Las épocas de transición son las más estimulantes. Dejas atrás el «yo pasado de moda» para llegar al «nuevo yo» o al «aquí estoy yo». En los libros de Historia del cole al periodo franquista le sigue otro conocido como My Little Pony: la magia de la amistad. En él se ve como los dos bandos ideológicos por fin se reconcilian (1). Sus padres les habían dado la chapa con las «batallitas» de la Guerra Civil y pensaron que ya era hora de superar las viejas rencillas. Los hermanos tienen que estar juntos para mantener la familia unida (2).
Los compadres del rey
La Transición española fue conducida por una nueva pandilla de amigos capitaneados por el rey Juan Carlos, heredero de la batuta de Franco. Santiago Carrillo, el comunista, fue el primero que quiso reconciliarse (3) y volvió del exilio con la cabeza bien alta porque sabía que sus colegas iban a salir de la cárcel. Adolfo Suárez, el héroe de la Transición ─por joven y guapo─, olvidó su relación sentimental con El Movimiento y se aventuró a ponerse una chaqueta bien robusta para que no asomara la camisa azul (4). El nuevo menú político estaba servido.
Ley de Amnistía: “yo me lo guiso, yo me lo como”
Pero la medalla de oro de la Transición llegó con la Ley de Amnistía de 1977, que fue una ley con happy end porque dejó a la mayoría de los protagonistas del tránsito «agradecidos y emocionados». Esta consistió en hacer aún más fuerte el nudo que Franco había dejado «atado y bien atado». Para ello usaron la táctica del borrón y cuenta nueva mediante la estrategia typical spanish por excelencia, el chantaje.
A ver, vosotros, los rojos. Que sepáis que os dejamos libres, podéis abandonar las cárceles, pero no queremos ni una queja en el futuro. No, no hace falta que nos deis las gracias, ni que nos perdonéis por nuestros crímenes, ya nos perdonamos nosotros mismos (5). Y no os molestéis jamás en hacernos pagar por ellos, de la justicia ya nos encargamos nosotros. Vamos a eliminar las pruebas, pero no se lo digáis a nadie (risas sonoras) (6).
De franquismo a tecnocracia, y tiro porque ya somos una democracia
Las piruetas que las élites franquistas llevaron a cabo durante los años de la Transición llevaban tal velocidad que la población civil no tuvo tiempo de reacción. Quedaron estupefactos ante ese espectáculo acrobático. Las personalidades del Régimen optaron por, en este caso, «reformarse o morir» (7). ¡Todo el mundo quería comer de ese pastel tan suculento llamado poder! Así que, igual que no les había temblado el pulso en el pasado para firmar sentencias de muerte, ahora tampoco les iba a temblar para hacerse hueco en las sagradas instituciones del nuevo Reino de España.
Si lo llegan a saber los vecinos portugueses, se hubieran ahorrado sacar a las calles los claveles (8). En Portugal, o en Grecia, los responsables o colaboradores de sus regímenes, que fueron encarcelados, miraron envidiosos desde los barrotes de su celda a los viejos camaradas españoles que seguían dándose la vida padre una vez entrada la democracia.
Para el que tenga dudas sobre la no desaparición del fantasma de Franco en la Transición, he aquí una prueba irrefutable: los policías sufrieron una grave crisis de esquizofrenia y ellos, acostumbrados a pegar palos a todo lo que se moviera, no pudieron reprimirse y continuaron haciéndolo (9). Mientras, otros alababan las bondades y el orden que el sexi presidente Suárez había instaurado. A este y a sus compañeros no les gustó nada ver como algunos se organizaban a derecha y a izquierda para derribar el mito de la Transición (10). Cada uno sacó su genio.
«Juanca» y los siete
Después de la estrategia del «me perdono a mí mismo», los políticos llegaron a la conclusión de que el edificio de la democracia no se podía sustentar sin una carta magna como Dios manda. Así pues, en el año 1978, el Grupo 7 (11) se reunió en una sala para redactar las normas que todo ciudadano de a pie debería seguir «a rajatabla». La Constitución «del pueblo y para el pueblo», la redactaron siete «elegidos« y de sus magníficas ocurrencias seguimos dependiendo hoy.
De la suspensión de las autonomías y otros imperativos se habla en el elocuente artículo 155 y, a día de hoy, ya podemos constatar que la Constitución goza de una efectividad inmediata e impecable. Si no, que se lo pregunten a Puigdemont.
El panorama actual: «Franco returns»
Se puede decir que la Transición terminó con la victoria de Felipe González, el hombre de la chaqueta de pana que arrasó en las elecciones del 82. A partir de esa fecha, y hasta la actualidad, la victoria en las urnas solo ha sido concedida a dos tipos de combinaciones binarias: PSOE-PP y PP-PSOE. Los demás partidos políticos solo están invitados a la fiesta para hacer bulto. Con la democracia «consolidada» se entró en un estado de amnesia colectiva, como si de 1936 a 1975 España hubiese navegado por una página en blanco (12). «El pasado es pasado y el presente es futuro«; estas fueron las palabras que José María Aznar, el hombre del bigote y el de la Guerra de Irak, sentenció. Aunque después de decir esto, se aventuró a echar billetes a la fundación del abuelito Franco (13); digno discípulo de Alianza Popular (14).
Hoy en día, España hace aguas por todas partes. Que si aprovecho cuando no hay cámaras para poner «fino» al detenido, que si arrastro de los pelos hasta la Audiencia Nacional a los tuiteros y a los raperos, que si enchirono a los dirigentes independentistas… ¡Firmes! ¡Ar!