A lo largo de la Historia del Imperio Romano se han sucedido emperadores a cada cuál más llamativo que el anterior. Algunos han destacado por su crueldad, o por su buen liderazgo. Pero hay uno, Heliogábalo, que ha recibido el título de «peor emperador romano». Pese a que su mandato duró apenas cuatro años, el protagonista de esta historia fue -cuanto menos- intenso.
Un rayo de Sol…
Heliogábalo (1) nació en una provincia romana de Siria, Emesa (2). Aquí ejerció como sumo sacerdote del dios solar El-Gabal, hasta los 14 años (3). Sin embargo, su abuela, Julia Mesa, tenía otros planes para él (4). Quería recuperar el poder perdido a raíz del vacío de poder que había dejado su sobrino, el emperador Caracalla. Para ello, aseguró que Heliogábalo era hijo ilegítimo de éste y puso a varias facciones de diversas legiones en contra del asesino de Caracalla (5). Así, impuso a Heliogábalo como nuevo emperador, tras vencer en la Batalla de Antioquía (6).
Sin embargo, su abuela no contaba con que Heliogábalo quisiera tomar cartas en el asunto, una vez que lo nombraron emperador. Ya en Roma, quiso imponer el culto al Sol Invicto, del cual él era el sumo sacerdote, como en su casa (7). Y no solo eso, sino que obligaba al resto de miembros del Senado a acompañarle en sus rituales y danzas alrededor de una piedra de forma fálica (8).
El propio emperador, con atuendos afeminados y las tetillas al aire, encabezaba dichos rituales (9).
El problema no era tanto que introdujese a una deidad oriental en el Panteón romano, sino que hiciera primar al Dios Sol sobre la diosa Victoria o incluso sobre el mismísimo Júpiter (10). Esto ya molestaba no solo al Gobierno, sino a la propia ciudadanía.
Heliogábalo, reina de Roma
Si hacer caso omiso a las tradiciones religiosas romanas ya estaba canjeando el odio a Heliogábalo, cuanto más sus matrimonios. Oficialmente tuvo cinco esposas. La primera fue la mujer del asesino de Caracalla (el que su abuela se encargó de liquidar para poner a Heliogábalo en el poder) (11). Hasta aquí todo parece más o menos normal (¿quién no se ha casado con la esposa de su enemigo después de matarlo?). El desastre empieza ahora. Ni corto ni perezoso, Heliogábalo desposó a una sacerdotisa de la diosa Vesta. Éstas, según la cultura romana, debían permanecer vírgenes. Para quitarse de líos, Heliogábalo aseguró que lo hacía «para tener descendencia parecida a los dioses» (12). Al poco de casarse con ella, la abandonó y consumó con la viuda de un hombre al que recientemente había ejecutado (13). De las otras dos no se tiene constancia (14).
No obstante, el verdadero amor de Heliogábalo fue Hierocles, su auriga y, en segundo plano, un atleta griego. Es importante explicar que la homosexualidad masculina no estaba explícitamente prohibida (15). Lo que no se toleraba era ejercer el papel pasivo (16), rol que Heliogábalo desempeñó con mucho gusto. Entonces fue cuando a la sociedad romana se le vació su medido de paciencia.
Dos maridos mejor que uno
Hierocles era un caballero rubio que conquistó a Heliogábalo con su gran «encanto» (17). Tanto es así que, lejos de quedarse como auriga mayor, Heliogábalo quiso nombrarlo César (18) y se hacía llamar «la reina de Hierocles» (19). Además, lo trataba -públicamente- como su marido. Asimismo, se pavoneaba en las sesiones con los senadores de los moratones y heridas que le dejaba Hierocles, cuando practicaban sexo BDSM – sado, para entendernos -. Además de pasearse del brazo de éste con el ojo morado (20). Por otro lado, Zotico (21) pasó de ser un humilde cocinero a cubiculario – el sirviente más cercano al emperador – (22). Y cumplió con la demanda de Heliogábalo de referirse a él como «señora».
Se casó con ambos y, lejos de esconderse, llegó a reconocer públicamente su felicidad junto a esos hombres para que todo el mundo lo supiera (23)
Sin embargo, aunque ambas ceremonias se realizaron de forma pública en Roma, los senadores y la guardia pretoriana nunca las aceptaron. Pues cada vez veían más excéntrica -y peligrosa- la actitud de Heliogábalo.
