figura onírica, ya que los súcubos son demonios que, habitualmente con forma de mujer, se acostaban con el soñador colocándose debajo, para tener relaciones sexuales”. Rodriguez Fernández, 2015, p. 283.
(48) Paré, 1993, p. 91. Rodriguez Fernández, 2015, pp. 282-283 y 297.
(49) Broedel, 2003, p. 55. Nelson Bennett, 2015, p. 26. Paz Torres, 2015, pp. 347-348.
(50) Nelson Bennett, 2015, p. 26.
(51) Broedel, 2003, p. 55. Nelson Bennett, 2015, p. 27.
(52) “El énfasis puesto en la sexualidad incontrolable o desviada como punto de referencia de la figura de la bruja hizo que las mujeres socialmente prominentes fueran aún más vulnerables a los cargos de brujería, ya que las mujeres prominentes de la nobleza, la Iglesia y otros roles menos convencionales vivían en un entorno que colocaba su conducta sexual bajo escrutinio incesante. La preocupación por el control patriarcal de la sexualidad femenina resurge con frecuencia a lo largo de los tratados de brujería de finales del período medieval. Podría decirse que el primer escritor que puso en el centro de su argumento la naturaleza feminizada y sexualizada de la brujería satánica fue Johannes Nider (…) En 1437 (…) publicó el Formicarius”. Nelson Bennett, 2015, p. 27. En el Malleus Maleficarum: “[las brujas] persisten en la inmundicia diabólica a través de actos carnales con demonios íncubos y súcubos”. Ver (36). Broedel, 2003, p. 24. “Se pensaba que las propias brujas tenían actividad sexual con demonios (…) A menudo se pensaba que las brujas se sometían sexualmente al mismo diablo, cuyo miembro se describía típicamente como helado”. Bailey, 2003, pp. 68-69. “Históricamente, la brujería siempre se ha considerado un acto con una gran carga sexual. A lo largo de la era de las grandes cazas de brujas, se pensaba comúnmente que las brujas participaban en actividades sexuales con demonios en forma de íncubos y súcubos. Las orgías sexuales eran una pieza central del sabbath de las brujas y, como señal de su subordinación y degradación, a menudo se pensaba que las brujas tenían relaciones sexuales con el mismo diablo”. Bailey, 2003, p. 118. “(…) la bruja, de cuya forma o cuyo cuerpo se apropiaba el diablo, a su vez, se identificaba en apariencia y comportamiento con los mismos súcubos”. Broedel, 2003, p. 56. “Cuando las brujas y los brujos confiesan la cópula carnal con el espíritu malvado, muchos médicos dicen que son efialtes e hifialtes, o íncubos y súcubos”. Campagne, 2018, p. 437.
(53) Federici, 2004, p. 257.
(54) Kramer y Sprenger, 1487, pp. 26-56. Sinistrati, 1879, pp. 30-31.
(55) Broedel, 2003, p. 44. Kramer y Sprenger, 1487, p. 38.
(56) Esta teoría desarrolla por Tomás de Aquino persistió durante todo el período de las principales cazas de brujas. Bailey, 2003, p. 69. Broedel, 2003, p. 44. Campagne, 2018, pp. 77 y 485-486. Paz Torres, 2015, p. 341.
