A lo largo de la Historia de España, han sido varias las dinastías que han ostentado la corona real. Posiblemente, la más mítica, y por tanto romantizada, fue la etapa de los Austrias. Normal, esos personajes de cabezas apepinadas con boquitas de piñón gobernaron medio mundo durante dos siglos redondos. Y claro, dos siglos dan para mucho. Salieron algunos buenos y otros, bastantes más, un poco pochos. En este caso vamos a hablar de un término intermedio. Uno que fue buen tipo pero no pudo gozar de una mínima salud. Hablemos de Baltasar Carlos, el primer heredero de Felipe IV.
¡Aleluya, un niño! ¡Y vive! – El nacimiento de Baltasar Carlos
Corría el año 1629 cuando por fin Felipe IV vio nacer un heredero varón. Hasta el momento, su esposa Isabel de Francia le había dado cuatro niñas, siendo la que más había durado la tercera, que sobrevivió tan solo dos añitos. (1)
Para el nombre, se decidió sortear entre los tres de los reyes magos. Así se entiende que un niño más rubio que el trigo acabara llamándose Baltasar. Se decidió que sus padrinos fueran sus tíos Carlos y María. El primero, heredero hasta el momento, era un Austria curioso de los que merecen un artículo aparte (2). La segunda, llegó a ser emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y Reina de Hungría. (3)
En cuanto a su educación, fue encargada a la mujer del Conde-duque de Olivares (4), quién estaba realmente interesado en mantener su círculo de influencia las máximas generaciones de reyes posibles.
Parecía que se garantizaba la continuidad de los Austrias, al menos por una generación más.
Este niño no está muy fino – La infancia de Baltasar Carlos
Los años pasaron rápidamente y el niño fue creciendo entre algodones. Pronto, se percibió que la salud del crío no era precisamente la de un roble. Sufría de fiebres recurrentemente y flaqueaba de fuerzas. Pese a todo, con todos los cuidados de los que gozaba, pudo salir más o menos adelante.
Debido a su floja condición física, el crío desarrolló su cerebro. Se dice que mostró gran afición por la lectura y que aprendió perfectamente italiano, francés y latín. No se descuidó tampoco su formación política, tal y como demuestran los libros de consejos que le daba Olivares.
En cuanto al resto, se supone que Baltasar Carlos fue un niño medio normal, con mucho tiempo libre para jugar, algo indispensable en la formación de un crío. Como curiosidad, también tenía su vena gamberra, ya que por lo visto uno de sus pasatiempos favoritos era capar a los gatos del palacio. Igual era alérgico y los odiaba, o tal vez era un sádico, quién sabe. Esta letrilla del almirante de Castilla lo demuestra:
«Príncipe: mil mentecatos murmuran sin Dios ni ley,
de que habiendo de ser el Rey
os andéis capando Gatos
y así yo de vos espero
que tan diestro quedaréis
que, en siendo grande, capéis
al gato más marrullero. » (5)
Con amigos todo es más fácil
Como ya mencionamos en otro artículo, la corte de los Austria se caracterizaba por acoger a una cantidad considerable de locos, enanos y bufones. Tenemos constancia de que dos de ellos estuvieron al servicio del príncipe.
El primero era Francisco Lezcano, un vizcaíno enano que sufría de un ligero retraso mental y del que suponemos despertó un gran cariño de Baltasar Carlos. Estuvo con él desde el año 1634 hasta 1645. Hay hasta un cuadro en el que aparecen juntos. (6)
El segundo era Sebastián de Morra. Enano que servía en Flandes al Infante-Cardenal Fernando, hermano de Felipe IV, pasó a estar al servicio del príncipe tras la muerte de su dueño. A diferencia de Lezcano, este hombre era inteligente, y había vivido demasiado. Es probable que fuera un estimulante para el príncipe, ya que le acompañaba a cazar, le entretenía con sus historias, … (7)
Así, salió un niño social, cariñoso, atento. O al menos eso decía Quevedo. (8)
Baltasar Carlos, el imperio te necesita
Para el año 1640 Baltasar Carlos ya era un mozalbete. Había salido más o menos adelante y se podía esperar que llegara a la edad adulta. Desgraciadamente, el Imperio español empezó a resquebrajarse y fue necesario que saliera de los algodones de palacio para intentar salvar la situación.