Heliogábalo – siempre diva nunca indiva
De Heliogábalo se ha dicho que era un hombre «extremadamente guapo y de ojos brillantes» (24). Pero su interés por cuidarse quedaba muy lejos de lo que se esperaba de un varón, y más del emperador. Prefería pasar el día cantando, tejiendo y bailando junto con el resto de mujeres de la corte usando pelucas y pintándose con esmero (25), antes que otras actividades más «masculinas».
«Los soldados se revelaron al verlo con el rostro profusamente maquilado, estridentemente afeminado y vestido de ropas delicadas, ligeras y colgantes de oro que titilaban cuando bailaba» (26)
Pero a Heliogábalo le importaban bien poco estas cuestiones. Se pintaba los ojos, se depilaba y se prostituía como mujer en tabernas y lupanares (27). Más tarde, instaló su propio burdel en la Palacio, donde solicitaba a los clientes «con voz cariñosa y jadeante» (28). Heliogábalo encontraba en las prostitutas y meretrices romanas sus compañeras de armas y discutía con ellas sobre las distintas clases de posturas y placeres, dado que deseaba tener una reputación de adúltera (29).
«Como si de la diosa Venus se tratase, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía de rodillas, desnudo; con una mano en el pecho y otra en sus «vergüenzas» echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante» (30)
La Asamblea de las Mujeres
Uno de los hechos más llamativos del reinado de Heliogábalo fue que permitió la entrada de mujeres en el Senado (su abuela y su madre, en especial) (31). Y no solo eso, sino que institucionalizó un Senado para mujeres en la Colina donde se reunían las matronas (32).
Con Heliogábalo las mujeres ocuparon rangos reservados, hasta entonces, solo a varones. El emperador, que prefería que lo llamaran Reina y Señora, tenía, como una de sus obsesiones, la investigación anatómica. Puso a completa disposición de los médicos tanto cuerpos como recursos con el fin de poder cambiar sus genitales y les consultó sobre la posibilidad de introducir en su cuerpo una vagina por medio de una incisión (33).
Heliogábalo, ¿el peor emperador de Roma?
Julia Mesa – su abuela -, cansada de las orgías de sexo y gastos de su nieto (34), comenzó a generar un complot contra Heliogábalo. Tarea que no le resultó excesivamente difícil, dado el rechazo que había cosechado en quienes al principio le apoyaron. Pero Heliogábalo ya se olía el pastel. Entre eso y que había recibido la profecía de que se enfrentaría a un «final violento» (35), empezó con los preparativos de su muerte. Porque si iba a morir, prefería que fuera por sus propias manos y marcada por el lujo (36).
No obstante, cuatro años después de subir al trono, con 18 años, la guardia del emperador le dio muerte (37). Ya sin vida, arrastraron su cuerpo por las calles y lo arrojaron al Tíber (38), junto con el cadáver de su madre, quien sufrió la misma suerte.
La abuela y madre, Julia Mesa, colocó en el poder a Alejandro Severo (primo de Heliogábalo), quien fue proclamado nuevo emperador (39).
«Donde habite el olvido, allá estará mi tumba»
Como dice el refrán, muerto el perro se acabó la rabia. Después del asesinato de Heliogábalo y devuelta la «normalidad» religiosa y política, se desarrolló una potente campaña de desprestigio contra su figura, encabezada por Julia Mesa (40). Así, lo presentaron como un déspota oriental (por su origen sirio), frente a la virtud romana occidental (41). Por supuesto, asesinaron a todos los amantes (entre ellos Hierocles) y a las personas vinculadas a Heliogábalo. Se destituyó el Senado de mujeres que creó y se prohibió la asistencia de mujeres a cualquier reunión política (42).
El caso de Heliogábalo, que comparte ciertas similitudes con el faraón egipcio Akenatón, es un claro ejemplo de cómo se erradica a los sujetos disidentes de una sociedad tan férrea que teme resquebrajare cuando se impone un joven maquillado y desnudo bailando en público (43). Cabe preguntarse si hemos cambiado tanto.
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