La cosa estaba bastante caliente en el sur de España. Cádiz ardía con lo que se le venía encima. No faltaba mucho para que Napoleón -el primer enano de esta historia- en particular, y Francia en general, fuesen considerados enemigos viscerales, pero en este momento aun eramos socios. España y Francia iban de la mano contra un enemigo común: Inglaterra. Y aquí entra nuestro segundo enano, Jean Jacques Lucas, héroe en la Batalla de Trafalgar, ni más ni menos.
Bonaparte llevaba tiempo con ganas de revolverles las asaduras a los ingleses. Había intentado hacerse con las Islas Británicas. Pero le salió le salió el marrano mal capado, y en la batalla de Finisterre (1) el Corso vociferó a los cuatro vientos que como estratega en tierra firme era un filigrana, pero que habiendo agua de por medio fallaba más que una escopeta de feria.
Ahora la flota francesa se encontraba recogida en la bahía de Cádiz, a refugio y lamiéndose las heridas, a la espera de lo que mandara Napoleón. Entre tanto, nuestro enano se las veía y deseaba para formar un grupo de marineros capaces de batirse el contra la marina inglesa. Jacques los encontró; lo peor de cada casa. Poca experiencia en el mar, pero mucha como navajeros inguinales. Ahora ya podía esperar tranquilo a que Napoleón se pronunciase.
Tardó poco el Corso en dar las primeras órdenes, y esas fueron que su flota abandonara España y se moviera hacia Nápoles, limpiando de ese modo la costa mediterránea de barcos ingleses. Pero el hombre que estaba al mando en Cádiz, el almirante Villeneuve (2), se negó. Cosas de la vida.
Sin embargo, pronto cambió de idea. Curiosamente, en cuanto Napoleón le notificó que enviaba al almirante Rosily (3) a sustituirle. En este momento sí; a Villeneuve le entró la prisa, y se lanzó al mar. Por supuesto eligió para ello el peor momento.
Una batalla que demostró la inutilidad marítima de Napoleón Bonaparte
Villeneuve era un cobarde, y Napoleón estaba a punto de demostrar de nuevo que las batallas navales no se le daban nada bien. Pocos lo sabían, pero la batalla que se avecinaba, la que pasaría a la historia como la gran derrota hispano-francesa de Trafalgar (4), estaba a punto de revolver, más de lo que ya estaba, el asunto en la vieja Europa (5).
Pero vayamos por partes, presentemos primero a nuestro protagonista. Gabacho, del Marennes (6). Marino, científico, cuarentón y medio metro ─o menos─. Así se podría describir por encima a Jean Jacques Lucas, un marinero tan valiente como peligroso. En lo de la honradez no entraremos, pues en el momento y la situación en donde ocurre todo, ser honrado era prácticamente sinónimo de ser idiota. Y aquél 21 de octubre de 1805, bastante tenía con sobrevivir lo suficiente para sacarle las tripas a otro inglés más antes de que le picaran el billete.
Unos días antes, Villeneuve, aquel infame vicealmirante, había ordenado a la escuadra franco-española, como ya hemos dicho, abandonar el seguro puerto de Cádiz (7). La idea; enfrentarse en mar abierto contra las naves de la Pérfida Albión (8). El choque inminente sería un poco más al sur, donde hoy hay un faro perdido en mitad de una zona de veraneo. Cabo Trafalgar.
Y Villenueve dijo; ahí os quedáis
El enano Jean Jacques Lucas se olía el percal. Conocía de sobra las naves inglesas y sabía que a base de zurriagazos lejanos, que es lo que se pretendía, no se conseguiría nada. La única forma de salir más o menos bien parados del enfrentamiento sería mediante el cuerpo a cuerpo tras un abordaje (9).
Lucas llegó a Trafalgar como capitán del Redoutable (10). Una perita en dulce para cualquier marinero experimentado, y el enano lo era. Más de veinticinco años de mili en el mar, y vivo. No se podía decir lo mismo de la mezcolanza de hombres que completaban su tripulación: pordioseros, borrachos y mendigos que habían sido alistados a la fuerza en las calles de Cádiz (11). Pintaban bastos.
