La Historia de España esconde personajes que marcaron un antes y un después en los más diversos ámbitos. Sin embargo, muchos han sido condenados al olvido por su origen o por su sexualidad, borrados de la Historia y marginados del canon. Este es el caso del protagonista de hoy, José Pérez Ocaña (de aquí en adelante, solo Ocaña). Una figura clave en el franquismo tardío y en los primeros albores de la transición a la democracia, que fue una verdadera explosión lúdico festiva en medio de una sociedad gris en blanco y negro (1).
Y como todas las buenas historias, es pertinente empezar por el principio. Para ser exactos, en el pueblo sevillano de Cantillana, casi rozando la mitad del siglo XX…
El nacimiento de la diosa Ocaña
Ocaña (2), más conocido como Pepe en su pueblo, nació cuatro horas antes que su hermano mellizo Jesús (3). El cuarto de seis hermanos, pertenecía a una familia humilde. Su padre, antiguo barquero (4), era albañil y su madre, costurera (5). Los mellizos se criaron con la tía María, soltera. Ella, junto con su hermana Luisa y otra vecina del pueblo (6) serían las mujeres más admiradas y queridas por Ocaña.
El joven, desde siempre, era un niño tímido y callado, con una especial sensibilidad y, aunque inteligente, no prestaba atención a los estudios. Prefería dibujar y evadirse de aquel mundo rural hostil, que lo atacaba y no lo entendía y de una educación en la que no podía desarrollarse (7).
En este contexto, le tocó apuntarse al Frente de Juventudes de la Falange, con la promesa de ver el mar (aunque no lo conocería hasta que no hizo la mili el Cádiz) (8). Sin embargo, Ocaña solía pasar más tiempo con las integrantes de la Sección Femenina, dado que los eventos que organizaba (talleres de teatro, manualidades…) eran la única animación cultural de su pueblo (9).
«Me cabreé y yo le dije [al maestro]: mira, ahora que ya soy mayorcito me borras rápidamente de esa monstruosidad [el frente de juventudes], que no quiero estar apuntando en ningún sitio» (10)
Ocaña prefería pasar las tardes con los grupos de manteras, criticonas y sabihondas a las puertas de las casas y sentadas en las plazas de Cantillana antes que con los chicos pegándose y probando su fuerza.
Al pasar la barca, me dijo el muerto barquero, mi niño es jornalero
Cuando cumplió 12 años, su padre murió tras una larga enfermedad. Ocaña abandonó el colegio para ayudar a la economía familiar y entró a trabajar como jornalero (11). Esta fue una de las etapas más duras para Ocaña, pues su débil constitución le hacia objeto de burlas por sus compañeros.
Poco después, pasó a trabajar como peón de albañil con su tío (12). Es aquí donde tuvo su primer contacto con el manejo de las pinturas. Con la pintura trataba de solventar los problemas que le planteaba en Cantillana su exagerada sensibilidad y el hecho de que le gustasen los hombres.
Las confesiones al cura del pueblo no provocaban más que que se sintiese culpable de su homosexualidad, que asumió desde bien pequeño (13). Pese a este rechazo, la religiosidad será fundamental tanto en la vida como en la futura obra de Ocaña.
Ocaña y el color de los mantones
El pique entre las dos hermandades cantillanas (La Asunción y La Pastora) fue también clave para Ocaña (14). Todo el mundo de las procesiones y los pasos le sirvieron para dar rienda suelta a su creatividad, pese a que era un ámbito circunscrito solo a las féminas. La mujer de Cantillana, con peineta, mantilla, mantones bordados y joyas es protagonista en el imaginario ocañí (15).
Con 17 años, Ocaña llegó a ser un gran pintor «de brocha gorda», muy trabajador (16). Con su sueldo ayudaba a su familia y, lo que iba ahorrando, lo empleaba para comprar materiales de pintura. Su primer taller lo tuvo en la casa de la tía María, en quien encontró refugio, cariño y comprensión.
Gracias a la dirigente de la Sección Femenina (17), Ocaña descubrió y aprendió la que sería su otra gran pasión: el teatro. Su hermana contribuyó a este gusto, dado que solía ser la protagonista de las representaciones teatrales locales, que Ocaña imitaba.
Ocaña se interesó por el mundo audiovisual a raíz del rodaje de El padre coplillas (1968), una película musical en la que participó a escondidas como extra (18). Junto con otros conocidos, se propuso rodar un corto en súper 8. El resultado, experimental y surrealista, es la primera manifestación de algunos de sus fetiches. Sin embargo, el corto no tuvo ningún éxito (19).
