Cuando la victoria del bando sublevado era ya una realidad, medio millón de españoles puso rumbo a Francia, para huir de la represión de la España franquista. Sin embargo, la llegada al país galo no les supuso la libertad ni la paz que anhelaban tras tres años de larga guerra. El ascenso y avance de los fascismos y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, fueron los tejedores del destino que les esperaba. Esta es la dura historia que vivieron los españoles en Mauthausen, uno de los campos de concentración nazi.
Exilio: de los campos de concentración franceses al infierno nazi
A principios de 1939, entre el 27 de enero y el 5 de febrero, miles de refugiados españoles cruzaron la frontera ante unas autoridades francesas desconcertadas e incapaces (1). Un drama humano que solucionaron con el hacinamiento de los mismos en decenas de campos de concentración en condiciones inhumanas. Los franceses consideraron a los españoles una carga indeseable para su sociedad y su economía, por lo que intentaron librarse o beneficiarse de ellos de alguna manera.
Los exiliados disponían de varias opciones para evadirse de su internamiento en un campo de concentración. Las repatriaciones, los embarques hacia otros países de destino, la incorporación a las Compañías de Trabajadores Extranjeros, o los alistamientos en las fuerzas armadas francesas (2).
Estos españoles que se alistaron a las fuerzas armadas, que formaron parte de las compañías de Trabajadores extranjeros, o de la propia Resistencia, se toparon con un enemigo implacable: el nazismo. En su avance hacia territorio francés, Hitler hizo un gran número de prisioneros de guerra que fue encerrando por diferentes campos, denominados frontstalags y stalags. Los frontstalags eran campos de prisioneros en zonas del frente, es decir, territorios ocupados. Los stalags, por otro lado, eran campos diseminados por territorios del III Reich. Desde estos centros de reclusión los enviaron al infierno concentracionario nazi.
La deportación de los españoles: Mauthausen y Gusen
Se calcula que unos 9.328 españoles pasaron por los campos de concentración hitlerianos. De esa exponencial cifra, morirían unos 5.500 a través de las numerosas formas de homicidio que puso en práctica el enajenado sistema nazi. Se cree que tan solo 3.800 izquierdistas españoles lograron sobrevivir al infierno, por lo que la tasa de mortalidad rondaría el 60% (3).
Se pueden clasificar los campos de concentración según tres categorías (4). En la categoría I estarían ingresados los prisioneros que podrían ser reinsertados a la sociedad: Dachau, Auschwitz I y Sachsenhausen. En la categoría II serían encarcelados los presos con una gravedad mayor en sus acciones, pero igualmente salvables: Bucheland, Flossenburg, Neuengamme, Gross Rosen y Auschwitz II. Y por último, en la categoría III, presos considerados inreinsertables en la sociedad. En esta categoría hallaríamos a Mauthausen y Gusen, los campos que hacinarían al mayor número de españoles (5).
Igualmente, y según la condición social, sexual o política, los presos llevarían un triángulo cosido a la chaqueta con un color determinado. El color de los prisioneros políticos sería el rojo, por ejemplo. Sería lógico pensar que los españoles deberían haber recibido este color por haber combatido al fascismo y al nazismo en España y fuera de ella. Sin embargo, en su mayoría llevaron el triángulo azul, señalándoles como apátridas, gentes sin tierra, ya que en su país las nuevas fuerzas dirigentes no les querían, hasta el punto de conducirles a dónde estaban. Sobre ese triángulo azul llevaban la letra S (6) de Spanier (español).
Españoles en Mauthausen, el campo de concentración nazi
El 20 de agosto de 1940 partió de Angulema un convoy que llevaba en su interior a más de 900 españoles, pasando a la historia como el Convoy de los 927. En él viajó el primer grupo de españoles que fue internado en un campo de concentración nazi, concretamente en Mauthausen (7).
Los muros de Mauthausen emprendieron su camino hacia el cielo en 1938. Situado en Austria, a orillas de un pequeño pueblo del Danubio del que recibió su nombre, permanecería en funcionamiento durante siete largos años. Por sus alambradas pasaron miles de personas, 200.000 concretamente (8). Igualmente, se calcula que unos 7.533 españoles pasaron por sus muros, muriendo en torno a 5.000 de ellos (9).
La durísima vida en el campo de concentración
Este altísimo porcentaje de muertes era producto de la escasa alimentación, de la nula higiene, con su consecuente propagación de enfermedades, y de las extenuantes jornadas de trabajo. Como sabemos, Mauthausen tenía diversas actividades y trabajos forzosos, en los que muchos de los prisioneros iban rotando. Entre los trabajos más temidos estaba el de la Cantera, situada a 1 km del campo. Era una inmensa colina de granito de la que los presos debían extraer enormes trozos de piedra, de hasta más de 20 kg. Subir los 186 escalones que componían la escalera se ha definido como “el símbolo del camino de sus mártires hacia el Calvario» (10).
A esto habría que sumarle los métodos de asesinatos ideados para liquidar a los reclusos. La horca, fusilamientos, torturas físicas con contrastes de temperaturas, disparos por la espalda alegando falsos intentos de huida, gaseados, apaleados, como cobayas en experimentos draconianos, lanzados a las alambradas electrificadas, quemados vivos, lanzados al vacío… (11). Una locura sanguinaría que tuvo su momento álgido entre 1941 y 1942, cuando se produjeron el mayor número de muertes en los campos de Mauthausen y Gusen (12).
La liberación casual de los españoles
Las SS abandonaron Mauthausen los días dos y tres de mayo de 1945, ante la cercanía de las fuerzas aliadas. Sin embargo, la liberación no fue fruto de una planificada operación de rescate, sino de un hecho casual y fortuito (13). Un pelotón de reconocimiento del ejército norteamericano, el 5 de mayo de 1945, tenía la misión de reconocer el estado de un puente ubicado en la zona de St. Georgen. De repente, uno de los soldados se topó con un grupo de personas que parecían estar en unas grandes jaulas (14).
Así, los norteamericanos llegaron a Gusen y posteriormente a Mauthausen, dónde los republicanos españoles les recibieron con una pancarta que decía “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”.
Tras la liberación de Mauthausen, los países de origen reclamaron, de manera paulatina, a la mayoría de sus presos. Sin embargo, los deportados españoles no podían regresar a su tierra, que continuaba, y continuaría por muchos años más, bajo mando dictatorial. Desamparados, hubieron de permanecer un mes entre aquellas alambradas. Eran libres, sí, pero no tenían hogar al que volver ni ayuda que coger.
“Las buenas noticias no llegaron hasta finales de mayo. El Gobierno francés, presionado por sus deportados y por parte de la opinión pública, accedió a hacerse cargo de los supervivientes españoles. En los últimos días de este mes y durante el arranque de junio comenzaron a ser evacuados” (15).
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