Nelson en el punto de mira del enano Jean Jacques Lucas
Ya en batalla los buques franco-españoles formaban en línea. Por el otro lado, el almirante inglés Horatio Nelson (12), mandó formar en dos columnas paralelas, para así romper la línea enemiga por el centro.
Él y su Victory encabezarían una de ellas. La Royal Sovereign la otra. A pesar de comer pólvora y balazos por un tubo, Nelson consiguió colarse entre las naves de la escuadra franco-española. Aunque se desvió bastante y en vez de meter la popa entre el Santísima Trinidad ─joya de la armada española─ y el Bucenture francés (13), acabó entre este último y el Redoutable del tal Jean Jacques Lucas. El enano observaba junto a su tripulación cómo se producía la maniobra. Mientras, pensaba que ya era mala leche que con todos los barcos que había les hubiera tocado a ellos el gordo.
Villeneuve se comporta como un cobarde en la Batalla de Trafalgar
Aún no había comenzado la fiesta especial de pólvora y sangre, cuando el enano Lucas lo vio por el rabillo del ojo. Villeneuve estaba más perdido que Fernando VII en una biblioteca, mientras que el Formidable seguía navegando hacía el norte, pasando de todo y sin soltar un mísero cañonazo.
El compartimiento cobarde de su capitán, Dumanoir, no se le pasaría por alto a la historia (14). Ni tampoco al enano Lucas, que entre dientes y mientras ordenaba a sus hombres que dieran marcha a los cañones con cureña y aparejos, maldecía a sus cobardes y estúpidos superiores.
Poco faltaba ya para que Nelson metiera su proa entre los dos barcos franceses, rompiendo definitivamente la línea. Pero antes, los chicos de Jean Jacques Lucas dispararon un cañonazo que tumbó el palo de mesana (15) del Victory (16). Esto enfadó mucho ─con razón─ al almirante inglés, que enseguida respondió con una andanada de zurriagazos dejando a la nave del enano Lucas lista de papeles. Escupiendo un humo negro y espeso que cubrió inmediatamente toda la zona.
El enano se relamía al ver tan cerca la joya del almirante Nelson
A pesar del desastre, las cosas se habían puesto donde el francés quería. Cortada finalmente la línea, Jean Jacques Lucas se jugó el todo por el todo. Ordenó a sus hombres que en cuanto las bordas de ambos navíos se tocasen saltaran al interior del Victory y atacaran sin piedad. No quería prisioneros. Fue entonces cuando descargaron toda la fusilería antes de abordar el barco inglés, incluidas doscientas granadas.
Nelson, ofuscado y furioso, tuvo que ver como un grupo de pordioseros y un enano estaban haciendo chacina a sus hombres. Tras la acción, la cubierta se había llenado de cadáveres (17). El olor a sangre fresca era insoportable, y la pólvora vertida al aire arañaba los ojos de los supervivientes.
El fin de fiesta no era el que los ingleses esperaban. Ni mucho menos
Pero la pesadilla no había terminado para los ingleses. En el momento en el que la nube de pólvora y humo negro se disipó, se percataron de que el almirante Nelson se deshacía como un azucarillo en una taza de té a las cinco de la tarde. Un tirador francés, a cargo de Lucas, le había descerrajado un certero disparo que le había destrozado la columna vertebral (18).
La alegría duró poco. En seguida el Temeraire ─un buque de tres puentes─ acudió en ayuda de Nelson (19) lanzando toda la fuerza de sus cañones sobre el Redoutable. El resultado; casi seiscientos muertos, el palo y la cofa mayor incrustada en el barco inglés. Medio barco ardiendo y el otro medio acribillado a cañonazos.
Jean Jacques Lucas decidió entonces rendirse, cabeceando hacia ambos lados y ciscándose en los hijos de la Gran Bretaña. Le habían dejado el barco hecho unos zorros.
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