En clase de Historia, a todos nos han explicado el origen de la Primera Guerra Mundial: el asesinato del archiduque Francisco Fernando a manos de un nacionalista serbio. Después, Austria, alentada por la malvada Alemania, lanzaba un ultimátum a Serbia que desencadenaba las hostilidades. Así, la Historia “oficial” se centra en culpar a Alemania, y a sus ansias por ser la dueña de Europa, del inicio de la guerra. Pero, ¿y si hubiera otra «culpable»? ¿Cómo os quedáis si os digo que Rusia también estuvo dando por saco? Pues sí, las ambiciones rusas también jugaron un papel importante en el origen de la Gran Guerra. Veámoslo.
El oso ruso pone las zarpas de nuevo sobre los Balcanes
Rusia se acababa de llevar un tremendo golpe, pues había sido derrotada en la guerra que había librado contra Japón (1). Pese a que el presidente americano Theodore Roosevelt (2) consiguió que se firmara una paz equitativa entre Rusia y Japón, el final de la guerra fue visto como una humillación por el zar ruso (3). Esto supuso el punto final de la expansión rusa por Asia (que había sido su campo de actuación desde el siglo XVIII y dónde había cosechado grandes éxitos, tanto en Siberia como en Asia central). Además, provocó el descrédito del zar ante su pueblo, tal como demuestra el estallido de protestas y revueltas internas (4).
Tras el funesto encontronazo en Asia, Rusia dirigió de nuevo la mirada hacia su viejo enemigo de la Edad Media: el Imperio otomano. La rivalidad entre el zarinato ruso y los otomanos se remontaba a la caída de Constantinopla. Con la caída de la ciudad, los patriarcas ortodoxos se desplazaron a Rusia y “convencieron” al zar de que su cometido divino era la recuperación de los lugares santos de las zarpas musulmanas y la reconstrucción de un nuevo imperio cristiano en Oriente (5). Pero Rusia se había apartado de ese objetivo desde la firma del Tratado de los Tres Emperadores (6): Rusia no había intervenido en los Balcanes a cambio de tener las manos libres para conseguir expandirse por Asia. Pero, tras el fracaso japonés, al líder ruso se le metió entre ceja y ceja recuperar su prestigio consiguiendo nuevas conquistas a costa del Imperio otomano (7).
Sacando tajada de la situación en los Balcanes
Los Balcanes han sido tradicionalmente una zona muy conflictiva. Esta zona de Europa estuvo varios siglos bajo el control del Imperio turco otomano. Pero, a mediados del siglo XIX, el nacionalismo eslavo comenzó a plantarles cara.
Además de la lucha nacionalista, también comenzaron a actuar dos fuerzas poderosas (8). Por un lado, estaba el Imperio austríaco, que deseaba reemplazar a los otomanos como potencia regional. Por otro lado, estaba el Imperio ruso, que se consideraba el “protector” natural de los eslavos; además, los rusos pretendieron liderar las revueltas nacionalistas eslavas para conseguir controlar una acceso al mar Mediterráneo para su flota (9).
Las aspiraciones rusas se vieron reforzadas por el Congreso de Berlín (10). En esta reunión, las grandes potencias europeas decidieron solucionar las tensiones en los Balcanes. Así, acordaron reconocer la independencia de Serbia, Rumanía, Montenegro y Bulgaria, que pasaron a estar “protegidos” por Rusia. Los austriacos obtuvieron el control de Bosnia-Herzegovina (11). La repartición de los territorios balcánicos dejaba servida la pelea de gallos entre Austria y Rusia.
El temor ruso a una expansión austriaca por los Balcanes motivó la creación de la Liga Balcánica (12). Ésta era una alianza de los estados eslavos bajo la batuta rusa. En un primer momento, la Liga permitió a Rusia tener un mayor control de la zona. Pero cuando sus “hijitos” eslavos comenzaron a discutirse entre ellos, la “madre” Rusia se vio obligada a posicionarse en favor de uno u otro.
Baile de alianzas eslavas
La oportunidad rusa pareció llegar con la guerra balcánica de 1912. En ella, Rusia inició un acercamiento activo entre Bulgaria (su tradicional aliado) y Serbia. Este acercamiento se fundamentaba en un respaldo ruso a las acciones de ambos países contra los otomanos. A cambio, Rusia pretendía conseguir una mayor influencia en la región (13).
Sin embargo, la realidad era muy distinta. El gobierno ruso estaba lejos de conseguir esa influencia. Sus “aliados” balcánicos no se mostraban proclives a que Rusia actuara como árbitro en sus propios objetivos militares. De hecho, el rey Fernando de Bulgaria (14) pronto dejó claro que su objetivo era la toma de Estambul. Ya no sólo se trataba de expulsar a los otomanos de territorios europeos. Las intenciones del monarca tenían una alta motivación imperial y hegemónica: recrear un nuevo imperio bizantino-búlgaro.
