El apodado como “Jack the Ripper” (Jack el Destripador) seguramente sea el asesino en serie más famoso de toda la Historia. Aunque estaría bien matizar que fue un feminicida: todas sus víctimas fueron mujeres y las asesinó por ello. Vamos, que estamos ante un caso de violencia machista en serie de manual. Aprendamos a llamar a las cosas por su nombre (1).
Jack el Destripador ha llenado páginas de libros y pantallas de cine hasta la saciedad (2), ha despertado innumerable elucubraciones sobre cuál podría ser su verdadera identidad y, tal ha sido el interés que ha generado, que hasta tiene el honor de tener su propia “ciencia”: la Ripperología (“destripología”) (3). Todo un universo friki alrededor de unos sucesos espeluznantes, repletos de violencia sexual, y de un asesino (o varios) cuya identidad aún se desconoce a día de hoy.
Gracias al cine, la imagen que tenemos de Jack el Destripador es clara: un hombre de clase alta – seguramente, un médico de postín –, cuyo atuendo incluye una buena capa y un sombrero de copa. Y que se movía, cuchillo en mano, acechando a su próxima víctima, en aquella Londres nebulosa y sombría. Sin embargo, como veremos a continuación, esa imagen es pura ficción. En cuanto al arma que utilizó, ni siquiera se conoce con precisión (4). Además, a ciencia cierta, no tenemos ni pajolera idea de quien se escondía bajo el famosísimo pseudónimo. Y sí, Desde el Infierno (2001), con Johnny Depp como inspector de policía que persigue a Jack el Destripador y basada en el cómic de Alan Moore, nos ha hecho mucho daño.
Los crímenes de Jack el Destripador
¿Qué hizo este malnacido? Pues, en 1888, mutiló y asesinó, oficialmente, a cinco prostitutas que vivían en condiciones miserables en el barrio de Whitechapel, al este de Londres (5). Y digo oficialmente, porque en aquellas fechas y en aquella zona, hubo más asesinatos de prostitutas, que pudieron perpetrarse por el mismo asesino. De hecho, se le llegan a atribuir hasta once asesinatos, cometidos entre 1888 y 1891 (6). Aunque lo cierto es que, en aquel entonces, los destripadores abundaban en Londres y la violencia sexual era el pan de cada día. “Jack el Destripador” fue algo así como el saco donde meter todos los crímenes no resueltos de violencia contra las mujeres (7).
Si queréis conocer la vida y el terrible final de estas cinco víctimas, así como conocer lo horroroso que era ser prostituta de los bajos fondos londinenses, consultad el capitulo que les dedico en nuestra obra: Ellas, las Prostitutas. Historia de la Prostitución. Vol. II. Con Nombre Propio: Vidas de Prostitutas.
¿Quién fue Jack el Destripador? La poli hecha un lío
Pero centrémonos en el enigma: ¿quién pudo esconderse detrás del pseudónimo “Jack el Destripador”? Lo que tenemos claro es que, aunque hubo muchos sospechosos, jamás se llegó a identificar a este asesino, que elevó la violencia machista a un nivel atroz (8). Degolló a las cinco víctimas y, por como mutiló sus cuerpos, se sospechó que podía tener cierto conocimiento en anatomía. Pero, aunque la teoría de que un médico – un cirujano o un estudiante de medicina – era quien se escondía tras la máscara de Jack ha dado para mucha literatura y cine, los asesinatos bien podrían haber sido cometidos por un carnicero o alguien que trabajase en un matadero (9).
Para rizar más el rizo, tanto la policía como la prensa recibieron en aquellos días una serie de cartas firmadas por “Jack el Destripador” – de ahí el pseudónimo con el que se conoce al asesino; pero el firmante pudo ser el asesino, o no –. Una de ellas, la archiconocida como “From Hell”, contenía la mitad de un riñón humano, que quizás perteneciese a una de las víctimas – y digo quizás, porque no esperéis que en el siglo XIX existiesen las pruebas de ADN –. El caso es que se montó un revuelo impresionante y la policía hizo lo que pudo, con los medios que contaba, para atrapar al asesino, pero fue todo en vano. El malnacido (o malnacidos, si tenemos en cuenta todos los asesinatos de prostitutas no resueltos) se fue rositas (10).
