Si hay una leyenda popular en España es la del hombre del saco. Muchos infantes se iban a la cama con el miedo de que un señor -en ocasiones, más monstruo que humano- se los llevara si no se iban a dormir.
Sin embargo, esta leyenda negra tiene más de hecho que de fantasía. Este anti-papá Noel fue una figura temida por madres y niños durante varios siglos en España. Hasta tal punto, que la histeria colectiva y el miedo llevó a varias poblaciones a atacar a cualquier extranjero o persona potencialmente sospechosa (1).
Pero antes de entrar de lleno en uno de los crímenes que más conmocionaron a la población, hablemos un poco de quiénes se escondían tras el mito.
Vayamos por partes… como diría Jack el Destripador
Mantequeros, sacamantecas, vampiros, el hombre del saco… recibían varios nombres. Eran -normalmente- hombres que secuestraban niños y/o mujeres para matarlos y usar sus mantecas o grasa para fines curativos o cosméticos (2). Además, para las misas negras, se requerían velas de grasa humana (3).
¿Por qué la gente compraría este tipo de productos? Durante el siglo XIX, la tuberculosis o tisis causó estragos (4). Si bien era una enfermedad más urbana -por las paupérrimas condiciones de vida- las consecuencias llegaron también a las zonas rurales (5).
Aquí, la medicina y el método científico convivían con la superstición, los remedios caseros y la sabiduría popular. En las áreas más aisladas, solo estaba la figura del curandero/a o brujo/a (6). Era quien se encargaba de ofrecer remedios como ungüentos y cataplasmas, así como brebajes y pócimas que solían acompañarse de rituales.
Como las focas o ballenas pillaban muy lejos, se «cazaban» niños (7).
En esta línea, se tenía la creencia de que la sangre de los niños era buena para curar la tuberculosis, al igual que su grasa. Con esta información, podéis imaginar cuántos críos fueron objeto de ataques para hacerse con su sangre (8). Podría creerse que esto solo lo hacían gentes incultas y pobres, mas lo cierto es que mucha gente pudiente pagaba a estos sacamantecas – u hombre del saco – para que les consiguieran la mercancía (9).
El hombre del saco de Almería: el crimen de Gádor
Uno de los hechos más escalofriantes de la Historia Contemporánea de España fue el crimen de Gádor, también llamado el hombre del saco de Almería. Podría parecer que esto sería algo de la Edad Media, o una oscura historia del Siglo de Oro – aunque se sabe que algunos nazis usaron grasa de judíos asesinados durante el Holocausto para velas y jabones (10) -. Pero esto ocurrió en 1910, en Gádor, a 15 km de Almería (11).
Pongámonos en situación. Francisco Ortega Rodríguez, el Moruno (de ahora en adelante solo el Moruno) era un campesino del pueblo de Gádor, que trabajaba como aparcero en el cortijo El Carmen (12). Tenía 55 años y, desde hace algún tiempo, tuberculosis pulmonar. Pese a la insistencia de su mujer (13) en que dejase de fumar, que no le iba a ayudar a curarse, él seguía con su tabaco y fuertes ataques de tos.
Tras insistir, acudió a la curandera del pueblo, Agustina (14). Si bien algunos de los remedios que solían preparar los curanderos eran eficaces, otros muchos contenían ingredientes en ocasiones tóxicos para los pacientes y, en varias ocasiones, no solo no surtían el efecto «milagroso» que prometían, sino que aceleraban la muerte (15).
Pese a su fama, sus remedios no lograron curar la tuberculosis del Moruno. Desesperado, la curandera le puso en manos de otro curandero y barbero: Francisco Leona Romero (16).
ADVERTENCIA. Los hechos que van a relatarse a continuación pueden contener descripciones un tanto escabrosas y pueden herir la sensibilidad del/a lector/a.
Francisco Leona Romero: el barbero diabólico de Gádor
Francisco Leona ya tenía antecedentes un tanto turbios (17). Tío del alcalde de Gádor y amigo del juez municipal, tenía garantizada la impunidad y la libertad para cometer sus atrocidades (18). Era una pieza importante en la red de caciquismo de la zona. El barbero, viudo, vivía en casa de una de sus hijas.
En el pueblo lo consideraba, cuanto menos, mala gente. Además, su nombre ya servía para asustar a los niños. Ni el mismísimo Sweeney Todd tuvo tan mala baba. Cuando la curandera Agustina le llevó al Moruno a su «consulta» y, después de comprobar que padecía tuberculosis, le explicó la sencilla solución al Moruno:
«Es necesario que te bebas la sangre de un niño robusto y sano, pero tiene que estar caliente, según vaya brotando… y luego tendrás que ponerte en el pecho sus mantecas como cataplasma» (19)
Sorprendentemente, a nadie de los allí presentes les escandalizó esta propuesta. Era tal la desesperación por curarse, que al Moruno le dio todo igual. El precio acordado fueron 3000 pesetas de la época (un tesoro, para un pobre campesino) (20). El Moruno debía pagar 3000 reales primero y, el resto, a plazos. A partir de ese momento, empezaron a fraguar el asesinato.
Mi salud antes que Dios, ¡qué narices!
Esto fue lo que se planteó el Moruno cuando Leona le presentó semejante solución (21). Por otro lado, Leona y Agustina prepararon el plan. Además de ellos dos, también estuvieron implicados en el crimen el marido de Agustina y dos de sus hijos: José y Julio «el Tonto» (22). A este último, por su cierta docilidad, le prometieron 50 pesetas del botín total para una escopeta.