Felipe decidió que, para evitar que los reinos de la península se separaran de la Corona, presentaría a su heredero en las diferentes Cortes para demostrar que la monarquía era fuerte y que más lo sería cuando llegara el turno de su hijo.
Para empezar, se trasladó a Aragón en 1645. Allí, un Baltasar Carlos de apenas dieciséis años se presentó frente a las Cortes aragonesas y juró, no sabemos si en catalán o castellano, preservar sus fueros. Las Cortes aprobaron al heredero y se iniciaron unas jornadas festivas, reducidas por el reciente fallecimiento de Isabel, esposa de Felipe y madre de Baltasar. (9)
Luego bajó hasta Valencia y repitió el mismo proceso. También fue aprobado por las cortes. Ya solamente quedaba subir hasta Navarra, ya que Portugal se había pirado y Cataluña andaba experimentando el centralismo francés de Luis XIII.
Dicho y hecho, los navarros también aprobaron al heredero. Se cuenta que allí, mientras presenciaba un partido de pelota se empezó a encontrar mal. Ya de vuelta otra vez en Zaragoza, se dieron cuenta que el príncipe se moría sin remedio.
Oremos hermanos
Ante la peliaguda situación, se convocaron varias procesiones para rezar por el alma del heredero. (10) Que si la Virgen para aquí, que si Cristo para allá, ayúdanos Diosito por favor, que se nos muere el crío y qué vamos a hacer. La cosa no parecía mejorar, Dios estaría ayudando a los misioneros de Nueva España o algo así.
Al final, ya perdida la esperanza, se le aplicó la extremaunción y una hora después falleció. Dijeron los médicos que fallecía de una violenta viruela. Los rumores, cosas peores.
Lo cierto es que Pedro de Aragón, criado de Baltasar Carlos, tras la muerte de éste confesó que, en su día, en Zaragoza, le había presentado al príncipe a una mujer de abrumadora belleza, de la que se sospechó que le había pegado alguna venérea. Aquella noche de placer había salido muy cara. La decisión fue desterrar a Pedro de Aragón. (11)
¿Venéreas congénitas?
Lo cierto es que es imposible conocer las verdaderas causas de la muerte del príncipe Baltasar Carlos. Es lo que tenía el pasado, pillabas un resfriado y te ibas a criar malvas. Pudieron ser mil cosas.
Una de las opciones más probables es que el pobre chaval arrastrara una venérea desde el momento de su nacimiento. Su padre, Felipe IV, es famoso por la cantidad de bastardos que dejó, una treintena. Nos podemos hacer una idea de la cantidad de amantes con las que estuvo. Con la insalubridad y los cuidados de la época no es de extrañar que el hombre, como mínimo, algo pillara. Y la sífilis estaba al orden del día.
Así pues, investigando sobre el asunto creo que no es ningún disparate pensar que Baltasar Carlos fuera sifilítico de nacimiento, consiguiendo con suerte y muchos cuidados llegar a la adolescencia. Ya en la última fase de la enfermedad, conocida como terciaria, aparecen erupciones que guardan un parecido con las de la viruela para los ojos no expertos. De ser así, la culpa no fue de nadie salvo de su padre, de quién recordemos tuvo una gran dificultad para que sus hijos sobrevivieran a los partos.
No future – Felipe IV vuelve a buscar sucesor después de Baltasar Carlos
Con la muerte de Baltasar Carlos era un volver a empezar para Felipe IV. Se le había muerto la mujer, se le había muerto el hijo y él ya tenía 41 años, que no eran pocos para la época. Como solución, se casó con la prometida de Baltasar Carlos, Mariana de Austria, que contaba con quince años.
Tras seis partos en once años nacía Carlos. De los cinco primeros partos sólo la primera hija llegó a la edad adulta. Los demás o muertos al nacer o al poco tiempo. Y Carlos, ay, Carlos. Carlos, futuro Carlos II, era un ser especial que si llegó a adulto fue por la intervención del divino, que igual en ese momento si que tenía sintonizada España en la tele y quería echarse unas risas para destensar.
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