Sospechosos habituales…
No, no sabemos quién fue Jack el Destripador. Ahora bien, sospechosos no han faltado, porque la lista se alarga hasta superar los quinientos candidatos, ni más ni menos. Y abarca desde altas personalidades hasta los más mindundis. ¿Problema? Que en ningún caso se han encontrado evidencias definitivas que señalen al verdadero asesino (11). Y mira que el caso se sigue investigando actualmente. Pero pudo ser cualquiera de ellos, o no ser ninguno. Os expondré a los sospechosos que más papeletas tienen para haber cometido tales crímenes y que más ríos de tinta han derramado.
George Chapman (o Severin Klosovski)
Durante el otoño de 1888, la policía interrogó a cientos de sospechosos, pero los liberaron a las pocas horas o a los pocos días, ante la falta de pruebas para incriminarlos (12). Aunque el inspector jefe Frederick G. Abberline y el superintendente de Scotland Yard, Arthur F. Neil, entre otros policías, estaban más que seguros de que “Jack el Destripador” era Chapman, un inmigrante polaco, de 23 años, con estudios de cirugía, que trabajaba de barbero por la zona de Whitechapel, cuya descripción coincidía con la aportada por los testigos (13).
De hecho, unos añicos después, este malnacido fue detenido y ahorcado – en 1903 – por haber asesinado a tres mujeres. El problema es que su modus operandi no se asemeja en nada al del asesino de Whitechapel: Chapman envenenó a las tres mujeres con tártaro emético – no las degolló, como sí hicieron con las cinco prostitutas – y, además, sus víctimas no fueron desconocidas elegidas al azar, sino que eran sus parejas (14).
Melville Macnaghten: sus teorías sobre Jack el Destripador y sus tres sospechosos principales
Melville MacNaghten, jefe de la División de Investigación Criminal de Scotland Yard en época de los asesinatos, estableció que el apodado como “Jack el Destripador” había asesinado solo a cinco mujeres – para el forense Thomas Bond, quien, además, subrayó que el asesino no era un médico, fueron seis víctimas – (15). Y puso en el punto de mira a tres hombres como sospechosos. A los dos primeros los llegó a exculpar, pero siempre sospechó que el asesino fue el tercero de ellos (16).
1) Michael Ostrog: el médico misógino y criminal
Este señor era un médico ruso, con problemas mentales, antecedentes nefastos y con tendencias homicidas – por lo que había sido ingresado en un asilo o psiquiátrico –. Se sabe que era especialmente cruel con las mujeres y que solía llevar encima instrumentos quirúrgicos, como bisturís. Además, nunca dio una coartada firme sobre dónde andaba en la época de los crímenes de Jack el Destripador. Huele a tufillo, pero ni MacNaghten ni ningún otro investigador han hallado evidencias firmes que lo inculpen (17).
2) Aaron Kosminski, otro misógino desquiciado
Kosminski era un judío polaco de 23 años, zapatero, barbero y con tendencias homicidas, que residía en Whitechapel. Y también mostraba gran aversión hacia las mujeres, especialmente, hacia las prostitutas. Esto le da un móvil y lo sitúa directamente en el lugar de los asesinatos (18). También se sabe que tenía problemas mentales y, meses después del último de los asesinatos oficiales, fue hospitalizado en un manicomio (19). Además, sus rasgos coincidían con la descripción que dieron los testigos de un hombre que estaba hablando con la cuarta víctima, justo antes de ser asesinada (20). Sí, huele que atufa, pero, aunque la policía estuvo siguiéndole los pasos, todo quedó en agua de borrajas (21).
