Cuando se piensa en la Edad Media nos viene a la mente una época oscura y dominada por la religión. Sin embargo, la Historia nos demuestra que ni fue un período tan «negro» ni todo se vivió de igual manera.
Y es que mientras media Europa estaba intentando no matarse en el intento de sobrevivir, el sur de España, entonces Al-Andalus, experimentó el mayor crecimiento visto hasta entonces.
La dinastía de los Omeyas (1) impulsó el desarrollo no solo de la capital (Córdoba) sino de toda la actual Andalucía y el Levante.
Gracias al califa Abderramán III (2) y su hijo, Alhakén II, Córdoba se convirtió en la Meca de la cultura del mundo Occidental, mucho más avanzada que el resto de ciudades. Y, de entre todas las personas que destacaron en estos años, hoy os hablamos de Lubna de Córdoba.
Un poco de contexto… La Córdoba de Lubna
Desde mediados y hasta finales del siglo X, Córdoba vivió un gran cambio socio-cultural gracias a la dinastía Omeya. Entre los reinados de Abderramán III y Alhakén II hubo un boom de las edificaciones (3):
- 200.000 viviendas
- Hasta 600 mezquitas nuevas (con sus respectivas escuelas infantiles)
- 80 escuelas nuevas de enseñanza superior, aunque la joya de la corona era la gran Madraza de la Mezquita.
Se hablaba de Córdoba como la ciudad de las 70 bibliotecas y los 900 baños públicos (4). Al-Andalus alcanzó su máximo esplendor con Abderramán III y la vida económica y política de la Península se desarrolla en torno a Córdoba.
La ciudad se embellece y es el epítome de ciudad modelo y moderna del mundo occidental (5). Y es que contaba con calles pavimentadas magníficamente, alcantarillado y alumbrado público con luces de linternas y cuidados jardines (6).
«Era la misma Bagdad de «las mil y una noches» pero desprovista de todo lo oscuramente monstruoso que para nosotros tiene siempre el oriente, occidentalizado por el aire sutil y campero de la Sierra Morena» (7)
Juego de tronos: los Califas sabios
Si hay dos Califas (o reyes) que Córdoba recordará con cariño son Abderramán III y Alhakén II, de la dinastía Omeya. Ambos compartían un interés por la cultura que llevó a Córdoba a ser una de las ciudades con una de las producciones libreras anuales más importante (8).
La Biblioteca Real de Córdoba, con una producción de 80.000 volúmenes al año, era el mayor mercado occidental de libros durante el siglo X (9). Y es que gracias a que los árabes trajeron el papel aquel invento chino, a la Península (10), los costes de producción eran mucho más baratos.
Mas no es oro todo lo que reluce. Abderramán III, una vez que sabía que su heredero sería Alhakén II, lo encerró durante cuatro décadas en el Alcázar real, alejado del trato con mujeres (11) por miedo a que su niño cayera bajo el «embrujo» y manipulación de «mujeres ambiciosas» que conspiraran y lo destronaran (12).
Esto hizo que se extendiera el rumor de que el futuro califa era homosexual y de sus relaciones con muchachos en la corte (13).
Alhakén II heredó el gusto por la literatura y cultura de su padre y, bajo su ala, saldrá la primera «hornada» de grandes médicos, matemáticos y astrónomos de Al-Andalus (14).
Aunque su reinado solo duró 15 años, Alhakén II fundó 27 escuelas públicas extra donde pagaba un alto salario fijo a eruditos para que enseñaran a pobres y huérfanos (15). Asimismo, acogió en Córdoba a los sabios orientales que huían de la represión (16). ¡Incluso llegó a escribir una «Historia de Al-Andalus»!
Las mujeres en el Al-Andalus de Lubna de Córdoba
Pero si hay algo que puede resultar sorprendente es que se tienen registros de, al menos, 170 mujeres letradas (17). Entre ellas hay desde matemáticas a astrónomas, pasando por copistas y secretarias.