(57) Jean Bodin y Pierre de Lancre (nombres más que sonados y unidos a la caza de brujas) creían que los íncubos podían unirse a los súcubos, y que de ellos nacerían hijos horrorosos: los cambiones. Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 161. Cambiones: “descendientes de íncubos y súcubos”. Connolly, 2010, p. 23. Estos pequeños demonios también se consideran el preludio a los íncubos y los súcubos. Garibay Mora, 2005, pp. 53-54. “(…) los demonios, ya sean íncubos o súcubos, se unen carnalmente no sólo con hombres y mujeres, sino también con bestias”. Sinistrati, 1879, p. 17. En cuanto a si los íncubos y los súcubos podían engendrar, había diversas opiniones: “La primera es que no solo pueden engendrar sino que incluso pueden lograrlo con su propio esperma. Así sin dudas lo creyeron Josefo, Justino mártir, Atenágoras, Tertuliano y Marcos de Éfeso, quien dijo que los demonios tienen cierta simiente fecundante que no puede ser percibida por los sentidos humanos. La segunda opinión (…) no solo pueden engendrar un hombre o un ángel a partir de su propio semen sino que su propia multiplicación fue consecuencia de este proceder, como escribió Gregorio de Nacianzo en el libro De la creación del hombre, capítulo 8. La tercera opinión es que bien pueden engendrar con las mujeres pero no a partir de su propia simiente (…) De esta opinión es Santo Tomás (y luego de él muchos teólogos) (…) La cuarta opinión es la de aquellos que dijeron que a partir del procedimiento ya descripto los demonios no pueden engendrar”. Campagne, 2018, pp. 269-271.
(58) “San Agustín, dice, en el Libro LXXXIII I, que la causa de la depravación de un hombre reside en su propia voluntad, ya sea que peque por su propia sugestión o por la de otro. Pero una bruja se deprava por el pecado, y por lo tanto la causa no es el demonio, sino la voluntad humana. En el mismo lugar habla del libre albedrío, de que todos son la causa de su propia maldad. Y razona así: que el pecado del hombre procede del libre albedrío, pero el demonio no puede destruir a éste, pues ello iría en contra de la libertad; por lo tanto, el demonio no puede ser la causa de ese o de ningún otro pecado. Además, en el libro del Dogma Eclesiástico .se dice: no todos nuestros malos pensamientos son engendrados por el demonio, sino que a veces surgen del funcionamiento de nuestro propio juicio”. Kramer y Sprenger, 1487, p. 39. “(…) cuando las mujeres están deseosas de quedar embarazadas por el Demonio (lo que sólo ocurre por consentimiento y deseo expreso de dichas mujeres) (…)”. Sinistrati, 1879, p. 31.
(59) No hay que olvidar que “el Medievo despliega una represión hacia la sexualidad y el erotismo a consecuencia de los tabúes impuestos por el cristianismo; unos tabúes que incluso se alejan de la tradición hebrea que había otorgado una destacable carga erótica al Cantar de los Cantares. (…) un cristianismo que no concibe la sexualidad como una fuente de placer sino como un acto pecaminoso necesario para la procreación. El discurso patrístico percibe la sexualidad como el Pecado por antonomasia y no resulta extraño que en este clima de sexofobia, incluso el matrimonio fuese considerado por los Padres de la Iglesia como un (…) «mal menor». (…) El discurso patrístico reconoce únicamente la sexualidad en el seno del matrimonio”. Beteta Martín, 2012c, pp. 1032-1033. “Hasta el siglo XV se mantiene la idea agustiniana de que las mujeres son instrumentos mediadores entre el diablo y los hombres; los demonios masculinos – íncubos – podían seducir a las mujeres y tener hijos con ellas extendiendo así el mal entre la sociedad, pero no se concebía un origen femenino del mal. Esta idea surge con la figura de los demonios femeninos –súcubos – y con los pactos entre las mujeres y los demonios que difunde la literatura medieval a finales del siglo XIV como una estrategia de desautorización femenina. La misoginia medieval radicaliza su discurso ante el cuestionamiento crítico que la Querella de las Mujeres realiza sobre los postulados patriarcales” (como hemos visto). Beteta Martín, 2011, p. 4. Ver (41). “En 1470, un teólogo de la orden de los Dominicos llamado Giordano da Bergamo emitió su tratado Quaestio de strigis. (…) Al contrario de Visconti y otros autores de la época, a Bergamo le interesaba más la interacción entre los súcubos o demonios femeninos y los hombres, apoyando su investigación en testimonios masculinos, cuando lo común era contar con los relatos de mujeres que habían sido agredidas. Esto le colocaba en una posición alejada del resto de los demonólogos que profundizaron en el conocimiento del coito demoníaco entre íncubos y brujas, reflejando claramente su deseo de experimentar, en primera persona, un encuentro con el mal”. Ahn, 2013, pp. 13-14. En el Malleus Maleficarum dejan claro que “las brujas” son enemigas declaradas del matrimonio, pues causan la impotencia, los abortos, corrompen y empujan al hombre al adulterio, etc. Kramer y Sprenger, 1487, pp. 57-62. Fue “la elite europea, la que dedicó infinitud de pliegos de papel a discutir tales «alucinaciones», en disquisiciones, por ejemplo, sobre el papel de los súcubos y de los íncubos, o de si la bruja podía ser o no fecundada por el Diablo, una pregunta que, aparentemente, interesaba todavía a los intelectuales en el siglo XVIII”. Federici, 2004, p. 270.
