Cuando vemos la palabra “Brummel”, resulta inevitable pensar en el olor de la colonia que lleva dicho nombre. ¡E incluso ser capaces de recordarlo! Una colonia para hombres… para hombres con cierta edad, vamos. Creada por la firma Puig (1), esta colonia ha logrado quedarse en nuestra memoria histórica. Y también en nuestra olfato. Y es que… “en las distancias cortas, es donde una colonia de hombres se la juega” (2). ¿Que más se puede decir? Pues, por ejemplo, que esta colonia, que triunfó allá por los años 80/90 y que, a día de hoy sólo la usan nuestros abuelos o padres, debe su nombre al denominado príncipe de la elegancia, George Bryan Brummell (3). Pionero de los influencers e it boys (4), y de quien hablaremos en este artículo.
Elegancia y sofisticación en la Historia
Estaremos de acuerdo en que la sofisticación, la elegancia y el saber estar (entiéndase protocolo), es algo inherente a ciertas personas a lo largo de la Historia. Muy posiblemente a cada uno de nosotros se nos vengan a la cabeza nombres de diversos personajes históricos que podríamos tildar, en términos actuales, de influencer en su época. Quizás uno de los personajes que se os pueden ocurrir sea la famosa Cleopatra (5). Otro, a lo mejor no tan famoso, Baltasar Castiglione (6). O el rey de Francia Luis XIV (el rey Sol), quien fija una serie de nuevos códigos y conductas que actualmente siguen siendo una referencia (7).
Dentro de todo este abanico, merece especial mención el ya citado George Brummel, considerado el padre del dandismo (8). Y os preguntaréis, ¿quién es este hombre que tiene nombre de colonia?
El singular George Bryan Brummell
A finales del siglo XVIII, nació en Londres este singular personaje. Tanto es así, que la propia Virginia Woolf (9) escribió que mientras que el Imperio napoleónico pasó por su auge y llegó a su caída, Brummell “experimentaba con el pliegue de un pañuelo o criticaba el corte de un abrigo” (10). Tal era el carácter y personalidad de este hombre, que su forma de vestir marcó un antes y un después, en tanto en cuanto, fue el pionero de la forma de vestir actual de los hombres.
Ya de joven, conoció la popularidad y se convirtió en un icono de la elegancia. Por lo que no es de extrañar que personajes de la talla Byron (11) o Barbey d`Aurevilly (12) intentaran imitar a Brummell (13). Sin embargo, toda esta fama no evitó que muriera en la más absoluta pobreza (14).
Un «influencer» en la Corte del rey
Muchas eran las excentricidades de Brummell. Entre ellas, se pueden destacar la de sacar brillo a sus botas con champán, o utilizar una escupidera de plata para evitar escupir en el suelo. Una costumbre muy de la época pero que, para Brummell, básicamente era una barbarie (15).
Poco a poco, fue aumentando su prestigio social, hasta el punto de que el monarca Jorge IV, que aparte de caprichoso y fiestero tenía muy poca idea de vestirse, lo convirtió en una especie de consultor a la hora de comportarse y elegir atuendo (16). Así, Brummell se convirtió en el primer plebeyo admitido en la Corte real. Al amparo del rey llegó a convertirse en cónsul, puesto que más tarde, debido a su vanidad, perdió.
Frente a los coloridos trajes del Antiguo Régimen (17), nuestro dandi e “influencer” se decantó por ropas de tonos mucho más sobrios y discretos. Para él la elegancia estaba en el corte de la ropa y no en el color.
El ocaso de una “estrella de la moda”
Podemos llegar a pensar que en dicha posición, y además habiendo recibido una herencia de su padre fallecido de 30.000 libras (una auténtica fortuna para la época), su vida estaba más que encarrilada y solucionada (18). Nada más lejos de la realidad. Y es que Brummell, si bien era todo un modelo a seguir, también era un derrochador (19). Según él:
“el guardarropa mínimo de un hombre requeriría de un presupuesto no menor a lo que hoy serían 150.000 euros» (20).
Si a lo anteriormente dicho le sumamos que de modesto tenía más bien poco, y que sus sarcásticos comentarios incomodaron a más de un aristocrático, no resulta difícil imaginarse que empezó a ganarse unos cuantos enemigos. Finalmente, el propio monarca acabó por aborrecerlo. De esta manera, Brummell cayó en desgracia y, además, sin un duro en el bolsillo (21). No tuvo otro remedio que huir a Francia, dejando atrás a unos acreedores que le reclamaban no poco dinero.
La muerte del dandi
Desde lo más alto en la escala social, Brummell se precipitó al abismo del alcohol y la locura. Perdió su puesto de cónsul y dilapidó lo poco que le quedaba. Comenzó a beber cerveza, bebida que él había menospreciado, pensando que era champán (su bebida predilecta) y en su caída a lo más bajo, comenzó a dar fiestas tan imaginarias como los invitados. Esta nueva vida no tardó en pasarle factura, y Brummell acabó en la cárcel por sus múltiples deudas. Salió de ella y pasó sus últimos días en una habitación que por él mismo no podía pagar. Eso sí, sabiendo que pasaría a la posteridad por su saber y particular estilo de vestir y comportarse (22).
Hoy en día hay una estatua en Londres en su honor y, no en vano, una colonia lleva su nombre.
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