¡Ay! Ocaña y la voz secreta del amor oscuro…
Con 21 años recién cumplidos a los mellizos les tocó cumplir el servicio militar. Los tres primeros meses los pasaron en Cádiz, donde Ocaña conoció el mar. Pero la vida militar no era para nada del agrado de Ocaña, que trató de librarse alegando una deformación en los pies. La jugada no solo no surtió efecto, sino que encima pasó un tiempo castigado en el calabozo (20). Luego le destinaron a Madrid, al Ministerio de la Marina (21). Su hermano subirá después. Pese a que Madrid era una ciudad que no le gustaba demasiado, aprovechó para empaparse de los museos y de los grandes maestros de la pintura.
Desde Madrid le escribió a su hermana Luisa, reconociendo su homosexualidad. Fue en Madrid donde mantuvo una tormentosa relación con uno de sus compañeros de la mili. Cuando su hermano llegó a Madrid, se encontró a un Ocaña que se estaba volviendo loco (22). Su preocupante estado psicológico hizo que el comandante le mandase a Sevilla y lo ingresase temporalmente en un centro psiquiátrico.
Esto fue el culmen de una vida de represiones y marginación que cambiará el curso de la relación con sus paisanos (23)
Se aisló en casa de la tía María y se dedicó a preparar su primera exposición basada en un sueño que tuvo en la mili, sobre Vírgenes y entierros. La exposición, con un cierto componente performativo, fue un completo fracaso y desde ese momento fue tachado de loco. Dos años después, terminó el servicio militar obligatorio en Madrid. Aprovechó el viaje para hacer una exposición en frente del Museo del Prado y otra en la Plaza de Santa Ana (24). Pero no le duró mucho, ya que fue motivo de escándalo público.
Romeo y Julieto
Fue ahora cuando se enamoró de Manolo. Sobrino del alcalde de Cantillana, Manolo era antiguo seminarista, de perfecta educación, robusto, deportista, sensible y con el componente intelectual que a Ocaña le faltaba.
«Los dos salían al campo, pasaban tardes y noches juntos… se querían pero no se atrevían a dar el paso hacia una relación amorosa» (25)
Sin embargo, ser homosexual en un pueblo como Cantillana no era fácil. Manolo, incapaz de soportar la situación y la clara oposición de su familia por su relación con Ocaña, se suicidó con 20 años. Si ya de por sí Ocaña estaba en un momento delicado, esto fue un durísimo golpe. Por supuesto, la gente del pueblo achacaba a su prohibida relación el suicidio de Manolo. Así, la convivencia en el pueblo se hizo cada vez más insoportable.
Ocaña intentó evadirse: con la pintura, asistía a clases de adultos para completar sus estudios, pero se sentía cada vez más excluido. Ya había probado el viento de la libertad en Madrid y no podía volver atrás. Tanto sus amigos como familiares le animaron a viajar a Barcelona, pero Ocaña seguía siendo un chico muy tímido y callado. Un buen día, le dijo a su profesor de las clases para adultos que se marchaba a Barcelona, que allí no podía realizarse (26). 1971 sería un año clave para él.
Un nuevo comienzo para Ocaña
Los primeros meses de su etapa en Barcelona los pasó en casa de unos vecinos de Cantillana que habían migrado hacia allí, junto con su hermano Jesús. Después de dar tumbos para encontrar un trabajo con el que subsistir (27), volvió a ser pintor de paredes. Asimismo, para formarse en sus aspiraciones artísticas, se matriculó en una academia de arte y en el taller de un famoso pintor (28).
Si bien los hermanos consiguieron independizarse, su relación fue cada vez peor. Ocaña se sentía controlado por su mellizo, quien además no aceptaba ni su homosexualidad ni las nuevas amistades y lugares que frecuentaba. A esto hay que sumarle las constantes peleas ideológicas entre el espíritu libertario y anarquista de Ocaña y la convicción y militancia comunista de Jesús (29).
La canción del «divino andaluz que quería ser pintor» (30)
Fue ahora cuando Ocaña tuvo su primera relación sentimental sin ocultarse. José Manzano, recién divorciado de su mujer, es el hombre con quien compartirá algo más que un piso nuevo (31).
Ocaña empezará a vivir con libertad su homosexualidad y se dará a conocer en los lugares de ambiente gay. Fue en uno de estos locales donde conoció a una pareja que se convertirá en grandes amigos: el empresario y anticuario José María Caralt y a un joven estudiante de Bellas Artes, Frances Rius Castell.
Gracias a ellos, alimentó su formación académica y obtuvo el impulso que le faltaba para su carrera como pintor. Además, le acogieron en su casa tras la ruptura con Manzano (32). También le presentaron a las galeristas francesas (33) que tanto apoyarán la obra de Ocaña en el verano del 73.
El desparpajo del andaluz conquistó tanto a la «gente bien» de la «alta cultura» de Barcelona como a las putas, chulos y otros marginados de Las Ramblas. Fue aquí, en la Plaza Real, donde encuentró su espacio propio. Su piso en el «Montmartre barcelonés» fue un punto de referencia en el ambiente de la Movida de Barcelona.
