Ya sabemos que las ciudades romanas eran espacios cosmopolitas y unos prodigios de la ingeniería en las que se podía encontrar todo tipo de establecimientos, comodidades y espacios. Y sabemos también que contaban con numerosos servicios públicos y con tiendas y negocios parecidos a los de hoy en día. Pero, ¿sabíais que también tenían lavanderías y tintorerías? Se trataba de las fullonicae (1) y las tinctoriae respectivamente. Y aunque dejaban la ropa limpia, blanca e impoluta, sus técnicas para conseguirlo no nos gustarían tanto hoy. Es más, nos parecerían asquerosas. Y es que el ingrediente estrella para lavar y dejar la ropa perfecta era ¡la orina! Sí sí, habéis leído bien, orina.
Las fullonicae. ¡Ese gran negocio!
En todas las ciudades había una o varias fullonicae. Eran negocios cuyos dueños eran los patronos más importantes de la ciudad (nada nuevo bajo el sol) (2). Se necesitaba una gran cantidad de mano de obra para llevar a cabo el proceso, por lo que contaban con numerosos empleados llamados fullones y que eran básicamente esclavos (3) o algún liberto (4). En estas lavanderías no solo se lavaba la ropa, sino que también se secaba, se planchaba y se retintaba cuando era necesario. Un completo, vaya. Ya que pagas…
Normalmente todas las fullonicae tenían la misma estructura. En la parte más exterior, la que está más cercana a la calle, estaba la zona de entrega y recogida de ropa. También aquí estaban las instalaciones destinadas a las últimas fases del proceso, ya que eran las más limpias y agradables. Y en la parte más adentrada del negocio se encontraban los espacios utilizados en las primeras fases y las que tenían un olor más desagradable, para que los clientes que fueran a dejar o a recoger su ropa no notaran el mal olor. (5) En el interior había numerosos tanques, pilas y piletas destinadas al lavado y aclarado de las prendas.
Proceso del lavado de la ropa. Lavar y pisotear
El proceso completo era el siguiente: el cliente dejaba su ropa y los fullones revisaban las telas en busca de algún desperfecto, remendando las partes rotas o desgastadas en el caso de ser necesario. De ahí las telas pasaban a una de las pilas para el lavado. A falta de una lavadora moderna que diera vueltas a la ropa, en la pila se metía un fullo y pisoteaba la ropa para mezclar la tela con el producto de lavado. Era algo así como pisar las uvas para extraer el vino (6).
¿Orina para desinfectar?
Como hemos dicho al principio, el ingrediente principal para lavar y desinfectar la ropa era la orina. Seguramente esto sería lo último que se nos ocurriría a nosotros hoy en día para lavar algo. La orina podía ser humana o de animal (7), ya que al dejarla reposar durante varios días ésta se descomponía y producía amoniaco, ingrediente que todavía hoy usamos a modo de limpiador y desinfectante (si es que no hemos inventado nada). También se utilizaban cenizas y arcillas para completar el lavado y que quedara más perfecto. (8)
Después se daban varios aclarados para quitar el mal olor y los restos de arcilla y ceniza. En el último de estos aclarados se utilizaba lavanda para perfumar las telas (menos mal), y almidones para dar más consistencia a la ropa. (9)
¡Hora de tender la colada!
La ropa se ponía a secar y debajo de ella se colocaba un recipiente con sulfuro para que se blanqueara aún más con los vapores que de este recipiente subían. Las fullonicae tenían permiso para secar las telas en la calle, pero esto no fue algo que hicieran muy a menudo, pues se corría el riesgo de que cualquiera se llevara la ropa tendida. (10)
Además, había que tener cuidado, ya que estos negocios eran los responsables directos del cuidado de las prendas que el cliente le confiaba, sobre todo de las valiosas togas de los ciudadanos más ricos. Si alguna prenda se dañaba durante el lavado o era robada mientras se secaba, tenían que dar al propietario una compensación económica que era bastante alta. (11)
Antes de planchar, toca escupir
Y por último estaba el planchado. Uno de los fullones se llenaba la boca de agua y humedecía la ropa escupiendo el agua sobre ella, haciéndolo de forma uniforme (12) para que estando húmeda fuera más fácil plancharla. ¿Qué os pensábais, que las guarrerías habían terminado ya? Pues ya veis que no. Para planchar las telas había dos procedimientos: uno era el de introducir el paño en una prensa para quitar todas las arrugas. El otro método consistía en sujetar la tela en un marco, tensándola con tornillos de madera que mantenían la tela estirada hasta que se secaba completamente. (13)
Quiero tu orina y hasta pago por ella
Como se puede deducir, para lavar tantísima demanda de ropa era necesaria una cantidad enorme de orina, y en las fullonicae se encargaron de recogerla de una forma astuta. Por toda la ciudad y en las entradas de estas lavanderías colocaron grandes ánforas o vasijas de arcilla para que los viandantes pudieran hacer sus necesidades en ellas (14). Por la mañana los fullones se encargaban de recoger las ánforas llenas y las llevaban a la lavandería para utilizarla. También recogían la orina de las letrinas públicas, por lo que se hacían con una gran cantidad de orina al cabo del día.
Tanta orina recogían y tan bien marchaban los negocios que se dedicaban a lavar, que el emperador Vespasiano vio la forma de enriquecer las arcas vacías y se inventó un impuesto sobre la recogida de la orina, el urinae vectigal .(15) (Ay, estos políticos…) Lo malo es que a raíz de decretar este impuesto, el proceso de lavado se encareció aún más, como es lógico. (16)
Todo bien regulado
Las fullonicae tenían una regulación muy completa, y se conocen algunas leyes que hablan directamente sobre el tema. Como la Lex Metilia de fullonibus, (17) que daba indicaciones de cómo se debían limpiar los paños. O el Edictum de pretis rerum, (18) el cual establecía el precio máximo a cobrar por la limpieza de las prendas. Las tarifas eran distintas según se tratara de un artículo u otro, y del estado y calidad del tejido, como en una lavandería actual, vamos… (19)
Los romanos sabían cómo sacar partido a todo lo que tenían a su alcance y conseguían tener los mismos servicios que tenemos nosotros en la actualidad. Pero, ¿llevaríais vuestra ropa a lavar sabiendo que lo harían con orina y que después escupirían sobre ella para plancharla? Parece ser que lo que hoy nos resulta desagradable y asqueroso, en aquella época era de lo más normal. ¿Nos habremos vuelto unos delicados?
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