Hace un par de años, unos científicos ingleses realizaron análisis de ADN sobre un chal que, supuestamente, se encontró junto al cuerpo de la cuarta víctima, y en el que hallaron rastros de semen, que pertenecería al asesino. Según sus estudios, el ADN coincide con el de un pariente vivo de Kosminski (22). La BBC también se ha subido a este carro, con un documental (23). ¿Problema? Que a los expertos no les convence este estudio, porque nunca se probó que ese chal estuviese en la escena del crimen y porque consideran que la comparación genética que han realizado estos científicos no es todo lo profesional que debería. Por ejemplo, alegan que el análisis de ADN mitocondrial que emplean no es definitivo para señalar a un solo sospechoso. Además, a estos científicos se les olvidó publicar los resultados de las secuencias de ADN mitocondrial en su estudio (24).
3) Montague John Druitt: abogado, profesor y uno de los sospechosos más mencionados
Druitt pertenecía a una buena familia: era un hijo de papá (cirujano) (25). Se sospechó de él porque desapareció cuando se cometió el último de los cinco crímenes aceptados como oficiales y se le halló muerto, en el río Támesis, siete semanas después de este último asesinato. Dictaminaron que su cadáver llevaba aproximadamente un mes en el agua y que se había suicidado (26). Se sabe que dejó una nota de suicido – que podría arrojar mucha luz al caso, pues bien podría ser una confesión –, pero esta desapareció (27). Tenía 31 años cuando falleció – y no 41, como se dijo en su momento –, edad que encajaría con el perfil del asesino (28). Además, sus propios familiares sospechaban que él podía ser el asesino de Whitechapel, pues afirmaban que era un demente sexual (29).
Druitt y sus papeletas para ser Jack el Destripador
Pero, ¿podemos situar a Druitt en las escenas de los crímenes? ¿Qué pintaba un señorito como él en Whitechapel? Bueno, no era raro que los pijitos de Londres se paseasen por los bajos fondos, de sobra es conocido que eran grandes puteros y que la doble moral estaba a la orden del día (30). También iban para purgar su conciencia, empleándose en obras sociales (31). Si a este coctel le sumamos que Druitt tenía problemas mentales, más la misoginia imperante, que petase y decidiese matar a diestro y siniestro a las pobres prostitutas, a modo de purga moral, no suena tan raro.
Además, si tenemos en cuenta que Druitt tenía alquiladas unas habitaciones en el Inner Temple, también encontramos explicación a cómo pudo eludir fácilmente a la policía tras cada asesinato: el lugar se encontraba a poca distancia de Whitechapel y se podía llegar por dos caminos, ambos desérticos por la noche (32). Que no fuese médico no lo exime, porque los expertos nunca se pusieron de acuerdo sobre si atribuirle o no conocimientos anatómicos al asesino. Además, Druitt provenía de una larga estirpe de cirujanos reputados, así que es posible que sí tuviese ciertos conocimientos, aunque sólo hubiese sido espectador del trabajo de sus familiares (33).
¿Qué lo eximiría? Que, al parecer, contaba con una buena coartada el día en que se cometió el segundo de los asesinatos oficiales. – Aunque siempre nos quedará la duda de si estamos buscando a un solo asesino, o a varios, y si quizás Druitt sí asesinó a alguna de estas mujeres – (34).
Pero la lista de sospechosos no acaba aquí. Investigadores posteriores han seguido indagando y añadiendo un sinfín de nombres a la lista. Os expondré a los más pintones y los que más ruido han ocasionado.
Walter Richard Sickert: ¿el pintor asesino?
Este señor primero fue actor y después pintor impresionista, al que le ponían que no veas los bajos fondos londinenses (35). Y ha protagonizado un best seller de una novelista que asevera que él fue “Jack el Destripador”. Lo novedoso de esta investigación, es que la autora aplicó técnicas y análisis policiales actuales al caso. ¿Problema? Que las pruebas que aporta para acusarle son meramente circunstanciales (36).
La descripción de dos testigos
Sickert era un tipo apuesto, culto, de 28 años, al que le encantaba la prensa sensacionalista y se codeaba con grandes personalidades de la época. Además, era un mentiroso de postín, un experto en disfraces y se sabe que desaparecía durante días, haciendo vaya usted a saber qué (37).
