La Historia está plagada de nombres importantes que dejaron huella, aunque algunos han intentado silenciarse por suscitar demasiada polémica. Julie d’Aubigny, más conocida como Mademoiselle de Maupin, es la protagonista de una vida propia de las mejores tragicomedias de Calderón. Rompedora de estereotipos, no solo dejó claro su dominio de las armas y las artes, sino que no dudó a la hora de compartir alcoba con damas y caballeros por igual. ¿Quién dijo que la bisexualidad era una fase?
Arya Stark, ¿eres tú?
Julie d’Aubigny (1) era hija del entrenador mayor de caballos y pajes de Luis XIV (2). Su madre murió en el parto y su padre se vio con una chiquilla muy despierta y muy linda, a la que no dudó en enseñarle las destrezas que harían de ella toda una mujer de provecho. Montar a caballo, saber cuidar de los equinos, pelea de puños y, por supuesto, el manejo de la espada (3).
La niña, que era un poco rebelde, no se quería vestir como el resto de señoritas de la Corte, pero a su padre esto le importaba bien poco (4). Estaba más preocupado batiéndose en duelo contra todos los pretendientes que le salían a su retoño (5).
Mas Julie d’Aubigny era una chica muy despierta y quería catar los placeres de la carne que su padre le impedía. Así que, lo primero que hizo cuando cumplió los 15, fue liarse con el jefe de su padre, el conde de Armagnac: el único hombre al que su padre no podía apuñalar (6).
Para evitar posibles problemas, el conde le concertó un matrimonio de conveniencia con Monsieur de Maupin (7). Aunque el pobre Monsieur de Maupin no durará mucho en escena, pues es enviado a las Américas para unos negocios (8). Julie – ya oficialmente Madame de Maupin – pudo disfrutar enteramente con el conde. No obstante, Julie era demasiado fogosa para éste, quien intentó quitársela de encima.
Ésta, harta de la aburrida vida palaciega, tomó las de Villadiego y se marchó a París con su instructor de esgrima (9), con quien también tendrá algún que otro escarceo.
Madame de Maupin: mujer-loba en París
La marcha a París de Mademoiselle de Maupin no fue todo lo agradable que Julie esperaba. Al poco de llegar, su maestro y ella se vieron obligados a hacer demostraciones de esgrima en las calles para subsistir (10). Aunque poco después el instructor la abandonaría – ya que Julie d’Aubigny manejaba mejor la espada que él y no podía permitirlo – (11).
Así, sola y sin recursos, Mademoiselle de Maupin empezó a hacer actuaciones de canto, en las que retaba a caballeros del público, a quienes derrotaba no solo en duelo, sino que además los humillaba con cancioncillas (12).
En una de éstas, uno de los del público la acusó de no ser una mujer, porque no podría ser tan buena. Si bien es cierto que Julie d’Aubigny prefería los trajes masculinos, jamás ocultó su sexo. Por ello, ni corta ni perezosa, Mademoiselle de Maupin se arrimó el filo al pecho y cortó por el centro su camisa gritando (13):
¡Juzgad por vosotros mismos!
¡Y vaya si lo hicieron! Los vítores y aplausos se multiplicaron al revelar su, también potente, delantera (14).
Por si fuera poco, un cazatalentos de la época disfrutó tanto de lo bien que cantaba Julie d’Aubigny que le dijo que debía cantar en la ópera (15). Así, Mademoiselle de Maupin viajó a Marsella para iniciar su carrera como cantante y actriz profesional en teatros más pequeños. Allí, tras una obra, conoció a una joven aristócrata (16). Esta quedó embaucada por aquel «apuesto hombre» de larga melena pelirroja y comenzaron los besos fugaces y los toqueteos furtivos.
¿Pero esta chiquilla no se dio cuenta de que su «príncipe encantador» era… princesa? Pues sí, y poco le importó. Así, ambas se iniciaron en su primer lío lésbico.
Julie d’Aubigny, monja por sorpresa
Quienes no lo vieron con tan buenos ojos fueron los padres de la joven, que decidieron meterla en un convento, para que se quitase de la cabeza esas ideas pecaminosas (17). El problema parecía resuelto, mas no contaron con que su amante era la mismísima Julie d’Aubigny.
Mademoiselle de Maupin, aparentemente destrozada y arrepentida, decidió hacerse monja (18). ¿Cómo, la Maupin tomó los hábitos? Pobres ingenuos, Julie d’Aubigny entró al mismo convento que la joven aristócrata solo para sacarla de allí y fugarse juntas (19). Aunque para ello había que crear una coartada.
¿Qué se le ocurrió a Julie d’Aubigny? Cogió el cadáver de una monja que había muerto recientemente, lo dejó en la celda de su chica y prendió fuego al convento (20). Un plan a prueba de tontos.
Y tanto fue así que Mademoiselle de Maupin solo fue acusada de profanación de tumbas. Los jueces no podían creerse que semejante empresa hubiese sido hecha solo por una mujer (21), por lo que sentenciaron a un supuesto Monsieur de Maupin (recordemos que Julie seguía casada y que el marido continuaba, indefinidamente, de viaje).
