La historia de Domingo Badia Leblich (1) es de película. Explorador, aventurero, científico, espía y muchísimas cosas más. Fue un innovador, un ilustrado, admirador de las ideas de la Revolución francesa (2). Pero, sobre todo, fue Alí Bey, el primer europeo, español para más señas, en levantar un plano de la ciudad prohibida de la Meca.
Tuvo las narices de entrar en la Kaaba, en la mezquita de la Meca, donde se encuentra la piedra negra, venerada por millones de personas (3). Era y es un lugar santo y la entrada está prohibida a todos los no musulmanes. ¿Que ocurre con los infractores? No abundan los atrevidos aventureros pero, a día de hoy, como antaño, hay quien sigue osando entrar. Si la policía los detecta son detenidos, encarcelados por un tiempo en una prisión saudí y, finalmente, deportados. Hasta comienzos del siglo XX era un crimen condenado con la pena de muerte. Ya por esta hazaña, ¡Alí Bey merece una película! Pero además de ser un temerario, fue una especie de Lawrence de Arabia (4), un viajero incansable.
Alí Bey, un viajero empedernido
Alí Bey viajó por el Reino de Marruecos y se convirtió en hombre de confianza del sultán. Siguió su periplo por el Mediterráneo. Iba donde lo llevara el viento. Trípolis, Creta, Alejandría, el Cairo… Recorrió el Mar Rojo, padeció naufragios y secuestros, y conoció el ascenso al poder de los wahabíes, en Arabia. También anduvo por Palestina, visitando los lugares Santos de la cristiandad: Jerusalén y Belén. Y siguió camino, hasta llegar a Siria y al Imperio otomano.
Siempre mantuvo en sus viajes la visión científica de la época. Así, recogía datos, registraba fenómenos meteorológicos, geográficos, la flora… Era un hombre de fuego, con una curiosidad enorme. ¡Era hijo de la ilustración! El precursor de los viajeros románticos. Sin embargo, como nadie es profeta en su tierra, fue más conocido en Europa que en España. Tanto es así, que acabo exiliado de España por afrancesado (5).
Un globo, dos globos, tres globos: la infancia de Alí Bey
Pero vayamos al principio. Ali Bey nació en Barcelona. Era hijo de funcionario: su padre era el secretario del gobierno militar, en la Ciudad Condal. Siendo niño, su padre fue trasladado a Vera (Almería). Y allí, Ali Bey tuvo su primer contacto con el mundo árabe. El chaval engulló toda clase de lecturas y así, apareció su pasión por Oriente.
Un matrimonio y muchas ganas de volar
Con 26 años se casó con Mariquita, como llamaba cariñosamente a su esposa, y se trasladó a Córdoba (6). Allí, comenzó a publicar trabajos científicos sobre globos aerostáticos. De hecho, puso en pie su propio proyecto: un globo tripulado por el propio Alí Bey. Pero dicho capricho casi le costó la vida y se llevó por delante sus ahorros y lo que fue peor, ¡los de su suegro! Así, con una mano delante y otra detrás, se trasladó a Madrid.
A la conquista de Marruecos
En Madrid, empiezó a darle vueltas a la cabeza a otro proyecto: recorrer Marruecos. Pretendía llegar a la ciudad de Tumbuctú, seguir la Costa de Oro, después dirigirse a Abisinia y terminar en Alejandría, ¡Alí Bey no estaba nunca tranquilo, siempre «inventaba» algo! Esta vez, consiguió presentar el proyecto al mismo Príncipe de la Paz, el valido del rey Carlos IV, Manuel Godoy (7). Y, como dicen las malas lenguas, el preferido también de la Reina.
La idea era totalmente científica pero, al recogerla Manuel Godoy, le dio además un carácter político. Ya sabemos que este Godoy era otro inquieto. Además, en España, teníamos el problema del abastecimiento del trigo. El sultán de Marruecos no quería vendernos trigo, por ser unos infieles. Por lo que Godoy intentó que, de alguna manera, eso cambiase. Por eso financió a nuestro aventurero.
