El campo de concentración de Albatera, en la provincia de Alicante, fue el triste y desgraciado destino de miles de republicanos refugiados. Estos llegaron al puerto alicantino buscando desesperadamente barcos, para lograr huir de España y no caer así en manos de los fascistas de la división Littorio. Estos, a las órdenes del general Gambara, ocuparon Alicante al final de la Guerra Civil Española, el 30 de Marzo de 1939. Para entonces, habían zarpado todos los barcos y se encontraban, literalmente, en una ratonera.
No se sabe a ciencia cierta el número total de prisioneros (algunos decidieron quitarse la vida en el propio puerto) que acabaron destinados a diversos lugares de detención. Como el castillo de Santa Bárbara y el de San Fernando, la cárcel, teatros, la plaza de Toros y cines o el Campo de los Almendros, inmortalizado en una novela de Max Aub. Pero parece probable que unas 15.000 personas se agolparan desesperadas en el puerto, una vez que varios miles hubieran logrado escapar días antes en buques, como el famoso Stanbrook (1).
Desde estos lugares, los trasladaron al campo de Albatera en vagones de tren. Allí, los maltrataron y los apilaron como ganado, desde la playa de Babel. Así nos lo relatan los testimonios de los supervivientes de aquel horror (2).
El origen del campo de Albatera
En realidad, el campo lo inauguró, el 24 de octubre de 1937, Manuel de Irujo, el Ministro de Justicia de entonces. Estuvo pensado como campo de trabajo para los “desafectos a la República”, y debía albergar como máximo a 3.000 presos. Parece demostrado que nunca albergó esa cifra, ya que, en marzo de 1938, existían en el campo 932 presos. Eran presos políticos de derechas, o acusados de ser favorables al bando rebelde, y condenados por tribunales populares, juzgados de urgencia y Audiencias Provinciales, la mayoría por delitos de desafección al régimen y rebelión. Los presos comenzaron a llegar en octubre de 1937 y ocuparon barracones de obra y tiendas de campaña. Así puede observarse en fotografías encontradas en la Biblioteca Nacional.
Mayormente, se dedicaban a la desalinización y saneamiento de las tierras. Se pretendía transformar 40.000 hectáreas insalubres en tierras de cultivo. Y, en definitiva, conseguir mejorar la agricultura de la comarca de la Vega Baja del Segura. No se registraron en etapa republicana apenas fallecimientos y el campo estaba en buenas condiciones (3).
Las cifras del campo de Albatera franquista
El 28 de abril de 1939, la Hoja Oficial de Alicante citaba que en sus ficheros constaban 6.800 presos. Precisando que, diariamente, se pasaportaban trescientos (4). Tuñón de Lara, prudente en las cifras y testigo del horror, señalaba que se alcanzaron picos de 20.000 reclusos. Pero lo más probable es que el campo registrase un máximo de 12.000 presos. Albatera se cerró definitivamente en octubre de 1939, aunque, ya en agosto, solo quedaban en el campo los últimos grupos (5).
El campo, rodeado de alambradas, era rectangular y alargado. Se le añadió un anexo, también rectangular, con nuevos pabellones y dependencias. Los vigilantes, moros de un tabor de regulares, hostigaban y humillaban constantemente a los republicanos.
El horror
Son múltiples los testimonios orales que nos han llegado de personas que, pese al hacinamiento, los fusilamientos y demás horrores, salvaron la vida. Un recinto tan masificado y sin comida era el primer horror con que se encontraron los republicanos allí recluidos. El hambre y la sed se cebaron con ellos. Tan solo disponían de un poco de pan y una lata de sardinas para cada 5, o un bote de lentejas para 3. Y eso, no todos los días. Algunos recibían comida de familiares de los alrededores y decenas de presos rebuscaban las migas del suelo, así como las cortezas de las naranjas.
La masificación era tal que apenas podían dormir estirados en el suelo y en barracones pensados para 100, que llegaban a albergar cuatro veces más. Eran además lugares inmundos, con letrinas llenas de suciedad y con un hedor insoportable. Además de los camastros de paja llenos de piojos y demás parásitos (6).
Todo ello provocó enfermedades, algunas de gravedad: estreñimiento extremo que provocaba sangrados abundantes y desmayos, diarreas, sarna o fiebres tifoideas. Se excavó una zanja para hacer sus necesidades que acabó siendo conocida como el “muro de los tormentos”. Corrían graves peligros por la noche, por la actitud de los guardianes. Aunque se ordenó la liberación de los menores y los ancianos, la situación se volvía insostenible. Y la sed era terrible, pues no siempre se repartía agua.
Malos tratos y otras formas de tortura
Los malos tratos, infundidos del odio de los vencedores, no eran extraños: golpes de todo tipo, insultos, vejaciones, etc.
Otro método de tortura era la “parrilla”: un recinto cuadrangular en dónde, al sol, el preso pasaba castigado de pie unos cuatro días, sin alimentos. El respeto a la vida de los presos era inexistente, sin asistencia médica y con prácticas teñidas de sadismo. Como las ráfagas de ametralladora hacia grupos de presos desvalidos.
Otro momento de máxima tensión eran las “ruedas”, en las que grupos de falangistas de otras localidades llegaban al campo, a identificar, en formación, a “rojos” que se llevaban con ellos. También hubo fusilamientos, contemplados por todos los reclusos, en ocasiones a causa de fugas nocturnas, como recordaba el poeta comunista Marcos Ana. La cifra total nos es desconocida, pero no parece probable que se llegara a la cifra de 400 fusilados como afirmaban algunas fuentes. Albatera sería así un adelanto de lo que estaba por venir en Europa, con la Guerra Mundial a punto de estallar.
El final de Albatera
Finalmente, el campo fue arrasado. Quedó en pie una pequeña caseta, conocida como “la cuina”, que era, en realidad, parte del horno. Recientemente se han puesto en marcha una serie de campañas arqueológicas que están encontrando lo que parece ser una fosa común, con el objetivo de convertir el espacio, perteneciente al municipio de San Isidro, en un lugar de recuperación de la memoria democrática (7).
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