La historia nos sitúa en el Imperio austrohúngaro de mediados del siglo XIX. El protagonista es Fernando Maximiliano de Habsburgo, hijo segundo del emperador del momento, Francisco Carlos. De espíritu aventurero e ideas liberales, Max —tal y como le conocían los colegas— siempre tuvo el deseo de aprovechar su posición para ejercer lo que él consideraba como buenos gobiernos, con el objetivo de favorecer en lo posible a los gobernados. Arrastraba consigo cierto complejo de hermano menor, pues su hermano mayor, Francisco José (1), era el destinado a reinar en el Imperio austrohúngaro.
Con la llegada de su hermano al Trono imperial (2), la envidia de Maximiliano de Habsburgo no hizo más que aumentar. Trató de ayudarle en todo lo posible, pero siempre recibía amables negativas. Todo esto entristecía al pobre Max, que no paraba de buscar su lugar en el mundo. De esta manera, solicitó ingresar en la marina de guerra para poder salir a mar abierto y recorrer el mundo en busca de nuevas aventuras.
Surcando los 7 mares
Para cuando tenía 22 años (3), Maximiliano de Habsburgo ya era comandante. El principito entró en la Marina y en un visto y no visto, ya estaba en las altas esferas. Típico. Pero por una vez, este ascenso trepidante parece que no se debió solamente a su posición, si no que nuestro amigo Maximiliano de Habsburgo demostró talento profesional y empeño, tal y como reconocieron diferentes oficiales de la Marina. Estos, al también dejar plasmadas críticas hacia Maximiliano de Habsburgo, demostraron que no eran simples aduladores. Dedicó gran empeño a reformar la Marina lo máximo posible, saltándose las reglas y enfadando a su hermano mayor (4). Si es que ser aventurero siempre deja daños colaterales…
Viviendo en el mar, llevando la vida del Pirata Cojo de Sabina, Maximiliano de Habsburgo fue feliz. Entre amantes exóticas y fiestas prohibidas, nuestro protagonista también encontraba lugar para el deber. Un ejemplo es la revelación que sintió frente a la tumba de los Reyes Católicos en Granada. Allí, Maximiliano de Habsburgo se convenció de que venía de una estirpe mágica que le destinaba a gobernar sobre la gente. Quiero ser rey, y si es emperador mejor, se repetía una y otra vez nuestro amigo. Como si fuese un mantra.
Hora de sentar la cabeza, Maximiliano de Habsburgo se casa
En uno de sus viajes, Maximiliano de Habsburgo acabó en la Corte del emperador belga Leopoldo I (5). Allí, conoció a la hija del mismo, Carlota, una chica de 16 años, de prometedora belleza y demasiado espabilada para su edad. Maximiliano de Habsburgo se enamoró, prácticamente al instante. Leopoldo, en lugar de sentirse ofendido porque le camelasen a su hija adolescente, organizó la boda. Tras una buena ración de reuniones diplomáticas (¿qué me das por mi hija? ¿Y tú a mi por darte el privilegio de casarla con un Austria? ¿Cómo vas de endogamia en tu familia? ¡Esa pregunta es trampa!), los felices novios se casaron.
El matrimonio feliz va a Italia
Una de las condiciones para el matrimonio era que el hermano mayor de Maximiliano de Habsburgo debía ceder un poco y darle algún «trabajo chulo» a su hermanito. De esta manera, aunque a regañadientes, Francisco José dejó a su hermano gobernar la Lombardía y el Véneto, puntos conflictivos en el mapa europeo del momento (6). Todo un regalo para Max. Aun así, Maximiliano de Habsburgo creía firmemente en su capacidad para cambiar la situación, tal y como exigía su superlinaje. Recién casado, lleno de sueños y buenos propósitos, Maximiliano de Habsburgo entraba en Milán. (7)
El matrimonio intentó llevar a cabo una política de borrón y cuenta nueva. Algo complicado en una región que llevaba tres décadas reclamando la independencia. Por mucho que la alegre pareja cayera bien a todo el mundo que visitaba, la situación era irremediable. Maximiliano de Habsburgo pidió a su hermano que concediera una autonomía real a la región, pero Francisco José no estaba por la labor. Fueron tiempos difíciles para Maximiliano de Habsburgo, que veía como por mucho que lo intentaba no podía gobernar como él sabía y quería. Finalmente (8), recibió una carta de su hermano en la que, básicamente, le largaba de sus funciones. Otra vez sin nada que hacer.
