¿Quién no ha escuchado en los último años hablar sobre el llamado «síndrome de Diógenes»? Cuando una persona acumula numerosos objetos inútiles en su casa, comienza a aparecer este problema. Por otro lado, eso de «Diógenes» suena muy a griego. Y así es, porque Diógenes era un griego. No obstante, como popularmente se piensa, este hombre no acumulaba basura, todo lo contrario. Y lo que es más curioso: fue de las pocas personas que hizo frente a Alejandro Magno.
Los comienzos rebeldes de Diógenes
Muy a finales del siglo V a.C. nació en Sínope (actual Turquía) un pequeño que recibió el nombre de Diógenes. Hijo de un adinerado banquero, Diógenes comenzó a cuestionar la sociedad y los valores de su momento. Así, hacia el 370 a.C. comenzó su rebeldía: su primer acto fue el de falsificar la moneda de su ciudad, que le trajo como consecuencia el destierro (1).
A partir de ese momento, comenzó a deambular de aquí para allá, hasta que fue a parar a Atenas. Esta ciudad estaba viviendo el auge de su etapa filosófica, por lo que nuestro protagonista comenzó a relacionarse con Antístenes, el fundador de la llamada escuela cínica filosófica. Esta corriente se caracterizaba por la renuncia a los bienes materiales y a los placeres sensuales (2). Hasta aquí bien, lo que pasa es que Diógenes decidió llevarlo mucho más allá.
Diógenes: uno de los primeros antisistema
Diógenes empezó desde ese momento a llevar un vida natural, es decir, lo más acorde posible a la naturaleza, llegando incluso a imitar a los animales. Iba deambulando por la ciudad con un aspecto sucio, desgreñado, sin lavarse ni afeitarse. Sus únicas posesiones eran una túnica (que incluso utilizaba para arropare) y un zurrón. Por tanto, eso que se cuenta de que acumulaba más y más posesiones, poco.
Es más, por no tener, no tenía ni casa, ya que dormía en una tinaja y comía carne cruda. De hecho, una de las pocas cosas que tenía era un vaso. Un día, al ver que un muchacho bebía agua utilizando la palma de su mano, sacó su vaso del zurrón y lo arrojó diciendo: «un muchacho me gana en simplicidad» (3). Pero hay más, mucho más.
Tenía también por costumbre ventosear (lo que todos conocemos como tirarse un buen pedo) ruidosamente en cualquier lado; orinar y hacer caca donde fuera; e incluso a masturbarse en público mientras gritaba «ojalá fuera tan fácil quitarme el hambre con tan sólo frotarme la tripa» (4).
En realidad, detrás de todo esto no estaba más que su doctrina filosófica, y era seguir reivindicando la forma natural que debería tener el ser humano de vivir, ya que lo concebía como un animal más. Se reía de las artes, las ciencias y las religiones. De hecho, en una ocasión a plena luz del día, encendió un farol y decidió pasearse por Atenas gritando que buscaba hombres. Si alguno se le acercaba, le daba golpes con su bastón exclamando: «¡He dicho hombres, no desperdicios!» (5).
Cara a cara con el amo de medio mundo
Los antiguos llegaron a contar que en una ocasión, Diógenes pudo verse cara a cara con Alejandro Magno. El conquistador macedonio andaba de ruta visitando sus recientes conquistas, en esta ocasión Corinto, donde había ido a parar Diógenes. Al parecer, Alejandro se interesó por la forma de vivir del filósofo, y decidió ir a buscarle para conocerle.
Diógenes se encontraba en un rincón de la ciudad, tomando el sol. Alejandro Magno se acercó entonces a él y le dijo «pídeme lo que quieras, porque yo puedo dártelo». Diógenes se lo quedó mirando, y le contestó «apártate de donde estás, que me haces sombra y me quitas el sol». Alejandro, impresionado, sólo pudo decir una cosa «si no fuera Alejandro, yo quisiera ser Diógenes» (6).
¿Verdad o mito?
Es por todo esto que tanto Diógenes como sus seguidores, más que pensadores eran vistos como unos provocadores que solo buscaban llamar la atención (7). Por supuesto, la mayor parte de estas historias están a galope entre la verdad y el mito. Ejemplo de ello son las numerosas versiones que hay acerca de cómo murió. Algunos dicen que murió al comerse un pulpo vivo. Otros, que fue él mismo el que decidió morir, ya que aguantó la respiración hasta quedar sin vida.
Al parecer sus últimas palabras fueron: «cuando muera, echadme a los perros, pues ya estoy acostumbrado» (8).
No te pierdas más artículos interesantes en nuestra revista Khronos Historia.