Muchos hombres en el mundo se repiten constantemente el mantra “el tamaño no importa” para sentirse más seguros. Pero seamos realistas, a partir de según qué tallas sí importa, y mucho. Que se lo digan a Fernando VII, poseedor de semejante pene que las mujeres huían solamente de verlo. Para él, lo que mucho considerarían un don se convirtió en una verdadera pesadilla. Para que nos hagamos una idea del problema, veamos la descripción que hacía del miembro un escritor francés que lo había podido apreciar: «miembro viril largo como un taco de billar, fino como una barra de lacre en su base y tan gordo como el puño en su extremidad». (1)
Veamos de qué manera Fernando VII vio complicada su vida por el hercúleo que tenía alojado entre las piernas.
Los inicios del «trípode» de Fernándo VII
Nuestro protagonista Fernando era el hijo mayor de Carlos IV. Poco agraciado, enfermizo, narigudo y bastante corto de entendederas, cumplía con los estereotipos básicos de los Borbones. No recibió cariño alguno de sus padres, que vivían centrados en dar amor a su favorito, Manuel Godoy. Así, desde pequeño fue un chico despreocupado y sin ningún tipo de ambición. Un hedonista cuya única preocupación era mantener sus privilegios. (2)
En lugar de esperar su turno para llevar la Corona, aprovechó la oportunidad que se le presentó en 1808. Tropas napoleónicas se paseaban por la Península como Pedro por su casa como resultado del tratado de Fontainebleau. Pese a ser algo permitido por el rey, éste se acojonó e intentó huir desde Aranjuez a Sevilla. En ese momento, una veintena de grandes de España, con el apoyo del pueblo, se levantaron para pedir que la Familia Real se quedara en Aranjuez y, sobre todo, que no se llevaran a Fernando con ellos, a quién consideraban en peligro bajo control de Godoy. El resultado del motín fue tal que Carlos IV acabó abdicando en nombre de su hijo y Godoy se llevó una buena paliza por parte de unos lugareños que lo encontraron disfrazado entre unas esteras. (3)
Pero esto no acabó aquí. Carlos, arrepentido, decidió solicitar un arbitraje a Napoleón entre él y su hijo para decidir quién era el legítimo rey. Napoleón les concedió el deseo y los citó en Bayona. Allí consiguió que Fernando devolviese la corona a su padre y que éste se la diera a él, que se la cedió a su hermano, José Bonaparte, alias Pepe Botella (4). Como es evidente, a los Borbones se les quedó cara de tontos perdidos.
Vacaciones en Francia
Tras los sucesos de Bayona, Fernando VII quedó en una especie de arresto domiciliario en el palacio de Valençay junto a su hermano Carlos y su tío Antonio. Allí, se dedicó en cuerpo y alma a no hacer nada. En los cinco años que duró la guerra, los franceses no contemplaron ni un ápice de vicio o virtud en Fernando VII. De hecho, una noche llegó un irlandés con la misión de rescatarle de los franceses. La reacción de Fernando VII fue magnífica: denunció al irlandés a los franceses. (5) Es comprensible, allí en Valençay podía dedicarse exactamente a hacer lo que más le gustaba, vaguear. Si era rescatado a saber qué tipo de responsabilidades se vería obligado a asumir. Que le dejaran tranquilo.
Desgraciadamente para él, Napoleón se lio en Rusia y todo su plan se fue al garete. Las tropas francesas tuvieron que dejar la Península y con ellas José Bonaparte. Con Carlos IV ya retirado, a Fernando VII le tocaba volver para reinar. Qué pereza, debió pensar el Borbón.
El rey felón
Como cabía esperar, Fernando VII fue un rey pésimo. Incapaz de tomar decisión alguna, todas sus fuerzas (pocas) se concentraron en que en España no cambiara absolutamente nada. Entender su mente limitada no es tarea complicada. Es decir, como rey absolutista, podía hacer todo lo que le saliera de su real e inmenso pene. Cómo diantres podemos esperar que semejante personaje prestara una mínima atención a esos ilustrados que hablaban de nuevas ideas, de derechos del hombre, de progreso, al fin y al cabo.
Pero, además, su incapacidad de tomar decisiones no solo le puso en contra de los liberales. Su hermano menor, Carlos, no paraba de desacreditarle por blando, pidiéndole medidas de la vieja escuela. En otras palabras, Carlos quería volver al medievo. Su lema, significativo: Dios, patria, rey.
