Sin lugar a dudas, muchos de nosotros (por no decir casi todos) sabemos qué es un fénix gracias a sagas de género fantástico como Harry Potter y Las crónicas de Narnia (1), o a juegos de rol del mismo género como el archiconocido Dungeons & Dragons (2). En resumidas cuentas, un majestuoso pájaro de fuego que, llegado el momento, se auto-incinera para que luego, naciese un nuevo fénix de sus cenizas. Pero, ¿qué sabemos de la historia de este animal mítico? ¿Cuáles fueron sus orígenes culturales, remontables como poco a la Antigüedad Clásica? Hablemos del emperador romano Adriano.
En este artículo se verá cómo el fénix fue un sugestivo símbolo usado por Adriano (117-138) en su favor. Para ello, será fundamental que antes conozcamos bien el contexto y las circunstancias de dicho símbolo. Así, podrán explicarse dos cuestiones: por qué este emperador decidió usar esa imagen y cómo lo hizo.
Una historia que nos contará mucho sobre una faceta del poder imperial romano, en la cual de vez en cuando podían confluir elementos de diversas culturas y religiones.
El primer año del emperador Adriano
En agosto del 117 de nuestra era, Roma se vio sacudida por una trágica noticia: el emperador Marco Ulpio Trajano (3) había fallecido en Selinus (ciudad de la costa sur de Asia Menor) a causa de una hidropesía o edema (4). Le sucedió al trono Publio Elio Adriano, su sobrino (5). Al igual que él procedía de Itálica (en la actual Santiponce, Sevilla). Además, los lazos entre ambos estaban como poco reforzados cuando tiempo atrás, en el año 100, se casó, sobre todo a instancias de la emperatriz Plotina, con la sobrina-nieta de Trajano: Vibia Sabina (6).
No obstante, esta sucesión fue de todo, menos tranquila (7).
Ante las serias inestabilidades habidas en varios territorios (8), Adriano tomó la decisión de retirar inmediatamente la presencia romana de las regiones recién conquistadas por Trajano (9). Poca gracia les hizo aquella decisión a los entusiastas de las campañas y victorias de Trajano habidos entre la élite senatorial (que no eran pocos) (10). Para más inri (y hablando sobre cosas romanas, la expresión no podría venir mejor) la situación se vio aderezada de rumores que ponían en duda la adopción y legitimación de Adriano por su predecesor (11).
Con tal de asegurar su nueva posición, el primer emperador filohelénicamente barbudo de Roma (12) se aprestaría a restaurar la estabilidad en la parte oriental del imperio antes de llegar a la capital. Por supuesto, también reafirmaría ante todas las gentes de Roma su condición de verdadero y legítimo sucesor de Trajano.
Para esto último haría uso de uno de los principales medios de propaganda del imperio: las monedas.
Oro, plata y bronce: más allá del valor económico – Adriano llega al trono
Publio Elio Adriano se encontraba en Siria cuando conoció la noticia de que había sido designado como sucesor de Trajano el 11 de agosto del 117 (13). Desde allí emprendería el viaje hacia Roma, el cual duraría casi un año (14). Por su parte, la viuda Plotina viajaría en barco directamente a la ciudad del Tíber para llevar junto con ella no sólo las cenizas de Trajano, sino también una carta del nuevo emperador para el senado (15).
Durante todo ese tiempo, los artesanos y trabajadores de la ceca (16) de Roma estuvieron bastante ocupados. Bueno, si es que en verdad dejaron de estarlo en algún momento.
En época imperial, cada acontecimiento sumamente relevante para el imperio tenía su reflejo (positivo) en las imágenes y leyendas de las acuñaciones monetales (17). Tales acontecimientos comprendían desde muertes y deificaciones de emperadores, hasta campañas y victorias militares.
Así pues, como bien se podrá deducir de antemano, en aquel año del 117 la ceca de Roma estuvo bastante atareada emitiendo monedas cuyos mensajes reafirmaban a Adriano como sucesor de Trajano: el nuevo emperador había sido adoptado por su predecesor y presentado además como elegido por Júpiter para gobernar (18).
Unos áureos para convencerlos a todos
A principios de julio del año 118, Adriano llegó finalmente a Roma (19). La llegada del nuevo emperador supondría así la ocasión de, entre otros asuntos, celebrar por fin la apoteosis de Trajano, su funeral (funus imperatorum), así como también un triunfo póstumo en su honor para honrar y glorificar las últimas conquistas que llevó a cabo (20).
Mientras tanto, en la ceca de Roma, uno de los motores económicos y propagandísticos del imperio seguía en marcha.
El maestro artesano de la ceca recibió la orden de Adriano de emitir, entre otras acuñaciones, dos tipos de áureos (latín: aurei). Resultaban cuanto menos apropiados para la ocasión de tales acontecimientos.
En el anverso (la cara principal de la moneda) de ambos áureos estaba representado el busto laureado del difunto Trajano. La leyenda que lo acompañaba proclamaba la condición divina que se le otorgó con la apoteosis (21).
Por su parte, en los reversos aparecía representado la figura de un ave semejante a una garza. Su cabeza estaba rodeada por un halo o nimbo con rayos. Mientras que en un áureo aparece posada sobre lo que es un montículo, en el otro se encuentra sobre una rama de laurel (22).
Nunca antes en la ceca de Roma se había visto ni reproducido tal imagen. El atractivo de tal novedad no venía a menos. La ave que aparecía en ambos áureos se trataba, ni más ni menos, que del fénix.