¡Me la corto si hace falta! ¡Por España!
Para lograr su cometido y hacerse amiguete del sultán marroquí, Domingo Badia se disfrazó de príncipe Abasí. Es decir, se transformó en Alí Bey, el hijo de Osmán, príncipe de los Abasíes. ¡Casi nada! Dominaba un poco el árabe, se sabía unas oraciones del Corán y se ceñiría a las costumbres del Islam. Interpretó de tal manera al personaje, que éste acabó por engullir a Domingo Badia. Así, no se sabía realmente donde terminaba uno y empezaba el otro; cuál era el verdaderamente real.
Junto con su maestro de árabe (8), marchó a Paris y a Londres. Allí, se abasteció de libros y aparatos de medición, brújulas, telescopios y ropa turca. En Londres, Ali Bey también aprovechó para hacerse la circuncisión (9). Y es que sabía que en el momento de ir a un baño público «su miembro» lo delataría. A este tío no se le iba detalle. Y así empezó la aventura. Regresó a España, donde dejó a su acompañante por órdenes de Godoy, y partió a Marruecos solo.
La llegada a Marruecos de nuestro Lawrence cañi
El 29 de junio de 1803 atravesó el estrecho de Gibraltar y, después de cuatro horas, llegó al puerto de Tanger. Pasó el primer filtro, un primer interrogatorio. Nunca sospecharon de él por motivos religiosos. En todo caso, chirrió que estuviera al servicio de Francia o de España.
Era un trabajador incansable. Anotaba todos los datos y hasta hacía copia. Además, todas las noches escribía un diario donde anotaba todo lo que le parecía importante. Este diario es lo que nos ha llegado a nosotros, pues lo demás, el grueso, está perdido. También sacaba tiempo para escribir a Godoy y a su familia, pues había dejado mujer e hijos en España.
Pasó audiencia con el Sultán y Alí Bey, para agasajarle, le obsequió con diversas armas (10). ¿Qué le pasaría al Sultán por la cabeza, cuando vio llegar a un tipo que “paparrucheaba” el árabe, disfrazado de turco y con acento español? ¿Se lo tragaría? La cosa es que Alí Bey pronto se ganó su confianza, y el Sultán lo trató como a un príncipe. Lo veía como un sabio que había estado en las escuelas europeas y dominaba varios idiomas. También sabía de matemáticas, astronomía, geografía… Por lo que el Sultán estaba encantado con él.
Espías como puedas
Alí Bey se trasladó a Marrakech con el Sultán, y allí éste le regaló el palacio de Esmelalia y dos esclavas: una blanca y otra negra. ¡Menudo machirulo era el sultán! Alí Bey era fiel a su mujer. Y el sultán no entendía que no tuviese alguna concubina, ya que para él era costumbre. Como excusa, Alí Bey decía que prefería cultivar el espíritu.
Pero Alí Bey empezó a reunirse sibilinamente con los opositores al Sultán para intentar un levantamiento y justificar la intervención de España a favor de estos opositores. Al cónsul de España lo tenía al tanto de todos los movimientos. ¡De pura película de espías! No sabemos cuánto de verdad hay en sus notas. Pero, según éstas, solicitó ayuda al rey de España para que las tropas estuvieran preparadas en Ceuta, para intervenir. Y siendo esto una operación secreta, ¡vamos nosotros y lo publicamos en el B.O.E.! ¡Manda huevos! Menos mal que, como hoy, nadie leía el B.O.E. Si no, se hubiesen enterado los franceses, ingleses y el Sultán de la operación.
Carlos IV jodiendo la marrana
Pero no contábamos con el buenismo del Rey Carlos IV… Escribió una misiva abortando la operación. Debió ser algo parecido a esto: «Que sí, que el Sultán es muy malito con España. Que no nos vende trigo. Que “no ni ná” con España. Pero como es tan amable con el espía nuestro, ¿cómo lo vamos a invadir, hombre? ¿Cómo le vamos hacer pupita al “fristo” del sultán?». En el fondo, Carlos IV era un pedazo de pan. Pues eso, que mandó contraorden.
