A lo largo de la Historia, el Mediterráneo ha sido un mar caracterizado por ser una «encrucijada» (1). En él, era común el contacto social, económico, cultural y militar entre las diferentes sociedades que allí vivían. Cuando la expansión del islam alcanzó el Mediterráneo, el contexto general era el de un «mundo en crisis» dentro de un período de «grandes transformaciones» (2). Con la consolidación del poder musulmán en gran parte de los enclaves costeros, este mar se convirtió en un «lago musulmán» (3). Un verdadero centro de comercio con una función vital de «enlace» entre los diferentes Estados musulmanes (4). Un auténtico ir y venir de navegantes, de expediciones comerciales y militares.
Unos marineros con ganas de divertirse
En este contexto, no era de extrañar que un grupo pequeño de marinos musulmanes, provenientes de Al-Ándalus, desembarcaran en las costas de la Provenza, en el sur de la actual Francia (5), tierras cristianas. Allí, a finales del siglo IX, establecieron un asentamiento, Fraxinetum, ubicado en una zona un tanto peculiar. Un lugar que conocían como «el monte de las cumbres» (6). ¡Más inhóspito que las montañas del abuelo de Heidy!
Estos marinos actuaban al margen del poder central de Córdoba, capital del emirato establecido en Al-Ándalus. Unos marineros que, como muchos otros, se dedicaban a la vida náutica. De esta forma, realizaban todo tipo de empresas comerciales a lo largo de las costas del islam, así como expediciones militares y saqueos en las costas cristianas. Aprovechando ciertos momentos de debilidad del Estado, golpeado por continuas rebeliones internas, consiguieron crecer y expandirse (7).
Por la gloria y por el botín
Pero, ¿qué motivaciones podrían existir para que unos cuantos marineros se establecieran en Fraxinetum, territorio de la Cristiandad? Sin duda alguna, debieron ser ideológicas, con un claro condicionamiento de la Yihad. Pero como todos sabemos, poderoso caballero es don Dinero.
Las motivaciones económicas son evidentes, pues un asentamiento como Fraxinetum, fijo en dicha zona, permitiría un amplio control del territorio y del comercio de la zona (8). De hecho, una de las actividades económicas principales, y que más beneficios producía, era la captación de esclavos. Principalmente, para abarcar la demanda del creciente “mercado” de humanos. Otra acción típica era la captura de personajes de cierta relevancia por los que después exigir un jugoso rescate (9). Fácil y efectivo.
Fruto de las recompensas espirituales que se podían alcanzar y de la prosperidad que proporcionaban las incursiones en territorio infiel, no tardarían en unirse nuevos individuos dispuestos a mantener el asentamiento de Fraxinetum a pleno funcionamiento.
Tan solo dos décadas después de su llegada, los moradores de Fraxinetum habían sometido todo el territorio de la Provenza. Incluso ampliaron el radio de acción de sus incursiones hasta el oeste de la actual Italia, para posteriormente participar en el saqueo y destrucción de importantes enclaves de las costas latinas (10).
Fue tal la situación, que Hugo de Arlés (11), junto con una flota del Imperio bizantino, trató de expulsar a los moradores de Fraxinetum. Pese a ello, finalmente, llegaron a un acuerdo, pues le reportaba más beneficios el tenerlos de su lado en las luchas internas de su reinado. Los andalusíes continuarían ocupando y controlando el movimiento de peregrinos y soldados que viajaban a través de los Alpes, con el respectivo beneficio económico que ello conllevaba (12).
Si algo puede salir mal, saldrá mal
En época califal, el control de Fraxinetum comenzó a recaer en el poder central de Córdoba. Fue posible mediante la presencia de un Qaid, líder militar, en representación del Califa y bajo su autoridad (13).
El impacto causado por los individuos de Fraxinetum se hizo patente en el envío de embajadas, ya fuesen bizantinas o del Sacro Imperio Romano Germánico, con peticiones al Califa para que se hiciese cargo de detener los constantes saqueos en el valle del Ródano (14). Sin embargo, será en estos momentos cuando el califato de Córdoba reorientará sus objetivos a la lucha por el control del Mediterráneo frente al califato Fatimí de Egipto. Por ello, la yihad pasará a un segundo plano (15) al igual que el interés por mantener el enclave de Fraxinetum.
Habían sido largos años de beneficio económico y de prosperidad comercial en Fraxinetum. Todo parecía ir sobre ruedas hasta el año 972 y con un éxito evidente. El secuestro del abad de Cluny (16) se presentaba como un buen negocio para llenarse los bolsillos con su rescate. Sin embargo, la movilización para rescatar al abad fue más contundente de lo esperado por los moradores de Fraxinetum. A finales de ese mismo año, una expedición comandada por los condes de Provenza (17) y por el conde Ardouin de Turín (18), puso fin definitivamente a la presencia musulmana en el Fraxinet (19).
Una feroz respuesta de los territorios cristianos, desatada por el pánico causado durante largos años en la zona. Se acababa con el enclave musulmán de Fraxinetum, que tantos quebraderos de cabeza había causado en las costas del sur francés y en la cuenca del Ródano.
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