No es difícil obtener una respuesta a la pregunta que supone interrogarse por la opinión que la sociedad tiene del pueblo gitano. La delgada línea entre el estereotipo y la realidad está lejos de ser conocida por gran parte de la población. Todavía perdura la división entre el “gitano bueno” y el “gitano malo” que se impuso durante el franquismo, aunque era una imagen que se llevaba esbozando desde tiempo atrás.
El gitano bueno siempre fue aquel que, a pesar de sus diferencias de fondo, guardaba mayor relación con “los payos”. No obstante, dejando a un lado las dos visiones, el pueblo gitano tenía una riqueza que se creía compartida por el simple hecho de ser española. En este sentido, el flamenco era una de esas ricas herramientas para cumplir con el objetivo de crear un puente entre los gitanos y los españoles en general (1). Ya desde el siglo XIX, las clases adineradas —especialmente andaluzas— buscaron negociar con los gitanos; los primeros para lograr una representación en el mundo del espectáculo y los segundos para obtener una remuneración que, de otra manera, no podrían conseguir debido a su posición en los escalones más bajos de la sociedad. A este último hecho queremos remitirnos, en un intento de mostrar cómo durante el franquismo, a pesar de existir una opresión continuada hacia los gitanos, se manifestó también el deseo de aprovechar lo “típicamente español” que había en ellos, en el contexto de una dictadura que buscaba afirmarse nacionalmente y optar al desarrollo. Precisamente, en la consecución de ese doble objetivo, ideológico y económico, la construcción de un imaginario vinculado al gitano bueno suponía despertar mayor interés turístico en aquellos extranjeros que buscaban una aventura exótica y desconocida.
De esta manera, el proyecto del flamenco alcanzó una posición nacional convirtiéndose en algo “romántico” que se trasladó también al ámbito del cine y del teatro. La ambientación folclórica era, pues, el resultado del prestigio que se le dio al flamenco, convertido en un espacio en que, tanto profesionales como aficionados, podían manifestar su arte y cultura pero donde, como norma general, no había gitanos.
Es cierto que, frente a la persecución y tortura, la red de control franquista les concedió un marco de neutralidad pero este no iba dirigido hacia “los gitanos” sino hacia “lo gitano”. Con esto conseguían construir una imagen de armonía étnica frente al resto del mundo, al mismo tiempo que desplazaban a sus protagonistas sin levantar mayor sospecha. Por lo que, en último término, ese sentimiento inicial de compartir una riqueza se acabó convirtiendo en un supuesto derecho de apropiación por parte de la clase dominante vinculada a la dictadura del momento. Con el tiempo y los nuevos aires aperturistas que soplaban sobre el régimen de Franco, a lo que sumaban incipientes focos de emancipación y lucha, también nació el nacionalismo andaluz y un etnocentrismo referente a los gitanos que reclamaban esa pérdida de espacio en el movimiento que ellos mismos habían creado y del que se les había desplazado, utilizando su nombre y depurando a sus integrantes.
Por todo esto, no queda sino hablar de la otra cara de la moneda, el considerado gitano malo. Denominados de esta forma, fueron aquellos gitanos que no estaban integrados en la concepción que se había construido desde el Régimen, por lo que básicamente afectaba a todos los miembros de la comunidad que venimos tratando. Los medios para su represión a lo largo de la historia fueron numerosos y durante el franquismo, a modo de resumen, fueron los siguientes:
- La Ley de Vagos y Maleantes que, vigente desde el periodo republicano, se radicalizó en el seno de la Dictadura, otorgando el concepto de “peligrosidad” al pueblo gitano, como si de una condición biológica se tratase.
- La Obligatoriedad de hablar castellano en 1941, que prohibía el caló, dialecto del romaní europeo, pues se vinculaba a una jerga de delincuentes que, bajo ningún concepto, debía permitirse.
- El Reglamento de la Guardia Civil por orden del 14 de mayo de 1943. Este último constituyó la primera y más evidente persecución desde los marcos de la legalidad. Conformado por diferentes puntos que, básicamente, atentaban contra la vida cotidiana del gitano (su modo de vestir, en que empleaban el tiempo de ocio, la manera en que se ganaban la vida o lo que cocinaban).
- La Enmienda del 15 de julio de 1954 que ensalzaba la idea de defender a España y a su sociedad de todo lo que supusiera una amenaza. En este sentido, como el gitano era considerado un elemento peligroso, también le afectaba.
- La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, que sustituía y ratificaba la Ley de Vagos y Maleantes.
Como vemos, una polémica inserta en la más reciente actualidad tiene un gran recorrido histórico, lo que nos permite contemplar dos cuestiones fundamentales. Por un lado, comprender la historiografía como una herramienta de conciencia. Por otro, saber dónde y cómo surgen los estereotipos, así como las descalificaciones sociales, pues solo de esta manera estaremos en camino de cambiar nuestras propias actitudes hacia algo que, por el motivo que sea, percibimos distante respecto a nosotros.
Muy interesante artículo. Le hace a uno reflexionar….