El nacimiento del porno: ¡cosifiquemos a la mujer para el deleite masculino!

En Khronos, ya os hicimos un repaso por el arte porno a lo largo de la Historia. En esta ocasión, os voy a contar cómo, cuándo y por qué nació la pornografía – tal y como la entendemos hoy en día –. El origen del porno. ¿Qué?, ¿creíais que el porno se había inventado ahora? ¡Ilusas! Pongámonos en situación: nos encontramos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En esa época que se ha idealizado hasta para nombrarla: la Belle Époque (1). Pues bien, resulta que entre tanto encanto y tanta modernura (2), nos topamos con una sociedad profundamente machista (3) y clasista (4). “Lo bello” era para los señoritos burgueses (5), amigas. Porque los currantes vivían de pena (6), y las mujeres, ya fuesen de la clase que fuesen, ¡ni os cuento! – Obvio, si eras mujer y pobre, ¡para qué querías más, hija de mi vida! (7) –.

El caso es que el capitalismo y el consumismo hicieron su entrada triunfal (8), y con ellos, una industria repugnante que sigue cosificándonos hasta nuestros días: el porno (9). Pero, ¿por qué, en este momento, se dio el origen del porno? Sumemos la doble moral sexual que existía y que en estas páginas de la Historia nació el cine (10), y el resultado será este negocio inmundo (11).

Aquí tenéis los pocos minutos que han sobrevivido de Le Coucher de la Mariée (Francia, 1896; se estima que duraba 7 minutos), la primera película erótica (12). Estrenada solo un añito después del nacimiento del cine:

El sexo en la Belle Époque: hipocresía machirula en estado puro

El sexo era un gigantesco tabú para la sociedad de la Belle Époque, guiada aun por el puritanismo victoriano (13). Y la doble vara de medir que existía, según fueses de uno u otro sexo, era de risa (14).

Por un lado, estaba la moral impuesta a las mujeres: se esperaba de ellas que llegasen vírgenes al matrimonio, por supuesto (15). Además, se daba por hecho que no tenían ningún tipo de impulso o deseo sexual. ¡Eso era cosa de machotes! (16). Así que eran educadas en la más absoluta ignorancia. ¡No tenían ni la más remota idea de sexo antes de casarse! (17). Imaginad qué cara de susto se le debió quedar a más de una cuando, en la noche de bodas, se encontrase a un falo apuntándola, desafiante… (18). ¡Angelicos!  Y una vez que estuviesen casadas, como Dios manda, se esperaba de ellas que solo fornicasen con su marido y con el único propósito de procrear (19).

Las mujeres de bien: úteros andantes, al servicio del varón

Total, que las mujeres de bien venían a ser úteros con patas, al servicio de la imperiosa necesidad de descendencia de los señores machos. Ya sabéis, dejar su semilla en este mundo refirma muchísimo la masculinidad. El disfrute carnal no era para ellas, ¡no fuesen a mancillar su honra (20)! Es más, tener descendencia era toda una imposición para las mujeres. Hasta eran advertidas por los médicos de cómo no tener hijos tenía efectos negativos en su organismo. Aunque la realidad les demostrase lo contrario: tener muchos hijos sí que era todo un riesgo (21). ¡Y de usar anticonceptivos ni hablar! Hasta había multas y penas de cárcel para quien osase aconsejar o difundir la contracepción. Por eso la marcha atrás y el aborto, aunque era ilegal – y mortal dados los métodos que se seguían –, eran el pan de cada día (22).

Las directrices dirigidas a las buenas damas venían a escupir lindezas como ésta:

Ella debe tumbarse y permanecer tan quieta como sea posible. Si se mueve, eso puede ser interpretado como excitación sexual por el marido optimista” (23).

Si esto no suena a violación en el ámbito conyugal, ¡que me aspen!

Excuse me, querido, pero esta mierda no me pone nada

Con este panorama, no es de extrañar que las mujeres se horrorizasen con sólo pensar en el sexo (24). Pero no porque por naturaleza no les gustase. Lo que no les debía gustar era el hecho de ser meras muñecas hinchables, al servicio de sus hombres. Follar lo justito, sin disfrutar y a ciegas, pues oiga, mucho encanto no tenía (25).

Lógicamente, tras tanta fachada puritana, el deseo sexual femenino existió, existe y existirá. ¡Y que nos dure! Algunas hasta se quejaban de la poca maña que tenían sus maridos a la hora de darle rienda suelta a la pasión (26). Cabe señalar que el clítoris, en la bella época, era ese gran desconocido. ¡No se tenía ni idea de la sexualidad femenina (27)!

Las malas mujeres – putas para satisfacer a los machotes

La moral sexual para los hombres era muy distinta. Los machos eran muy machos, y tenían sus necesidades…. (28). Así que se les permitía despacharse con las prostitutas, aunque debían guardar las formas y ser discretos (29). Vamos, que la demanda de prostitutas estaba a la orden del día, porque los hombretones tenían que saciar sus ganas (30). Y para eso estaban las malas mujeres (31), claro. Sus benditas esposas “les servían” para perpetuar su estirpe, mientras que las prostitutas “les servían” para saciar sus bajos instintos. Y estoy hablando de la práctica habitual, no de unas cuantas excepciones (32). Porque aquella sociedad era así de hipócrita: enterraban el sexo, lo extirpaban, públicamente, pero los hombres recurrían a la prostitución asiduamente (33). ¿Alguien dijo patriarcado?

nacimiento de la pornografía - el origen del porno
«Groupe de quatre femmes nues» (François-Rupert Carabin; 1895-1910; Musée D’Orsay-París).

“Todos lo hacían, todos sabían que sus compañeros también lo hacían, pero hacían ver que no era así” (34).

El nacimiento de una de las industrias que más cosifica a la mujer: el origen del porno

Ante tanta represión sexual y tanta hipocresía, y teniendo en cuenta que si eras mujer, ya desempeñases el rol de “mujer decente”, o el de “mala y libertina”, tu posición siempre era de sumisión absoluta al varón, y de satisfacer sus necesidades, el origen del porno, su surgimiento, estaba más que cantado. ¡Carajo, que los machotes además de comerciar sexualmente con nuestros cuerpos tenían derecho a alegrarse la vista! Total, ¿qué éramos las mujeres, sino objetos para que nos usasen a su antojo? (35).

Sé que tras haber visto tanta represión en cuanto al sexo, igual estáis alucinando. Pero que la pornografía comenzase a circular tiene lógica, si se piensa. El doble rasero que se gastaban en todo lo referente a la sexualidad, con eso de lo ancho para mí (hombre) y lo estrecho para ti (mujer) – con la enorme dosis de machismo y clasismo que ello conllevaba – (36), despertó la curiosidad machirulesca. Y claro, los muchachos, ante tanto tabú y tanta represión, estaban más salidos que los monos (37). ¡Y ahí había negocio! Así, un mercado negro de fotografías sugerentesde mujeres, como no – y de relatos erótico-festivos, empezó a rular de forma clandestina (38). Las modelos eran prostitutas, por supuesto (39).

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Fotografías de Jules Richard (1848-1930) – Colección Atrium.

El origen del porno: las stag films – las primeras películas porno

Como el cine estaba de moda y lo estaba petando, también se rodaron las primeras pelis porno (40). Por supuesto, mostraban a mujeres desnudándose, para satisfacer las fantasías de los señoros (41). Y esto ¡reafirmaba su masculinidad que no veas! Y, además, generaba un vínculo entre ellos, en plan hermandad (42). Eran una especie de ritual de iniciación, de paso a la edad adulta (43). ¡Machotes unidos, excitándose con mujeres – objeto! Deseando “observar” y “examinar” los misterios de la sexualidad femenina. Cosificación de la mujer y machismo en modo on (44).

A estas primeras pelis porno se les conoce como stag films (45). Sin título y firmadas bajo pseudónimo, circulaban de manera clandestina y estaban asociadas a los grandes prostíbulos europeos – de lujo – de la época (46). Por ello, solo los más ricachones – aristócratas, políticos de altos cargos o miembros de la realeza – tenían acceso a ellas (47). Eran un caprichito gourmet. Cuando la censura apretó las tuercas, a principios del siglo XX, los europeos cruzaron el charco, hasta Argentina o México, para rodar sus pelis porno (48). En Estados Unidos, se conocían también como smokers, por el humillo de piti que poblaba los salones masculinos donde se proyectaban. Éstos eran secretos y selectos, y estaban repletos de “chicas livianas” (49).

El origen del porno: la cutrez hecha película

Eran películas improvisadas, de pocos minutos y sin narración alguna (50). En definitiva, eran muy primitivas – obviamente, mudas y en blanco y negro – y sus finales eran abruptos (51). Las “actrices” eran las prostitutas del burdel, y se rodaban para el consumo interno de los puteros voyeurs (52). También se usaban como reclamo para que los puteros comprasen los cuerpos de estas mujeres (53). Éste fue el origen del porno.

¿Qué se veía en ellas? Masturbaciones, felaciones y, sobre todo, penetraciones – tanto vaginales como anales –. También eyaculaciones a mansalva y por doquier. Todo muy enfocado al placer y deleite masculino, y muy burdo (54). Y dejaban muy patente el gusto por el voyeurismo de la época: es un elemento más del metraje (55). También se refleja en ellas el gusto por las escenas lésbicas (56). – Los puteros de la época se volvían locos observando cómo practicaban sexo las prostitutas, entre ellas (57) –. Y falos, muchos falos erectos, como símbolo de poder masculino. También por mera curiosidad, ante la represión sexual de la época, y para que el espectador se pudiese identificar bien con el hombre que aparecía en escena. ¿Habría en ello deseos homosexuales ocultos? Quién sabe… (58).

El Satario (Argentina, 1907)

No podemos hablar del origen del porno sin nombrar El Satario. Está considerada como la primera stag film (59). Su nombre posiblemente sea una mala traducción de «El Sátiro» (60). Es quizás la película más elaborada de este género (61). En ella vemos un escenario al aire libre, donde un grupo de mujeres desnudas «se divierten» entre ellas (62). De repente, aparece un demonio – la caracterización, es para verla (63) –, que las persigue hasta que captura a una de ellas (64). Varias tomas nos muestran como la peculiar pareja copula, para terminar con un chorrazo de semen goteando sobre la mujer (65). Todo muy fino

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Fotogramas de «El Satario» (1907 – Argentina).

En definitiva, son cuerpos desnudos femeninos a disposición de un macho. La lectura que se hace de la «captura» es bastante obvia, ¿no? Apología de la violación. Y ese semen final, marcando territorio… en fin.

Am Abend (Alemania, 1910)

De diez minutos de duración, comienza con un hombre mirando a través del ojo de una cerradura cómo una mujer se masturba (66). Después, entra a la habitación, se desnuda y pasa a practicar sexo con la mujer (felaciones y penetraciones, básicamente) (67). Como suele suceder en todas las stag films, los primeros planos de las penetraciones muestran claramente la «acción genital» (68).

Una vez más, un cuerpo femenino a disposición del hombre. Que no se contenta con espiar, sino que también irrumpe a fornicar sin pedir permiso. La mujer no es más que un objeto a su disposición.

A Free Ride (Estados Unidos, 1915)

Está considerada como la primera película estadounidense hard-core (69). Es narrativamente más compleja, pues incluye rótulos que van comentando la acción (70). Rodada al aire libre, comienza con dos mujeres paseando. Aparece un coche, conducido por un hombre, que las invita a subir al vehículo. El coche para; el hombre se baja a orinar y ellas espían. Después, sucede al revés (71). Se toman unos tragos, y una de las mujeres y el hombre se van al bosque, se masturban y se ponen a copular (postura del misionero). La otra mujer, los mira y se estimula, y acaba uniéndose a ellos. Vemos la postura del perrito, felaciones y lo que viene siendo un trío. Finalmente, se vuelven a subir al coche y se marchan (72).

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Fotogramas de «A Free Ride» (1915 – Estados Unidos)

«Un viaje gratis»… poco me queda por decir. Volvemos a ver en ella escenas muy explícitas de como el pene entra y sale (73).

Los años ’20 y The Casting Couch (Estados Unidos, 1924)

Para las décadas de los años veinte y treinta, estas películas, cutres a más no poder, proliferaron y se popularizaron en Francia, en Estados Unidos y en América Latina (74). La cosificación de la mujer y la misoginia en ellas, es apabullante: las mujeres son meros objetos a servicio de la curiosidad y la perversión masculina (75).

Como prueba de ello, The Casting Couch (76). Argumento: una aspirante a actriz se ve abocada a practicar sexo con un director, para poder conseguir su papel soñado (77). El machismo rezuma por los cuatro costados. Y esta joyita no es un caso aislado de la profunda misoginia que desprenden estas stag films de los ’20 (78). Solo es el ejemplo que he escogido para ilustrarla.

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Fotogramas de «The Casting Couch» (1924 – Estados Unidos).

Años después, el porno se democratizará y llegará a todas las clases, hasta convertirse en el fenómeno de masas que es hoy en día (79).

El porno en la Belle Époque era secreto (que las pajillas estaban muy mal vistas)

El origen del porno y todo este tinglado, en la Belle Époque, sucedió de tapadillo, porque socialmente estaba muy mal visto tanto erotismo. Leches, ¡que empujaba a la masturbación! Y eso era algo así como pecado mortal (80).

