La historia argentina, desde al menos la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, está plagada de complots políticos, golpes de Estado y gobiernos de facto o militares (1). Entre las muchas rocambolescas historias (como la del cadáver de Evita Perón) podríamos hablar de batallas entre militares del mismo destacamento en un parque céntrico de la capital (2). También de bombardeos a la plaza de Mayo a manos de militares que querían derrocar un gobierno democrático y que finalizaron masacrando a la población civil (3). O de miles de desaparecidos que se acabó tragando el Río de la Plata (4). Pero hoy vamos a hablar de la noche de los bastones largos, cuando cuando los militares intentaron cargar contra la universidad. (5)
Golpe de Estado – el origen de la Noche de los Bastones Largos
Sucedió el 28 de junio de 1966. Fue, posiblemente, uno de los más importantes vividos en Argentina, por lo significativo y por el aviso que lanzaba de lo que las siguientes décadas depararían.
Ese día, el militar Juan Carlos Onganía se acababa de convertir en presidente de la República (6). Lo había hecho de una manera muy normal entre este gremio en Argentina: dando un golpe de Estado militar, orquestado por él mismo y encabezado por los titulares de las tres fuerzas armadas nacionales, para derrocar al presidente democrático Arturo Umberto Illia (7).
La noche de los bastones largos
El día 29 de julio de 1966, prácticamente un mes después del golpe y con un gobierno de facto instalado en la Casa del Gobierno, con Onganía a la cabeza, se produce uno de los hechos más luctuosos de los perpetrados por aquella dictadura militar, autodenominada como Revolución Argentina: el asalto y destrucción de la Universidad de Buenos Aires (8). Esa noche pasó a la historia como la noche de los bastones largos.
Ese día, el rector y los diferentes decanos de la Universidad de Buenos Aires reciben el ultimátum del dictador (9): o se plegaban a las exigencias reclamadas por el gobierno militar de eliminar la libertad de cátedra (10) y la autonomía universitaria, así como el cogobierno tripartito de la misma (11) o la universidad sería clausurada y sus principales responsables detenidos y juzgados.
El ultimátum fue contestado con resistencia
Además de lo anteriormente expresado, la dictadura solicitaba que tantos los estudiantes como los profesores de la universidad argentina obedecieran a rajatabla las órdenes emitidas por el rector y los decanos (12).
Evidentemente, después del golpe sobre la mesa, la opinión y la voluntad de rector y decanos estaban en manos, única y exclusivamente, del Ministerio de Educación y por ende de las decisiones tomadas por el dictador Onganía (13). Todo ello bajo la nada velada amenaza, a unos y otros, de penas de prisión y otras diferentes represalias.
El todopoderoso Onganía
Poco después de conocer este ultimátum, rector y decanos de la Universidad de Buenos Aires deciden reunirse en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires (14). Institución que en aquellos años se encontraba alojada dentro de uno de los edificios más representativos de la historia porteña: el céntrico edifico de La Manzana de las Luces (15). La reunión no se alargaría mucho, todos tienen bastante claras sus posiciones, por lo que se decide que no van a aceptar las órdenes que el gobierno militar pretende imponer en la universidad (16). Esa noche no ganarían los bastones.
Tras esta decisión, rotunda y mayoritaria, cierran las puertas de la facultad y deciden comenzar un encierro contestario en el interior del edificio (17). La protesta pacífica no se dilatará demasiado en el tiempo, pues esa misma noche el Cuerpo de Infantería de la Policía Federal Argentina hará acto de presencia para imponer el orden que demanda el dictador (18).
Onganía, al poco de enterarse de la negativa de la familia universitaria y de su encierro, ordena que todos los atrincherados en la Manzana de las Luces sean detenidos y fuertemente reprimidos para que aprendieran a no discutir órdenes directas de un superior (19).
«La autoridad está por encima de la ciencia» (20)
Al parecer muchos siguen sin entender que no es posible manejar una universidad, casa del saber y del pensamiento, como un destacamento militar. Además, Onganía buscaba matar dos pájaros de un tiro: por un lado, acabar con los estudiantes rebeldes (21), mientras que por otro conseguiría mostrar a la población argentina qué podría ocurrirles si se les pasaba por la cabeza desobedecer algunas de las órdenes dictadas por el nuevo gobierno (22).
Los federales reventaron las puertas de la facultad, para entrar, después de que se disolvieran las bombas de humo, con las pistolas en la mano. La orden era clara, detener a todos las personas que se encontraran en el interior, fuera cual fuera su posición o estatus académico (23).
