Los gansos que salvaron Roma de la invasión de los galos senones

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Así, tal cual suena: si no hubiese sido por el graznido de unos gansos el Imperio romano podría no haber existido. Y es que, allá por los siglos V y IV a.C., la Antigua Roma no era más que un abusón de tres al cuarto, regordete y con espinillas en la cara que le hacía la vida imposible a sus vecinos. Es más, le hicieron falta un «porrón» de primaveras y muchas horas de gimnasio para convertirse en la máquina de guerra que terminó por adueñarse de la mitad del mundo hasta entonces conocido.

Siguió siendo un abusón, sin duda; ahora bien, repartía mandobles, conquistaba y machacaba con una elegancia, un dominio y un arte que daba gusto verlo. Pero me estoy adelantando. Lo malo de ser un sacacuartos de morondanga es que siempre hay otro más guapo y más fuerte que te pone en tu sitio. En el caso de Roma, ese abusón fueron los galos senones (1).

El «Erasmus» galo por Italia

¿Y qué pintaban los galos en Italia? Hay quien defiende que el excesivo crecimiento de la población celta los obligó a buscarse las habas en otra parte y que, con ese objetivo, se asentaron en el valle del Po, una región del norte de Italia habitada por aquel entonces por los etruscos (2). Otros, sin embargo, sostienen que los senones no eran más que mercenarios que se dirigían al sur para ponerse al servicio del tirano Dionisio de Siracusa (3). Talmente, como si fueron a disfrutar del clima mediterráneo mientras degustaban un rico garum (4) y probaban el exquisito vino. La cosa es que fueron y dejaron Roma peor de lo que queda el levante español tras el paso de los guiris en verano.

Breno, jefe de los senones
Busto del jefe galo Breno. Fuente

Nada más pisar suelo itálico, los senones le echaron el ojo a la ciudad etrusca de Clusium (5). ¿Por qué Clusium? Lo más probable es que tuviesen hambre y sed después de la caminata a través de los Alpes y le tocó a esta ciudad pagar el pato.

Los clusinos, como es natural, tenían más miedo que Pinocho en Bricomanía. Y es que tener a una horda de galos a las puertas de tu ciudad con sus escudos, espadas y astas no tenía ninguna gracia. Con los testigos de Jehová, por lo menos, puedes hacerte el sueco y no abrirles la puerta; éstos, sin embargo, te echaban la puerta abajo y encima te hacían pagarla, si no te habían dado treinta espadazos antes, claro.

Así pues, la ciudad de Clusium envió emisarios a Roma para que les echaran un capote, y los romanos, como buenos samaritanos que eran, mandaron varios emisarios tres miembros de la por aquel entonces ilustre familia Fabia a negociar con los senones. El resultado: como pedirle a un gato que silbe. En consecuencia, a los Fabios no les quedó otra que ponerse al frente de los soldados clusinos y enfrentarse a los galos. Bueno, pues no solo les dieron hasta detrás de las orejas, sino que Breno, que tenía una mala leche que no veas, apuntó a Roma en su lista de enemigos.

La zurra gala en la Batalla de Alia

El siguiente enfrentamiento entre romanos y senones se dio a orillas del río Alia. La tunda que recibieron los romanos allí debió de ser épica. De hecho, la derrota quedó marcada en el calendario romano como dies Alliensis (6); el equivalente romano al «martes, ni te cases ni te embarques» o, en palabras del sempiterno Groucho Marx, «tuve una noche maravillosa, pero no fue esta» (7).

Después de la paliza, los galos se dirigieron a Roma, donde no quedaba casi ni el apuntador. En la ciudad, los pocos combatientes que restaban, junto con las mujeres y los niños, se retiraron al Capitolio. Los ancianos, senadores y excónsules, por su parte, optaron por echarle un par y esperar a los galos en el foro de la ciudad (8). Eso sí, vestidos con sus mejores galas. Ya se sabe: «antes muerta que sencilla».

Galo y romano
Un galo tirando de las barbas a un senador romano. Fuente

Cuando los galos se toparon con el minúsculo ejército del IMSERSO, no supieron cómo reaccionar. Aunque tampoco es de extrañar. Por muy bárbaro que seas, si decirle a una adorable anciana que se ha colado en la cola del súper ya requiere un grado de valentía, decir a un puñado de matusalenes que por favor se vayan a hacer gárgaras a otra parte es algo digno de un chiste de Chuck Norris.

Finalmente, la mejor idea que se les ocurrió a los senones fue la de tirar de la barba a uno de los senadores, y éste, como es natural, le endiñó un capirotazo con su bastón al pobre galo. En respuesta a la valentía del anciano, los senones pasaron a cuchillo a todos aquellos que no se habían encerrado en el Capitolio y saquearon y quemaron todo a cuanto le echaron el ojo.

Los gansos que salvaron al Capitolio de los galos senones

Después de dejar la ciudad de Roma hecha unos zorros, les tocó el turno a los del Capitolio. Los galos intentaron en varias ocasiones tomar la ciudadela donde se refugiaba el último reducto de resistencia romana; sin embargo, toda intentona de asaltar la escarpada colina se quedó en agua de borrajas. Aunque hubo una noche en que casi lo consiguieron.

Gansos avisando de la llegada de los senones al Capitolio
Los gansos avisando a los romanos de la llegada de los galos. Fuente

Aprovechando una roca fácil de escalar o siguiendo las pisadas que uno de los romanos habría dejado en su subida a la colina (9), los galos burlaron a los centinelas y se colaron en la ciudadela (10). Allí dentro, por supuesto, todo el mundo dormía a pierna suelta. Sin embargo, alguien estaba despierto, los gansos sagrados que se guardaban para sacrificar a la diosa Juno, que recibieron a los senones entre graznidos y picotazos en el culo. La escandalera que se montó debió de ser tal que los soldados romanos se despertaron y volvieron a echar a patadas a los galos del Capitolio.