De la masturbación femenina, se decía que te podía joder la mente, la memoria, la complexión física, la visión… ¡Incluso podías volverte loca! ¡Y era un mal que le podías pegar a tus hijos! (81). Vamos, una auténtica aberración. Aunque, en verdad, se consideraba que la masturbación era un problema de machos – ya sabéis que las mujeres no sentimos deseo sexual de ese –. Y era un problema de los gordos, porque empujaba a la homosexualidad – muy mal vista también en la Belle Époque (82) – y a múltiples perversiones (83). Y no lo decía cualquiera… ¡Lo decía la medicina! Que advertía severamente como masturbarse dejaba a los hombres hechos polvo y los hacía más propensos a las enfermedades. Es más, llamaban a la masturbación self-abuse – maltrato contra uno mismo – (84). El mito de “quedarse ciego” ha llegado a nuestros días…

¿La solución que recomendaban para evitar tanta pajilla? El deporte, que es muy sano y ayuda a desfogar que no veas (85). Y, por supuesto, para aliviarse estaban las prostitutas, ¡mucho mejor que pajearse! (86). Prostitutas que, como no podía ser de otra manera, procedían de los bajos fondos de las esplendorosas ciudades. ¡Para eso servían las mujeres pobres! (87). – Podéis vomitar, lo entendemos –.

Patriarcado que nos convierte en juguetitos

Al final, lo que podemos sacar en claro de todo este mercado es una cultura patriarcal, que defiende por un lado la promiscuidad masculina, y por otro la monogamia femenina (88). Así que del porno no podemos rascar libertad sexual alguna; al menos, no para nosotras (89). Lo que queda claro, desde el origen del porno, es la posición dominante de los hombres, y la sumisión absoluta de las mujeres (90). Nos vomita misoginia y violencia sexual contra la mujer, ¡y lo normaliza! (91). Erotiza la violación y la cosificación de la mujer, y nos convierte en meros objetos a disposición de las fantasías sexuales de los machotes (92). Erotismo y sexualidad definidos por y para los hombres, donde nosotras, desde que comenzó este invento, no somos más que juguetes a servicio de los antojos masculinos (93).

Estamos ante una industria terriblemente vejatoria y machista (94), donde el placer no se encuentra tanto en el sexo, como en el poder que, sobre nosotras, adquieren los hombres. Pues ellos siempre son los “poseedores”, y nosotras las “poseídas”. Y esta es la “educación sexual” que se aprende, y después se reproduce en la realidad (95). Las oleadas de violencia sexual machista que nos estremecen cada día en la prensa, son muestra de ello (96).

“La pornografía educa al público masculino” (97)