El caso es que la autora de este libro, para acusarle, se basa en las descripciones que dieron dos testigos en dos de los asesinatos: ambos vieron a un tipo de unos 28 años, más o menos de la estatura de Sickert, quien, además, vivía relativamente cerca de donde se produjeron los crímenes. Las descripciones de estos testigos sobre la piel y el pelo del sospechoso no coinciden con los rasgos de Sickert, pero la autora lo justifica afirmando que, al ser actor y estar familiarizado con la caracterización, pudo usar maquillaje y peluca. ¿Esto lo convierte en culpable? Pues no; no deja de ser una hipótesis (38).
Lo que el ADN nos dice
Esta autora también empleó las pruebas de ADN sobre las cartas que recibió la policía en su momento de, supuestamente, el asesino. Y, según los resultados obtenidos, pudo vincular a Sickert con ellas (39). ¿Problema? Que se sabe que la gran mayoría de estas cartas eran un fake: no fueron escritas por el asesino. Primero, se recibió una carta firmada por “Jack el Destripador” – conocida como “Dear Boss” –, que se sabe que fue obra de unos periodistas, muy cachondos ellos, y la policía cometió el error de hacerla pública, desatando el pánico y provocando que empezasen a llegar un aluvión de más y más cartas. Así, se creó el mito de “Jack” (40).
En un principio, asumieron que todas eran del asesino, pero nada más lejos de la realidad: fueron obra de periodistas muy oportunistas y de amiguetes de las bromas pesadas y de mal gusto. Si entre las más de cien cartas que se recibieron se coló alguna realmente escrita por el asesino, es un enigma para el que aún no tenemos respuesta (41).
Aun así, la novelista de este best seller no se rinde. Según ella, hay una prueba irrefutable de la culpabilidad de Sickert: en 1908, pintó un cuadro muy oscuro, titulado “El dormitorio de Jack el Destripador”. Además, también pintó otra treintena de cuadros en los que esta autora encuentra muchas similitudes con las escenas de los asesinatos de Whitechapel. Y para ella, esto le delata (42). Pero bien podría indicar que Sickert fue el asesino, o que fue un frikazo más, que se obsesionó con la historia del destripador. Nada concluyente (43).
Teoría conspiranoica, que nunca puede faltar: el Duque de Clarence y Sir William Gull
Un cuadro del anterior pintor, llamado El Hastío, estuvo vinculado a la investigación de los asesinatos mucho antes de que el best seller del que os he hablado viese la luz. Pero no para inculpar a Sickert, sino a Sir William Gull, el médico personal de la reina Victoria (44). Los frikazos del destripador vieron en dicho cuadro una gaviota – en inglés, “gull” – y aseveraron en los años ’70 del siglo XX que Sickert la había colado en el cuadro para inculpar al médico real (45).
Los defensores de esta teoría añaden que Alberto, el Duque de Clarence – primogénito del, primero, Príncipe de Gales y, después, rey Eduardo VII – también estuvo implicado en los asesinatos, por lo que las cinco prostitutas asesinadas habrían sido víctimas de una conspiración real y masónica (46). ¡Ojo! La cosa es que se supone que el Duque tuvo un romance y un hijo con una dependienta de tabaco de Whitechapel. Las cinco prostitutas asesinadas lo sabían y chantajearon a la corona. Y, claro, para evitar el escándalo, la reina Victoria le encargó a Gull, que además de médico era, supuestamente, masón, acabar con todas ellas – se supone que Sickert le acompañó en sus crímenes, de ahí que después pintase aquella gaviota – (47).
No lo sé Rick, parece falso
Sin embargo, Gull tenía 71 años en 1888 y había sufrido una apoplejía – no encaja para nada con el perfil del asesino – (48). En cuanto al Duque, de sobra es conocido que era un putero que frecuentaba Whitechapel y que, emocionalmente, era inestable. De hecho, hasta estuvo ingresado en una clínica. Y su gusto por prostituir a mujeres pobres lo llevó a la tumba: la palmó en 1892, de sífilis (49). También se sabe que de jovenzuelo iba de cacería y que le obsesionaba la sangre y descuartizar a los animales. Hasta se chismorrea que la policía secreta lo detuvo tras el asesinato de la cuarta víctima (50). Sin embargo, en las fechas de los asesinatos el Duque no estaba en Londres, sino en Escocia, por lo que también queda exculpado (51).
