Parafraseando a Víctor Hugo, en Los Miserables, París tiene, bajo el suelo, otro París (1). Porque así es: bajo París encontramos desde canales y embalses, hasta criptas, bóvedas y bodegas convertidas en discotecas y galerías. Y, por supuesto, están las carrières, las antiguas canteras de piedra caliza. Que, nombradas así, no os dirán nada. Pero, ¿y si os digo que parte de dichas canteras son las Catacumbas de París? Sí, las Catacumbas son el corazón de ese «otro París», siguiendo a Víctor Hugo, con sus calles, sus cruces, sus plazas, sus callejones sin salida, sus arterias y su circulación (2).
Las Catacumbas fueron el hogar de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, y, después, han acogido a toda una cultura underground, fascinante y clandestina (3), que despertará las pasiones de las más bohemias y soñadoras. Creedme. Porque, verdaderamente, el subsuelo de París contiene otra ciudad. Una realidad paralela y subterránea, repleta de historia y de arte.
«El subsuelo de París, si la mirada pudiera atravesar la superficie, brindaría la apariencia de una madrépora colosal. No cuenta una esponja con más boquetes ni pasillos que esa mota de tierra de seis leguas de circunferencia en la que reposa esta gran ciudad antigua. Por no mencionar las catacumbas, que son un sótano aparte». (Víctor Hugo) (4).
Pero, ¿cuál fue el origen de las catacumbas parisinas? ¿Y cómo es posible que este cementerio colosal se haya convertido en el templo de la cultura underground de París? ¿Acaso es la sublimación de que vida y muerte son las dos caras de una misma moneda?
El origen de las Catacumbas de París
A finales del siglo XVIII, los parisinos se enfrentaron a un problema de salubridad importante, relacionado con los cementerios de la ciudad. Así que, como ya no había espacio para tanto muerto y las condiciones higiénicas eran de aquella manera, tuvieron que tomar cartas en el asunto. ¿Qué decidieron las autoridades parisinas? Pues trasladar los restos de los difuntos a una ubicación subterránea. Y fueron muy prácticas, pues escogieron un lugar de fácil acceso, situado en la periferia de la ciudad: las antiguas canteras de Tombe-Issoire, bajo la Plaine de Montrouge (5). Dichas minas de piedra caliza, situadas bajo el suelo de París, se explotaban, como mínimo, desde el siglo XV (6).
Cuando los muertos se trasladaron bajo el suelo de París
El caso es que metieron mano a lo grande en eso de evacuar difuntos. Y empezaron a trasladar los restos fúnebres desde el cementerio más importante del París de la época: el Cementerio de los Santos Inocentes, que, finalmente, se clausuró (7). A cargo de la organización del traslado de los esqueletos estuvo Charles-Axel Guillaumot. Era el inspector del servicio de Inspección general de canteras de París, que tenía la misión de supervisar las minas, pues se habían producido varios derrumbes con consecuencias catastróficas para la ciudad (8).
Pero el trasiego de difuntos no cesó ni se limitó a dicho cementerio, sino que continuó durante el siglo XIX, hasta 1860. Así, consiguieron clausurar los cementerios del centro de la ciudad (9). En total, se llegaron a exhumar los restos de unos seis millones de parisinos (casi tres veces la población actual de París) (10). Durante años, todas las noches, vagones funerarios tirados por caballos, repletos de los huesos desenterrados, cubiertos de telas negras, y precedidos de antorchas y sacerdotes, iban desde los cementerios hasta el subsuelo de París (11). Escalofriante, sí. Debió ser todo un espectáculo lúgubre y siniestro, en el que participaban excavadores, limpiadores, apiladores, conductores, porteadores y supervisores (12).
¿Pero cuando se llamó «Catacumbas» a estas antiguas canteras de París?
Así, esos túneles y galerías – de 300 kilómetros – de las antiguas canteras (13) se convirtieron en lo que hoy es todo un reclamo para los turistas, amantes del inframundo: las famosas Catacumbas de París. Fue en abril de 1786 cuando las antiguas canteras se declararon «Osario municipal de París» y cuando se les empezó a llamar «Catacumbas». ¿Por qué? Pues fue en honor a las catacumbas de Roma. Por extensión, el término «Catacumbas de París» – atribuido, como os he contado, a la parte de la cantera transformada en osario, en el siglo XVIII – se utiliza erróneamente a día de hoy para nombrar a todas las canteras que recorren el subsuelo de París (14).