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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) La Belle Époque es “un mito, si se quiere, porque esta época no fue bella para todo el mundo. La protección social era débil, las desigualdades considerables, la esperanza de vida al nacer no superaba los 50 años…”. Michel Winock, en Antón, 2014. El mundo de la Belle Époque se parece mucho al del siglo XXI: ambas son épocas en las que el cambio es constante; allí están escondidas nuestras raíces. Campos Posada, 2017, p. 10. Era un mundo lleno de contradicciones (Campos Posada, 2017, p. 9), donde el origen del porno tuvo cabida.
(2) Tuvo lugar la Revolución Industrial (Campos Posada, 2017, pp. 34-43; Dormond Herrera, 1987, p. 263), dando lugar a una sociedad cada vez más urbana e industrial (Campos Posada, 2017, pp. 36-38 y 45-47; Clachar Hernández, 2016, p. 18; Dormond Herrera, 1987, p. 263; Muñoz Osorio, 2018, pp. 3-23; Winock, 2003, p. 143). Además, cada año surgían nuevos avances científicos, tecnológicos (Campos Posada, 2017, pp. 35-40; Michel Winock, en Antón, 2014; Muñoz Osorio, 2018, p. 14), médicos (Campos Posada, 2017, pp. 40-42), políticos, sociales y laborales (Muñoz Osorio, 2018, p. 14). Cada vez más gente tenía acceso a la educación y a la lectura (Campos Posada, 2017, p. 68; Muñoz Osorio, 2018, p. 14), así como un mayor acceso al confort, al ocio y al consumo (Campos Posada, 2017, pp. 38-39 y 54-59; Muñoz Osorio, 2018, p. 14). Estos profundos cambios dejaron irreconocible el mundo de 1900 para un ciudadano de 1800. Campos Posada, 2017, pp. 33-34.
(3) La burguesía fijaba las reglas de la condición femenina: era una sociedad desigual. Corbin, 1982, p. 322. Michel Winock, en Antón, 2014. Los hombres de las clases más bajas pudieron disfrutar de la recién estrenada democracia (Campos Posada, 2017, pp. 16-20); las mujeres, ni eso. Solo Finlandia, en 1906, y Noruega, en 1913, concedieron el voto a las mujeres. Campos Posada, 2017, pp. 16-17. Aunque el movimiento sufragista empezó a fraguarse tanto en Estados Unidos como en Europa (Campos Posada, 2017, pp. 111-115; De Miguel Álvarez y Palomo Cermeño, 2011, pp. 318-319; Escobedo Muguerza, 2017, p. 149; Morillas Cobo, 2018, pp. 185-196) y surgió la “nueva mujer” – o “la nueva Eva” – (Caine y Sluga, 2000, pp. 158-165; Campos Posada, 2017, p. 111; Maugue, 2018, pp. 500-518; Pasalodos Salgado, 2007, pp. 110-111): las mujeres experimentaron mayores libertades y la posibilidad de ejercer nuevos roles, más allá del hogar; pero la “nueva mujer” y el feminismo eran una amenaza para el sistema patriarcal, para los valores tradicionales (Campos Posada, 2017, p. 116; Mesch, 2012, pp. 86-87). Como respuesta, se reafirmó la masculinidad como nunca (Campos Posada, 2017, pp. 116-117) y calificaron a las feministas como “marimachos” (Muñoz Osorio, 2018, p. 49) e histéricas (Winock, 2003, p. 162). El machismo, ampliamente extendido en la sociedad de la Belle Époque, también se refleja en el altísimo número de mujeres prostituidas utilizadas por los hombres como objetos sexuales a cambio de dinero. Muñoz Osorio, 2018, pp. 27-28. El ama de casa, la criada y la prostituta conformaban los tres modelos de sumisión femenina (Corbin, 1988, p. 9), no es de extrañar que se diese el origen del porno.
(4) “(…) la sociedad de esta época es una sociedad vivamente en contraste, jerarquizada, desigual, nada como para estar contento como no sea echando la vista atrás a lo que la precedió”. Michel Winock, en Antón, 2014. El clasismo estaba ampliamente extendido. Muñoz Osorio, 2018, pp. 27-28. Las mujeres de las clases más bajas “estaban destinadas” a satisfacer las necesidades de los hombres de las clases más altas; Corbin, 1987b, p. 15; desde la nana, a la niñera, a la sirvienta o a la prostituta: todas eran “cuerpos sumisos” al servicio del patrón (Dormond Herrera, 1987, p. 269; Corbin, 1982, pp. 322-323); y en este contexto, se produjo el origen del porno.
(5) Campos Posada, 2017, pp. 15-17. “Buen número de índices nos sugieren que esta ‘bella época’ fue sobre todo la de una burguesía triunfante”. Fue “el reinado no compartido de la burguesía (compuesta aproximadamente de un millón de personas)”. Michel Winock, en Antón, 2014.
(6) La miseria y la sobreexplotación eran alarmantes. Campos Posada, 2017, pp. 38-39. Darien, 1901, pp. 83-84. Los trabajadores que migraron a las ciudades vivían aglomerados (con su llegada a las ciudades se desarrolló toda una serie de problemáticas urbanas; Clachar Hernández, 2016, p. 7; a los recién llegados no les quedó otra que dirigirse a los suburbios; Campos Posada, 2017, pp. 46-48; Dormond Herrera, 1987, p. 263), comían muy poco, recibían bajos salarios que solo les llegaban para subsistir (Campos Posada, 2017, pp. 48-49), competían por el empleo en las fábricas y se veían obligados a dedicarse a otras actividades dentro o fuera de la ley, para poder comer. Dormond Herrera, 1987, pp. 263-264.
(7) Con la Revolución Industrial y la migración en masa a las ciudades, las mujeres salieron de sus casas y se unieron al mismo mercado laboral que los hombres, en las fábricas. Poco a poco, empezaron a desempeñar trabajos que antes les estaban vetados. Campos Posada, 2017, p. 109. Dauphin, 2018, p. 417; Muñoz Osorio, 2018, pp. 48-49. Aunque los salarios de las mujeres eran significativamente más bajos que los de los hombres, eran solo «salarios adicionales». Winock, 2003, pp. 157-158 y 160-162. Además, ante la enorme migración, el desempleo se disparó. Dauphin, 2018, p. 420. Dormond Herrera, 1987, pp. 268-269. Así, estas mujeres de las clases bajas, víctimas de la precariedad económica, tuvieron que recurrir a la prostitución para sobrevivir. Campos Posada, 2017, pp. 48-49; Dormond Herrera, 1987, pp. 265-269; Muñoz Osorio, 2018, pp. 27-28; Scott, 2018, pp. 407-408; Walkowitz, 2018,  p. 350; Winock, 2003, p. 143. El capitalismo dio lugar a la prostitución proletaria. Corbin, 1982, pp. 322-323. En el área de la protección social, las mujeres estaban completamente olvidadas. Winock, 2003, p. 144 y p. 166. Estas mujeres para poder ser consumidoras, debían ser, a la vez, un producto de consumo. Clachar Hernández, 2016, p. 8. Nunca antes tantas mujeres se habían mantenido a sí mismas a través de la prostitución como durante los años que abarcan desde 1870 a 1930. Caine y Sluga, 2000, p. 69. Ringdal, 2004, p. 313. La magnitud, la visibilidad y la proteica naturaleza de la prostitución constituyeron un rasgo distintivo de las ciudades del siglo XIX; contaban por decenas de millares las prostitutas en las principales ciudades; las prostitutas eran las “hijas no cualificadas de las clases no cualificadas” (Walkowitz, 2018, pp. 349-350); también serán las presas en el origen del porno.
(8) La nueva sociedad urbana e industrial introdujo a los trabajadores en un mercado no sólo de supervivencia, sino también de consumo. Campos Posada, 2017, pp. 38-39. Darien, 1901, pp. 83-84. Ir de tiendas se convirtió en un pasatiempo habitual para los burgueses y, poco a poco, fue extendiéndose hacia abajo. Así, la sociedad de consumo se extendió a las clases trabajadoras. Campos Posada, 2017, pp. 54-59. También se empezó a desarrollar el turismo – las vacaciones –, que empezó a centrarse en el consumo, y empezaron las aglomeraciones y las colas en cines, teatros, parques… El progreso que había creado esa congestión era el mismo que había hecho accesible el ocio a muchos que antes no se lo podían permitir. Campos Posada, 2017, p. 70. Pero, como hemos visto, todo esto estuvo acompañado de explotación y miseria – ver (6) –. El capitalismo es así: para que los burgueses vivan bien, tiene que haber millones de personas oprimidas y explotadas, y otras tantas desechadas y desclasadas (trajo consigo miles de viviendas infrahumanas, bares donde ahogar las penas, y los prostíbulos). Dormond Herrera, 1987, p. 263-264. Hay un flujo creciente de la prostitución, impuesto por las estructuras capitalistas y sistemáticamente regulado por la burguesía (Corbin, 1982, p. 324); y todo esto, estará acompañado del origen del porno.
(9) Aunque el origen del porno tal y como lo conocemos (fotografías y películas pornográficas) se dio en la Belle Époque (Campos Posada, 2017, p. 72), la palabra “pornografía”, proviene del griego pornè (sustantivo; prostituta) y gráphein (verbo; acto de escribir o representar); así, etimológicamente significa “tratado referente a la prostitución” (Denegri, 2012, p. 9; Dworkin, 1989, pp. 199-200; Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 17; García Manjarrés, 2016, p. 194; Malem Seña, 1992a, p. 220; Moia, 1980, p. 83; Prada Prada, 2010, p. 9; Rengifo Streeter, 2018, p. 5; Ribadeneira, 1997, p. 36; Yehya, 2004, p. 12), una descripción de las prostitutas y su comercio. Pero la pornografía ya no describe solo las actividades sexuales entre prostitutas y sus clientes. Barry, 1981, pp. 205-206. Tal como la entendemos, es un fenómeno netamente occidental. Yehya, 2004, p. 17. Es un fenómeno urbano, industrial, capitalista, propio de las sociedades burguesas. Malem Seña, 1992a, p. 225. La segunda acepción de pornografía es: “carácter obsceno de obras literarias y artísticas.” Pero aunque todo lo pornográfico es obsceno, no todo lo obsceno es pornográfico, porque no todo lo obsceno es sexual; lo pornográfico, en cambio, siempre lo es. Denegri, 2012, p. 110. Yehya, 2004, p. 17. La Real Academia de la Lengua Española (que tardó en aceptar la palabra pornografía hasta 1899; Yehya, 2004, p. 13) anota que el término pornografía, hace referencia al “conjunto de elementos, materiales, imágenes y/o reproducciones de la realización explicita del acto sexual y que tienen como fin provocar la excitación y placer sexual del receptor”. García Manjarrés, 2016, p. 194. El origen del porno y el concepto de pornografía que se tiene actualmente, data de la época victoriana (siglo XIX). García Manjarrés, 2016, p. 195. La actitud victoriana y paternalista permaneció inmutable hasta 1939. Yehya, 2004, p. 33. En el mundo del arte, el desnudo del cuerpo femenino se desarrolló hasta “ser absoluto” también en el siglo XIX: el cambio de paradigma en el arte a partir del siglo XIX (más concepto, menos sensaciones) fue el que desarrolló el desnudo en toda su dimensión. Roca Sanchis, 2013, p. 34.
(10) El cine hizo su aparición y se convirtió en una exitosa industria del ocio – se convirtió “en el gran arte popular”; Michel Winock, en Antón, 2014 –. Nació en un momento perfecto para convertirse en un espectáculo de masas. Campos Posada, 2017, pp. 60-65. Muñoz Osorio, 2018, p. 22. El cine fue una de las grandes atracciones de la época (pocos meses después de su presentación al público, el cine se propagó como una epidemia; Yehya, 2004, p. 52). En 1895, los hermanos Auguste y Louis Lumière (ver Dixon y Foster, 2008, pp. 6-7) presentaron la patente de esta invención (cabe destacar la película fundacional Sortie de l’usine, de 1985; Abascal-Peiró, 2015, p. 108). En diciembre del mismo año se lleva a cabo la primera sesión pública en el Grand Café, en París (se considera el 28 de diciembre de 1895 como el día en que nació el cine, ya que en esa fecha los hermanos Lumière proyectaron por primera vez el resultado de sus experimentos cinemáticos ante el público reunido en el Salón Indio del Gran Café de París; Yehya, 2004, p. 50). La producción de películas reales con una trama, actores y sets solo tendrá lugar en una segunda fase, a partir de 1899. A comienzos del siglo XX, el cine se convierte en una industria. Winock, 2003, pp. 336-339. Fue el auge de películas breves cuyo placer espectatorial residía menos en lo narrativo y más en lo plástico. Abascal-Peiró, 2015, p. 109. Para saber más cobre el nacimiento del cine: Dixon y Foster, 2008, pp. 1-21. Y con el cine, se dio el origen del porno.
(11) El origen del porno se dio con las películas pornográficas nacieron casi a la vez que el cine, y solían mostrar a una mujer desnudándose ante la cámara. Campos Posada, 2017, p. 72. El origen del porno se dio en el siglo XIX. Denegri, 2012, p. 112. En vez de eliminar el sexo del discurso público o por lo menos empujarlo al espacio doméstico (donde tan sólo debía ser usado para la reproducción) el puritanismo logró industrializarlo y convertirlo en producto, además de que nutrió y popularizó un vasto repertorio de parafernalia erótica. Yehya, 2004, p. 41.
(12) Le Coucher de la Mariée, también llamada Bedtime for the Bride o The Bridegroom’s Dilemma, es un cortometraje erótico francés, considerado como una de las primeras películas eróticas, producido por Eugène Pirou y dirigida por Albert Kirchner bajo el seudónimo «Léar». Se proyectó por primera vez en París en noviembre de 1896. Originalmente, duraba 7 minutos, pero de perdió y se recuperó parcialmente en 1960; debido a su mal estado, solo se pudieron salvar dos minutos de metraje, que corresponden al striptease de la protagonista: Louise Willy. Abel, 2005, pp. 518 y 752. Cine Libre Online, 2019. López, 2020. Es crucial mencionarla al hablar del origen del porno.
(13) Todo lo relativo al sexo era tabú (Campos Posada, 2017, p. 71), lo que no impedía que se practicase fuera del hogar – los hombres recurrían a la prostitución; ver (14) – (Barriga, 2013, p. 95). Este puritanismo victoriano toleraba y regulaba la prostitución desde mediados de siglo. Rodríguez Suárez, 2015, p. 35. Muchos intelectuales desafiaron el puritanismo de la Belle Époque (Campos Posada, 2017, pp. 75-76), como, el psicólogo austriaco Sigmund Freud (cabe destacar sus discursos sexuales misóginos y falocéntricos; Williams, 1999, p. 86; ver Barry, 1981, pp. 224-229 y García Manjarrés, 2016, pp. 200-202) o el escritor Arthur Schnitzler (la principal temática de su obra fue la paradoja constante entre los represivos valores victorianos y las propias convicciones morales y sociales modernas, más cercanas a los deseos sexuales y a los instintos irracionales del individuo. En su obra La Ronda (1903), muestra la doble moral burguesa al condenar públicamente la sexualidad y permitir e incluso participar activamente de la prostitución). Muñoz Osorio, 2018, pp. 17-18. También los sexólogos Havelock Ellis y Magnus Hirschfield (Campos Posada, 2017, pp. 75-76) o Stefan Zweig, célebre escritor e intelectual vienés de origen judío (Muñoz Osorio, 2018, p. 8), que denunció la hipocresía de la sociedad: tan puritana como para extirpar el sexo de la esfera pública, pero tan dañada moralmente como para recurrir a la prostitución de manera cotidiana (Campos Posada, 2017, p. 118); Zweig reflexiona en El mundo de ayer acerca de la represión, del desconocimiento y del miedo de la sociedad vienesa hacia el sexo. Muñoz Osorio, 2018, pp. 24-34.
(14) Las prostitutas, aunque despreciadas, constituían una vía de escape para los hombres que, a su vez, permitía proteger a las mujeres virtuosas e incluso a las niñas, que debían mantener su virginidad hasta el matrimonio (salvaguardaba la virginidad y la decencia del resto de mujeres): doble moral sexual en toda regla. Darien, 1901, p. 169. Escobedo Muguerza, 2017, p. 135. Winock, 2003, p. 166. La rígida y sobria sociedad victoriana de la Inglaterra del siglo XIX infectó al resto del mundo con el credo utilitario de la revolución industrial, con su desprecio por lo superfluo y su negación del placer, pero a la vez fue el caldo de cultivo para que la prostitución y la pornografía se desarrollaran a niveles sin precedentes. Así se dio el origen del porno. Yehya, 2004, p. 41.
