¿Eres un rey? ¿Has heredado un reino y la nobleza te mira mal al pasar? ¿Tus súbditos no te respetan y hablan mal a tus espaldas? ¿El Sacro Imperio Romano Germánico y el Papado te tienen cogido por los «cogollos»? ¡¡No implores más!! Ha llegado el artículo que estabas esperando.
Con estos sencillos tips podrás crear un potente discurso con el que justificar tu grandeza y legitimar tus actuaciones, siguiendo los pasos de las monarquías europeas bajomedievales. ¡A las monarquías de Castilla, Portugal, Francia e Inglaterra ya les ha funcionado!
Nota: El autor no se hace responsable del enfado de señores feudales, ciudades u otros focos de resistencia contrarios al aumento de poder real. Be careful.
1. Empieza por cuidar tu imagen personal
Comencemos por el poder real. Recuerda que la imagen de la realeza va completamente ligada a la persona en la que reside la Corona. Para ello, deberías engrandecer tu figura con tal de ser el espejo en el que se miren tus súbditos.
Una vez mentalizado acerca de quién eres, podrás ayudarte de la simbología. Siempre es buena idea preparar un bonito escudo e insertar en él frases célebres que dejen anonadado hasta a Paulo Coelho. Otra opción recomendable es la creación de mitos y/o leyendas. De esta forma, generarás devoción hacia tu persona, mientras magnificas tus virtudes y estableces los fundamentos ideológicos de tu régimen.
Ante todo, no olvides la propaganda. En ella, la clave del éxito reside en la coherencia entre imagen y discurso (1). Justificarás ciertas políticas, apoyarás tu sistema político y, sobre todo, engrandecerás el sentimiento de pertenencia a tu comunidad (2). Así podrás dejar constancia de tus grandes gestas, ordenar que en las monedas aparezca tu retrato, o ya que has invertido en un bonito escudo… ¡Aprovéchalo!
2. Jamás olvides tu origen divino
Dios es “Rey de reyes”. Del mismo modo, los monarcas son los vicarios de Dios mantenidos «en su lugar en la tierra para hacer justicia y derecho” (3). Represéntalo mediante un acto de unción regia, típico en la realeza francesa e inglesa, que refleje tu consagración (4). Ya sabes… Un poquito de óleo santo por aquí, un poquito por allá… ¡¡Voilà!! ¿Qué se siente siendo el elegido del Señor?
Fomenta la aureola sagrada que te rodea mediante la “mística” (5). Cura enfermedades con tan sólo un «toquecito» de tu majestuosa piel, haz milagros o, al menos, actúa como si así fuera. Éste fue un elemento utilizado, especialmente, por monarcas ingleses y franceses. ¡Incluso llegaron a retarse entre ellos a exponerse frente a leones hambrientos! Todos saben que los leones jamás atacan a un verdadero rey (6).
Todo marcha correctamente hasta el momento. Ahora, prepárate para ser un monarca cristianísimo y virtuosísimo, justo y piadoso, digno de admiración (7). El papel ético de la religión es fundamental. En particular, aprovechando las guerras contra los «infieles» y defendiendo la Cristiandad, demostrarás a tus colegas quién es el monarca más powerful. Sin embargo, si te encuentras en las últimas y agonizando en plena batalla, mantén la calma, pues no todo está perdido. Aunque mueras aún podemos reconducir la situación ya que, con un poco de suerte, optarás a ser canonizado y nombrado “santo” por el Papa (8). ¿Acaso se puede pedir algo mejor?
3. No olvides dar fundamentos legales a tu monarquía
Reclama una incuestionable superioridad solo al alcance de los poseedores de sangre real, más aún si te proclamas descendiente de un gran linaje. De tal forma, procura que en los textos legales que emite tu cancillería se usen fórmulas mayestáticas, es decir, que seas referido como «alteza», «rey excelente», «muy alto señor», “su majestad”, etc. (9). En definitiva, like a boss.
Esencialmente, procede a unir la idea de soberanía a la idea del rey como garantía de unidad del reino. De este modo, facilitarás el empuje de tu pueblo a la guerra, junto con una nueva mentalidad, que se comenzó a forjar en el siglo XIV, con conceptos tales como «patria», «extranjero» y «orgullo nacional» (10).
Verdaderamente, debes tomar funciones esenciales de cara a la opinión pública. Muéstrate como un rey justiciero, infundiendo amor y temor hacia tus súbditos, y garantizando las leyes; como rey protector de lo anterior, adoptando una función paterna; y como rey legislador y juez, acorde con la ley divina y las tradiciones del reino. Antes que nada, céntrate en transmitir una imagen paternal con la que atraer a las clases populares, en oposición a los opresores directos de los señoríos feudales.
Construye a tu alrededor un aparato estatal basado en el control de las gentes y el espacio. Integra, progresivamente, profesionales técnicos en la administración que te aporten consejo. Por otro lado, es impensable no colaborar con la Iglesia, ya que tiene la capacidad de controlar la influencia sobre la ideología de las masas y tus fundamentos divinos están condicionados por sus postulados.
4. Ya casi has conseguido tu objetivo pero necesitas el último paso, especialmente si quieres ser un verdadero rey… ¡Ceremonias!
¿Acceso al trono? Ceremonia. ¿Mayoría de edad? Ceremonia. ¿Jura del heredero? Ceremonia. ¿Boda real? Ceremonia. ¿Que te mueres? Ceremonia, cómo no. En este caso, primeramente se produce el “llanto ceremonial” de urgencia, para posteriormente entronizar al heredero (11).
Haz uso de una imagen magnífica en todas ellas. Incluso puedes desplazarte a alguna ciudad para realizar una entrada real, en la que escenificar la sumisión y lealtad del pueblo hacia el rey. En consecuencia, habiendo realizado todos los pasos anteriores, este será el apogeo de tu poderío, la crème de la crème de las exhibiciones, al ser legitimado con la participación de la alta clase social. Así conseguirás la devoción de las gentes (12).
Finalmente, ya deberías haber fundamentado y legitimado tu poder ideológica y jurídicamente. Por consiguiente, a pesar de tu condición humana, has otorgado a tu persona un origen divino y has demostrado unas virtudes para gobernar con rectitud. Progresivamente, tu monarquía alcanzará una situación de legitimidad adecuada para tus propósitos y, en adelante, podrás crear potentes aparatos estatales con menor dificultad. Pero, ¡recuerda! ¡Sin herederos no hay paraíso! ¿A qué esperas?