A todo el mundo le gusta Egipto, esa tierra árida, misteriosa y llena de monumentos. Pero lo que más llama la atención son las momias, ya sea por el interés científico o por el puro morbo de ver a alguien que lleva seco más de dos mil años. Pero, ¿cómo se han podido conservar con el paso del tiempo? ¿Qué significaba para ellos la momificación? Y sobre todo, ¿qué pasos seguían para llegar a ese resultado?
Antes de todo hay que decir algo importante, y es que querido lector, debes ponerte en la mentalidad de un antiguo egipcio. Su creencia religiosa les llevaba a pensar que el cuerpo del difunto debía ser conservado para poder alcanzar la vida en el Más Allá. Esto condujo a los egipcios a buscar medios para conservar el cuerpo y evitar su descomposición. Podría decirse que la muerte se trataba simplemente de un viaje necesario para alcanzar la vida eterna.
Papel importante en todo este proceso juega el dios Anubis, pues según la mitología egipcia momificó el cadáver del dios Osiris. La importancia de ambas deidades en el proceso de muerte y momificación era muy grande. Anubis, por ser el dios del embalsamamiento. Osiris, por ser la prueba de la resurrección y la vida eterna (1).
Por cierto, dato importante: como todo en esta vida, la momificación no era gratis, tenía un alto coste. Es por ello que, dependiendo del nivel socioeconómico del difunto, el propio taller de momificación ofrecía unos servicios u otros a la familia (2). Si la familia era pobre le daban los servicios mínimos y finiquitado. Como puede observarse, el negocio de las funerarias y sus elevados precios no es algo de ahora.
La preparación de la momia
Primero: sacar brillo al cuerpo y algún paso macabro…
Durante todo el proceso de momificación un sacerdote vestido con la cabeza del dios Anubis recitaba las instrucciones y fórmulas religiosas en cada etapa del proceso. No hay que olvidar que la momificación es un proceso ritual, y por lo tanto, puramente religioso (3).
El primer paso tras la muerte del difunto era el desnudo y lavado de su cuerpo. Es lo que tiene morirse, que uno ya no puede lavarse por sí solo y necesita ayuda.
Se procedía entonces a una labor nada agradable de contemplar: colocar boca arriba al difunto en una mesa de operaciones, para proceder a romperle el hueso de la nariz (4). Así, se podía introducir por ésta un gancho con el que extraer el cerebro (5).
Segundo: el paso más «asquerosito»…
A continuación venía uno de los rituales más importantes, la extracción de los órganos: mediante una incisión en el lado izquierdo del vientre, se sacaban intestinos, hígado, estómago y pulmones. ¿Y con esto qué hacían? Fácil, lo desecaban en natrón, como si fueran jamones (6), para después ser vendados y depositados en los llamados vasos canopos (7). Sin embargo, el corazón era vendado y colocado de nuevo en su sitio. ¿Para que no se perdiera? No, porque principalmente los antiguos egipcios pensaban que en dicho órgano se encontraba la sabiduría (8).
Es probable que, a simple vista, nos pueda parecer algo extraña su idea de que la sabiduría resida en el corazón. Pero, piénsalo bien, no es tan distinta a nuestra concepción. El ser humano actual sabe de sobra que los sentimientos, como el amor, la tristeza o la bondad, no residen en el corazón. Pero sí utilizamos expresiones como por ejemplo: “tienes un corazón de oro” o “jope tía, estoy fatal, me han roto el corazón”.
Volviendo a nuestro tema… Es entonces cuando entraba en juego uno de los rituales más misteriosos y sorprendentes de los egipcios: la apertura de la boca. Se trataba de una ceremonia por la que, con un cuchillo de hoja, se debía tocar cada uno de los orificios del difunto (oídos, boca, ano, etc.) o de una estatua que lo representara (los egipcios eran muy finolis). El objetivo era que la futura momia pudiera de nuevo oír, comer, defecar, hablar y mantener relaciones sexuales cuando se encontrara en el Más Allá (9).
Tercero: estar más seco que una momia…
El siguiente paso consistía en, una vez lavado el interior del cuerpo, desecar el cadáver cubriéndolo con natrón durante cuarenta días, de modo que absorbiera toda la humedad. Pasado este periodo se le devolvía al difunto un aspecto más “natural”: el interior del cuerpo se rellenaba con pequeños sacos de aromas y cebollas (para dar un buen olor y mantener la forma), y en los ojos se colocaba una tela sobre la que estaban dibujados unos ojos (10).
Cuarto paso: Vendaje y amuletos
A continuación, se procedía al paso más célebre: vendar el cadáver. Y no, la venda no se colocaba al tuntún, sino que seguía un orden: primero la cabeza, para seguir más tarde con el tronco, y bajar a la pierna izquierda, después la derecha, y se terminaba conlos brazos (11). No parece fácil, por lo que para los egipcios desenrollar el cable de las luces del árbol de Navidad debía ser pan comido.
Al mismo tiempo del vendado, se colocaban sobre la momia distintos amuletos y objetos mágicos que ayudarían al difunto en su viaje hacia el Más Allá. Los egipcios eran muy supersticiosos y, de hecho, su influencia ha llegado hasta nuestros días. Por ejemplo, un amuleto que ya usaban ellos y que actualmente está muy extendido, es el célebre Ojo de Horus.
Resto del proceso de momificación
El resto del proceso ya es conocido por todos: se colocaba a la momia en su ataúd, se llevaba a la tumba mediante una procesión, y al cabo de dos mil años era descubierta por algún Indiana Jones que, por haber perturbado la paz del difunto, desataba una maldición.
La momificación de animales
Para terminar, cabe añadir que la momificación no se aplicaba sólo a los seres humanos, sino también a los animales, y a las mascotas. Así, perros, gatos y monos, eran enterrados junto a su dueño, de modo que ambos pudieran disfrutar juntos de la compañía del otro en el Más Allá (12). Una imagen entrañable donde las haya.
También eran momificados los animales considerados sagrados. Los egipcios pensaban que algunos de los animales que formaban parte de su vida cotidiana eran la personificación de algún dios (por ejemplo el cocodrilo o el toro). De esta manera, el animal era cuidado y alimentado hasta el día de su muerte o sacrificio, y cuando dicho momento llegaba, el divino animal era embalsamado y enterrado con joyas, no fuera a ser que le hicieran falta en el Más Allá (13).
Conclusión
Ahora que conocemos el significado de la momificación, podemos llegar a una conclusión: a pesar de que hayan pasado decenas de siglos, la idea de Más Allá y de los rituales, apenas ha cambiado.
De acuerdo, ahora no se sacan los órganos y se ponen en pequeños vasos, ni se venda el cuerpo del difunto. Sin embargo, sí que se sigue lavando el cadáver y preparándolo para la otra vida, al igual que se le maquilla para que tenga un mejor aspecto. ¿Acaso no pronuncia un sacerdote unos versos de la Biblia antes de dar sepultura al cuerpo? ¿No se le entierra al muerto con objetos de su vida cotidiana, como por ejemplo un anillo? Que por cierto, no es muy recomendable, ya que como en el Antiguo Egipto, también hoy hay saqueadores de tumbas.
Pensándolo bien no es tan distinto a la actualidad, a pesar de que hayan pasado más de dos mil años. La respuesta ante la muerte sigue siendo la misma: preparar al difunto para lo que viene después.
Hola, buenos días Jorge, me gustaría saber en que año has escrito ‘Cómo hacer una momia, paso a paso’.
Muchas gracias, un saludo.