Los orígenes del fénix grecorromano – El emperador Adriano no fue el primero
Evidentemente, Adriano no dio a conocer por primera vez dicha ave mítica a las gentes del imperio. De hecho, era bien conocida en el mundo griego desde hace bastante tiempo.
El primer autor clásico que habló de este animal fantástico fue Heródoto (ca. 484-425 AEC), por algunos conocido como el «padre de la Historia” (23). En su obra contó que lo había visto nada más que en pintura, describiéndolo en consecuencia así:
“tiene las plumas de sus alas doradas y rojas, se asemeja mucho a un águila por su silueta y tamaño” (24).
Según narraba, el fénix viajaba cada 500 años desde Arabia a Egipto para llevar el cadáver de su progenitor al santuario del dios del Sol en la ciudad de Heliópolis (25). Era curioso el modo en que lo hacía:
“primeramente da forma a un huevo de mirra todo lo grande que puede llevar […], hace entonces un agujero en el huevo y mete en él a su padre, emplastando con la mirra […]. Una vez emplastado el agujero, transporta el huevo al santuario de Helios en Egipto” (26).
El ave bennu en Egipto
La estrecha relación entre el fénix y Egipto que vemos en Heródoto nos muestra que este mito bebe en parte de la figura del bennu. En la antigua religión egipcia, era un pájaro divino considerado como la hipóstasis o el espíritu ba (27) de Ra, el gran dios de la creación y del sol (28). De hecho, algunos textos egipcios hablan del bennu posándose en el árbol sagrado en el templo del Sol en Heliópolis (29).
También el ave bennu desempeñaba una importante función en el viaje del alma por el más allá. En líneas generales, resultaba en un guía y protector que favorecía al difunto el tránsito de un mundo a otro y que así pudiese llegar ante Osiris (30).
Así pues, el mito del fénix fue gestándose conforme los contactos entre el mundo griego y Egipto aumentaron. Algunas de sus características fueron tomadas del bennu, mientras que otras eran ajenas al trasfondo egipcio (31).
El fénix en Roma antes de Adriano
Según la Historia Natural de Plinio
El primero en hablar sobre el fénix en el mundo romano (y que ha podido llegar hasta nosotros) fue Plinio el Viejo (23-79) (32). Este básicamente seguía a Heródoto en su descripción, pero aportando más detalles. Por ejemplo, enfatiza el hecho (ausente en Heródoto) de que fénix no había más que uno en todo el mundo (33).
Dice sobre su apariencia:
“Se cuenta que es del tamaño de un águila, con el brillo del oro en torno al cuello y el resto de color púrpura, con plumas rosas que adornan su cola azulada y con el ennoblecimiento de crestas en la garganta y de un copete de plumas en la cabeza” (34).
Es también bastante detallado en lo respectivo a la muerte y reproducción del fénix, al cual da una edad máxima de 540 años. Cuenta así:
“al envejecer, hace un nido con ramitas de canelo e incienso, lo llena de aromas y muere sobre él. Después, de sus huesos y médulas nace primero como una larva y de él a continuación resulta el polluelo, y lo primero que hace es rendir las honras fúnebres a su predecesor” (35).
Pero además, la muerte del fénix tiene una implicación significativa. Como sigue contando Plinio, ese suceso marcaba el cumplimiento de un Gran Año. Esto suponía, en consecuencia a concepciones astrológicas de la época, que los signos del zodíaco retornaban a sus posiciones originales en el cielo (36).
La versión de Cornelio Tácito
Un último autor romano que habló sobre el fénix fue el historiador Tácito (55-120) (37). Seguía lo ya dicho por Heródoto y Plinio, si bien vale la pena conocer su versión de la defunción de esta ave legendaria:
“Cuando la muerte se le acerca, se dice que construye su nido en su tierra [Arabia] y que le infunde la energía generadora de la que surge su sucesor; que cuando éste se desarrolla se ocupa ante todo de sepultar a su padre […]. Toma sobre sí el cuerpo, lo transporta al altar del Sol y allí lo quema” (38).
El poder de un símbolo
En base a las circunstancias del momento por un lado, y a lo que transmitían los autores antiguos por otro, es fácil deducir por qué Adriano quiso escoger el símbolo del fénix para ser representado en aquellos áureos.
Sin duda el nuevo emperador tuvo que conocer sobre la imagen y las implicaciones del fénix durante su estancia en la parte oriental del imperio, poco antes de subir al trono (39).
Es plausible suponer que esta ave mítica tuviese un simbolismo geográfico: los autores clásicos la asociaban a las tierras orientales de Egipto, Arabia y Fenicia (40). Recordemos en este punto que fue precisamente en el este donde tuvo lugar el cambio de gobierno. Sin embargo, dicho simbolismo vendría a ser secundario.
El mensaje principal que transmitían aquellas monedas era bastante claro. Mediante el fénix, Adriano quiso expresar su piedad filial para con Trajano, manifestar así el lazo que unía al nuevo emperador con el antiguo y por tanto su legitimación (41). Otra interpretación, complementaria a la anterior, es que el fénix significaba también el tránsito del difunto emperador a la condición divina por medio de la celebración de su funeral y apoteosis (42).
Así pues, elementos de las antiguas religiones grecorromanas, tanto animales míticos como divinidades, no sólo eran objeto de veneración y de las más diversas creencias. También constituían la fuente de sugestivos discursos en consecuencia al contexto en el que eran empleados para tales fines.
Echa un vistazo a nuestra nueva web: Revista de artículos online de Historia.