Ocaña y Camilo
En este año participó en su primera exposición colectiva de pintura (34) y comenzó a hacer actuaciones en varios sitios de Barcelona. En el Café de la Ópera conoció a Camilo, andaluz también y con una historia parecida a la de Ocaña (35). El flechazo y la química entre ellos es casi instantánea. Desde este momento, Camilo será su perfecto acompañante en sus acciones, provocaciones y exhibiciones.
Ocaña: el ángel travestido de Las Ramblas
Si hubo un año importante para Ocaña este fue 1975. Durante su viaje a París se enteró de la muerte de Franco. El fallecimiento del dictador desató un boom libertario que se esperaba con ansias.
Ocaña celebró su primera exposición individual en tierras catalanas, en Tarragona (36). Y comenzó a desatar sus perfomances. Su primera aparición pública documentada recoge a Camilo y a Ocaña vestidos de ángeles pintando grandes lienzos frente al Café de la Ópera (37). Pero parece que este arte «moderno» no gustaba demasiado a las fuerzas del orden, así que el día acabó con visita al calabozo.
Con la compañía de Camilo y de Nazario, completaron el «corral de vecinas de la reina Ocaña», que se ocupó de reactivar la vida de Las Ramblas (38). Aquí, Ocaña creó su propio personaje, donde el vestuario supuso un elemento fundamental. Ocaña mezcló prendas de hombres y mujeres de distintas clases sociales, entre las que reforzó su origen campesino (39).
Ocaña: cuando la reivindicación también puede ser lúdico-festiva
En 1976 el movimiento gay de Barcelona logró organizarse bajo los principios de la Plataforma para la Liberación homosexual del Front d’Alligerament Gai de Catalunya (FAGC) (40). El frente se encargó de organizar y convocar la primera manifestación gay en Barcelona el domingo 26 de junio.
«Libertad sexual, amnistía total» (41)
Allí se presentó Ocaña, travestido y alegre, junto con Camilo. Fue una de las cabezas más visibles. Sin embargo, dentro del movimiento había sendas discrepancias. Parecía que el componente colorido y festivo no debía tener cabida. La policía disolvió al poco la manifestación muy duramente.
Un año después, se organizaron las Jornadas Libertarias Internacionales en el Parque Güell (42), que resultaron un éxito. Parte se debe a los espectáculos que Ocaña y sus acompañantes preparaban después: fandangos, striptease, mítines paródicos (43)… Pese a que los organizadores lo permitieron, a la CNT no le hizo especial gracia que el centro de las Jornadas hubieran sido Ocaña y sus amigos.
Sus transgresoras y reivindicativas actuaciones dejaron en segundo plano su obra (44). Por ello, en los años consecutivos, intentó darse a conocer en el mundo artístico. Su verdadero estreno fue con Un poco de Andalucía, en la galería Mec-Mec (45).
Ocaña, retrato intermitente (46)
Ventura Pons dirigió el filme sobre Ocaña que de verdad lo presentó «en sociedad», tanto nacional como internacionalmente. El estreno en 1978 en los cines Maldá (la Filmoteca) cosechó un éxito inesperado tanto por el director como por Ocaña.
El recibidor del cine estaba cubierto de flores. El incieso era el símbolo de un personaje que se atrevió a mezclar su amor por las tradiciones populares con la necesidad de provocación (47)
Si hay algo que se ha querido destacar, es la dignidad y respecto a la hora de representar el mundo de los marginados y de los travestis en el que se movía Ocaña (48). Ocaña, retrato intermitente se presentó en varios festivales internacionales de cine. Ocaña aprovechó el empujón del documental para dar a conocer su obra artística.
El «Max Estrella» de Barcelona (49)
Durante la verbena de Sant Jaume (el 24 de julio) a la policía municipal se le cruzaron los cables y detuvo a Ocaña, Nazario y un amigo fotógrafo. Los tres, travestidos, estaban acusados de escándalo público (50).
Ocaña trató de resistirse y se llevó una soberana paliza de propina. Desde allí, los llevaron a la Modelo, la cárcel por excelencia. La policía quería usar a Ocaña como ejemplo de escarnio público, pero su popularidad desató un fuerte impacto mediático que pedía su liberación.
Se organizaron varias manifestaciones y, gracias a la intervención de un amigo diputado (51), liberaron a los tres días a Ocaña y sus compatriotas. Ocaña inmortalizó su breve estancia en la Modelo en algunas pinturas sobre papelillos de fumar (52). Los otros presos políticos lo recibieron como a un héroe. Cuando salió, lo arroparon con claves, gritos y abrazos.