(15) Campos Posada, 2017, p. 71. Corbin, 1987a, p. 8. Winock, 2003, p. 166. El matrimonio seguía siendo la conducta estándar para las mujeres, existía un imperativo matrimonial. Winock, 2003, p. 159.
(16) Se niega la sexualidad a las “madres”. La mujer está encerrada «en un laberinto de representaciones alienantes». Winock, 2003, p. 156.  “Los tabúes de la religión cristiano / judaica han contribuido en gran medida a la alienación de la mujer. No menos importancia han tenido en la represión de nuestra libido la cosmovisión ancestral masculina y sus prohibiciones, entre las que destacan el horror por la sangre menstrual y el dolor como cláusula necesaria de placer”. Moia, 1980, p. 88. La sociedad del fin de siglo reconocía que los hombres tenían necesidades sexuales (concedía que los muchachos pudiesen experimentar deseos sexuales y recurrir a la prostitución para satisfacerlos), pero no que las mujeres estuvieran sometidas al mismo tipo de impulsos (se negaba socialmente e incluso científicamente que las mujeres pudieran sentir ningún tipo de deseo sexual, a menos que fuera despertado por el hombre en el marco conyugal, pero incluso en este caso la sexualidad femenina estaba sometida a las necesidades reproductivas del matrimonio; de ahí, que se diese el origen del porno: para satisfacer a los hombres). La mujer ideal de la Belle Époque era totalmente ajena al sexo; así, en el caso de las mujeres jóvenes la represión, la invisibilización y el tabú fueron mayores que en el caso masculino. Campos Posada, 2017, p. 71. Muñoz Osorio, 2018, p. 28.
(17) Socialmente se consideraba que el mundo exterior podía tentar a las jóvenes a cuestionarse acerca de la sexualidad e incluso a desearla; por ello, se las alejaba de cualquier estímulo o información relacionada con el sexo hasta que se casaran. Como consecuencia, el desconocimiento femenino hacia el amor y el sexo les hacía generar falsos miedos y expectativas al respecto, además de invisibilizar, sentirse culpables y reprimir sus deseos con tal de adecuarse a los patrones conductuales de la buena sociedad. Muñoz Osorio, 2018, p. 28. Según la encuesta que Clelia Mosher realizó a cuarenta y cinco mujeres británicas, más de la mitad de ellas no sabían nada del sexo antes de casarse. Las que sí estaban algo informadas se habían enterado a través de libros, charlas con otras mujeres o viendo a los animales de granja dar rienda suelta a sus instintos. No es de extrañar que muchas mujeres llegaran a la noche de bodas sin saber lo que les esperaba. Campos Posada, 2017, p. 71.
(18) Ver (17). Durante la noche de bodas, la habilidad masculina y el pudor femenino tenían la obligación de evitar caer en dos peligros: el de la violación y el de la fogosidad comprometedora. La postura más razonable para los médicos era la del misionero, aunque permitían a los esposos hacer todo aquello que sirviese a la fecundación, evitando las “posturas ilegítimas”. En palabras del doctor Garnier: «Los esposos deben consultar a su médico, único en poder dictaminar la posición más adecuada». Corbin, 1987a, p. 10.
(19) Campos Posada, 2017, p. 71. Muñoz Osorio, 2018, p. 28.
(20) Los médicos del siglo XIX aconsejaron a las mujeres que no tuvieran relaciones sexuales con más frecuencia que una vez al mes. El mito de la maternidad dominaba, algo que hacía que no fuera digno de una mujer disfrutar del sexo. Ringdal, 2004, p. 248. Una guía de 1894, Consejos para esposos y esposas, aconsejaba lo siguiente a las nuevas esposas: “La esposa sabia sólo permitirá un máximo de dos encuentros sexuales semanalmente y, según pase el tiempo, deberá hacer todo esfuerzo posible por reducir esta frecuencia. […] De otra manera, lo que podría haber sido un matrimonio correcto puede convertirse en una orgía de lujuria […] La mujer nunca debe permitir que su marido vea su cuerpo desnudo ni que él le muestre el suyo. […] Ella debe tumbarse y permanecer tan quieta como sea posible. Si se mueve, eso puede ser interpretado como excitación sexual por el marido optimista. El sexo, cuando sea imposible evitarlo, tiene que tener lugar a oscuras”. Campos Posada, 2017, p. 71. A finales del siglo XIX, la totalidad de los higienistas, obsesionados por los riesgos que presentan las excesivas capacidades del “otro sexo”, negaron a la esposa toda iniciativa; rechazaron las manifestaciones de una sexualidad femenina ávida, negando incluso su existencia. Al esposo le tocaba reglamentar «la enervación» de la mujer – ver (23) –, de quien era responsable. Corbin, 1987a, p. 8. Se pensaba que no había necesidad de que la mujer gozase para concebir; solo el orgasmo masculino era indispensable. Así, por muchas décadas, los hombres pudieron olvidar, con toda tranquilidad, las reacciones de sus compañeras. Pasarán varias décadas antes de que la mayoría de los médicos ordenen nuevamente a los esposos hacer disfrutar a sus compañeras. Para esto será necesario esperar a la posguerra y al desarrollo de la nueva sexología. Corbin, 1987a, pp. 8-9.
(21) Eso creían la mayor parte de los médicos de la Belle Époque. Sin embargo, la experiencia cotidiana de las mujeres mostraba que lo realmente peligroso era tener muchos hijos. Campos Posada, 2017, p. 73. Ver (22).
(22) Walkowitz, 2018,  pp. 362-370. Había multas y penas de cárcel para aquellos que aconsejaran o publicitaran la contracepción. La marcha atrás era el método anticonceptivo más extendido – era un método considerado más natural y menos pecaminoso que los considerados artificiales –. Al cálculo –erróneo– de cuándo era menos probable quedar embarazada se le conocía como «ruleta vaticana», por ser el único método aprobado por Roma. Por el contrario, la publicidad de preservativos estaba prohibida, circulaban poco y hasta los años finales de la época eran demasiado caros para las clases trabajadoras. Se solía recurrir a los envoltorios con los que los drogueros vendían el jabón, duchas vaginales con lysol, un producto químico muy peligroso –y para las cuales utilizaban las jeringuillas que los médicos les habían llevado alguna vez para curar infecciones vaginales– y esponjas que también solían bañar en lysol. Aparte, circulaban toda una serie de mitos sobre métodos alternativos para evitar el embarazo: las mujeres se aconsejaban unas a otras contener la respiración durante la eyaculación o irse a orinar inmediatamente después del coito. Lógicamente estos métodos fallaban y mucho. Por ello, el aborto estaba muy extendido, aunque era ilegal en todas partes (los embarazos no deseados eran innumerables; fue la época del aborto; a pesar de la escasa información, se practicaba frecuentemente; el movimiento feminista también incluyó la defensa del aborto en su agenda; Winock, 2003, pp. 164-165). Las curanderas preparaban infusiones abortivas que vendían a las mujeres desesperadas; otros productos abortivos se anunciaban discretamente en la prensa como soluciones a males propios de señoritas. La venta de Dyachilon, un abortivo, aumentó a partir de 1890. Y, por supuesto, había muchos otros métodos verdaderamente peligrosos a los que las chicas recurrían cuando se veían entre la espada y la pared. Saltos, golpes en el vientre o introducirse objetos punzantes eran algunas de las maneras con las que las mujeres trataban de evitar tener un hijo. Muchas morían en el intento. Campos Posada, 2017, pp. 74-75. Hubo asociaciones que promovían la expansión de los anticonceptivos, a las que se unieron los primeros intentos de despenalizar la homosexualidad. Sin embargo, estos avances no llegaron a calar en esta etapa. Campos Posada, 2017, pp. 75-76.
(23) Campos Posada, 2017, p. 71. Ver (20). El doctor estadounidense Theophilus Parvin contaba en sus clases de medicina que «cuando la mujer piensa en el sexo, es con horror más que con deseo». Y por mucho que los hombres sí disfrutaran del sexo, se les aconsejaba no deshonrar con frecuencia el sagrado lecho matrimonial. El doctor John Harvey Kellogg, en Plain facts for the old and the young (1910), afirma, aterrado, que los matrimonios se permiten demasiados excesos y deberían acostarse con la misma frecuencia que lo hacen los animales: sólo para la procreación, dejando largos períodos entre estas ocasiones. Campos Posada, 2017, p. 71. En 1880 el doctor Louis Fiaux sostenía que cada esposa decente era en potencia una insaciable retozona, por lo que al esposo le tocaba impedir esa funesta metamorfosis, evitando provocarla con excesivas y peligrosas caricias. Además, para la mirada médica, la capacidad de fecundar era un asunto que tenía más importancia que cualquier otro, por lo que otra razón para rechazar la complacencia de los placeres era que ésta arriesgaba comprometer la calidad del producto de la fecundación. Corbin, 1987a, pp. 6-7.
(24) Un ejemplo: la tía de Stephan Zweig – célebre escritor e intelectual vienés de origen judío; Muñoz Osorio, 2018, p. 8 – abandonó al hombre con el que acababa de contraer matrimonio cuando éste intentó desnudarla en su habitación de recién casados. Absolutamente escandalizada, regresó a casa de sus padres a la una de la madrugada y les contó que nunca iba a volver a ver a su marido, ya que sus bajas inclinaciones demostraban que debía estar claramente enfermo. Campos Posada, 2017, p. 71.
(25) Ver (17), (18), (20) y (23).
(26) La doctora estadounidense Mosher cogió lápiz y papel para entrevistar a mujeres de su época y preguntarles por el sexo. La encuesta que realizó muestra que algunas mujeres entrevistadas afirmaban querer tener relaciones con sus maridos, pero por esta misma razón temían que algo fallaba con ellas. Algunas reconocían dormir en habitaciones separadas para evitar la tentación, y no la de sus maridos, sino la de ellas mismas. Otras, incluso, se quejaban de que los hombres no habían sido «correctamente entrenados» para proporcionar placer a sus mujeres. Campos Posada, 2017, p. 72.
(27) Poco se sabía del clítoris. No aparecía ni siquiera en las guías médicas, que sí incluían dibujos de los órganos sexuales internos femeninos. Campos Posada, 2017, p. 72. La sexualidad femenina era poco conocida y aterradora. Winock, 2003, p. 163.
(28) Hombres y mujeres tenían comportamientos sexuales diferenciados. Mientras que el hombre «necesitaba» una intensa actividad sexual, la mujer era más proclive a la contención. Escobedo Muguerza, 2017, pp. 134-135. La sociedad de la Belle Époque sí reconocía que los hombres tenían necesidades sexuales, por lo que se les permitía a los muchachos experimentar y recurrir a la prostitución para satisfacer sus deseos sexuales. Campos Posada, 2017, p. 71. Muñoz Osorio, 2018, p. 28.
(29) A finales del siglo XIX la condena a la sexualidad ya no es religiosa, si no moral, desde el punto de vista de la ética racionalista burguesa; la sociedad reconocía que el sexo era necesario, por lo que se dejaba abierta una pequeña válvula de escape para aquellos jóvenes – masculinos – (entre que llegaban a la pubertad y se casaban) que quisieran satisfacer sus impulsos sexuales: la prostitución. La condición era que llevaran a cabo sus actividades con secretismo y disimulo, de la forma más discreta posible, inculcándoles desde muy pequeños el miedo y la culpabilidad por desear o hacer algo prohibido y moralmente reprochable, además del alto riesgo de contraer alguna enfermedad venérea. Campos Posada, 2017, p. 71. Muñoz Osorio, 2018, p. 27.
(30) Como para las mujeres era necesario llegar vírgenes al matrimonio, los hombres debían acudir a las profesionales para desahogar sus impulsos. Campos Posada, 2017, p. 71. La propagación del modelo conyugal burgués, y el respeto por la virginidad de las chicas casaderas, hace cada vez más frecuente la iniciación sexual del hombre joven por una prostituta. Corbin, 1988, p. 6. En el imaginario masculino, había tres imágenes de la mujer en el siglo XIX: por un lado, la madre-esposa, encarnada por la Virgen María, pureza en estado puro, sin ningún vínculo con la sexualidad; por otro lado, la seductora, la cortesana o prostituta, que prometía al hombre el placer sin finalidad reproductora – estas dos figuras opuestas son de hecho complementarias: expresan la separación vivida entre el matrimonio y el placer –; y por último, la musa, la mujer imaginaria, inaccesible, objeto de un culto que se funde con la poesía y el sueño romántico. Winock, 2003, p. 155.
(31) La sociedad establecía distinciones claras y reconocibles entre mujeres “buenas” y “malas”. Broude, 1988, p. 654. Corbin, 1982, p. 35. Su naturaleza era completamente distinta. Corbin, 1987b, p. 15. Las prostitutas eran las “otras”, y eran degradadas y mercantilizadas (Broude, 1988, p. 651; Corbin, 1987b, pp. 12-14), consideradas como un amenazante peligro para la salud pública (Corbin, 1987b, p. 12; Escobedo Muguerza, 2017, p. 135) y para la moral (Broude, 1988, p. 651; Corbin, 1982, p. 35). La “mujer pública” puede llegar a arruinar todos los patrimonios cuya acumulación el burgués perseguía encarnizadamente: la fortuna, el honor, el linaje, la sangre. Corbin, 1988, pp. 5-6. Como portadora de la virulenta sífilis, ella infecta al burgués, quien a su vez transmite, como un riesgo de herencia enferma, un mal hereditario aún más aterrador que devastará su posteridad. Corbin, 1987b, pp. 14-15. La prostituta se convirtió en el arquetipo de la “mujer criminal”. Campos Posada, 2017, pp. 48-49. Corbin, 1988, pp. 4-5. Corbin, 1987b, p. 15.
(32) Campos Posada, 2017, p. 71. La reglamentación de la prostitución se convirtió en un objetivo principal para las autoridades. Corbin, 1987b, p. 14. Algo absolutamente hipócrita. Darien, 1901, p. 175. La prostitución formaba parte de las ciudades modernas, era “un mal necesario” (así era considerada por los higienistas y los moralistas; Escobedo Muguerza, 2017, p. 133; Winock, 2003, p. 165), pero como era algo tan indeseable e inmoral, decidieron tolerarla pero supervisándola. Corbin, 1987b, pp. 16-17. Rodríguez Suárez, 2015, p. 34. Se trataba de un sistema de control estrechamente relacionado con una visión más rígida y puritana que respaldaba el mundo de la prostitución desde mediados de siglo. Rodríguez Suárez, 2015, p. 35. Al tratar la prostitución como un “mal necesario” utilizaban un doble patrón de sexualidad, que justificaba el acceso sexual masculino a una clase de mujeres caídas. Walkowitz, 2018,  p. 354. Con esta postura, se venía a defender que los hombres tenían derecho a disponer de servicios sexuales, y que si había mujeres dispuestas a dárselos a cambio de dinero, había que aceptar y regularizar ese “contrato” supuestamente consentido – las desigualdades económicas y de género entre puteros y prostitutas eran más que evidentes como para hablar de consentimiento –. De Miguel Álvarez y Palomo Cermeño, 2011, p. 316.
(33) Campos Posada, 2017, p. 118. La “ramera” simbolizó y asumió durante mucho tiempo el valor erótico de las relaciones de pareja. Corbin, 1988, p. 4.
(34) Campos Posada, 2017, p. 71.
(35) La objetivación sexual de la mujer es la capacidad de reducir a las mujeres a objetos, tratarlas de maneras crueles e inhumanas, asumir que existen solo para la satisfacción de los hombres. Barry, 1981, p. 231.
(36) Esta situación refleja el machismo – mujeres prostituidas utilizadas por los hombres como objetos sexuales a cambio de dinero –  y el clasismo – se trata de hombres de clases acomodadas utilizando como objetos sexuales a mujeres de clases bajas que se prostituyen porque son víctimas de la precariedad económica – ampliamente extendidos en la sociedad de la Belle Époque. Muñoz Osorio, 2018, pp. 27-28.