Por ejemplo, una de las hermanas de Alhakén II, Rádiya. Cuando viajó a la Meca con su esposo, tal y como se estipula en los principios del Islam, se quedó allí estudiando. Junto con su marido, pasó varios años aprendiendo con los maestros orientales en Egipto y Siria. Fue una gran erudita del Corán, de las leyes y además poeta (18). ¡Y además vivió 107 años!
Si bien no todo era tan increíble como puede parecer a simple vista. Es necesario distinguir entre las mujeres de clase alta y de la baja (19). Y también entre concubinas, esclavas y matronas (20).
Aunque pueda resultar extraño, las únicas que podían tener acceso a tertulias poéticas y literarias eran las esclavas. Esto se debía a que tenían un nivel de contacto con el mundo «masculino» más rico y variado que el de las esposas «legales» (21).
Si bien las concubinas -muchas veces cristianas que se convertían al Islam- gozaban de ciertos privilegios. Un ejemplo de ello era la adquisición de una fortuna personal o la posibilidad de emancipación a la muerte de su respectivo Califa (22).
Dentro del ámbito culto o cortesano hay que distinguir entre aquellas que se dedicaban a la cultura «profana» (poetas, calígrafas, secretarias…) y las que se ocupaban de temas propiamente islámicos (23).
Lubna de Córdoba – De esclava a bibliotecaria
Como ya viene siendo tradición, a los personajes femeninos no se les tomó con tanta importancia. Por eso no se sabe mucho sobre los orígenes de Lubna.
Lo que sí está claro es que nació en una familia cristiana esclava al servicio de Abderramán III (24). Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, aunque esto se deba quizá más a que nació esclava.
Lubna de Córdoba es uno de esos ejemplos en los que una destacada inteligencia puede ser el precio para liberarse y ascender. No obstante, también existe la teoría de que era la hija del califa y de una esclava cristiana bordadora (25). Esto también explicaría el porqué Lubna de Córdoba consiguió medrar tanto.
En un principio Lubna formaba parte del equipo de copistas y oficinistas de la gran Biblioteca de Córdoba (26), aunque pronto pasó a organizar la colección.
«Ella dominó la escritura y la ciencia de la poesía, y su conocimiento de las matemáticas fue amplio y grande; ha dominado muchas otras ciencias y no había nadie más noble que ella en el palacio omeya» (27)
Lubna, una superwoman en Al-Andalus
Se podría decir que Lubna era una mujer completa, pues lo mismo te copiaba un texto que te hacía una edición comentada (28); o metía información bibliográfica básica de la obra y un pequeño resumen (29). Vamos, que casi mejor que el Goodreads.
Entre otras funciones, Lubna ocupaba los cargos de copista, escribiente, experta en adquisiciones, secretaria privada de Alhakén II y matemática (30).
¿Recordáis que este califa pagaba un sueldo fijo a eruditos para que enseñaran de forma gratuita a huérfanos y pobres (31)? Pues Lubna lo hacía por amor al arte.
No era raro verla por las calles de Córdoba con un grupo de chiquillos que la seguían recitando las tablas de multiplicar hasta la entrada a palacio (32).
Además, cuando tenía algún hueco, vete tú a saber cuándo, también escribía poesía sobre su vida en la corte (33).
La gran Biblioteca de Córdoba (y la de Medina Azahara)
«Solo el catálogo se componía de 44 cuadernos y no contenía más que el título. y alhakén los había leído todos y había anotado la mayor parte» (34)
Una de las joyas de Córdoba fue su magnífica biblioteca. Alhakén II, tras heredar la biblioteca familiar añadió otros 500.000 libros (35).
Era tal su interés que el mejor regalo que se le podía hacer era un libro. Cada día llegaban obras bellamente encuadernadas e ilustradas como compras y regalos. No pasaba un día sin que se recibiese algún tesoro literario procedente de Alejandría, Bagdad, Persia, Damasco o Mesopotamia (36).
Asimismo, acudían de todas las partes del mundo copistas para adquirir y difundir el conocimiento que albergaba la gran biblioteca de Córdoba (37).
El lujo de dicha biblioteca se describe en los relatos de la época como un lugar adornado por «ricos almohadones y alfombras, todo el verde (38). En ella trabajaban copistas, iluminadores y miniaturistas que cobraban un salario fijo para que la prisa no ocasionara incorrecciones en la escritura» (39).
