La oscura noche se cernió sobre la ciudad del Tíber una vez que el dios Sol hubo arribado con su cuadriga en los límites occidentales del mundo. Una fría ventisca recorrió con silbante ligereza el desierto foro, cruzó los vetustos puentes de la capital y dejó atrás los pórticos de los templos, cuyos portones se encontraban cerrados a cal y canto. Por las calles de Roma no se encontraba casi ninguna persona. Antes bien, los romanos se habían cuidado de resguardarse en sus casas, pues aquel era un día negro (dies atri) sobre el que pesaban malos presagios (1). Lo que acontecería esa noche no era un asunto trivial, pues en las horas más oscuras las casas romanas se verían asediadas por la indeseada y temida visita de fantasmas y espíritus funestos.
Las lemurias…
La situación que se acaba de presentar puede que nos suene como poco, familiar, ¿verdad? Así como nosotros celebramos a día de hoy las fiestas de Halloween o la Víspera de Todos los Santos, los romanos tenían también sus propias ocasiones en las que el tema central era ese encuentro que se producía entre los mundos de los vivos y de los muertos. En determinadas fechas del calendario oficial se ponían así de manifiesto los distintos sentimientos que los romanos tenían hacia sus difuntos: respeto y veneración, pero no menos aún temor (2), tal y como tendremos ocasión de ver.
Sin embargo, hay notables diferencias entre unas fiestas y otras. Para empezar, el acaecer de la temible noche que aquí nos ocupa no tenía lugar a finales de octubre, sino a comienzos de mayo. Y, lo que es más, no se trataba de una sola noche, sino de tres (las de los días 9, 11 y 13). Nos estamos refiriendo pues a la festividad de las lemurias o Lemuralia.
Memento mori
Cabe preguntarse antes: ¿qué actitud tenía los romanos ante la muerte (o más bien, ante la relación con los muertos)? La respuesta es el de un parecer escrupuloso. Tanto que, para guardarse de las impurezas acarreadas por un cadáver, mantenían no pocas prevenciones de tipo ritual (3).
Asimismo, eran no menos cuidadosos llevando a cabo el correspondiente rito funerario (funus en latín). Cumplir con exactitud todos y cada uno de los requisitos y pasos que la tradición establecía para la ocasión era prioritario, pues solo así podía garantizarse el reposo del difunto, su recuerdo entre los vivos y, no menos importante, el tránsito de su espíritu al Más Allá (4).
Tratándose de una cuestión tanto privada como pública (5), los romanos consideraban además que había de guardarse una separación bastante clara entre el mundo de los muertos y el de los vivos. Ello muestra además cómo sus intereses y preocupaciones no sólo tenían que ver con lo material (el cuerpo y la sepultura), sino evidentemente también con lo espiritual (6).
Entre idas y venidas: el ciclo romano de la muerte
Una característica importante del calendario oficial romano era que estaba integrado por diversos ciclos. Los mismos eran regulados por las correspondientes festividades y ritos que marcaban cada una de las etapas a lo largo del transcurso del año. Tales ciclos englobaban diversos ámbitos, como por ejemplo el de la paz y la guerra o el del trabajo agrario (7).
Las tres noches de las lemurias estaban insertadas en un ciclo específico del calendario centrado en las relaciones entre vivos y muertos. Tenía su primer momento con las parentalia, del 13 al 21 de febrero. En ese período todos los templos permanecían cerrados y el fuego de los altares apagado, estando también prohibido celebrar matrimonios. Las familias romanas acudían a las tumbas de sus antepasados para hacer ofrendas sencillas a los dioses Manes (8), sobre los cuales tendremos ocasión de exponer más adelante.
Dicha festividad estaba complementada por otras dos: la feralia (el mismo 21 de febrero), en la que se ofrendaba a Tácita, madre divina de los lares (9); y la Caristia o Cara Cognatio (el día 22), en la que los familiares se reunían y celebraban un banquete conjunto después de haber recordado y ofrendado a sus antepasados en los días anteriores (10).
Prosiguiendo con el transcurso de este particular ciclo, poco más de dos meses después nos encontramos con el acaecer de las lemuria a lo largo de las ya referidas tres noches.
El rito de las lemurias
¿Qué sucedía en el interior de cada casa romana durante aquellas fechas? Para empezar, mientras los demás habitantes de la vivienda dormían, el cabeza de familia (pater familias) se levantaba a media noche y caminaba descalzo (11), en medio de la oscuridad, mientras con una de sus manos realizaba un gesto apotropaico (esto es, para alejar el mal) consistente en colocar el pulgar entre los dedos corazón y anular (12). Así evitaba encontrarse de cara con los funestos espíritus denominados lémures, que dan nombre a esta festividad.