Pero Alí Bey y Godoy, a espaldas del rey, siguieron intentando la invasión. Hasta que el Sultán empezó a sospechar y mandó al carajo a Alí Bey. Lo embarcó y lo mandó fuera de su reino. No se lo cargó porque le pilló de bien ese dia. O se lo tomaba a risa. Ahí acabó nuestro Lawrence de Arabia, ahora será el viento el que lo lleve a sitios insólitos (11).
Un crucero por el Mediterráneo
Después de su salida brusca del Reino de Marruecos, siguió actuando como Alí Bey. Ya que estaba en faena, siguió con su disfraz. Mejor que ser funcionario por un salario mísero y sin ninguna aventura. Así, bien ataviado, decidió ir a la ciudad de la Meca de peregrino. Aunque antes, se dio un buen paseo por el Mediterráneo.
En su periplo llegó a Tripoli. Allí, recabó información científica que, realmente, era lo que le gustaba. Además del riesgo y la aventura, y conocer mundo, por supuesto. Embarcó rumbo a Alejandría, pero un error del capitán, que le daba al codo, le llevó a Grecia. Después, una terrible tormenta, que inutilizó el barco y acabó con varios tripulantes, le obligó a recabar en la isla de Chipre. Allí dibujó unas láminas de los paisajes verdaderamente bellas.
Por fin desembarcó en Alejandría y, por el Nilo, puso rumbo al Cairo. Allí dejó gran cantidad de documentos, en el consulado español. Pero, por desgracia, estos se han perdido. Visitó las pirámides de Giza y, por supuesto, tomó apuntes describiéndolas y valorándolas. ¡Recordemos que aún no ha empezado el boom de la egiptología! Alí Bey fue todo un pionero.
Rumbo a la Meca
Después de tanto meneo, en diciembre de 1806, puso rumbo a la Meca. Se unió a una caravana de beduinos (12) que se introdujo en el desierto y lo llevó a las puertas del Mar Rojo. Allí embarcó de nuevo. En la travesía, naufragaron. Pero Alí Bey, con su astucia, determinación y conocimientos, en medio de la oscuridad de la noche, consiguió arribar a tierra. Al menos, es lo que contó en su dirario. ¿Sería verdad? ¿O estaría haciéndose el héroe?
Entra en la ciudad prohibida, que sigue prohibida al día de hoy
Alí Bey, el alter ego de Domingo Badia, entró en la ciudad prohibida de la Meca. Fue uno de los primeros europeos en entrar y el primer español en hacerlo (13). Y entre oración y oración, como venimos diciendo, no dejó de recoger datos. Escribió sobre la geografía y las costumbres. Y además, realizó unos dibujos extraordinarios de la ciudad. Fue el primero y único en levantar el primer plano existente de la Meca antigua. No existe otro.
El sultán de la Meca lo invitó a su palacio. Pues éste había oído de un peregrino, de origen noble, que había estado en los mejores colegios de la poderosa e infiel Europa. Así, le preguntó por sus orígenes. Se sabe que los no musulmanes que osaban pisar la Meca eran ejecutados. Fueron muchos los que no salieron y un puñado pudo contarlo.
Alí Bey también fue testigo de la subida al poder de los sunitas wahabíes en Arabia. Sus descendientes siguen gobernando los designios de Arabia Saudí. Éstos mantienen una visión rigorista del Islam, horrible para las mujeres y la libertad de expresión. No está lejos el reciente caso del periodista asesinado en la embajada saudí en Turquía. Es decir, que estos señores siguen igual, con el mismo rigor que cuando los describió Aly Bey (14).
¡Huevos con tomate, que atracón!
En su vuelta por Jerusalén y Belén, visitó los lugares santos de las tres grandes religiones: Cristianismo, Judaísmo e Islam (15). Y, cómo no, continuó con su pasión de plasmar todo lo que veía. Ya fuera en dibujos, planos, archivando muestras o describiéndolo en su diario. Y por fin, llegó a Constantinopla. Fin del viaje. Allí, lo recibió el embajador de España, conocedor de su identidad.
