Tener un papá rico e influyente, ser el segundo de nueve hermanos y disfrutar de todos los caprichos que pueda imaginar un niño, no es garantía de un pasaporte hacia la gloria. Algo más habría de tener J.F.K. Aquel niño enclenque, pecoso y apocado, que se metió en el bolsillo a las personalidades más influyentes del momento. La vida de John Fitzgerald Kennedy, Jack para los amigos (pese a llamarse John, vaya usted a saber porqué), ha sido diseccionada con interés y saña por periodistas, políticos, militares y visionarios. Y aún así, todavía nos quedan ganas de acercarnos al personaje. ¿Qué más se puede decir de un pijillo universitario, uno los iconos del estilo preppy (1) americano? ¿A qué huele un presidente de los EEUU? ¡Pues a Eight & Bob! Seguro que os va a sorprender lo que voy a contar a continuación.
Erase una vez…
No voy a entrar a estas alturas a extenderme en la biografía de este caballero, por más interesante que resulte. Me bastan unas pinceladas para meteros en situación. J.F.K. nació en 1917 y fue siempre el segundón. Por delante, su hermano Joe y tras él, Rosemary, Kathleen, Eunice, Pat, Jean, Bobby y Teddy. Con un padre un tanto autoritario, racista y antisemita, la infancia no tuvo que ser fácil para un niño debilucho, que pasó largos periodos de convalecencia por causa de una hepatitis.
Los cachorros Kennedy fueron educados en la más férrea disciplina y en una dura competencia entre ellos (2). La sombra de Joe planeó sobre el pequeño J.F.K. durante su infancia y adolescencia. Su hermano mayor era fuerte, deportista, con buena labia y un magnetismo especial, que hacía que a su padre se le cayera la baba con él. Dura competencia. Por suerte o por desgracia, Joe falleció durante la Segunda Guerra Mundial, mientras sobrevolaba posiciones alemanas (3).
Papá Kennedy juega sus cartas
Franklin D. Roosevelt se presentó a las elecciones presidenciales en 1932. El patriarca de los Kennedy, con una inmensa fortuna amasada durante la Ley Seca, había financiado parte de la campaña. Así que decidió cobrarse el favor: dio un giro a su carrera y arrimó el ascua a la política. Consiguió ser presidente de la comisión federal de la marina mercante. Y más tarde, en 1937, fue nombrado embajador en Gran Bretaña. Aquel descendiente de inmigrantes, ferviente católico y siempre ambicioso, había hecho una enorme fortuna y ahora se medía de igual a igual con la clase dirigente (4). Y como ellos, no tardó en aprovechar todos los medios a su alcance (televisión, radio) para apuntalar la fulgurante carrera política de su retoño.
J.F.K., algo más que un político
El niño rico, educado con esmero, de apariencia frágil y con eterna cara de pipiolo, se convirtió en el icono por excelencia de la elegancia masculina norteamericana durante los años de la Guerra Fría. J.F.K. tuvo que aprender a dominar su timidez para convertirse en un político profesional. Estrechar las manos de desconocidos, sonreír ante los periodistas y tener siempre en los labios una frase más o menos ingeniosa era su carta de presentación. Pronto encontró adeptos en el seno del Partido Demócrata. Y también entre los electores, fascinados por su juventud y por su imagen de brillante y honrado universitario.
J.F.K. adoptó a la perfección el estilo preppy surgido de las prestigiosas universidades de la Ivy League (5). Impecablemente vestido en cualquier aparición pública, sus looks eran copiados al detalle. Y los complementos que utilizaba se convertían en éxito de ventas. Prueba de ello las famosas gafas Wayfarer de Ray Ban o el Rolex President que le regaló Marilyn Monroe.
J.F.K. y Albert Fouquet, ¿casualidad o destino?
Como embajador americano en Londres, a papá Fitgerald lo acompañaron sus dos hijos mayores, en calidad de ayudantes. Una especie de “escapada” europea, muy del gusto americano. J.F.K. pudo viajar a la URSS, Turquía, Polonia, América del Sur y otras regiones, de cuya situación informó puntualmente al patriarca de la familia. Los chicos iban de fiesta en fiesta y de recepción en recepción. Hasta que J.F.K., un pipiolo de veinte años, que por aquel entonces recorría Francia en su descapotable, recibió la invitación de la familia Fouquet. En el castillo familiar se produjo el encuentro entre nuestro joven -pijo- americano y el joven -pijo- francés Albert Fouquet.
Albert Fouquet
El francés era hijo de un aristócrata parisino, miembro de la élite del país. Desde muy joven, se interesó por el mundo de los aromas y las esencias. Adecuó una zona reservada en el castillo familiar y comenzó a crear sus propias fragancias para uso personal, con ayuda de su mayordomo Philippe. Al chaval se le debía dar bien aquello, porque muy pronto sus amistades repararon en los perfumes tan especiales que exhibía en las fiestas. Y aunque nunca atendía encargos ni peticiones para comercializar sus perfumes… su destino se cruzó con el del futuro presidente de USA.