Se dirigía a continuación a una fuente que se encontraba dentro de la casa en la que lavaba sus manos como medio para purificarse. Tras ello reanudaba su marcha por la vivienda, siempre de frente y sin volver la vista atrás en ningún momento. Al mismo tiempo tenía que lanzar habas negras a sus espaldas mientras pronunciaba la fórmula: «Yo arrojo estas habas, con estas me salvo yo y los míos». Tenía que hacerlo hasta un total de nueve veces (13). Se creía que los lémures se afanaban en recoger dichas habas conforme se cumplía esa parte del rito.
Tras decir esa fórmula, el pater familias hacía sonar unos objetos de bronce y, todavía sin girarse hacia atrás, expresaba otras nueve veces: «Salid, Manes de mis padres» (Manes exite paterni) (14). Una vez pronunciadas estas palabras, se daba la vuelta y concluía así su deber en la noche de los lémures.
Este rito, del cual se aprecian actitudes y elementos con raíces arcaicas en el sistema cultural de la religión romana (15), debía ser realizado las tres noches que duraban las lemuria.
Dos caras de una misma moneda
Entre las parentalia y las lemuria podemos observar una evidente polaridad que define así el ciclo: mientras en la primera los vivos acudían a donde moran los muertos, en la segunda son los muertos quienes iban a las casas de los vivos (16). Se puede observar también que mientras la primera suponía una ocasión pública al culminar con el encuentro de toda la familia, la segunda tenía un carácter mucho más privado al ser llevado a cabo por el pater familias en solitario.
¿Qué o quiénes eran los lémures?
Como hemos visto, el rito de las lemurias estaba destinado a aplacar a los lémures y proteger a los habitantes de la casa de sus influencias. Estos eran espíritus errantes, vinculados a la noche y de carácter hostil. Su origen estaba en cuantos murieron de forma violenta y prematura (antes de que hubiesen formado una familia), que carecieron de la debida sepultura o bien que eran incapaces de reposar al haberse cometido algún error durante el rito funerario (17).
Según el poeta Ovidio, Remo fue el primero de todos los lémures tras ser asesinado por Rómulo. El fundador mítico de Roma instituyó entonces las lemuria (llamadas originalmente Remuria) para así aplacar al espíritu de su hermano (18).
Otros espíritus de la Antigua Roma
Por otra parte, en el marco de esta cultura los espíritus de los muertos recibieron distintas denominaciones según su origen y actitud con respecto a los vivos. Es interesante por tanto conocerlos para así ver qué lugar ocupaban los lémures en todo ello.
De una parte estaban los llamados Manes o divi parentes: la comunidad deificada e indiferenciada de los ancestros, que habitaban bajo tierra. Siempre eran nombrados en plural, y a ellos ingresaban los espíritus de todos cuantos recibieron funeral y sepultura por parte de sus familiares vivos (19). Tenían un carácter benévolo, y sus tumbas eran lugar de depósito de pequeñas ofrendas en determinadas fechas del año.
De otra parte estaban las larvas (larvae), que compartían el mismo carácter nefasto de los lémures, pero con la diferencia de que eran entes considerados como más terroríficos, perversos y dañinos. Eran los espectros de aquellos que habían muerto con la marca de algún terrible crimen, careciendo también del reposo de una tumba (20). Además, a diferencia de los lémures, las larvas tenían ocasión de manifestarse y atormentar a los vivos en cualquier día del año (21).
Otros términos constatados en la literatura latina para designar a los espíritus (pero cuya significación precisa se nos escapa) son: umbra, imago, animus, simulacrum y effigies (22).
Unas ocasiones excepcionales: las aperturas del mundus
No obstante, en el calendario romano encontramos además tres días de no menor significancia para el tema que nos ocupa.
Sucedía que durante el 24 de agosto, el 5 de octubre y el 8 de noviembre era abierto el mundus, un pozo que, ubicado en el foro principal de Roma; conectaba el mundo terrenal con el inframundo (23). A causa de ello, las ánimas se veían completamente libres de pulular por la ciudad del Tíber. Por supuesto, ello hacía que también esos tres días fuesen calificados de negros.
Poco más se sabe sobre la acción de abrir el mundus y los motivos que había detrás (24), y si bien no tiene una relación expresa ni directa con la festividad de las lemuria, está claro que a lo largo de esos tres días los romanos debían de sentir un temor semejante a aquel que les producía el acecho de los lémures.
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