El 28 de junio sería el último día que Bernardo viviría. La víctima, de siete años, era el cuarto hijo de cinco de una humilde familia del pueblo de al lado (23). Por la mañana, acompañó a su madre a una balsa a lavar, escapándose para jugar y coger higos. Mientras estaba solo, lo atacaron y metieron en un saco. Así, la leyenda del hombre del saco se hizo realidad.
Al ver que el pequeño no volvía, ya entrada la noche, los padres denunciaron la desaparición en el cuartel. La Guardia Civil les ayudó a buscar a Bernardo, pero no encontraron ninguna pista (24). Al día siguiente, el Tonto acudió al cuartel para revelar que había encontrado el cuerpo mutilado de un niño en el barranco del Pilar (a 5km de Gádor), mientras perseguía a una perdiz (25).
A partir de este momento, la repulsa colectiva ante semejante hecho y las condiciones en que se produjo sumirían a la población en un profundo odio hacia los criminales.
El hombre del saco hecho realidad: las macabras aventuras de Leona & Cía
¿Qué le pasó al pequeño Bernardo? Si bien la víctima inicial fue una niña, sus gritos y pataleta hicieron muy difícil su captación (26). Así que se optó por Bernardo. Una vez metido en el saco, cargado por el Tonto, lo llevaron al cortijo de San Patricio, cuidado por la curandera y su marido (27).
Allí esperaban Agustina, José y su esposa. José tenía el encargo de ir a buscar al enfermo. Llegaron cuando ya era de noche. A partir de aquí todo se vuelve más truculento.
Ataron a Bernardo entre dos mesas y, sujetándole entre dos, Leona le hizo un corte en el axila (28). Así, sin anestesia. Esto se hizo así porque, al igual que con los cerdos, cuanto más se revuelve la víctima, más flujo de sangre sale (29). Agustina recogía la sangre en una olla y se la daba de beber al Moruno, mezclada con un poco de azúcar (30). Cuando la luz escaseó, la mujer de José tuvo que iluminarles con una vela pero, sin poder aguantar la escena, se desmayó (31). José recibió el testigo, aunque mal llevaba la carnicería.
Terminada esta primera fase, Leona mandó al Moruno a casa. Todavía quedaba algo por hacer. Agustina, el Tonto y Leona, tras vendar el brazo del chiquillo -aún vivo- lo llevaron en el saco hasta el barranco del Pilar. Aquí, lo mataron a pedradas (32).
El barbero Leona le abrió el vientre en canal, extrajo sus vísceras y las guardó en un pañuelo. Después, acudió a casa del Moruno, poniéndole la cataplasma sobre el pecho y recomendándole que durmiera bien tapado, para que la grasa surtiera mejor efecto (33).
Crimen y castigo
El primer sospechoso fue Leona. Tanto él como el Tonto fueron llevados a la prisión correccional de Almería (34). También les acompaña su hermano José y su padre como posibles sospechosos. La Guardia Civil tuvo que protegerles de las pedradas y ataques de la población, que quería tomarse la justicia por su mano (35).
En lo que duró el juicio, Leona trató de suicidarse al ser inculpado por el Tonto. Pero los guardias lo detuvieron. El Tonto confesó que dio la voz de alarma por venganza. No le habían pagado las 50 pesetas que le prometieron (36).
Dos semanas después de haber negado su participación en el asesinato, Leona confesó. Con él, los falsos testigos que habían mentido una coartada por las influencias del cacique (37). A la par, su sobrino y el farmacéutico de Gádor, parientes de Leona, se desvincularon del caso y renegaron de sus vínculos familiares con este (38).
Espejo público
Uno de los aspectos más llamativos del crimen de Gádor fue la repercusión que tuvo en la prensa, tanto nacional como europea.
Periodistas de todos los rincones acudían a entrevistar y a tratar de entender las motivaciones de los implicados en el caso (39). Se permitía entrar a fotógrafos e incluso una actriz almeriense fue a la cárcel a interrogar a los asesinos (40).
El crimen de Gádor también sirvió para poner de manifiesto los atrasos de la medicina en las poblaciones rurales y el hecho de que la tuberculosis no dejaba de tener un componente de clase digno de mención (41).
El once de septiembre de 1910 se llevó a cabo en secreto la reconstrucción de los hechos. Concluida la instrucción, inicialmente se establecieron ocho penas de muerte (para Leona, El Moruno y su mujer, Agustina, su marido, el Tonto, su otro hijo José y la esposa de este). Sin embargo, solo se llevarían a cabo dos muertes por garrote vil: la del Moruno y Agustina (42). Leona murió envenenado en la cárcel, aunque se dice que fue por gastroenteritis (43). El Tonto pasaría cadena perpetua por considerarlo demente (44) y José, tras 17 años en prisión, es amnistiado por el gobierno republicano (45).
¿El final del hombre del saco?
Si bien es cierto que a medida que avanzaba el siglo los casos de sacamantecas u hombre del saco quedaban solo en el imaginario popular, es una figura que siempre permanecerá en el folclore español (46). Muestra de ello es el interés por las llamadas «novelas de cordel», u obras muy baratas con historias escabrosas como la relatada (47). También lo es el gusto actual por las historias gores y sangrientas, que mama de periódicos como El Caso en España o los Penny Dreadful ingleses.
Si hay algo que nos enseña el crimen de Gádor, es que el hombre del saco es más humano que monstruo. No eran personas locas o dementes, su voluntaria pérdida de empatía nos demuestra hasta qué punto los seres humanos podemos ser el sujeto de las peores pesadillas.
¿Te has quedado con ganas de más?
El 12 de julio de 2010 Manuel Ramírez Doucet publicó un cómic por el centenario del suceso, «El sacamantecas de Gádor». Un año después, se publicó la novela en digital «El crimen de Gádor y la tuberculosis», de Carlos Maza Gómez.
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