(37) La ocultación y la represión repercutió en los muchachos en una mayor curiosidad y sobrexcitación sexual, y no sólo hacia la prostitución, sino también en el consumo de cabarets, revistas y literatura pornográficas, provocando el origen del porno. Muñoz Osorio, 2018, pp. 27-28.
(38) Hacia 1840 hicieron sus apariciones las primeras fotografías de desnudos femeninos. Debido al alto costo de los retratos, solo se comercializaban entre la clase alta y personas pertenecientes al ámbito del arte y la cultura (no había posibilidades de reproducción masiva). Sin embargo, pocos años después, con el avance de la fotografía y la posibilidad de reproducir copias por negativos, la fotografía erótica consiguió su mayor auge. García Manjarrés, 2016, p. 197. Yehya, 2004, p. 48. Las tarjetas postales aparecen alrededor de 1860; inicialmente no tenían imágenes; para 1870, con la invención de la fotolitografía, comienzan a producirse tarjetas con fotografías; eran baratas y se convirtieron en un recurso extremadamente popular entre las clases trabajadoras. Aproximadamente desde 1880, los pornógrafos comenzaron a producir y a vender tarjetas postales eróticas (desde mujeres que mostraban apenas un poco de piel hasta fotos extremadamente explícitas de actos sexuales) aprovechando la popularización y abaratamiento de las nuevas técnicas fotográficas. Yehya, 2004, p. 48. Así, se dio el origen del porno. Estas postales pornográficas (ephemera o efímeras) eran mucho más accesibles que otros medios, ya que no requerían que el consumidor supiera leer y, a finales del siglo XIX, dieron un giro al consumo de la pornografía, la cual dejó de ser mayoritariamente textual al volcarse sobre la fotografía. Estas tarjetas eran muy abundantes en Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se producían por millones y representaban una importante industria. Yehya, 2004, pp. 49-50. Los vendedores ambulantes (inmigrantes pobres, muchos de los cuales eran judíos – un motivo más por el cual eran estigmatizados –, que vendían pornografía para sobrevivir; Yehya, 2004, p. 41) buscaban a grupos de chavales en los bares y pasaban el material por debajo de las mesas. Los chavales, tremendamente excitados ante la posibilidad de ver a una mujer desnuda, juntaban todos sus ahorros para hacerse con la preciada fotografía. Campos Posada, 2017, p. 72. Si bien en otros momentos de la historia las representaciones sexuales explícitas podían censurarse por justificaciones religiosas o políticas, desde mediados del siglo XIX comienzan a controlarse o prohibirse por su carácter «obsceno» (porque el acceso a materiales sexualmente explícitos se democratiza, por lo que estos contenidos se percibieron como peligrosos). Prada Prada, 2010, p. 10. A comienzos del siglo XX, con el desarrollo de la imprenta a menor costo, fue posible producir de forma masiva imágenes en blanco y negro y empezaron a aparecer revistas que incluían fotografías de mujeres desnudas y semidesnudas. García Manjarrés, 2016, p. 197.
(39) Las modelos a menudo eran bailarinas en los clubes nocturnos parisinos como el Moulin Rouge, pero también era común que los artistas (como Jules Richard, algunas de cuyas fotografías he usado para ilustrar este artículo) usaran prostitutas. Ruiter, 2020.
(40) Las películas pornográficas nacieron casi a la vez que el cine – ver (10) –. Campos Posada, 2017, p. 72. Elena, 2000, p. 7. Moret, 2010. “(…) el cine pomo tiene casi los mismos años que la patente de Lumiére”. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 59. Se considera que el origen del porno, el porno retro o vintage es aquél que se creó entre la década de 1890 y los inicios de la década de 1980.  Church, 2012, p. 48. Pero no se puede fechar con exactitud cuándo apareció la primera película pornográfica, ni cuántas fueron realizadas. Yehya, 2004, p. 52.
(41) Solían mostrar a una mujer desnudándose ante la cámara. Campos Posada, 2017, p. 72. No había mujeres espectadoras de tales películas, fueron rigurosamente excluidas (Williams, 1999, p. 60); la audiencia era masculina. Williams, 1999, p. 73. Estas películas fueron presumiblemente dirigidas por hombres, y finalmente suturadas en el marco de la subjetividad masculina. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 278. En la pornografía, la sexualidad femenina adopta su razón de ser hacia un receptor mayoritariamente masculino y exagera los atributos naturales propios de la sexualidad femenina. Si bien se busca la excitación sexual por medio de la contemplación, ésta se da únicamente a través de la visión de los genitales. El cuerpo de la mujer muestra sus orificios, lo más obscenamente posible, y cuanto más abierto esté su sexo con más eficiencia se producirá éste placer contemplativo. El porno en sí mismo funciona como imagen agresiva, y por su obscenidad y explicitud podemos situarlo en el campo de las imágenes violentas. Roca Sanchis, 2013, pp. 35-36.
(42) Church, 2012, p. 51. El placer primario que se mostraba en estas primitivas películas implicaba animar a formar un vínculo de género con otros espectadores masculinos. Williams, 1999, p. 73. Suponen un ritual social de vinculación masculina (Williams, 1999, p. 75); una forma de «unión» masculina (Williams, 1999, p. 76). Es el placer del grupo masculino colectivo que expresa su deseo heterosexual por los cuerpos de las mujeres en exhibición. En este placer, el cuerpo de la mujer media en el logro de la identidad masculina. Williams, 1999, p. 80. Es lo que se llama “homosocialiadad”: estas películas tienen un compromiso inextricable en las relaciones sociales y especulares a lo largo del continuo de la masculinidad dentro de la cultura estadounidense. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 275. Están tenazmente comprometidas con el núcleo homosocial de la masculinidad. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 277. La naturaleza interactiva y colectiva de los espectadores se da tanto en el Viejo Mundo como en el Nuevo (Europa, Estados Unidos y América Latina). Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 279. Muestran bravuconería y bromas sexuales colectivas. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 280.
(43) Eran una iniciación ritual en la virilidad, un medio para disipar muchas de las ansiedades del hombre inexperto: escrutinio clínico y objetivador del cuerpo femenino, su inscripción y dirección a un espectador específicamente masculino y sus reacciones pueriles a la evidencia visual de la diferencia sexual en sí misma lo confirman. Williams, 1999, p. 73. “Estas películas tenían una supuesta función educativa para los jóvenes (como muestrario de posiciones y por su revelación cuasi clínica de los genitales femeninos), por lo que un grupo de personas se reunía a verlas en ocasiones especiales, como despedidas de soltero o celebraciones similares. Es decir, que ver el filme en grupo podía ser una especie de ritual iniciático o de transición a la edad adulta y servía de pretexto para establecer una complicidad de grupo, para llevar a cabo una ceremonia con el fin de eliminar o disminuir el temor de los hombres de fracasar al hacer el amor a su pareja”. Yehya, 2004, p. 54.
(44) Cosificación: tratar a personas como objetos; la pornografía (donde las mujeres sencillamente son usadas como objetos, desde el origen del porno hasta la actualidad) está vinculada de forma importante con la cosificación de las mujeres (Saul, 2005, p. 103), pues subordina a la mujer, transformándola en un objetivo de acoso sexual. Malem Seña, 1992b, p. 182. Hay una gran diferencia de género que subyace en este comercio; suponen la mercantilización del sexo y la representación sexual que proliferaron en la cultura occidental tanto antes como durante la revolución sexual. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 279. La stag film – ver (45) – oscila entre la relación directa imposible entre un espectador y el objeto exhibicionista (la mujer: genitales visibles, piernas abiertas, dirigidos directamente al espectador de la película, que muestra más del cuerpo femenino como objeto de placer que cualquier forma teatral o fotográfica previa de espectáculo sexual institucionalizado) que observa de cerca y el voyeurismo ideal de un espectador que observa un evento sexual en el que un hombre sustituto actúa por él (se muestra más del «evento genital» que lo nunca antes visto por una audiencia masiva; el espectador masculino se identifica con el hombre no tanto como un hombre, sino como «portador del falo», e indirectamente «posee» a la mujer a través de este otro hombre – por lo tanto, la mujer en estas películas nunca es un sujeto, sino un objeto –). Williams, 1999, pp. 80-81. El espectador masculino se identifica con el falo y objetiva la vulva (hay una gran influencia de la teoría psicoanalítica freudiana de la fetichización al explicar el predominio de la subjetividad masculina y la relegación de la mujer al objeto fetichizado en estas películas). Williams, 1999, pp. 81-82. El corpus general de la stag film demuestra la obsesión de la cultura patriarcal con ‘imaginar y medir’ la ‘verdad’ incognoscible ‘del sexo, haciendo que el sexo femenino hable. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 276. Al reunirse para excitarse colectivamente, los espectadores recreaban algunas de las dinámicas estructurales básicas del patriarcado. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 280. Las mujeres son los objetos de la pornografía, los hombres son sus mayores consumidores, y la degradación sexual es su tema. Barry, 1981, p. 206. La distorsión de la realidad que supone la pornografía (al no filmar más que sexo, la pornografía opera una alteración de la sexualidad; es esencialmente un dispositivo visual: no son las relaciones sexuales por sí mismas las que caracterizan estas películas, sino el modo cómo las abordan; Baudry, 2000, p. 56) es un atractivo para la fantasía y una forma de entretenimiento, pero también es un acto político, un intento de crear una imagen de la mujer que sea coherente con la forma en que los hombres quieren verla y usarla. Barry, 1981, p. 209. En la pornografía, desde el origen del porno, hay una estructura de poder, en la cual ocurre la deshumanización y la objetivación de la mujer. Hay un poder implícito en el discurso predominante de estas películas. Las “maravillas femeninas” siempre se ven desde el punto de vista del falo. Williams, 1999, p. 59. Controlar el acontecimiento sexual constituye la esencia irreductible de la sexualidad pornográfica; se trata totalmente de un rito. Baudry, 2000, p. 58.
(45) Elena, 2000, p. 7. Probablemente, aparecieron por primera vez alrededor de 1905-1906, en Estados Unidos (para conocer el nacimiento de la industria cinematográfica estadounidense: Dixon y Foster, 2008, pp.22-52), Alemania, Francia, Italia, América Latina y Japón. Church, 2012, p. 49. Varios historiadores afirman que para 1904 ya existía un mercado internacional de cortos eróticos, pero dado que la producción de estas cintas se hacía en la clandestinidad, que no había créditos reales y que incontables obras fueron destruidas, tanto por la policía como por sus propietarios, es prácticamente imposible escribir una historia exhaustiva de este tipo de filmes. Yehya, 2004, p. 52. Constituyeron durante bastantes años la única posibilidad del cine pomo. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, pp. 64-65. Muchas de ellas han sido archivadas por el Instituto Kinsey (Kinsey Institute for Sex Research in Sex, Gender, and Reproduction; Universidad de Indiana) (Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 281; Williams, 1999, p. 60.), cuyo archivo fílmico tiene aproximadamente 8 000 títulos de obras realizadas entre 1915 y la década de los años setenta, en formatos de 8 mm, Super 8, 16 mm y 35 mm. Yehya, 2004, p. 52.
(46)  No tenían título y sus creadores usaban pseudónimos; eran amateurs. Church, 2012, p. 49. Moret, 2010. Se hacían y se exhibían ilegalmente (Williams, 1999, p. 58; de manera clandestina; Moret, 2010), destinadas principalmente a involucrar a los espectadores en preliminares sexuales. Williams, 1999, p. 74. Eran filmes privados que circulaban a escondidas y cuyos públicos eran clandestinos. Baudry, 2000, p. 53. Se cultivaron en la (semi) clandestinidad en buen número de países, habitualmente asociadas a la actividad prostibularia. Elena, 2000, p. 7. En Europa, las stag films se asociaron principalmente a burdeles. Williams, 1999, p. 74. En Europa, estos filmes pornográficos (origen del porno) se exhibían en funciones clandestinas, pero toleradas, en los burdeles de las grandes urbes, desde París hasta Moscú. Yehya, 2004, p. 54. Al igual que ocurría con las fotografías pornográficas (Corbin, 1982, p. 172), también este cine porno se exhibe y se comercializa en los burdeles. Así, la pornografía estaba circunscrita a los ambientes prostibularios. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, pp. 59-60. Las grandes maisons de tolérance – casa de prostitución “tolerada”, nombre estándar del burdel registrado y tolerado por las autoridades (Corbin, 1987b, p. 19; Ringdal, 2004, p. 251) – de fin de siglo eran un negocio redondo y empezaron a “modernizarse”, a llenarse de seducción y de más glamour (Corbin, 1982, p. 95), convirtiéndose en verdaderas casas de libertinaje (Corbin, 1982, pp. 169-170), para satisfacer la necesidad de nuevas prácticas buscadas por la minoría de los privilegiados – aristócratas y grandes burgueses – (Corbin, 1982, p. 175). Allí, un muestrario con las fotografías más obscenas – donde la desnudez aislada da paso, cada vez más, a los retratos de sexualidad grupal; la puesta en escena más común era presentar juegos de parejas, disfrazadas de religiosas o monjas (Corbin, 1982, p. 172) – y estas primeras películas pornográficas, origen del porno, estaban al servicio de los clientes (Campos Posada, 2017, p. 72); ver (44). En Estados Unidos, se organizaban visionados por clubes exclusivamente masculinos (como fraternidades universitarias), donde acudían “invitadas femeninas”; ver (49); era un paralelismo un poco menos público y comercial a las proyecciones en los burdeles europeos. Williams, 1999, p. 74. En Europa y América Latina, que se encuentran principalmente en el circuito de burdeles y tienen una relación accesoria con el comercio de carne real; en Estados Unidos se relacionan con las despedidas de soltero, los «salones de fumadores» y las fiestas de la fraternidad, con programas de cine dirigidos por proyectistas furtivos, que viajaban con maletas de carretes. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 279. Era común que ciudades como Buenos Aires y El Cairo contaran con cines porno para el entretenimiento de los turistas internacionales. Yehya, 2004, p. 54.