(60) “Los tratados de demonología no constituyeron el principal medio de adoctrinamiento en un contexto histórico marcado por unos elevados índices de analfabetismo. Los discursos homiléticos y sobre todo los exempla o cuentos de origen oriental, que por su carácter moralizante suelen utilizarse en los púlpitos para ilustrar los pasajes bíblicos, se convierten en el nexo de unión entre el discurso patrístico, la teología demonológica y la superstición popular. Los exempla recogen la imagen de las mujeres como seres naturalmente inclinados al mal y difunden una visión maléfica de las mujeres que convierte a los súcubos o demonios femeninos en el centro en torno al que gravita la deslegitimación simbólica de las mujeres y la proyección simbólica de las brujas en la Baja Edad Media”. Beteta Martín, 2016, p. 140. En los exempla “la mujer es una verdadera diabla, un súcubo. El que la mujer y el diablo sean la misma cosa es el hecho maravilloso mágico más extremo que puede encontrarse en la Baja Edad Media (…) en el ambiente polifacético de los exempla (…) a la mujer se le vincula con las fuerzas maléficas”. Cándano, 2008, pp. 223-224. En los exempla “los personajes de la mujer y del diablo son intercambiables”. Cándano, 2008, p. 213.
(61) Cándano, 2008, p. 223.
(62) “Para las mujeres (…) los siglos XVI y XVII inauguraron verdaderamente una era de represión sexual. La censura y la prohibición llegaron a definir efectivamente su relación con la sexualidad”. Federici, 2004, p. 263. En España, autores barrocos como Fray Francisco de Blasco Lanuza, en su obra “Patrocinio de ángeles y combate de demonios” publicada en 1652, seguirán con la tradición que sentó el Malleus Maleficarum. Morgado García, 2000, pp. 119-122. Lanzuda “no duda en modo alguno de la existencia de íncubos y súcubos”. Morgado García, 2000, p. 115. “(…) el carácter femenino de lo demoníaco, heredado del discurso misógino, (…) arraiga en la moral judeocristiana, se desarrolla en la tradición medieval y continúa en los Siglos de Oro”. Paz Torres, 2015, p. 325.
(63) “Se exploran los diferentes opposita de la fémina como sujeto activo del mal, capaz de tentar al varón en forma de demonios súcubos, y la mujer como objeto pasivo y meta de la seducción”. Paz Torres, 2015, p. 325.
(64) De Nicolás Remy, publicado en 1595: Remy, 1595. Otros tratados demonológicos, además del Malleus y de Demonolatría: el Tractatus de hereticis et sortilegiis de Paulus Grillandus (1524), las Disquisiciones mágicas (1599) de Martín del Río, la Demonologia (1623) de Torrebianca Villalpando o el Tractatus de confessionibus maleficorum sagarum (1591) de Binsfield. Morgado García, 2000, pp. 119-120.
(65) Abrahel es uno de estos demonios súcubos (Garibay Mora, 2005, p. 23; Summers, 1926, p. 103) y aparece descrita por primera vez en la Demonolatría de Remy (Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6): Remy, 1595, pp. 14, 55 y 190.