La teoría sobre Jack el Destripador de… (Redoble de tambores)… Aleister Crowley
Existe otra teoría, muy excéntrica e impulsada por Aleister Crowley (ocultista, mago, alquimista y todo lo que se os ocurra) a finales de los ’50, que ganó mucho impulso en los ’70 (52). Esta afirma que los asesinatos fueron rituales y que la Magia Negra estuvo más que presente. Se basa en que el lugar de los asesinatos forma, supuestamente, un pentagrama. También, en que el momento de cada asesinato coincidió con una fase lunar y en que, según los defensores de esta teoría, las mutilaciones fueron rituales (53). Todo muy lógico y racional, ¿verdad?
El caso es que señalan a Robert D’Onston Stephenson – cirujano militar, alcohólico, ludópata conocido como “Sudden Death”, charlatán, embaucador y friki del ocultismo – como asesino (54). Este tipejo tenía 48 años en la época de los asesinatos y, como otros tantos sospechosos, era paciente psiquiátrico. Con la novedad de que a él lo trataron en repetidas ocasiones en un hospital situado en Whitechapel, por lo que solía estar por el barrio (55). Además, se chuleaba de saber quién era el destripador – ya sabéis, haciendo uso de sus poderes y tal – y hasta insinuó que él mismo era el asesino (56). Pero, de nuevo, no tenemos ninguna prueba científica que lo inculpe y sí mucha pseudociencia trasnochada (57).
El dudoso diario de Maybrick: ¿Fue él Jack el Destripador?
En 1993 apareció en escena, a través de la prensa británica, el diario de un tal James Maybrick. En este, el colega relataba los asesinatos y confesaba ser “Jack el Destripador” (58). Este tipo era un comerciante de algodón de Liverpool, que, en 1888, vivía solo en Londres, en los alrededores donde se cometieron los asesinatos (59).
¿Problema? Que, a la hora de contar lo sucedido, no aporta datos que no hayan sido reproducidos ya hasta la saciedad por la prensa, la policía o las innumerables investigaciones que se han llevado a cabo (60). Además, la tinta con la que está escrito el diario no es del siglo XIX y Maybrick la diñó en 1889, envenenado con arsénico. Por ello, es imposible que escribiese dicho diario, cuyo origen es más que sospechoso (61). Huele a fake que echa para atrás.
Stephen Herbert Appleford, ¿el cirujano asesino?
Este médico – sospechoso como tantos otros – vivía en los alrededores de donde se cometieron los asesinatos (62). ¿En qué se basan para acusarle? Primero, en que era cirujano forense de la policía. Por ello, elucubran que pudo operar desde dentro y obstaculizar la investigación (63). Además, era presidente de una prestigiosa asociación de cirujanos, posición de poder con la que lo asocian a la psicopatía (64). Y, para rematar, tenía 36 años, por lo que entraría en el rango de edad del asesino, tomando en cuenta las declaraciones de los testigos (65). También presentan como prueba que organizaba reuniones políticas conservadoras y moralistas, por lo que, concluyen, debía odiar tanto el consumo de alcohol como a las prostitutas – dos rasgos comunes de las víctimas – (66).
Los defensores de que él fue el asesino alegan también que su grafía coincide con la primera carta firmada por “Jack el Destripador” (67). Los investigadores, además, establecen toda serie de paralelismos entre la biografía de la madre de Appleford, las fechas de los asesinatos, el cumpleaños de alguna de las víctimas e incluso el nombre de su prometida (68).
Pero, idas de olla aparte, partiendo de la base de que ya sabemos que aquella primera carta fue obra de la prensa y no del asesino, ¿para qué le vamos a echar más cuentas a esta hipótesis? Por mucho que intenten buscarle las tres patas al gato, la acusación a Appleford no tiene ninguna base científica y no hay por dónde cogerla. Cirujanos poderosos, bien posicionados, conservadores, misóginos y amigos de la doble moral abundaban en Londres del siglo XIX. Y, por mucha aversión que nos provoquen, eso no los convierte en asesinos (69).