Las Catacumbas de París son uno de los osarios más importantes del mundo y, además, son uno de los pocos que existen subterráneos. En general, los huesos que allí se amontonan están desarticulados (los vertieron y apilaron, sin más miras) y son anónimos, salvo contadas excepciones. – Unas de esas pocas excepciones, son el escritor Charles Perrault y los políticos Danton y Robespierre – (15). Los restos óseos más antiguos son de época merovingia; los más recientes, datan de época de la Revolución Francesa (16).
Visita turística al inframundo
En 1809, las Catacumbas de París se abrieron por primera vez al público. Y, a día de hoy, hay colas de horas para entrar a visitarlas (17). Admitámoslo: ¡nos encanta lo macabro! De cara a que el nuevo «Osario municipal de París» se convirtiese en una auténtica atracción turística, el inspector Héricart de Thury se encargó de acondicionar y reorganizar decorativamente la enorme cantidad de huesos allí apilados. Así, transformó las Catacumbas de París, para darles categoría de museo y de monumento (18).
En general, la disposición de las Catacumbas seguía la tradición medieval de los osarios. Aunque para la decoración se permitió que volase la imaginación de los trabajadores. Cuando llegó Héricart de Thury, hizo que los huesos formasen una decoración funeraria monumental, enriquecida con pilares dóricos, altares y placas. – Cabe señalar la mítica frase que encontramos en la entrada de una de las galerías de las Catacumbas: “Alto, aquí está el imperio de la muerte” –. Además, a las distintas estancias, las llamó con nombres de inspiración antigua o literaria, para otorgar a las Catacumbas de París la dignidad de mausoleo (19).
En 2002, las Catacumbas de París se vincularon al Museo Carnavalet de Historia de París, que se sigue encargando de poner en valor y de ir restaurando y preservando el osario (20).
De centro de horticultura a hogar de la Resistencia francesa
A partir de 1820, los huesos depositados en las Catacumbas de París adquirieron una nueva función, cuanto menos, curiosa. Se utilizaron como campo de cultivo de hongos. Así, se fundó la Sociedad de Horticultura de París. Para 1940, había unos dos mil horticultores trabajando bajo el suelo parisino (21).
Pero las Catacumbas de París tomaron otro significado muy diferente durante la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, la Resistencia francesa, durante los meses posteriores a la ocupación de París, tomó ciertas secciones de los túneles, utilizándolas como guaridas. Allí se reunían y se organizaban. Digamos que las Catacumbas se convirtieron en su cuartel general. Fueron unos estudiantes de medicina de Sainte-Anne los que se encargaron de mapear las Catacumbas, en 1943. Cuando la ciudad fue presa de los ataques aéreos de los nazis, la población civil de París siguió el ejemplo de la Resistencia y también se cobijó en las Catacumbas. Por otro lado, los nazis también usaron las Catacumbas de París, construyendo búnkeres a prueba de bombas, bajo el suelo del sexto distrito (22).
Algunos de estos refugios de la Segunda Guerra Mundial, a día de hoy, son el dormitorio perfecto para toda catáfila y todo catáfilo que quiere echar una cabezadita (23).
Pero, un momento… ¡¿Cata… qué?!
Las catáfilas y los catáfilos, lovers de las Catacumbas de París: arte, drogas y rock & roll
Y es que, en esta historia, lo más siniestro – y apasionante, a la vez – es que este cementerio colosal tiene sus propios groupies: las catáfilas y los catáfilos, “amantes de lo de abajo”. Estas y estos fans, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, han hecho de las Catacumbas de París su hogar. Sí, como lo leéis. Y como ya os he chivado, hasta instalan campamentos para pasar la noche (24). La catafilia floreció con fuerza en las décadas de los ’70 y los ’80 del siglo XX, cuando la cultura punk sacudió con fuerza París. En aquellos años, existían muchas más entradas por las que acceder a las Catacumbas de las que sobreviven a día de hoy (25).
Pero, ¿por qué esta gente se pira al subsuelo parisino? Pues porque allí respiran libertad. Montan fiestuquis, conciertos, proyectan películas, representan espectáculos, organizan firmas de libros y, porrillo va porrillo viene, crean arte del bueno. En honor a la verdad, sus pinturas, son dignas de ver. Están rodeados de millones de cadáveres, sí, pero ¡qué importa si hay talento! Es toda una cultura underground, donde no hay normas convencionales y reina la anarquía (26). Eso sí, tienen un código de honor: respetan, preservan y restauran las catacumbas. Además, crean cuidadosamente, sin destruir, no dejan basura, comparten todos los recursos y practican el trueque (27).