El mar, el único consuelo
Austria perdió la guerra y los territorios del Lombardo-Véneto, a lo que se añadió un escándalo provocado por el descubrimiento de diferentes fraudes en los suministros del ejército, por lo que la situación en el Imperio se volvió bastante deprimente. Ante tal perspectiva, Maximiliano de Habsburgo decidió volver a hacerse a la mar, esta vez rumbo a Sudamérica. Su esposa Carlota se quedó en Madeira, dado que le espantaba un viaje tan largo.
Sería en este viaje, dominado por la tristeza y el desánimo, donde el archiduque escuchara por primera vez hablar de un gran imperio americano, que buscaba a alguien que portara su corona. Otra oportunidad.
Rumbo a México
En el tiempo en que Maximiliano de Habsburgo vivía sus peripecias por Europa, México se encontraba en una crisis total. Una guerra entre liberales y conservadores dividía el país. Con la victoria de los liberales, vencían la Constitución y la República. Ante la derrota, los conservadores tomaron otra estrategia. Partidarios de establecer una monarquía, enviaron emisarios a las Cortes europeas para pedir apoyo para implantar una monarquía en México.
Napoleón III (9), emperador de los franceses, fue el más interesado. Tener tal influencia justo en el centro de América parecía un regalito para el Bonaparte. Para más inri, en Estados Unidos estallaba la Guerra Civil. México desolado por la guerra, los Estados Unidos en guerra… Napoleón creía que iba a entrar como Pedro por su casa. Pero claro, hacía falta una cabeza sobre la que poner la corona mexicana. Y aquí volvió a aparecer Maximiliano de Habsburgo, que cuando se lo propusieron ya tenía las maletas hechas.
¡En qué jardín te has metido, amigo!
Maximiliano de Habsburgo quería ser emperador, daba igual que sus apoyos fueran conservadores rancios siendo él liberal. Daba igual que quisiera liberalizar un país ya de por sí liberal. Quería llevar corona. Napoleón III proporcionó 25.000 soldados para establecer un Imperio mexicano (10), lo que a todas luces era insuficiente. Los franceses ganarían prácticamente todas las batallas, pero la ocupación completa del territorio era impracticable. Se desencadenó una guerra de guerrillas, mientras Maximiliano de Habsburgo era coronado como emperador (11).
Crónica de una muerte anunciada
Tras cinco años de guerra (12), las cosas en Europa se torcieron (13). Napoleón III se vio obligado a retirar las tropas de México. Maximiliano de Habsburgo se quedó otra vez solo. Le dijeron por activa y por pasiva que se marchara, que aprovechara para huir. Pero nuestro amigo estaba cansado de huir y decidió unir su destino al de su nueva patria. Tras una última defensa desesperada en Querétaro, Maximiliano de Habsburgo fue capturado junto a sus más cercanos colaboradores (14).
El destino parecía claro, Maximiliano de Habsburgo iba a morir de la manera más mexicana posible, fusilado al alba. No importaron las súplicas de clemencia que llegaron desde diferentes partes del mundo (15), al presidente mexicano Benito Juárez no le tembló el pulso. Era mayo de 1867. Maximiliano de Habsburgo fue fusilado con los primeros rayos de sol en el Cerro de las Campanas, lo que le convirtió en uno de los personajes históricos con más tintes románticos del siglo XIX. Desgraciadamente, tras todo el romanticismo descubrimos que Maximiliano de Habsburgo, simplemente, fue un pobre ingenuo, al que sus estúpidos sueños de grandeza le costaron la vida.
Más artículos interesantes en Khronos Historia