Una lista interminable y un caso sin resolver
Podría seguir enumerando sospechosos hasta la saciedad, porque a día de hoy siguen apareciendo nuevos nombres, que van desde más médicos hasta periodistas, pasando por los escritores Lewis Carrol – el creador de Alicia en el País de las Maravillas – y Arthur Conan Doyle – el papá de Sherlock Holmes – (70).
A Lewis Carrol lo acusaron basándose en que, supuestamente, ciertos pasajes de sus obras contenían anagramas, en los que confesaba su participación – junto con un colega – en los asesinatos de Whitechapel. Originalidad no falta, pero, desde luego, no es una prueba sólida (71).
A Arthur Conan Doyle , lo acusan basándose en sus traumas infantiles por ser hijo de un alcohólico. También, en que tenía 29 años cuando se cometieron los crímenes y en su parecido con el retrato robot del asesino. Suma que vivía a tres horas en tren de Whitechapel y que sus conocimientos en criminología le pudieron servir para sapearse. Además, se basan en, ¡oh, sorpresa!, las dichosas cartas, que ya sabemos que no valen ni para limpiarnos los mocos. De nuevo, pruebas circunstanciales, sin ninguna evidencia firme (72). Lo que sí es cierto es que Conan Doyle fue otro frikazo del destripador y que la policía incluso acudió a él para atrapar al asesino (73).
Jack el Destripador y H.H. Holmes: ¿son el mismo asesino?
La última teoría que os expondré, por ser la más reciente y muy resultona, es que fue el doctor H. H. Holmes, el primer asesino en serie de Estados Unidos, famosísimo por su hotel de los horrores (guió guiño a los fans de American Horror Story), quien se escondió tras el pseudónimo de Jack el Destripador (74). Así lo asegura su tataranieto, que llevó a cabo una investigación en colaboración con una ex analista del FBI y que, como no, escribió un libro al respecto (75). ¿En qué se basan para afirmar tal bomba? Pues en los diarios de H. H. Holmes, que el tataranieto heredó, donde, supuestamente, Holmes relata su participación en la mutilación y el asesinato de unas prostitutas en Londres (76). Además, el tataranieto asegura que Holmes no murió en la horca, en 1896, sino que habría engañado a alguien para que ocupase su lugar (77).
¿Quién le ha dado bombo a esta teoría? Pues dos canales de televisión, que estrenaron simultáneamente el documental «El Destripador» (78): el canal Historia – sí, el History Channel siempre anda haciendo de las suyas – y el canal Crimen + Investigación. Se trata de ocho episodios en los que el tataranieto de Holmes trata de probar su teoría (79).
Esta hipótesis, aunque es molona, no lo vamos a negar, tiene sus detractores, pues el modus operandi de H. H. Holmes no tenía nada que ver con el de Jack el Destripador. Además, aunque los defensores de esta hipótesis de agarran a que Holmes estudió medicina (80), ya hemos desmentido hasta la saciedad que, necesariamente, Jack el Destripador tuviese que ser un médico. También cabe señalar que la credibilidad del tataranieto de Holmes es más que cuestionable (81).
La identidad de Jack el Destripador sigue siendo un enigma
Lo cierto es que seguimos sin saber quién narices era “Jack”, o si se trató de un único asesino, o de varios. Es más, los ripperólogos siguen sin ponerse de acuerdo en cuanto al número de víctimas del destripador. La violencia sexual estaba a la orden del día en el Whitechapel del siglo XIX, y hay que aceptar que estamos ante un caso que, posiblemente, jamás podamos resolver. Eso sí, la imaginación vuela y teorías estrafalarias, pistas falsas y conclusiones erróneas, no faltan. Pero seguimos sin contar con evidencias certeras y definitivas. Lo que sí sabemos es que aquellas cinco mujeres fueron víctimas de la misoginia, del clasismo y de la violencia machista más brutal, y que, desde luego, no fueron las únicas, en una Londres donde ser mujer y pobre era más que una condena (82).
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