¡Vaya fiestorro!
Al guapete de los Kennedy le presentaron a Albert y, nada más cruzar dos palabras, le llegó un tufillo que lo atrapó. Aquella noche, J.F.K. quedó fascinado con la esencia que utilizaba Albert. Por la reacción del francés, el futuro presidente debió insistir algo más de lo políticamente correcto. Es decir, estuvo de un pesado que para qué. A la mañana siguiente, agotado, el bueno de Albert le dejó en el hotel un ejemplar de su colonia acompañado de una nota:
“En este tarro encontrarás la dosis de glamour francés que le falta a tu encanto americano”.
Traducción literal: “Toma el frasco y déjame en paz, ¡pesao!”.
Pero esto no acaba aquí
Una vez concluido el verano, y cuando el bueno de Albert ya había olvidado al americano, recibió una carta de J.F.K., agradeciéndole el detallazo. En ella se explayaba, claro está, del éxito que había obtenido entre sus amigos pijos con el perfume. Y con toda su cara de pipiolo le pidió, por favor eso sí, que le enviase ocho frascos para su uso personal y, si pudiera ser, uno más para su hermano Bob (6).
Eight & Bob
El origen de tan estupenda fragancia no se encuentra en Francia, como en un principio se podría pensar. En 1934, Albert viajó a Chile, invitado por el embajador italiano. Por aquel entonces ya era conocida su afición por los aromas. Aprovechó el viaje para empaparse de olores nuevos que estimulasen su creación olfativa. Entre las plantas que cosechó para su particular hobbie se encontraban varios ejemplares de ‘Andrea‘, nombre con el que bautizó a una planta cuyos extractos son el alma del perfume Eight & Bob. Andrea es una planta silvestre, muy escasa, debido a la altura y al área tan pequeña donde florece. Es tan especial que sólo se puede recoger durante los meses de diciembre y enero. El proceso de fabricación del perfume finaliza entre marzo y abril. Solo entonces podemos conocer el número de unidades de Eight & Bob que se pueden envasar ese año.
¡Menudo encargo!
La persona elegida para lucir semejante delicatesen era lo suficientemente importante como currarse un poco el envoltorio. Así, Albert se volvió loco hasta que encontró lo que buscaba. Como buen francés y cayendo en el tópico, era un gran perfeccionista. Un hombre que cuidaba hasta el más mínimo detalle. ¿Y qué se le ocurrió a este señor? La genial idea de encargar las cajas que servirían de envoltorio a su perfume con el estampado de la camisa que llevaba J.F.K. cuando se conocieron. Una muy mona de rayitas. Y como colofón, etiquetó la fragancia con la petición de su amigo: Eight & Bob. Ingenioso, ¿no?
Pero todo no todo podía ser de color rosa
El perfume de Albert en la piel de J.F.K. hizo furor en EEUU. Al poco tiempo, el buzón de Albert rebosaba de cartas con peticiones que llegaban del otro lado del mar. Directores, productores y actores de Hollywood, como Cary Grant o James Stewart. Todos querían la colonia Eight & Bob.
Y la tragedia se cebó con el francés. Apenas dos años después, en 1939, Albert falleció en un accidente de automóvil cerca de Biarritz. El único capaz de reproducir la fragancia y de atender las peticiones de los clientes era su ayudante Philippe. Y de ello se encargó, poco tiempo, es verdad, hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial y el pobre tuvo que abandonar el trabajo y despedirse de los Fouquet. No obstante, Philippe también demostró un ingenio digno de su desgraciado amigo perfumista. En los últimos envíos que realizó, Philippe escondió los frascos de Eight & Bob dentro de libros, que troqueló cuidadosamente a mano, con el fin de evitar que los nazis incautaran el perfume.
Una vez concluida la guerra, la familia de Philippe recuperó la fórmula de Eight & Bob, así como su delicado y artesanal proceso de elaboración. Hoy en día, continúa siendo una de las colonias más exclusivas y preferidas por los hombres más elegantes del mundo.
Eight & Bob, todo un lujo
Seguro que estas deseando saber cuál es su precio. Confieso que no lo sabía hasta que he cotilleado en Amazon… ¡160 eurazos! Nada más ni nada menos.
La marca de un perfume es una de esas banalidades que envuelve la biografía de los personajes míticos como J.F.K. Quizá no aporte nada nuevo a los ríos de tinta que se han vertido sobre el personaje, incluido el atentado que acabó con su vida, pero humaniza en gran medida a los grandes mitos.
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