La gloriosa diosa Ocaña (53)
A la par que Ocaña rebajaba su faceta más exhibicionista, explotaba la artística. Gracias al gran impacto mediático de Ocaña, retrato intermitente pudo vivir de su arte y exponer en galerías reconocidas tanto en España como en otros países como en Francia (54). La temática religiosa, las vírgenes de Cantillana, los óleos, las acuarelas, los montajes y la interacción con la escenografía son los aspectos clave para entender el arte ocañí (55).
Una de las acciones performativas más sonadas de su carrera fue la que realizó sobre el muro de Berlín. Maquillado como una puerta y con un mantón de manila, Ocaña increpó a un maniquí de Marilyn Monroe que anunciaba golosinas en un cine de Berlín. Al otro lado, la policía soviética permanecía atenta para responder ante cualquier movimiento en falso (56).
A la vuelta, desde su piso-taller en la Plaza Real, preparó una de las exposiciones más importantes: La Primavera. El objetivo era realizarla en un entorno sacro, en la capilla del antiguo Hospital de la Santa Cruz en Barcelona (57). Mientras en la ciudad agonizaba la Movida de Barcelona y se teñía de un manto gris, Ocaña quería pintarlo todo de colores. Así lo dejó claro en el mural de La esperanza en la escuela de Cantillana, dedicado a los niños.
«Permaneced siempre niños. ya que el día que dejéis de serlo, habréis dejado de vivir» (58)
El rey Sol vuelve a casa
Sin embargo, parece que algo preocupaba a Ocaña. Su salud, cada vez más delicada, le impulsó a darse prisa por pintar. Dejó los óleos para optar por los acrílicos, de secado rápido (59). Las exposiciones y el ritmo frenético del trabajo lo agotaron. Sus visitas al pueblo eran cada vez más frecuentes y decidió tomarse un descanso y retirarse temporalmente a Cantillana durante el verano del 83. Si bien le seguían tachando de raro y extravagante, las nuevas generaciones lo esperaban con ansias para oír sus aventuras (60).
Ocaña decidió quedarse a ayudar a sus vecinos a preparar la Semana de la Juventud con un pasacalles con cabezudos y bulla infantil. Él se preparó un traje de sol con papel de seda y un bastón con un sol de papel maché coronado con bengalas (61). Aquel desfile sería su última gran actuación.
Cuando Ícaro besó al sol
El cometa que llevaba a modo de estandarte prendió aquel 24 de agosto (62). El traje de tiras multicolores sería la fatídica túnica de Heracles que lo mataría. Él, la fiesta eterna, se quemó con apenas 36 años (63). Aunque la gente intentó apagar el fuego, ya era demasiado tarde. Las quemaduras consumieron el 35% de su cuerpo y, tras varios días en el Hospital, falleció el 18 de septiembre (64).
La muerte de Ocaña fue un duro golpe para el movimiento gay y marcó el fin de una era de lucha por nuevos objetivos sociales. El impacto mediático de su muerte es realmente llamativo si se tiene en mente que, desde el mundo institucional, apenas se reconoció su figura (más allá de una celebración por el primer aniversario de su muerte) (65).
Se apagaba la Beata, una explosión de color, un provocador y defensor de los derechos de los homosexuales. En lo que respecta a su muerte, si bien la versión oficial sostiene que a las quemaduras se sumó una hepatitis mal curada, algunos de sus colegas afirman que pudo tener sida (66). Dejó un gran proyecto sin mostrar, varias exposiciones pendientes y un recuerdo en Las Ramblas. Quizá lo patético de su muerte ayuda a entender la fama del personaje.
Luna y Sol. Lorca y Ocaña
Algunos de los amigos de Ocaña subrayan el hecho de que el artista tuvo una premonición de su muerte. Un año antes, pintó Mi velatorio donde él, de cuerpo presente, era cuidado por ángeles que representaban a sus allegados y las Vírgenes de su tierra (67).
Si bien Ocaña buscaba distanciarse de la Luna como muerte de Lorca, él acabaría sometido por el sol con los gritos de Cantillana-Dédalo de fondo. Ambos, Lorca y Ocaña, andaluces y homosexuales, son la noche y el día de una sociedad que empezaba a despertarse tras la dictadura (68). Sin embargo, como con tantos personajes parecidos, Ocaña quedó condenado al olvido hasta prácticamente el 25 aniversario de su muerte (69). Hoy, como el Guadiana, su retrato aparece de forma intermitente.
«Los artistas son los mensajeros de la alegría» (70)
¿Te has quedado con ganas de más?
Una de las performances de Ocaña. Procesión de La Macarena ocañí:
Entrevista de Jesús Quintero a Ocaña en su programa El loco de la colina (solo audio):
Ocaña en RTVE, «La Movida de Las Ramblas»:
Además, Nazario Luque le dedicó su cómic Alí Babá y los cuarenta maricones y María Dolores Pradera cantó el Romance a Ocaña de Carlos Cano.
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