Las intenciones búlgaras de tomar al asalto Estambul preocuparon muy seriamente al zar Romanov. Lo último que deseaban los estadistas rusos era ver al rey búlgaro erigiéndose en nuevo emperador bizantino (15). Los rusos, a toda prisa, idearon un plan para desembarcar en Estambul y hacerse con el control de la ciudad antes que los búlgaros. Pero no hizo falta. Al final, las tropas de Bulgaria fueron rechazadas por los otomanos a las puertas de la capital (16).
¡Ahí os quedáis búlgaros! «Mamá» Rusia se alía con Serbia
La fallida iniciativa del rey búlgaro marcó profundamente la actitud de los rusos. Por un lado, aparcaron a los búlgaros como aliados preferentes. Lo cual provocó que éstos, sintiéndose abandonados, se alinearan con los Centrales en la futura guerra (17). Por otro lado, el zar se decidió por Serbia como nuevo socio aventajado en los Balcanes. Los serbios tenían a su favor el poco interés que tenían en expandirse hacia los estrechos. Así, Rusia evitaba volver a chocar con un posible aliado en su objetivo (18).
La Europa del Este se descontrola
En principio, Rusia apoyaba a Serbia como una vía para tener “barra libre” sobre la Europa del Este. Pero Serbia también tenía sus propios planes. Envalentonada por el apoyo de su hermana mayor rusa, Serbia decidió disputarle el control de Bosnia al Imperio austrohúngaro (19). A su vez, Austria-Hungría tampoco quería ceder ante Serbia, sintiéndose también arropada por su prima germánica alemana. La tensión entre ambos países fue en aumento. El asesinato del archiduque fue un capítulo más en la escalada del conflicto entre Serbia y Austria-Hungría por el control de los Balcanes (20). El ultimátum austrohúngaro de respuesta encendería la mecha de la guerra.
La tensión entre Serbia y el Imperio austrohúngaro le vino bien a Rusia. Desde hacía tiempo, el zar Nicolás barajaba la posibilidad de provocar una guerra que llevara al reparto de los territorios del Imperio otomano. Rusia quería aprovechar que ahora estaba secundada por Francia y Gran Bretaña (21). Además, Rusia estaba angustiada ante la posibilidad de que el otomano se le opusiera con el apoyo ofrecido por Alemania. La llegada de una delegación alemana, encargada de modernizar el ejército otomano, hizo saltar la alarma rusa (22). Por lo tanto, cuando tuvo lugar el asesinato del archiduque, el ánimo belicoso de los rusos estaba ya recalentado.
No hay medalla para el segundo en movilizarse. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial
La marcha fatal hacia la guerra generalizada se puede explicar a través de la velocidad con la que se moviliza al ejército. Una vez se daba la orden de movilizar, los horarios debían ser cumplidos a rajatabla. Esto llevaba a otras potencias a hacer lo mismo para no quedarse atrás. Este mecanismo se asemeja al efecto dominó, en el que la movilización de un país conlleva las subsiguientes movilizaciones de los otros (23). Por eso, las grandes potencias europeas invirtieron gran cantidad de esfuerzos en tener una red ferroviaria potente.
Debido a la mayor lentitud de su proceso de movilización, la extensión del territorio y las carencias de medios de transporte, Rusia empezó su movilización en secreto días antes del estallido de la guerra. Esto reafirma la idea de que Rusia tenía pensado ir a la guerra (24). Además, con esta movilización secreta consiguió ocultar sus intenciones a los aliados franceses e ingleses. Según la estrategia rusa, éstos debían encargarse de tener “ocupados” a los Imperios centrales, mientras los rusos ocuparían sin problemas los territorios de Europa del Este.
Echémosle la culpa a los “hunos”
Las potencias Occidentales no sabían o no quisieron saber de la obsesión rusa por recoger los frutos de las guerras balcánicas. París y Londres se encontraron en una posición embarazosa cuando comenzaron a aflorar las ambiciones rusas sobre los territorios del Imperio otomano. Quizás por esto, en los manuales de Historia no se suele dedicar ninguna página a la hipótesis del protagonismo ruso en el origen de la Gran Guerra. Fue mucho más fácil colgar el sambenito a Alemania, la nación que tenía los planes de guerra más detallados y era una potencia militar temida. Pero como buen historiador o amante de la Historia, uno debe tener claro que nada es lo que parece.
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