En Barcelona, las Ramblas separaban el espacio intramuros, el Barrio Gótico, del arrabal de extramuros. Esa frontera se convirtió en escenario de bombas y barricadas. Por eso se conoce a la ciudad como La Rosa de Fuego. De los muchos disturbios que tuvieron lugar, no podemos olvidar la Semana Trágica, o las bombas del Liceu.
Barcelona, la ciudad de las bombas: Gran vía, Liceu, Corpus, Ramblas y Boquería
En las Ramblas de Barcelona está el Liceu, punto de reunión de la burguesía, ópera levantada sobre un antiguo convento (1). Como club social, fue blanco de los anarquistas barceloneses, ciudad pionera del obrerismo en España.
En 1893, dos bombas de Orsini (2) estallaron en el Liceu, causando veinte fallecidos. Crimen en represalia a la ejecución de un anarquista, que había atentado contra Martínez Campos (3). Ambos terroristas seguían la política de la «propaganda por el hecho» que estuvo detrás de los magnicidios entre los siglos XIX y XX.
En 1896 durante la procesión del Corpus hacia Santa María del Mar, otro artefacto acabó con doce personas; y derivó en una causa contra el anarquismo. Protestando por la dureza judicial, Michele Angiolillo asesinó a Cánovas del Castillo en un balneario guipuzcoano (4).
Los atentados continuaron durante la década siguiente: en las Ramblas contra Maura, en la catedral contra el cardenal Casaña o en la Boquería; no cesaron hasta que fue agarrotado Joan Rull, anarquista reconvertido en confidente.
Una Semana Trágica la tiene cualquiera
Este periodo de agitación coincide con el modernismo financiado por la burguesía textil. Enfrentada con el obrerismo, sufrieron la explosión contra la casa Batlló (obra de Gaudí).
El reclutamiento se cebaba con las clases bajas. Esa desigualdad junto al hartazgo del turnismo y el pésimo recuerdo de la guerra de Cuba, produjeron el ambiente incendiario que llevó a la Semana Trágica.
Este motín contrario a la guerra de Marruecos (5) degeneró en un estallido de violencia anticlerical, las calles resonaban al grito de:
«Abajo la guerra!, ¡que vayan los ricos!, ¡ o todos o ninguno!»
Las Ramblas, al ser la avenida que conducía al puerto, se llenaron de barricadas. Se saquearon conventos y se incendiaron iglesias. El Gobierno decretó el estado de guerra para sofocar la revuelta, y la justicia dictó varias ejecuciones. Entre ellas la de Ferrer i Guardia, acusado de instigar la revuelta (6). También la de un joven, fusilado por haber bailado en la calle con el esqueleto de una monja.
A raíz de la repercusión, se apodó «Rosa de Fuego» a Barcelona en América como estandarte del anarquismo. Tanto éxito tuvo que hoy encontramos un juego de mesa con este titulo. El cual consiste en competir por liderar la oligarquía local impidiendo la revolución social.
Crímenes sin castigo
Posteriormente, tuvo lugar el «pistolerismo», la patronal pagó sicarios que acabaron con 500 sindicalistas entre los años 1917 y 1923. Los mandos militares y policiales ignoraron esta guerra sucia (ante el temor a una revolución como la rusa y el ánimo de venganza ).
Sin embargo, el sindicalismo se movilizó , tanto con la huelga general de 1917 como con la huelga de la Canadiense en 1919, promovida por CNT; dejó Barcelona a oscuras durante días, tras la cual se universalizó la jornada laboral de ocho horas en España, siendo el primer país del entorno. Gracias a la solidaridad de estos trabajadores y de Barcelona.
La restauración (durante la cual tuvieron lugar estos sucesos) se vio incapaz de regenerarse y acabó por convertirse en la dictadura de Primo de Rivera, uno de los máximos colaboradores necesarios para el pistolerismo.
En definitiva, esta rosa de fuego alude a ese espíritu de aquella Barcelona, que no quería servir ni a la patria, ni mucho menos al patrón.