«Vae victis», o el «a mí qué me cuentas»

Visto lo imposible que resultaba intentar tomarla por la fuerza, los senones se sitiaron la colina con la esperanza de que el hambre obligase a los romanos a salir. Tras varios meses, la estrategia dio sus frutos y los romanos, con más hambre que aquel que descubrió que los caracoles se comían, se rindieron.

Breno, jefe de los senones
Breno deposita su espada sobre  los pesos de la balanza. Fuente

Se fijó una cantidad de mil libras de oro (11) que los romanos debían pagar a los galos para que éstos ahuecaran el ala. En cuanto al peso utilizado, o bien estaba trucado (12), o bien los senones tiraban de la balanza(13); disimuladamente al principio, luego ya el disimulo pasó a mejor vida. La treta, sin embargo, no pasó desapercibida a los ojos de los romanos que, indignados, instaron a los galos a que se metieran la balanza por donde buenamente les cupiese.

En respuesta, Breno, con un par, añadió su espada a los pesos (14) y pronunció una frase que quedó en Roma para siempre: «Vae victis», o para los menos doctos en latín «¡Ay de los vencidos!». Después, cogieron lo que les pertenecía y lo que no, y se fueron por donde habían venido.

Se conoce que la afrenta no sentó demasiado bien en Roma, así que tomaron represalias… pero literarias. Es decir, en vista de que los galos no tenían pinta de frecuentar las bibliotecas, lo que hicieron los romanos fue sacarse de la manga una versión que quedase chapeau en la Historia: un tal Camilo, nombrado dictador por el Senado romano, recuperó el oro y, tras darles su merecido, mandó a los galos de regreso al norte (15). Sea como fuere, lo cierto es que el canguelo que los romanos les cogieron a los galos no se les pasó ni cuando Julio César conquistó la Galia. Y es que el galo es mucho galo, si no que se lo pregunten a Marie Le Penn.


Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Aviso a navegantes. Las versiones sobre el episodio del saqueo de Roma son muchas y variadas: Tito Livio (V. 33-55), Plutarco (Camil. 15-42), Dionisio de Halicarnaso (XIII. 6-12), etc. Las digresiones entre unos y otros suelen darse en detalles que no afectan en absoluto a los hechos, como que fue Fulanito y no Menganito quien hizo tal cosa y no la otra.

(2) Velasco, 2016, p. 21.

(3) Cornell, 1995, pp. 315-316.

(4) Una salsa de pescado preparada con vísceras fermentadas de pescado.

(5) Actual Chiusi, en la Toscana.

(6) Plut. Camil. 19. 2. Este día formaba parte de lo que se conoce como los dies religiosi en los que no se podía llevar a cabo ningún tipo de negocio.

(7) Para los más curiosos: 18 de julio de 387 a.C.

(8) Plut. Camil. 21. 4. Este es el único autor que menciona el foro; las demás fuentes, como por ejemplo Livio (V. 41. 1-3), dicen que esperaron en sus casas.

(9) Livio (V. 47. 1-2) menciona a un mensajero de la ciudad de Veyes quien habría sido el que dejó las huellas que más tarde seguirían los galos, aunque también hace referencia a una roca fácil de escalar de la que podrían haberse servido los senones para acceder al Capitolio. Pluarco (Camil. 25. 1-3) y Dionisio de Halicarnaso (XIII. 7. 1) solamente mencionan al mensajero.

(10) Según Plutarco (Camil. 27. 1) los vigilantes estaban dormidos. Livio (V. 47. 3), por su parte, simplemente dice que los centinelas fueron burlados y Diodoro de Sicilia (XIV. 116. 5) habla de negligencia por parte de los centinelas, pero sin especificar más.

(11) 327 kg.

(12) Liv. V. 48. 9-10.

(13) Plut. Camil. 28. 5.

(14) Según otras versiones también su cinturón (Plut. Camil. 28. 6.) e incluso la vaina de la espada (D.H. XIII. 9. 2).

(15) Liv. V. 49. 1-7; Plut. Camil. 29. 1-6; y D.S. XIV. 117. 5, entre otros.

*Imagen destacada


Bibliografía

  • Armstrong, J., 2016, Early Roman Warfare: From the Regal Period to the First Punic War, Pen & Sword Books Ltd, South Yorkshire.
  • Berresford Ellis, P., 1998, Celt and Roman: The Celts of Italy, St. Martin’s Press, Nueva York.
  • Cornell, T., 1995, The Beginnings of Rome: Italy and Rome from the Bronze Age to the Punic Wars (c.1000–264 BC), Routledge, Londres.
  • Koch, J. T., & Minard, A., 2012, The Celts: History, Life, and Culture, ABC-CLIO, Santa Barbara (CA).
  • Rich, J., 2012, «Roman attitudes to defeat in battle under the Republic», en Marco Simón, F., Pina Polo, F., & Remesal Rodríguez, J., (eds.), Vae Victis! Perdedores en el Mundo Antiguo, Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona, pp. 83-112.
  • Ruiz de Elvira Prieto, A., 1975, «Vae victis. Reflexiones analíticas sobre escenas famosas de la historia de Roma», Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos, pp. 77-92.
  • Velasco, M., 2016, Breve historia de los celtas, Nowtilus, Madrid.
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Ibon Herrero Egia
Graduado en Humanidades por la Universidad de Deusto, Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la UCM y UAM. Interesado en las pequeñas historias de la historia.

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