Las y los mejores guías de las Catacumbas de París
Las catáfilas y los catáfilos son auténticas y auténticos especialistas del mundo subterráneo parisino. Así que, si te quieres dar un pirulillo por las Catacumbas de París, ¡mejores guías – formato clandestino, eso sí – no vas a encontrar! Porque, seamos sinceras y sinceros, el inframundo nos pone (28). ¡Advertencia! Claustrofóbicas y claustrofóbicos, ¡absténganse! Porque verse allí abajo, impresiona y da yuyu. Tened en cuenta que, para llegar, tendréis que atravesar, por ejemplo, alcantarillas (29).
La catafilia y la clandestinidad
El acceso a las Catacumbas de París a toda persona no autorizada está prohibido desde 1955 – exceptuando la pequeña área abierta para fines turísticos –. Y hasta hay policías especializados que vigilan la red de túneles (los cataflics) (30). Estas restricciones se deben, básicamente, a que adentrarse bajo el suelo de París es bastante arriesgado y supone un peligro para la osada y el osado que se atrevan a sumergirse en las Catacumbas parisinas. Desde finales de los ’80, por el auge de las catáfilas y los catáfilos, las autoridades chaparon todas las entradas “no oficiales”, como pozos y alcantarillas, pues, como os digo, hay un riesgo de derrumbe importante. De hecho, ha sucedido muchas veces, cobrándose incluso vidas. Pero ni por esas han acabado con la catafilia (31).
La juventud se sigue aventurando en la inmensa red de túneles y galerías, a través de viejas vías ferroviarias abandonadas. Usan pseudónimos y se comunican a través de folletos, que depositan en lugares estratégicos – como hacía la resistencia francesa, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando usaban las catacumbas para reunirse –. Internet ha ayudado bastante a sus comunicaciones. Hasta elaboran sus propios mapas, donde marcan qué zonas están inundadas, cuáles son inasequibles y cuáles las más bellas. También documentan sus características, a través de fotografías y registros (una especie de archivo) (32). ¡No me digáis que no tienen clase!
Como curiosidad, os contaré que en 2004 se encontró una auténtica sala de cine, pero bien completa, bajo la plaza de Trocadero. A los pocos días, la mayor parte del equipo desapareció y, en su lugar, se encontró una nota que decía «no intenten encontrarnos» (33). Sí, ¡hay que amarlos!
¿Cómo reconoceréis a una catáfila y a un catáfilo?
Pues los distinguiréis porque portan en sus cabezas un frontal (normal, en las Catacumbas de París no ves tres en un burro), llevan sudaderas con capucha y botas altas (hasta los muslos) y cargan a sus espaldas una pequeña mochila impermeable. Las catáfilas y los catáfilos «más profesionales», portan llaves de alcantarilla en el cinturón (34).
Si la osadía no es lo vuestro, siempre os quedará el «tour oficial» por las Catacumbas de París
De los casi 300 kilómetros que componen las Catacumbas de París, solo una pequeña parte, conocida como «el Osario Denfert-Rochereau», está abierta al público. La entrada turística y oficial a las Catacumbas de París está en la Avenue du Colonel Henri Rol-Tanguy (place Denfert-Rochereau). Y podéis reservar dos tipos de visita: autoguiada (vamos, a vuestra bola) o guiada. Recorreréis, aproximadamente, entre un kilómetro y medio y dos kilómetros durante, más o menos, 45 minutos. Os hartaréis de subir y bajar escalones y de recorrer pasillos estrechísimos, y tendréis que tener cuidadín, porque el suelo resbala que da gusto. Lógico, teniendo en cuenta la humedad que hay allí abajo (35).
Sea legal o clandestina, os aseguro que la visita a las Catacumbas de París merecerá la pena y que no os va a dejar indiferentes. Dejaos envolver por el inframundo parisino, lugar de muerte y de arte; lugar de Historia. Aunque, recordad: si optáis por la opción legal y segura, no recorreréis ni un 1% de las galerías de las Catacumbas de París (36). Os estoy tentando, sí, y lo hago además con alevosía. Qué queréis que os diga, el rollo de la catafilia me ha conquistado. Entono el mea culpa. Solo les reprocho el tema de los porrillos. Pero, recordad: drogarse no es obligatorio.
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Los catáfilos son de lo más majo! Pese a que la policía de las catacumbas va tras ellos, creo que hacen una buena labor de restauración muchas veces. En mi próximo viaje a París tengo que ir a hacer una visita.