Cuenta una anécdota que el embajador dio una cena, a la que invitó a Ali Bey. Y allí, ¡estuvieron apunto de descubrirlo! Sirvieron huevos con tomate y al verlos, nuestro viajero exclamó con unos versos de Iriarte (16). Alí Bey estaría harto de comer tanto Kebab y, al ver los huevos fritos, se le hizo la boca agua, ¡ya dirán ustedes! Y claro, los otros comensales se mosquearon bastante. Se preguntaron: «¿quién es este tipo, que hasta sabe versos de Iriarte? ¡Y habla perfecto el castellano! Esto huele raro… Algo más que a huevos con tomate».
“Sois unos petates, yo los haré revueltos con tomates” (17).
España patas arriba: tres reyes en menos que canta un gallo
A su regreso a España se encontró con que Carlos IV y Godoy estaban destituidos. Napoleón era el dueño de España. «¿Qué carajo hago yo ahora?» – se preguntó. Primero, visitó a Carlos IV para entregarle el trabajo realizado. Ya que éste fue quien lo financió y cuando salió de España era su rey. Otra vez, el buenismo de Carlos IV, fue y le soltó a Alí Bey que ese trabajo pertenecía a España y ahora debía entregárselo al nuevo rey: José I Bonaparte (18). Allá que se fue nuestro protagonista.
Así, se puso al servicio del nuevo rey, que era hermano del mismísimo Napoleón. Ya os podéis imaginar por qué tacharon a Alí Bey de afrancesado. El nuevo rey lo nombró prefecto de Córdoba. Y oye, para el poco tiempo que estuvo al mando, Alí Bey logró introducir alguna que otra cosilla moderna en la ciudad (19).
¡Otro al que le dan la patada! El primer exiliado a Francia
Después de la Guerra de la Independencia, Alí Bey se fue al exilio con el grupo de los afrancesados, a París. Pidió al nuevo rey de España, Fernando VII, poder regresar a su patria. Pero éste se lo denegó, por colaboracionista con los franceses. Vamos, por traidor. Ya sin posibilidades de volver a su tierra, se puso al servicio del gobierno francés.
En Francia, consiguió publicar sus viajes en francés (20), con tal éxito que fueron traducidos al inglés, al alemán y al italiano. Sus aventuras se conocieron más en el extranjero que en España. Otros viajeros, entre ellos Richard Burton (21), usaron su libro de viajes para sus andanzas por Oriente Próximo. Así, Alí Bey consiguió gran fama a nivel mundial.
Nadie es profeta en su tierra
Alí Bey murió en un halo de misterio, de serie negra. Estando al servicio de la inteligencia francesa, el Gobierno francés le propuso otra aventura. Conociendo sus gestas anteriores, lo enviaron a una nueva misión, disfrazado de nuevo de príncipe Abassi. Sus libros publicados le daban para comer, pero no para cenar, así que no se pensó dos veces la invitación. ¡A Alí Bey le tocaban las castañuelas y se ponía a bailar! En aquel entonces, la guerra fría entre el Imperio británico y la Francia revolucionaria acababa de empezar. Y, como en las mejores intrigas del espionaje, fue descubierto. En Damasco, los servicios secretos británicos lo pillaron con las manos en la masa, y lo envenenaron (22). Aunque otras fuentes dicen que murió de enfermedad. Igual nos estaba engañando hasta la muerte.
En España, Domingo Badia Lebrich, Alí Bey, ha caído en el olvido. Y eso que fue un visionario, abierto al mundo, un hombre de acción. Si hubiese nacido en otro país, ya hubieran sacado una película con su epopeya. Aún así, existen dos callejeros en España que hacen mención a él, pero seguramente muy pocos relacionan el uno con el otro. Uno en Barcelona, con el nombre «Alí Bey» y otro en Córdoba, con «Domingo Badia». Pero nunca tuvo el reconocimiento que debería haber tenido. En Francia, por ser español y en España, por ser un afrancesado. Cosas de nuestro mundo…
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