Visto lo visto, Fernando VII se dedicó a aguantar inmóvil entre dos aguas, en una técnica milenaria que ha llegado hasta nuestros días, como demostró Mariano Rajoy. Sus objetivos vitales consistían en que le dejaran tranquilo y en conseguir un heredero, una misión en la que encontraría un gran enemigo, su herramienta fecundadora.
Sus pobres esposas
Para conseguir su objetivo de tener un heredero tenía que encontrar alguna mujer capaz de soportarle. Con su primera esposa, María Antonia, que había muerto en 1806, tardó más de un año en consumar el matrimonio, (6) así que no iba a ser fácil.
Se casó en segundas nupcias con su prima María Isabel de Braganza. Con ella tuvo dos hijas. La primera murió a los cuatro meses, y la segunda al nacer, llevándose consigo a la madre por una cesárea mal hecha. Para Fernando VII esta desgracia no fue más que un “sigue rascando”. Lo cierto es que Fernando apenas tuvo aprecio por su segunda esposa, como demuestran las diferentes infidelidades en las que incurrió (7). Al año siguiente, en 1819, se volvió a casar, esta vez con María Josefa Amalia de Sajonia. Fernando VII tenía 35 años y ella 16.
La nueva reina, que además de ser una chiquilla salía de ser educada en un convento, en cuanto vio el monstruo que alojaba Fernando VII entre las piernas dijo que no se arrimaba ahí ni por todo el oro del mundo. El problema llegó a tal nivel que el mismísimo papa le mandó una carta recordándole que el sexo en el matrimonio no era pecado. Ni así se convenció. Tras una década de casto matrimonio, fallecía por graves fiebres sin dejar descendencia. Había que seguir buscando.
El mismo año se casó con su sobrina María Cristina. Era ya el año 1829 y Fernando contaba con 45 años. Estaba gordo, sufría gota, y estaba peligrosamente envejecido. Todo parecía indicar que le quedaban dos telediarios. Había que hacer algo inmediatamente con su problema genital. Y se hizo.
El artilugio definitivo
Los médicos diseñaron algo tan simple como una almohadilla circular que el monarca debía colocarse en la base del pene con tal de impedir la completa penetración. (8) Como podemos percibir, Fernando VII y la contención no eran buenos compañeros. Realmente resulta sorprendente que alguien sea tan borrico como para necesitar un tope en la chorra por no poder tener un mínimo cuidado.
Gracias a este gran invento con María Cristina pudo mantener relaciones de manera mucho más eficiente. Pronto se quedó embarazada, abriendo una última esperanza de tener un heredero. Desgraciadamente para la reina, fue una niña (9), lo que la obligaba a someterse a otra sesión de tortura en búsqueda de un varón. Y así fue. Y nació otra niña. (10)
Siendo ya físicamente imposible para Fernando VII buscar otro hijo, el monarca decidió cambiar de plan. En lugar de buscar un heredero, modificó la ley para que su hija Isabel pudiera heredar, un hecho que marcaría por completo la Historia de España del s. XIX. (11)
Historia ficción
Como bien es sabido, poco después de la designación de Isabel como heredera, Fernando VII falleció y la reina pasaba a ser una niña de tres años. En un ambiente de inestabilidad así, su hermano Carlos aprovechó para levantarse en armas defendiendo una dura vuelta al Antiguo Régimen. Así empezaría la primera de las tres guerras carlistas que hubo a lo largo del siglo XIX en España. Y no solo eso, las ideas carlistas se extenderán hasta el siglo XX, apareciendo siempre en movimientos reaccionarios. De hecho, una de las tres banderas utilizadas por los franquistas, junto a la falangista y la nacional con el pollo, será la carlista.
Viendo esto y volviendo al tema genital que nos ocupa, podemos concluir que, si los médicos no le hubieran proporcionado la almohadilla mágica, posiblemente Fernando VII nunca se hubiera reproducido. Si no se hubiese reproducido, el heredero irremediablemente hubiese sido su hermano Carlos. España hubiese vuelto al Antiguo Régimen, la Inquisición hubiese vuelto a quemar herejes, los monasterios se hubiesen quedado con la cultura, etc. Ahora bien, no hubiese habido conflicto carlista alguno. Y ante tal viaje al pasado que se pretendía hacer, quizás la revolución hubiese llegado antes de 1868. O, al contrario, España hubiese consolidado correctamente su proceso de nacionalización y Catalunya, Euskadi o Galicia solo aparecerían en los libros de Historia. En fin, todo esto son especulaciones fantasiosas, algo de lo que todo historiador debe huir despavorido. Por eso, dejo que vosotros imaginéis.
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