(47) Church, 2012, p. 50. Moret, 2010. Sólo los más privilegiados – ricos aristócratas, altos políticos o incluso miembros de la realeza – podían hacerse con una película erótica y disfrutar de ella en la intimidad. Campos Posada, 2017, p. 72. La pornografía, en el origen del porno, había constituido siempre algo fuera del alcance de la mayoría de la gente. Su acceso estaba restringido a círculos sociales y ambientes muy concretos; era una cosa privada, encerrada en el “territorio de grupos pequeños y acaudalados”. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, pp. 17-18. Inicialmente éste era un gusto caro para hombres de sociedad, pero, en el caso de Estados Unidos, también se proyectaban cintas pornográficas en reuniones de diferentes gremios, asociaciones, fraternidades y grupos diversos; ver (46) y (49). Yehya, 2004, p. 54. El material pornográfico, en el origen del porno, siempre estuvo ligado a la demanda de las clases económicamente más favorecidas, aquellas que podían costearse tanto su posesión y disfrute como, lo que es más importante, su producción. “(…) fueron los estratos sociales más respetables y elevados los primeros degustadores del celuloide pornográfico mudo: en los Estados Unidos se distribuyeron cintas X en distinguidos clubs privados, las smokers (en clara referencia al lugar de exhibición); la realeza rusa hizo lo propio hasta que la revolución bolchevique los suprimiese (…); en España, el rey Alfonso XIII, con el Conde de Romanones como supuesto intermediado, encargó la producción de vados mediometrajes atribuidos a los hermanos Ricardo y Ramón de Baños”. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, pp. 60-61.
(48) Los europeos fueron a filmar sus producciones pornográficas a Argentina o México, cuando la censura en Francia fue más severa, hacia 1905. Moret, 2010.
(49) También se conocen como smoker en Estados Unidos. Church, 2012, p. 50. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 61. Williams, 1999, p. 74. “Muchas de estas películas se hacían por encargo y se proyectaban en los smokers, salones poblados de chicas livianas de ropa para la clientela masculina. Salones oscuros, selectos y secretos, llamados así por el humo de los cigarros que terminaba de armar el ambiente sórdido y elegante”. Moret, 2010; Yehya, 2004, p. 53. Ver (46). Allí, estos cortometrajes pornográficos clandestinos, origen del porno, fueron producidos durante los primeros dos tercios del siglo XX: un corpus de aproximadamente 2000 películas, de una duración total de quizás 300 horas, producidas entre 1915 y 1968. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, pp. 275-276. También se conocen como blue movies. Yehya, 2004, p. 52.
(50) La narrativa y la técnica brillaban por su ausencia (tenían escasa coherencia narrativa). Church, 2012, p. 50. Yehya, 2004, p. 53. Eran films improvisados de unas pocas bobinas (de un solo carrete; Williams, 1999, p. 58; de hasta quince minutos de duración; Church, 2012, p. 49; Williams, 1999, p. 60), concebidos con frecuencia como simples live performances (retiene muchos de los elementos teatrales del striptease, son una exhibición sexual; Williams, 1999, p. 76; el espectáculo sexual ofrecido adquiere una cualidad teatral altamente ritualizada; Williams, 1999, p. 77; las secuencias hard-core de la película son como un striptease magnificado y aficionado; Williams, 1999, p. 78). Estos materiales sólo excepcionalmente asumían una tímida estructura narrativa. Elena, 2000, p. 7. Eran artesanales e improvisadas, toscas y rudimentarias. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 64. Había muy poco arte en ellas, estéticamente hablando. Williams, 1999, p. 59. Sus cualidades más distintivas son: un espectador masculino, al que se le anima a hablar e incluso a meter la mano en la pantalla, y un cuerpo femenino filmado, que extiende sus órganos sexuales para el ojo y la mano que están detrás de la cámara. Williams, 1999, p. 76.
(51) Church, 2012, p. 49. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 278. El silencio, la falta de color y la frecuente falta de coherencia narrativa, las asemeja a las películas reales de la era primitiva (1896-1911) – para saber sobre este cine mudo de la era primitiva: Dixon y Foster, 2008, pp. 53-88 –. Pero las stag films permanecieron así de primitivas hasta mucho después de que las películas primitivas legítimas se convirtieran en narraciones de larga duración (largometrajes) sonoras (sucedió porque en ausencia de una discusión abierta sobre cualquier aspecto de su forma o contenido, las stag films tenían pocas razones para cambiar: solo necesitaban continuar proporcionando el «frenesí» duro de acciones sexuales, que no podían ser encontradas en otra parte; Williams, 1999, p. 84). Contrariamente a lo que se puede esperar, las primeras stag films a menudo están técnica y narrativamente más logradas que las posteriores. Williams, 1999, pp. 60-61. Yehya, 2004, p. 53. Sus finales son abruptos (un primer plano de penetración que muestra que se está llevando a cabo una actividad sexual central). Williams, 1999, p. 72. El fin del filme usualmente correspondía con el fin del acto sexual, por lo que el corto pretendía simplemente documentar las penetraciones y validarlas. Inicialmente las stag se filmaban en un solo plano general, más adelante se introdujeron planos medios y close ups. Pero el primitivismo de estos filmes radica en la incapacidad de incorporar los close ups al master shot o la toma maestra (la filmación de una escena completa desde un ángulo que permite ver a todos los actores). Yehya, 2004, p. 53.
(52) Las intérpretes femeninas eran prostitutas. Church, 2012, p. 50. Moret, 2010. Eran live performances de las trabajadoras del local, orientadas al consumo interno por parte de clientes voyeurs. Elena, 2000, p. 7. Las actrices no eran profesionales; eran películas amateurs. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 64. Existe una incomodidad autoconsciente de la mayoría de las actuaciones no profesionales. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 278. La actriz de la stag film parece fría, incómoda y aficionada, tanto cuando muestra sus atributos a la cámara como cuando realiza actos sexuales con parejas masculinas y femeninas. Las actuaciones que marcan el amateurismo en la película son una característica importante de las stag films. Williams, 1999, pp. 77-78. En las grandes maisons de tolérance los clientes voyeuristas abundaban. Corbin, 1987b, p. 21. Las instalaciones para el voyeurismo – antes un simple agujero en la pared – se estaban perfeccionando. Los entretenimientos voyeuristas que proporcionaban los grandes prostíbulos de finales del siglo XIX, presentaban tableaux vivants, striptease y escenas lésbicas – como el tribadismo (Corbin, 1982, p. 118; Walkowitz, 2018,  p. 351), en una gran alfombra de terciopelo negro o en habitaciones con satén negro para resaltar la blancura de los cuerpos. Corbin, 1982, p. 171. Las prostitutas efectúan una representación. La madame, convertida en directora de escena, multiplica los espejos y la iluminación eléctrica, a la que los sexólogos de la época acusan de perjudicar el equilibrio nervioso del cliente, candidato al voyeurismo. Corbin, 1988, p. 8. Estas escenas se convertirán gradualmente en las actividades esenciales de los grandes burdeles a principios del siglo XX. Corbin, 1982, p. 118. El Sphinx o el Chabanais, grandes burdeles de fin de siglo bajo vigilancia policial, simbolizan bastante bien la nueva práctica. Corbin, 1987b, pp. 20-21.
(53) Tenían un uso casi promocional, ya que pretendían incitar a los asistentes para que fueran a gastar dinero con las muchachas de la casa (los burdeles de las grandes urbes). Yehya, 2004, p. 54. Se usaban como incentivo para contratar a continuación los servicios de las prostitutas. Elena, 2000, p. 7. Su función principal era económica: despertar al espectador hasta el punto de comprar los servicios de las mujeres de la casa (es característico de estas películas el hecho de que no satisfacen por completo al espectador, sino que más bien lo motivan a culminar o mediante la masturbación, o recurriendo a las prostitutas – la función de estas películas es “despertarlos” –). Williams, 1999, p. 74.
(54) “Mostraban una variedad de actos hetero, y en menor grado homosexuales, como felaciones, masturbación (masculina y femenina), coitos en diversas posiciones, excreciones, zoofilia, travestismo, diversos juguetes sexuales y a veces eyaculaciones externas”. Yehya, 2004, p. 52.
(55) Church, 2012, p. 50. Muchas veces, las primeras tomas del corto mostraban a un hombre espiando a una mujer, a menudo a través del ojo de la cerradura, de esa manera el público se identificaba con el personaje que más tarde abordaba a la mujer para realizar algunas rutinas sexuales. Esta fórmula aparece por lo menos desde 1907, en Le voyeur. Yehya, 2004, p. 54. El espectador ve lo que ve el voyeur: una mujer masturbándose a través del ojo de la cerradura – en el caso de Am Abend ; ver (66) –; un hombre orinando – en A Free Ride; ver (71) –. A medida que esta visión conduce a la excitación del personaje, se produce la acción más hard-core. Williams, 1999, p. 64. Es típico en las stag films el incorporar el voyeurismo en sus narraciones como estrategia, tanto para despertar a sus personajes, como para hacer coincidir la «apariencia» del personaje con la del espectador en sus secuencias iniciales. Williams, 1999, p. 68.
(56) Vemos ejemplos de ello en El satario – ver (62) – o en A Free Ride – ver (72) –.
(57) El lesbianismo, aunque inexistente para la sociedad (de la homosexualidad femenina ni se hablaba; el silencio con el que se cubrió la existencia de las lesbianas se mantuvo aún después de la Primer Guerra Mundial; Campos Posada, 2017, p. 75), era algo habitual en los burdeles. Es más, muchos puteros pagaban por participar en las relaciones sexuales entre prostitutas. O simplemente por observar – voyeursismo, una vez más –. Ringdal, 2004, pp. 254-255. Rodríguez Suárez, 2015, p. 39. Las escenas lésbicas fueron un gran reclamo de los grandes burdeles de lujo de fin de siglo: ver (52).
(58) Hay un proceso de identificación del espectador, y “poseer a la mujer a través del hombre” – ver (44) –, implica mirar el pene del hombre (exponen el espectro de la socialidad masculina, la experiencia de tener un pene – y de ser blanco –; Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 278). Hay tanto placer como curiosidad en este aspecto. En gran medida, estas películas tratan sobre erecciones; se puede ver el falo como un tótem del impulso masculino de poder, pero, también, estos penes erectos tienen que ver con la simple curiosidad; una de las funciones principales de la presencia femenina es servir como un signo, para los demás y para uno mismo, de que mirar las erecciones, incluso encontrarlas sexys, no significa que el espectador se define a sí mismo como un homosexual: la simple curiosidad, puede no ser tan simple como parece. Disfrutar mirando los penes sería que el hombre arriesgara el espectro del deseo homosexual. Para defenderse de este deseo, el espectador demuestra su masculinidad, ya sea al vincularse con los otros espectadores masculinos en el escrutinio de la diferencia femenina o al penetrar las «maravillas» femeninas indirectamente. Williams, 1999, pp. 81-83. Para muchos observadores ‘objetivos’ que se inclinan hacia el extremo homosexual del espectro homosocial, los rituales colectivos de la homosocialidad masculina son descaradamente e inevitablemente homoeróticos. Waugh, Prick, Cunt y Hard,  2001, p. 280. El corpus de películas que muestran comportamientos homoeróticos explícitos en el contexto de las relaciones heterosexuales, son mucho más comunes en Europa que en la América fóbica; permitieron a los hombres entablar relaciones sexuales casuales con otros hombres. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 282. En la época del stag se sentaron las bases de la división en subgéneros por la naturaleza de las actos presentados: heterosexual, homosexual gay y lésbico e incluso travesti. Yehya, 2004, p. 56.
(59) El Satario (Argentina, se data entre 1907 y 1915; Williams, 1999, p. 61), se considera como la primera stag film (aunque es complicado afirmar cuál es la primera película porno de la Historia, pues muchas de las películas filmadas a comienzos del siglo XX se han perdido). Expertos que abonan esta teoría casi mítica: Joseph Slade, Paco Gisbert, Linda Williams – en cuyo estudio me he basado para realizar este artículo (Williams, 1999) –, Patricia Davis, Ariel Testori, Luke Ford y Dave Thompson. Moret, 2010. Por lo que es crucial en el origen del porno.
(60) También conocida como El Sartorio, que sería una mala traducción de “El sátiro”; habría sido filmada en algún lugar de la ribera de Quilmes o la ribera paranaense en Rosario; Moret, 2010.
(61) Williams, 1999, p. 61.
(62) Ofrece un escenario al aire libre más elaborado, donde varias mujeres desnudas se divierten en un río y se acarician un poco. Williams, 1999, p. 61.
(63) Un demonio con cuernos, cola y bigotes falsos emerge del follaje. Williams, 1999, p. 61.
(64) Williams, 1999, p. 61.
(65) Se muestran varias tomas (algunas muestran vistas cercanas de los genitales, otras de todo el cuerpo) de “la pareja”, en posiciones diferentes. Al final, un chorro de eyaculación gotea en la mujer. Williams, 1999, p. 61.
(66) Am Abend (Alemania, 1910; película de diez minutos de duración) comienza con un hombre mirando a través de una cerradura. La siguiente toma muestra a una mujer masturbándose sola en una habitación, enmarcada por el ojo de la cerradura. Williams, 1999, p. 61.
(67) En el siguiente disparo, el hombre entra en la habitación y se quita la ropa. El hombre y la mujer se unen en una serie de posiciones sexuales discontinuas de «sexo heterosexual»: penetración, con el hombre sobre la mujer, felación, más masturbación de la mujer, penetración desde la parte posterior. Williams, 1999, p. 61.
(68) La acción hard-core se ve alternativamente en una foto maestra completa de la pareja en la cama y en primeros planos insertados para más detalles. Algunos disparos tienen más éxito que otros en mostrar claramente la acción genital, que consiste, a excepción de la felación, completamente de penetración. Williams, 1999, p. 61.
(69) A Free Ride (o A Grass Sandwich) es la primera stag film estadounidense en la colección Kinsey, datada entre 1915 y 1919 por el Instituto Kinsey (Di Lauro y Rabkin y el cineasta Alex de Renzy, la fechan en 1915; ambas fuentes se refieren a ella como la primera stag film estadounidense existente, pero esto parece dudoso). Williams, 1999, pp. 61-62.
(70) Es narrativamente más compleja que las otras: emplea créditos, tarjetas de título con diálogo o comentario sobre la acción (tal como: «Por favor, dame un poco» o «Un poco de crema fría a veces hace mucho bien»; Williams, 1999, p. 62), escenas al aire libre y una edición bastante elaborada. Sin embargo, también es primitiva. Williams, 1999, p. 61.
(71) Un descapotable deportivo, conducido por un hombre, recoge a dos mujeres en la carretera. Se detiene en el bosque para orinar. Las mujeres lo siguen para echarle un vistazo. Un primer plano muestra su mano y su pene. Las dos mujeres comienzan a acariciarse, y un rótulo hace que una de ellas diga: «¡Oh, no es maravilloso!». Cuando el hombre regresa, las mujeres también van a orinar. Mientras se ponen en cuclillas, vemos al hombre espiándolos y acariciándose a sí mismo. Una rótulo interpone su comentario, «Oh, Baby», y otro comenta sobre la acción que sigue: «Cuando los jóvenes se encuentran con los jóvenes, hay una fiesta». Williams, 1999, p. 62.
(72) Se muestra al trío: las dos mujeres compiten por la atención del hombre («Por favor, dame un poco»); felaciones, eyaculaciones sobre los pies y los senos de las mujeres. Williams, 1999, p. 62.