(66) En Dalhem (Lieja), en 1581. Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(67) Llamado Pierron. Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(68) Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(69) Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(70) “El padre y la madre al ver tan lamentable acontecimiento se desesperaron lamentándose inconsolablemente. Apareció de nuevo Abrahel al pastor y le prometió volver la vida a su hijo si el padre quería pedirle esta gracia tributándole el culto de adoración que solo se debe a Dios”. Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(71) Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6. En estos ejemplos, vemos claramente como los súcubos son el propio demonio, tentando, etc.
(72) “El joven cayó de espaldas, cuyo cuerpo infecto y de un hedor insoportable fue arrastrado con garfios fuera de la casa paterna, y enterrado en un campo sin ceremonia alguna”. Collin de Pancy, 1842, Tomo I, p. 6.
(73) Algunos ejemplosde súcubos: Alouqua, súcubo y vampiresa que cansa a los hombres y los conduce al suicidio (Garibay Mora, 2005, p. 29), Jezebel (Summers, 1926, p. 103) o Gomory (Collin de Pancy, 1842, Tomo II, p. 74). Más ejemplos en: Sinistrati, 1879, p. 33.
(74) Lilith: “en el mito hebreo, la primera esposa de Adán. Posteriormente esposa de Satanás. Según muchos demonólogos, Lilith preside a los súcubos. Se dice que Lilith intenta destruir a los recién nacidos. Por esta razón, los judíos adoptaron la práctica de escribir una fórmula para ahuyentar a Lilith en las cuatro esquinas de la cámara de parto. Lilith es la princesa del infierno”. Connolly, 2010, p. 27.
(75) “El patriarcado sitúa la sexualidad de las mujeres en una esfera simbólica ambivalente que despierta atracción y temor al mismo tiempo (…) a lo largo de la Historia, las representaciones literarias, artísticas y simbólicas de las mujeres basculen entre la idealización y la demonización de la naturaleza femenina (como ocurre con los súcubos que hemos visto). (…) Desde los orígenes de las tradiciones hebreas hasta algunas de las más recientes obras de autoría masculina, se ha perpetuado una imagen de las mujeres como sujetos sociales, y en ocasiones objetos sociales y sexuales, de segundo orden, cuyo valor fundamental radica en su capacidad reproductiva. Los beneficios de establecer redes de intercambio masculinas entre diversos grupos sociales y la necesidad de perpetuar el linaje, para asegurar la supervivencia de los bienes patrimoniales, convierten a las mujeres en una mercancía de gran valor social que debe ser sometida a una férrea normativa patriarcal. En este sentido, el control de la sexualidad femenina se convierte en un objetivo prioritario. Los procesos de aculturación a los que históricamente se han visto sometidas las mujeres han sesgado la forma en que las mujeres ven el mundo y se perciben así mismas. Recluidas en la esfera doméstica, encerradas en el rol de esposa y madre y privadas de su sexualidad, las mujeres han moldeado su identidad social de acuerdo a unos iconos culturales de autoría masculina que han secuestrado sus capacidades sociales, económicas, políticas e intelectuales. El único resquicio cultural que les permite romper los tradicionales roles androcéntricos es quebrantar el sistema a través de la transgresión social. La transgresión de la normativa patriarcal convierte a las mujeres en una amenaza potencial capaz de desestabilizar el sistema social. Si las mujeres socialmente aceptadas se ven recluidas en el ámbito doméstico, dentro de la cultura pero sin capacidad de crear capital simbólico, las transgresoras deben ser desplazadas fuera de los límites de la cultura. Son invisibilizadas, demonizadas y repudiadas. Son despojadas de su identidad y, en virtud de la necesidad patriarcal de ocultarlas, pasan a formar parte de la categoría de ‘lo monstruoso’”. Beteta Martín, 2009, pp. 214-215.
(76) Grabada por primera vez en 1963, interpretada por Lesley Gore. Todo un himno para finalizar esta historia de súcubos.
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