Además de la gran Biblioteca de Córdoba, de la que Lubna fue conservadora, también hay que destacar la Biblioteca de Medina Azahara.
Lubna de Córdoba, junto al erudito, médico y diplomático hebrero Hasday Ben Shaprut fundaron la biblioteca de Medina (40). Algo más pequeña, pero reseñable. A ella iban a parar los libros raros que los bibliotecarios iban recopilando por el mundo.
Fátima y Lubna de Córdoba
Junto al nombre de Lubna de Córdoba suele venir el de otra mujer erudita, Fátima. Era íntima amiga de Lubna, copista y jefa de bibliotecarios. También estaba especializada en gramática y poesía.
Asimismo, era ojeadora de libros en oriente y creó un sistema de clasificación y catalogación que incluía el título del libro, la temática y la ubicación de los libros (41) Probablemente acompañaba a Lubna en sus viajes por El Cairo, Damasco o Bagdad buscando libros especiales para la biblioteca.
Fátima era hija de un astrónomo y polígrafo reconocido (42), por lo que sus orígenes, aunque también oscuros, son más reconocibles.
Su círculo de amigos incluía tanto a hombres como mujeres letrados que se encargaban de traducir las obras que ella recopilaba del árabe al latín (43). Y es que estableció una red de destacados copistas en Bagdad desde la que se pasaban obras entonces desconocidas para el mundo occidental.
El fin de la edad dorada de Córdoba
Cuando Alhakén II murió en 976, le sucedió su hijo de apenas 11 años (44). Dado que la ley islámica prohibía que una menor fuera califa, se creó un consejo de regencia. Este estaba compuesto con la reina madre (45), otros nobles y el visir Almanzor.
Recluyeron al niño en el harén de palacio donde, aunque figuraba como gobernante, carecía de cualquier influencia política.
«El califa se convirtió en una sombra encerrada dentro de los muros de medina azahara […] mientras, un ejército de servidores supervisados por el eunuco jefe se dedicaron a cultivar una idiotez que no remitió cuando el califa alcanzó la mayoría de edad» (46)
Quien llevaba las riendas verdaderamente era el visir Almanzor, amante también de la reina. El visir resucitó la «guerra santa» contra los cristianos y dio un cambio radical a la política y el ambiente de Al-Andalus (47).
Con el fin de mantenerse en el poder, anuló la influencia de la aristocracia y disolvió la milicia nacional (48). Trajo del norte de África a un ejército bereber que usó contra los cristianos y se alió con una facción ultra intolerante para que le apoyaran (49).
A cambio, tendría que destruir todas las obras «perniciosas» de filosofía, astronomía, etc. La España musulmana se declaró enemiga de cualquier artífice de pensamientos disidentes.
La huida de Lubna
Dos años después de la subida del visir al poder y para demostrar su apoyo a los intolerantes, se produjo uno de los hechos más traumáticos para la ciudad.
El visir los invitó a la gran biblioteca de Córdoba. Allí, los animó a apilar en el jardín los libros que trataran de otras ciencias para después quemarlos (50).
Una parte del conocimiento murió en las llamas, otros tantos libros se enterraron y algunos se vendieron. El resto se perdió a principios del siglo XI durante el saqueo de Córdoba (51).
Lubna de Córdoba huyó y se exilió en un palacio de Carmona (Sevilla). Murió cinco años después de la quema de la gran Biblioteca a la que dedicó su vida (52).
Del resto de eruditos compañeros suyos poco se sabe. Un matemático (53) que vivió hasta después de la muerte del visir explica que los bandos traídos por este comenzaron una larga lucha. La época gloriosa de Al-Andalus había tocado su fin.
¿Te has quedado con ganas de más?
En el programa «Somos andaluces» el alumnado ¿de que centro? ilustra sobre algunos personajes relevantes de la Historia de la provincia, como es el caso de Lubna de Córdoba.
Si alguna vez os pasáis por Córdoba, podéis acercaros por la calle Escriba Lubna, dedicada a ella.
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