(73) Nos ofrecen primeros planos de penetraciones (donde se ve perfecta y explícitamente como el pene entra y sale), y una escena final donde copulan de pie y girando en círculo. Los ritmos de la rotación se vuelven más lentos y finalmente se detienen. Y aquí sucede algo extraño: esta cópula final parece que se toma prestada del final de otra stag film más tardía – The Casting Couch; ver (77) –; no se puede explicar cómo el final de una película de 1924 reemplazó al de una película producida en la adolescencia de las stag films, ni qué ocurrió con la otra secuencia hard-core. Si bien es habitual que las stag films posteriores tomen prestado metraje de las anteriores, el reverso sigue siendo una anomalía, aunque tal vez sugiera el caos que reina en un género sin derechos de autor, sin fechas… (la autora, Linda Williams, reconoce que quizás esta anomalía sea solo el fruto de su impresión particular, al visionar las películas, pues otros autores, como Di Lauro y Rabkin, no lo mencionan). Williams, 1999, pp. 62-63.
(74) Elena, 2000, p. 7. En los años previos a la Primera Guerra Mundial, la burguesía europea comenzaba a adjudicar la responsabilidad del declive moral que afectaba al continente a la vertiginosa proliferación de la pornografía, desde el origen del porno. Yehya, 2004, p. 42. Después de la Primera Guerra Mundial se celebró en Ginebra una Conferencia Internacional, auspiciada por la Liga de las Naciones, para la “Supresión de la Circulación y Tráfico de Publicaciones Obscenas”. Denegri, 2012, p. 111. Pero este material continuó en circulación de forma clandestina. Algunos críticos consideran los años veinte como la edad de oro de estas películas. Williams, 1999, p. 68. Durante la segunda y tercera décadas del siglo XX la producción de películas pornográficas es bastante numerosa. Los principales centros de producción fueron París, Marsella, Berlín, Viena y Barcelona. Fernández-Zarza Rodríguez, 1997, p. 61. Tuvieron una evolución técnica muy lenta, de manera que las stag films seguían filmándose en estilos propios de la década de los años veinte hasta bien entrados los años cuarenta. Yehya, 2004, p. 53.
(75) En el origen del porno, la mayoría de las narrativas primitivas pornográficas tenía un tono misógino. En esta época el problema moral de la explotación de la mujer ni siquiera se cuestionaba en la pornografía, porque en la mayoría de los dominios sociales tampoco era puesto en tela de juicio. Asimismo, se pretendía que toda relación sexual era siempre satisfactoria para todos los involucrados y el problema de la insatisfacción se consideraba inexistente (años más tarde, la revolución sexual, expondría las miserias de la copulación humana y el hecho de que la frustración sexual era desesperantemente común). Yehya, 2004, p. 55.
(76) The Casting Couch (1924), considerada un clásico del género. Williams, 1999, p. 68. Es una película de aproximadamente 10 minutos de duración. Williams, 1999, p. 69.
(77) Es la historia convencional de una aspirante a estrella que aprende, en palabras del rótulo final de la película, que «la única forma de convertirse en una estrella es ponerse bajo un buen director y ascender»; comienza cuando la futura estrella llega, para hacer una entrevista con un director de reparto. Él insiste en que ella modele en traje de baño, por lo que ella entra a otra habitación y se quita la ropa. El director de reparto mira a través del ojo de la cerradura, mientras ella se cambia (su apertura consiste en un preludio vouyerista, como sucedía en las películas anteriores), y luego entra abruptamente para seducirla. La mujer se indigna y lo echa. Sin embargo, mientras él no está, ella lee un manual, «Cómo convertirse en una estrella de cine», que aconseja a las actrices que cumplan con el director de casting. Ella lo llama de vuelta. Las secuencias hard-core ocupan la mitad restante la película: la mujer baja los pantalones del hombre; él le pide que «respire» en su pene, lo que ella hace en primer plano; él exige más, y ella comienza a hacerle una felación. Se trasladan a la habitación contigua, que contiene el sofá (de ahí el título) y se desvisten; la mujer le pide que se ponga un condón, él lo hace y la penetra. Los primeros planos posteriores del pene revelan que el condón ya no está allí. Luego, la mujer se sienta en el pene del hombre con la espalda hacia él; lo que continúa es lo que Linda Williams considera que se agregó a A Free Ride – ver (73) –: se levantan mientras copulan y giran a ritmos cada vez más lentos. Williams, 1999, pp. 68-69. Se caracteriza por su discontinuidad temporal, cambios bruscos de posición e iluminación y la duración confusa del evento sexual en las secuencias de sexo explícito. Yehya, 2004, pp. 54-55. Williams, 1999, pp. 69-70.
(78) Otros ejemplos: The Virgin with the Hot Pants (1923-1925), definida por el Instituto Kinsey como un «popurrí», pues no intenta narrar, sino que simplemente une varias actividades sexuales dispares en un solo carrete y se caracteriza por una profunda misoginia (no es un caso aislado en este tipo de películas): penes y testículos persiguiendo a mujeres y penetrándolas, escenas lésbicas con consoladores, rótulos que indican «Tú en la primera fila, separa esos labios para nosotros» (mientras se ve un primer plano de un hombre separando los labios de una de las mujeres), «Dale la vuelta a la miel para que podamos ver cómo se ve desde atrás» (mientras la mujer, obligada, muestra sus genitales desde atrás, como si fuera un objeto a inspeccionar), «¿Qué tal si ustedes dos entran en su plato favorito?» (mientras se ve un primer plano de un hombre que realiza cunnilingus en una de las mujeres, «¡Solo un minuto chicas, esta es una imagen de arte!» (mientras en un primer plano se inserta una botella de cerveza en la vagina), y el clímax de la película es un coito, en el que un disparo desde arriba, dirigido hacia el punto de contacto genital, apenas capta un vistazo ocasional del pene a medida que entra y sale; un último rótulo muestra «The End» sobre una foto fija de las nalgas de una mujer; todo en ella está desconectado, parece que lo único que pretende es que los ojos del espectador se deleiten sobre todas las cosas ocultas en la visión ordinaria (un pene, un seno, una vulva). Williams, 1999, pp. 70-71. A Country Stud Horse (Estados Unidos, 1920), comienza con voyeurismo (se observa a una mujer semidesnuda bailando, haciendo un striptease, mientras el hombre que la observa se masturba) y culmina con un primer plano de los genitales de la mujer (primer plano de la vulva); después, un nuevo personaje, «Mary», se acerca al hombre y le propone que «vaya a una habitación»; allí, comienza otro striptease; la película termina bruscamente, con penetración. Williams, 1999, pp. 78-79.
(79) En la década de 1950, al comienzo de la revolución sexual, se adoptaron nuevas tecnologías (16 mm, 8 mm y Super 8), y finalmente el video casero. Gracias a estas tecnologías, las stag films penetraron en la esfera doméstica, a través de pedidos por correo. A finales de la década de 1960 (el erotismo, la pornografía y la obscenidad toman vuelo a partir de los años sesenta del siglo XX; Ribadeneira, 1997, p. 39.) y principios de la década de 1970 se produjo el afianzamiento del erotismo masculino homosocial en el mercado de la revolución sexual mercantilizada. Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 288. Habría obligatoriamente que trazar una línea divisoria en torno a los años 1968-72, momento en que – como consecuencia de la creciente liberalización en la presentación del sexo en las pantallas, así como de la propia evolución de las costumbres en la sociedad occidental – la tradición clandestina del stag film cederá finalmente paso a películas de largometraje exhibidas en (determinadas) salas comerciales en condiciones de relativa normalidad. Tal fenómeno vendría, sin duda, asociado, a la realización y estreno en los Estados Unidos de la mítica Deep ihroat / Garganta profunda (Gerard Damiano, 1972), un verdadero hito. Se ha de reconocer una poderosa fuente de inspiración de ésta en los exploitation films de los años sesenta y setenta, particularmente los nudies, que constituyen, desde finales de los años cincuenta, una primera tentativa de circulación comercial de un cine explícitamente erótico, fuera ya de los ámbitos prostibularios, los circuitos clandestinos o la eventual venta por correo (que surgió tras la Segunda Guerra Mundial; Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 286). Elena, 2000, pp. 1-2. Hoy en día la pornografía comporta un negocio multimillonario (los vídeos pornográficos o las revistas X son productos de un mercado mundializado y su presencia es bien destacada en nuestro deambular cotidiano; Baudry, 2000, p. 53). Películas, vídeos, revistas, libros, periódicos, canciones, postales, portavasos, escarapelas, condones, consoladores, etc., etc., se transforman en miles de millones de dólares que ingresan a los bolsillos de los honorables productores de toda esta mercancía copiosa y tan diversificada. Ribadeneira, 1997, p. 39.
(80) Durante esa época, en los tribunales de algunos países europeos, tuvo lugar una ofensiva indiferenciada por parte de los censores en contra de todo aquello que pudiera, aun remotamente, ser considerado obsceno. En Gran Bretaña y Estados Unidos tuvieron lugar numerosos juicios en contra de autores de obras acusadas de obscenidad. Yehya, 2004, p. 41. «(…) la actitud de la burguesía ante la sexualidad es bivalente. La explotación comercial del amor permite amasar mucho dinero. (…) El estímulo erótico está puesto al servicio del negocio. El desnudo femenino es corriente (…). Muchachas muy sexy invitan incansablemente a comprar. Y, sin embargo, cuantos más senos y muslos invaden el marketing, el puritanismo de la burguesía se hace más extremista, vejatorio y fanático». Ribadeneira, 1997, p. 39. Las imágenes y relatos eróticos estaban profundamente desaconsejados, ya que podían llevar a una de las prácticas sexuales consideradas más dañinas: la masturbación. Ésta estaba muy mal vista: no conducía a la procreación y era muestra de una débil fuerza de voluntad. Aparte, se creía que sus consecuencias eran verdaderamente catastróficas. Campos Posada, 2017, p. 72. Los médicos del siglo XIX eran más hostiles a la sexualidad que los médicos del siglo anterior, y lucharon con fuerza contra la masturbación. Ringdal, 2004, p. 248. En el siglo XIX, al condenar la masturbación masculina, se recogen espeluznantes descripciones de tratados de higiene franceses publicados en España. Barriga, 2013, p. 95. Tanto los moralistas puritanos como las feministas lucharon en contra de la pornografía, desde el origen del porno. Ringdal, 2004, pp. 264- 267. En la antesala de la Primera Guerra Mundial, aumentó la preocupación y la voluntad de luchar contra el crecimiento de la pornografía. Corbin, 1982, p. 456. En Estados Unidos también hubo censura. Williams, 1999, pp. 85-91.
(81) Esta serie de advertencias las hizo Mary Wood Allen, en su libro para jóvenes muchachas. Campos Posada, 2017, pp. 72-73.
(82) La homosexualidad era un asunto escabroso, sobre el que se tejía un tupido velo de silencio. Campos Posada, 2017, pp. 70-71. Yehya, 2004, p. 42. Era la peor de las perversiones. Bajo la influencia del cristianismo, las sociedades occidentales nunca la toleraron bien, pero en la Belle Époque la cosa fue a peor. La puritana sociedad de fin de siglo no podía tolerar la existencia de una inclinación sexual en la que la procreación no fuera ya una prioridad, sino que ni siquiera pudiera producirse. La homosexualidad era la prueba palpable de que el ser humano era un ser sexual y no moral, como se pretendía; era uno de los huecos por los que se rompía el velo que ocultaba la verdad y que tan afanosamente se había tejido para ese fin. Por ello, se adoptaron leyes que perseguían la conducta homosexual. De la homosexualidad femenina ni se hablaba. El silencio con el que se cubrió la existencia de las lesbianas se mantuvo aún después de la Primer Guerra Mundial. Cuando en 1921 se discutió en el Parlamento británico la posibilidad de aprobar una ley que criminalizara el lesbianismo, el fiscal general, Lord Desart, reflexionó: «Con ello anunciaríais a todo el mundo que existe tal desviación, se lo haríais saber a mujeres que nunca han oído hablar de ello, nunca llegaron a pensar en ello, nunca soñaron con ello. Creo que sólo va a hacer daño». Campos Posada, 2017, p. 75. La Belle Époque se abrió y se cerró con dos importantes juicios a homosexuales – se pueden conocer en Campos Posada, 2017, pp. 76-80 –. Con ellos, se extendió la idea de que la mejor parte de la sociedad estaba entrando en decadencia, como ocurrió, pensaban, justo antes de la caída del Imperio romano. Campos Posada, 2017, p. 76.
(83) Campos Posada, 2017, p. 73.
(84) Corbin, 1987a, p. 6. La medicina ubicaba a la sexualidad bajo el signo de la aritmética, por lo que debatían sobre el número de eyaculaciones que convenía recomendar a sus lectores y esforzarse por construir una escala numérica de resultados graduada según la edad de los esposos. Corbin, 1987a, p. 6.
(85) Campos Posada, 2017, p. 73.
(86) Los médicos recomendaron a los hombres que mantuvieran relaciones sexuales cada cuatro días – mientras que a las mujeres de bien se les recomendaba, recordemos, una vez al mes; ver (20) –, manteniendo que cualquier mujer que disfrutara de su vida sexual sería una presa fácil de las enfermedades venéreas: el placer sexual era tan peligroso para una mujer como la masturbación para un hombre. Así fue como estos médicos favorecieron enérgicamente el aumento del comercio sexual. Ringdal, 2004, p. 248. Ver (32) y (36). George Darien asocia claramente a la mujer pobre con “la cartilla de prostituta”, y llama a la prostitución “la esclavitud de la mujer”. Darien, 1901, p. 84.  La crítica de Darien es brutal, también al origen del porno: “La abeja, poco a poco, abandona la colmena. Ella se convierte en una avispa. Es prostitución, clandestina, declarada, tolerada, prohibida, perseguida, regulada, exaltada. (…) La Belle France muestra su industria nacionalista, y tiene una prensa bien pensada, pornográfica y tricolor, expresamente para anunciarla”. Darien, 1901, p. 174. La misoginia está presente en las películas stag, y sobre todo, la percibimos en torno a la figura de la prostituta, que preside todo el corpus de las stag films de una manera generalizada, hacia las que se siente un desprecio hipócrita, centrado en la clase (ella es una mujer trabajadora – sexual –, de clase baja). Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, pp. 285-286.
(87) La prostitución era un sistema de intercambio entre las clases, basado en la oferta – suministrada por las mujeres jóvenes de las clases bajas – y la demanda – exigida por los hombres burgueses –. Winock, 2003, p. 165. Ver (36).
(88) Waugh, Prick, Cunt y Hard, 2001, p. 288. “El protagonismo de La mujer en la escena pornográfica (desde el origen del porno) puede hacernos creer que el mensaje va también, al menos en parte, dirigido a ella/s. Pero la re/presentación de la relación de dominación sexual no tiene a las mujeres como receptor, sino a otros hombres. El goce (?) de la mujer – y su culminación: el orgasmo – no aparecen sino como demostración de la potencia masculina, cuya cantidad y cualidad importan al Otro (…). La pornografía, desde el origen del porno, nos muestra bien que no se trata de nuestro goce, sino de nuestra sumisión (su-goce: nuestra-sumisión) a un imaginario del cuerpo y del deseo que no es el nuestro”. Moia, 1980, pp. 85-86. La pornografía es una forma de discriminación basada en el sexo: la mujer es deshumanizada al presentarse como objeto, que además parece disfrutar con el dolor o la humillación, incluso con la violación o la violencia (aparece atada, mutilada, magullada, etc.), y aparece presentada en posturas que implican sumisión, servilismo o exhibición sexual (la mujer queda reducida a las partes de su cuerpo que se exhiben: vagina, senos y nalgas). Además, la mujer es presentada como una prostituta por naturaleza, siendo penetrada por objetos o animales y en contextos que la degradan, la agreden, la torturan y la muestran como un ser sucio o inferior. Sucede desde el origen del porno. Malem Seña, 1992b, p. 181.
