Si juntamos los dos dichos populares españoles “tiene un par de ovarios” y “es una mujer de armas tomar”, el resultado es el siguiente: María Pita. De sangre coruñesa, esta mujer decidió que ningún ejército inglés iba a invadir su preciada tierra de meigas, pulpo y empanadas. Y, si lo hacían, tendría que ser por encima de su cadáver.
Una época convulsa
Para poder situarnos en el espacio, primero debemos remontarnos a esas clases de Historia que recibimos de adolescentes. Seguramente, nos venga a la cabeza esa parte en la que la Monarquía Hispánica de Felipe II era la más de lo más no sólo en Europa, sino también en el mundo. Teníamos posesiones en Italia, en Centroeuropa, en América, etc. Pero, como siempre, ahí estaba Inglaterra que, envidiosa de nuestro clima mediterráneo, decidió hacernos la competencia.
Su reina, Isabel I, nos la tenía jurada desde que Felipe II intentó (y digo intentó, porque fracasó rotundamente) invadir Inglaterra con su Grande y Felicísima Armada (1). Como el lector puede suponer, no eran tiempos muy apropiados para nacer, dada la situación: morías de hambre o en la guerra.
María Mayor Fernández de la Cámara y Pita decidió venir al mundo en esos tiempos. Sin embargo, como veremos a continuación, ella solita demostró más valor que un buen puñado de barcos cargados de testosterona y ganas de combatir.
¡Que vienen los guiris!
Tras el desastre de la Armada Invencible, los pocos barcos que sobrevivieron decidieron volver a la Península y refugiarse en los puertos coruñeses. No obstante, la reina guiri decidió rematarnos, y ordenó que su flota, al mando del corsario Francis Drake (2), diera caza a esos barcos que habían conseguido salir ilesos de Inglaterra. Su destino: ¿Magaluf? No, aún no. Su destino fue nada más y nada menos que A Coruña.
Así, el 4 de mayo de 1589, un ejército inglés comenzó a asediar la ciudad gallega durante dieciséis días (3). Todos los hombres valiosos para el combate fueron llamados a defender la ciudad, mientras que las mujeres colaboraban proporcionando piedras y reparando armas (4). A pesar de defender la ciudad con uñas y dientes, no se consiguió detener el avance de los ingleses. Era lógico al fin y al cabo. Poco podían hacer unos civiles no entrenados para la guerra contra un ejército.
Ambas milicias permanecían exhaustas ante la fuerza de unos y la resistencia de otros. Sin embargo, los british consiguieron abrir una considerable brecha en la muralla de la ciudad, penetrando así en la urbe. Fue aquí cuando entró en juego una valerosa mujer, nuestra María Pita, cuya hazaña no caería en el olvido.
María Pita – rabia, ovarios y arma en mano
Según las crónicas, uno de los alféreces ingleses, una vez abierta la brecha en la muralla, decidió insuflar a sus tropas una bocanada de ánimo. El alférez portaba consigo la bandera patriótica de los bebedores de cerveza caliente. Frente a él había una mujer conocida como María Pita, que había visto morir a su marido por dos balazos durante las luchas (6). Con su marido y sus vecinos muertos, y su ciudad sitiada, llena de odio y rabia, lanzó una pedrada contra el alférez. Obviamente el guiri no sobrevivió. Acto seguido, le arrebató la bandera y la alzó por encima de su cabeza, al grito de: “Quen teña honra que me siga” (quien tenga honra, que me siga). Con ese acto, ¿quién no iba a seguirla? (7).
Poco se sabe de esta mujer de armas tomar. Lo que sí sabemos con seguridad, es que a partir de ese momento, el ejército inglés que asediaba A Coruña fue retrocediendo hasta su retirada final (6).
María Pita y su reconocimiento real
El valor y la valentía de María Pita serían reconocidos más tarde por el mismísimo Felipe II. El monarca decidió concederle una pensión vitalicia en compensación por la defensa de la ciudad. Por su parte, para España, fue a partir de ese momento una de sus heroínas nacionales, al igual que para la ciudad gallega. Es por ello, por lo que la plaza principal de A Coruña lleva el nombre de esta valerosa mujer en memoria de su gesta.
Una vez más, queda demostrado que, aunque olvidadas (o a veces silenciadas), ellas siempre han estado ahí, aunque en los libros de historia del instituto no aparezcan sus nombres.
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