El conocimiento era peligroso y subversivo
La primera persona que se enfrentó a la policía armada, exigiéndoles explicaciones por aquella tropelía, fue Rolando García, investigador mundialmente conocido, que era decano de aquella facultad en esos momentos (24).
Como toda respuesta recibió un golpe con uno de los largos bastones, tan largos como la noche que les esperaba a los detenidos, que portaba la policía federal. El impacto le abrió la cabeza y lo tiró al suelo. Sin embargo, Rolando García era un hombre tan duro como brillante y se levantó de nuevo (25). La sangre ya se derramaba sobre su cara, pero volvió a reclamar explicaciones al hombre que lo había agredido. La respuesta que recibió, consistió en un nuevo golpe con otra de las largas porras que portaban los policías federales y que sirvieron para bautizar aquel hecho vergonzoso como La noche de los bastones largos.
Reventaron la cabeza a eminencias científicas durante la Noche de los Bastones Largos
Reventaron la cabeza a eminencias científicas. La noche del 29 de julio de 1966 fueron detenidas más de cuatrocientas personas, entre profesores, investigadores, estudiantes y trabajadores de la Universidad de Buenos Aires (26). Antes de ser llevadas a las diferentes comisarias, todos ellos fueron fuertemente apaleados en el interior del patio de la facultad.
«Andá y matálos a palos» (27)
También lo fueron a la salida, donde dos filas de policías les esperaban a ambos lados del estrecho pasillo de entrada con los famosos bastones en alto. Las fuerzas del orden tuvieron libertad para golpear a los detenidos hasta que se cansaron (28).
La escena la explica a la perfección, en una carta remitirá al diario norteamericano The New York Times, el profesor Warren A. Ambrose (29), quien en el momento del asalto era profesor de matemáticas en la Universidad de Buenos Aires, además de ocupar similar puesto en el Massachussets Institute of Technology:
«Fuimos apaleados ferozmente y cruelmente al pasar los detenidos de dos en dos entre la policía federal que colocados a diez pies entre sí, para pegarnos con palos y culatas de rifles; y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Manteniéndonos con suficiente distancia a los unos de los otros para que cada policía pudiera pegar tan brutalmente como le fuera posible» (30)
Palizas en la Noche de los Bastones Largos
Tras la agresión todos fueron llevados a la comisaria del sector correspondiente, ocupando varios camiones (31). Allí, tras más palizas, los profesores fueron puestos en libertad de madrugada, tras tomarles los datos y sin ninguna otra explicación. Los estudiantes siguieron retenidos bastante más tiempo. Durante esas horas de retención, los testigos aseguraron que hubo varios casos de simulacro de fusilamiento (32).
A la vez que esto ocurría, en la facultad los policías federales junto a los militares, destruían todos los materiales de los laboratorios, quemaban las bibliotecas y destruían todo lo que se encontraba a su paso (33). Esa noche de locura, incluso llegaron a reventar, en el Instituto de Cálculo Exacto de Buenos Aires, a Clementina; la primera computadora de Latinoamérica (34). Con todo esto, se consiguió frenar en seco el avance en la investigación académica, pero también en la sociedad del país.
Los siguientes días no fueron mejores, pues comenzó a llevarse a cabo la depuración universitaria más cruel y grave hasta la época (35). Todos los investigadores y profesores que no eran adeptos al nuevo régimen perdieron su trabajo y fueron perseguidos. Centenares de investigadores, los mejores del país, fueron obligados a abandonar la Argentina y llevar a cabo sus carreras en otros países de América Latina, Europa o Estados Unidos (36).
Purga de docentes
La universidad argentina en general, y la de Buenos Aires en particular, fue desmantelada y arruinada a lo largo de los siguientes meses (37). Una actuación tan irracional como estúpida, pues hizo retroceder, científicamente y culturalmente al país, hasta cuotas imaginadas hasta entones (38).
La historia se repite
Por desgracia, lo que parecía una actuación temporal y aislada, fue repetida durante la dictadura de 1976, cuando todos los movimientos sociales y estudiantiles de la universidad argentina fueron sofocados mediante la represión institucional del Estado (39). No se debe olvidar que un alto número de las personas que sufrieron el terrorismo de Estado fueron miembros de la familia universitaria (40). Lo que dejó de nuevo a la institución académica argentina herida de muerte hasta varías décadas, cuando comenzó a levantar cabeza.
A los 50 años de La noche de los Bastones largos, la sociedad argentina en general y el mundo universitario en particular, se volcaron para rendir homenaje y recordar lo que nunca debió haber sucedido.
No te pierdas más artículos muy interesantes en nuestra revista Khronos Historia.