(89) En esencia, la pornografía (desde el origen del porno a la actualidad) no es un movimiento de liberalización sexual, ni una reafirmación de poder (en todo caso, sería una muestra del poder que tiene el gusto de “lo masculino” en una sociedad falocrática), sino que es, en las propias palabras de Baudrillard, “violencia del sexo desnaturalizado”. Roca Sanchis, 2013, p. 36. El cine pornográfico, desde el origen del porno, no es un instrumento de “liberación sexual”, sino la revelación de un nuevo reparto de las formas de percepción y de la relación con el mundo. Baudry, 2000, p. 61. Las feministas defienden que la pornografía, a la vez que representa una imagen degradante de la mujer, contribuye decisivamente a generar en el hombre una concepción machista que, en última instancia, le lleva a comportarse de una manera violenta. Según Susan Brownmiller, “la pornografía, como la violación, es una invención masculina dirigida a deshumanizar a la mujer para reducirla a un objeto de acceso sexual y no a liberar su sensualidad de inhibiciones familiares o moralistas… La pornografía representa la esencia pura de la propaganda contra la mujer” (Brownmiller, 1975, p. 394; Garry, 1978, p. 395). Ann Garry argumenta: “si los usuarios de la pornografía adoptan el punto de vista de que las mujeres son objetos sexuales (o si ya lo creen y a través de la pornografía refuerzan esta creencia), desarrollarán una actitud de insensibilidad y falta de respeto para con la mujer y la tratarán más probablemente como un objeto sexual para ser manipulado y explotado” (Garry, 1978, p. 398). Catherine Itzin postula: “la pornografía es en sí misma una forma de discriminación sexual porque las mujeres son subordinadas por aquello que les es dado. En la pornografía, desde el origen del porno, las mujeres son pasivas, serviles, al servicio sexual del hombre, violadas, víctimas de la violencia. En la pornografía la subordinación de la mujer es sexualmente explícita y resulta sexualizada. La pornografía condiciona la excitación sexual y el orgasmo masculino a la subordinación de la mujer, a su objetivación sexual y a la violencia sexual. La pornografía, desde el origen del porno, es también una causa de discriminación sexual. Comunica inexorablemente esto es lo que son las mujeres, esto es lo que quieren y esto es lo que está permitido hacerles. En y a través de la pornografía los hombres enseñan cómo tratar a las mujeres y las mujeres son entonces subordinadas en la sociedad sexual, social y económicamente” (Itzin, 1990, pp. 12-13). Malem Seña, 1992a, pp. 230-231.
(90) Ver (44). Se puede decir que un varón cosifica a las mujeres si no tiene en cuenta las necesidades, deseos y fines de las mujeres, y las considera sólo un medio para su propia satisfacción sexual. Saul, 2005, p. 103. Melinda Vadas define pornografía como «cualquier objeto que haya sido fabricado para satisfacer el deseo sexual mediante su consumo sexual u otro uso sexual a modo de mujer», lo que significa «en el rol, función o cualidad de» una mujer; usar pornografía es usar una cosa – una hoja impresa de papel, por ejemplo – a modo de mujer (dando por hecho que la función de la mujer es satisfacer sexualmente a los hombres). Saul, 2005, pp. 104-106. Según Andrea Dworkin y Catharine Mackinnon, la pornografía viola los derechos civiles de las mujeres al constituir una práctica esencial en el proceso de discriminación y de subordinación sexual que convierte a la mujer en una ciudadana de segunda clase (hay una relación causal entre la pornografía y la opresión sistemática de la mujer; la pornografía incluye su deshumanización y su explotación sexual y su inferioridad presentada como espectáculo). Malem Seña, 1992b, p. 180. Dworkin, en Pornography: Men Possesing Women (1981) – Dworkin, 1989 -, obra representante de su ideología por antonomasia, expone los principios de poder adjudicados al género masculino que perpetuan las dinámicas sexuales-eróticas en nuestros días y que violan crónicamente la dignidad de la mujer, deshumanizándola. Rengifo Streeter, 2018, p. 4.
(91) Moia, 1980, pp. 89-91. La pornografía dice que lo que vemos es normal y que todo el mundo lo hace. La profesora y feminista Sheila Jeffreys ha manejado la idea de que la pornografía funciona como propaganda «que presenta a las mujeres como sujetos a los que les gusta sufrir abusos y enseña a los hombres prácticas de degradación y abuso sobre las mujeres». Venegas, Reverte y Venegas, 2019, p. 164. La pornografía trata a las mujeres como meros objetos sexuales «para ser explotados y manipulados» y degrada el role y el estatus de la mujer. Garry, 1978, p. 406. Las mujeres aparecen subordinadas sexualmente, a través de la objetivación sexual y de la violencia sexual. Itzin, 1990, p. 12. No es casualidad que las mujeres en el género pornográfico estén representadas en dos roles claramente delineados: como vírgenes que son atrapadas y «golpeadas» o como ninfómanas que nunca están saciadas (las vírgenes y las prostitutas: personajes básicos del guión pornográfico establecido; Mackinnon, 1991, p. 25). La fantasía pornográfica más popular y predominante combina las dos: una mujer inocente y sin experiencia es violada y «sometida a prácticas antinaturales» que la convierten en una ninfómana rabiosa y babeante, una esclava sexual dependiente, que nunca tiene suficiente de «la gran polla masculina». Brownmiller, 1975, p. 394. Andrea Dworkin sostiene que la pornografía es un discurso (que incluye palabras, imágenes, películas, etc.) de odio (a la mujer), violento y misógino. Lo que se degrada es el concepto de lo «femenino». Rengifo Streeter, 2018, pp. 5-6. Del testimonio de la pornografía, lo que los hombres quieren es: mujeres atadas, maltratadas, torturadas, humilladas, degradadas y contaminadas, mujeres asesinadas. Cada violación de las mujeres se convierte en sexualidad, se vuelve sexy, divertida y liberadora de la verdadera naturaleza de las mujeres en la pornografía. Mackinnon, 1991, p. 138.
(92) A través de la pornografía, las distinciones tradicionales de la sociedad se borran y la brecha se cierra entre el amor y la violencia, las madonnas y las prostitutas. La pornografía lleva a la vida cotidiana la violencia sádica y la esclavitud sexual; erotiza el maltrato, la violación e incluso el abuso de menores, y está presente y disponible en la librería para adultos más cercana, en el quiosco de prensa local o en cintas de video para reproducirse en la privacidad de la habitación. La representación de la esclavitud sexual femenina en la pornografía y a través de los medios de comunicación es una parte definida y establecida de la cultura masculina. Representa una forma de violencia sexual contra las mujeres que se integra en la estructura de las sociedades y los estilos de vida de las personas. Este «sadismo cultural» consiste en prácticas que fomentan y apoyan la violencia sexual, definiéndola en un comportamiento normal, apoyadas por una ideología que las legitiman y justifican. La pornografía es el medio principal a través del cual el sadismo cultural se convierte en parte de las prácticas sexuales de los individuos. Película tras película, las mujeres son violadas, eyaculadas, orinadas, penetradas analmente, golpeadas y, con el advenimiento de las películas snuff, asesinas en una orgía de placer sexual. Barry, 1981, pp. 205-206. En la pornografía existe una ideología de supremacía masculina (hay una identidad dominante del hombre). Malem Seña, 1992b, p. 190.
(93) El discurso pornográfico nos es ajeno desde sus orígenes, puesto que se articula a partir de dos instituciones creadas por los hombres para des-existir a las mujeres: esclavitud y prostitución. Moia, 1980, p. 84. En la pornografia hay un denominador común: las imágenes transmiten dosis extremas de humillación, vejación y violencia sobre las mujeres. Venegas, Reverte y Venegas, 2019, p. 163. La pornografía se aborda  con falocracia. La subversión al carácter fálico en la pornografía es evidente: las mujeres aparecen aquí para goce del sexo masculino, mostrando el femenino como un objeto del que se puede mostrar todo. Roca Sanchis, 2013, p. 37. La palabra pornografía no tiene otro significado que la representación gráfica de las prostitutas más bajas. Las putas existen para servir a los hombres sexualmente. Las putas existen solo dentro de un marco de dominación sexual masculina. La palabra puta es incomprensible a menos que uno esté inmerso en el léxico de la dominación masculina. Los hombres han creado el grupo, el tipo, el concepto, el epíteto, el insulto, la industria, el comercio, la mercancía, la realidad de la mujer como puta. La mujer como puta existe dentro del sistema objetivo y real de dominación sexual masculina (en el sistema masculino, las mujeres son sexo; el sexo es la puta, que pertenece a todos los ciudadanos varones: la zorra, el coño). La pornografía en sí misma es objetiva, real y central para el sistema sexual masculino. La fuerza representada en la pornografía se usa contra las mujeres. La degradación de las mujeres representadas en la pornografía e intrínseca a ella. El hecho de que se crea ampliamente que la pornografía es «representaciones sexuales» o «representaciones de sexo» solo enfatiza que la valoración de las mujeres como putas es generalizada y que la sexualidad de las mujeres se percibe como baja y ridícula en sí misma. El hecho de que se crea ampliamente que la pornografía es «representaciones de lo erótico» significa que la degradación de las mujeres es considerada como el verdadero placer del sexo. La pornografía encarna, explota, vende y promueve que la sexualidad femenina es sucia. Dworkin, 1989, pp. 200-202. En la pornografía está claro que lo que degrada a las mujeres es lo mismo que lo que atrae al consumidor. Se borra la distinción entre los abusos de las mujeres y la definición social de lo que es una mujer. Es arte y moralidad desde el punto de vista masculino. Mackinnon, 1991, p. 113. Este «erotismo masculino» consiste en «el uso de las cosas para experimentar uno mismo», donde las mujeres son «las cosas» y el hombre es el «yo». Mackinnon, 1991, p. 123.
(94) Si tratamos de hacer una definición que se ajuste a la actualidad, la pornografía se ha erguido como la gran industria del sexo con aberraciones sexuales de todo tipo (desde el fetichismo a la zoofilia, cumple con toda particularidad sexual para cualquier tipo de espectador), y con un objetivo puramente comercial. Roca Sanchis, 2013, pp. 36-37. La pornografía es el abuso sexual contra las mujeres. Mackinnon, 1991, p. 113.
(95) El mensaje que vehiculiza la escena pornográfica es una apología de la coerción. Su estructura profunda no es la sexualidad / genitalidad, sino las relaciones de dominación que gobiernan la realización del acto sexual. Moia, 1980, p. 84. La pornografía es la erotización del poder (el erotismo en sí mismo existe en ese sentido). Mackinnon, 1991, p. 113. Lo que excita en la pornografía es el poder masculino: la pornografía es la teoría, los hombres aprenden de esa teoría y la concretan en violaciones y otras agresiones hacia las mujeres. Prada Prada, 2010, p. 11. La pornografía reproduce invariablemente papeles fijos para hombres y mujeres: los primeros aparecen siempre como poseedores de las segunda. Prada Prada, 2010, p. 14. Según Andrea Dworkin y Catharine Mackinnon, la pornografía crea acoso, persecución y denigración, tanto en lo público como en lo privado, y promueve agresiones y vejaciones (como violaciones, malos tratos y abuso sexual de niñas y niños). Malem Seña, 1992b, p. 180. La pornografía permite a los hombres tener lo que quieran sexualmente. Es su «verdad sobre el sexo». Mackinnon, 1991, p. 138. La pornografía es un medio a través del cual la sexualidad se construye socialmente. Construye a las mujeres como cosas para uso sexual y construye a sus consumidores para que deseen desesperadamente que las mujeres quieran desesperadamente posesión, crueldad y deshumanización. «El tema principal de la pornografía como género», escribe Andrea Dworkin, «es el poder masculino». Las mujeres están en la pornografía para ser violadas y secuestradas, los hombres para violarlas y tomarlas. Mackinnon, 1991, p. 139.
(96) Que la pornografía genera delitos sexuales ha sido siempre la principal acusación que sobre ella se ha lanzado. Edgar Hoover (del FBI), afirma: «conocemos que un número abrumadoramente grande de delitos sexuales está asociado con la pornografía. Conocemos que los delincuentes sexuales la leen, que son claramente influenciados por ella». Según estas tesis, la pornografía incide significativamente en un aumento de delitos tales como las violaciones, la perversión de los niños, los abusos deshonestos, las mutilaciones rituales, y hasta conduce, en ciertos casos, al asesinato. Malem Seña, 1992a, p. 229.
(97) Cita de Sheila Jeffreys, feminista y activista. Venegas, Reverte y Venegas, 2019, p. 162. Hoy en día, la realidad del porno en la red está construida con violencia, humillación, trato degradante, cosificación y basurización de la mujer. El porno hoy es la sublimación de todas las fantasías masculinas sobre qué se puede hacer con el cuerpo de las mujeres. Y según lo que se ve en estas webs, se puede hacer de todo. Es porno, es legal, pero es también la forma en que los adolescentes y los jóvenes aprenden, o al menos creen aprender, en qué consiste el sexo. Es también la forma en que algunos adultos confirman su percepción del sexo y de las mujeres: todas guarras. La falta de educación sexual, el tabú de hablar de sexo, se sustituye fácilmente hoy gracias a Internet, por porno duro y violencia contra las mujeres al alcance de todos. El porno es el nuevo educador. Todos los especialistas confirman que los niños de 10-11 años ya han entrado en contacto con la pornografía. Y advierten de que el porno traslada a estos niños y adolescentes unos modelos de relación en que la mujer es un simple objeto de violento consumo sexual. Venegas, Reverte y Venegas, 2019, pp. 163-164. La solución no es prohibir, como no ha servido prohibir las drogas, «pero podemos hablar, podemos enseñar a mirar el porno de manera crítica a nuestros hijos». Y contarles que el sexo siempre es mejor cuando es libre, consentido y basado en el respeto. Venegas, Reverte y Venegas, 2019, p. 165.

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Ana Inmaculada Morillas Cobo
Escritora y divulgadora. Redactora, revisora de contenidos y editora de Khronos Historia. Mis áreas de mayor interés - como comprobaréis si me leéis - son la Historia de la Mujer, la Historia de las Religiones, la Filosofía Política y la Antropología. Como buena cinéfila y melómana, me encanta practicar la miscelánea cuando escribo (llamadme friki). De firmes posiciones feministas y marxistas.

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