Sin embargo, algunos meses después de su escapada loca y romántica, la joven aristócrata se sentía mal y decidió volver con su familia (22). Había sido divertido, pero tocaba sentar la cabeza. Julie d’Aubigny volvía a estar sola y puso rumbo a París de nuevo.
De enemigos a amigos con derecho a roce
En su viaje de vuelta a París, Julie d’Aubigny tuvo un encontronazo con un joven noble: el conde d’Albert, más conocido como Louis-Joseph (23). Este pensó que era una buena idea increpar al «caballero» con el que se cruzó en el camino (24).
Así, los dos se batieron en duelo y, para desgracia del conde d’Albert, venció Julie, quien reveló su verdadera identidad. Con un hombro sangrando (25) y dos amigos demasiado anonadados como para hacer nada (26), Louis-Joseph se retiró a una posada cercana. No obstante, Mademoiselle de Maupin se sentía mal por haberle ensartado la espada en el hombro y dejarle hecho un Cristo, así que pidió que nadie más que ella lo atendiera (27).
Ya con ropas de mujer (28), Julie d’Aubigny cuidó durante algunas semanas al conde d’Albert. En poco tiempo, ambos pasaron de ser ganadora y vencido a amigos con derecho a roce, porque el conde estaba de muy buen ver y parece que le iba el rollo de liarse con la que casi lo mata (29).
Pese a que Louis-Joseph d’Albert fue amante de Mademoiselle de Maupin durante ese tiempo, después pasarían a ser muy buenos amigos, y sería uno de los pocos que continuaría en su vida en sus últimos años, cuando ella era una cantante famosa y él una importante carrera militar (30).
La Maupin. Prima Donna
Después de seguir dando tumbos, hacer buenas migas con otra futura estrella de la ópera y entrar juntos en la ópera de París (31), Julie d’Aubigny se asentó con apenas 17 años como una de las más renombradas prima Donna de la capital.
Aquí interpretó a mujeres poderosas como la diosa Atenea o la reina Dido (32) y, entre función y función, se vestía de hombre y salía a buscar gresca a las tabernas parisinas. Allí, siguió batiéndose en duelo con los que se atrevían a aceptarle el reto y, si tras perder le apetecía, se liaba con ellos.
Mademoiselle de Maupin era un poco drama queen y, tras recibir calabazas de otra cantante (33), intentó quitarse la vida. (¿Quién en su sano juicio podría rechazar a la mismísima Maupin?) (34). Por fortuna, todo quedó en un susto y Julie tenía otros planes que atender.
Uno de ellos, fue defender a sus compañeras de la ópera de uno de los actores (35) que tendía a sobrepasarse con ellas y que intentó acosar a una amiga de Julie. El muchacho no dudó en increpar a Mademoiselle de Maupin también, sin saber en la boca del lobo en la que acababa de meterse.
Badass of the Opera
Esa misma noche, una figura encapuchada esperaba al susodicho joven en los alrededores de la ópera. Lo retó a duelo pero él se defendió diciendo que no llevaba espada (36). Recibió como respuesta una paliza con una vara de madera, y Julie, después de recordarle porqué no es bueno meterse con las damas, le robó el reloj de bolsillo (37).
A la mañana siguiente el actor llegó a la ópera magullado y lleno de moratones. Mintió diciendo que tres ladrones le habían atacado en un callejón y que había tenido suerte de salir vivo (38).
«Duménil, ¡eres un mentiroso y un cobarde! ¡fui yo solita quien te derrotó y te dio una buena paliza mientras gritabas de miedo! como prueba aquí tienes tu reloj y caja de rapé» (39).
Al escuchar esto, la Maupin reveló que había sido ella; y como prueba le enseñó su «extraviado» reloj. A continuación, le obligó a pedir perdón a las chicas del ballet y de los coros y le hizo prometer (besando el suelo) que se comportaría como un caballero (40).
De aquel baile en Versalles en que Julie d’Aubigny batió a tres caballeros a duelo y ganó
Julie d’Aubigny, ya con una fama que la precedía, fue invitada a un baile en Versalles por la Corte de Luis XIV (41). Como ya sabemos que a Mademoiselle de Maupin le gustaba dar el cante, se presentó vestida de varón y se puso a bailar con una de las damas más guapas que asistieron (42).
En medio del baile, animada por la lascivia, Julie d’Aubigny le dio un morreo a la joven aristócrata en medio de todo el salón (43). La chica, compungida, no sabía cómo reaccionar. Pero sí los tres varones que llevaban rondándola toda la noche.
Julie no lo dudó ni un instante: ¿para qué hacer tres duelos pudiendo enfrentarse con los tres a la vez? Dicho y hecho. Al rato volvió al salón de baile dejando heridos – si no muertos – a los tres pretendientes tras unos arbustos (44). Porque claro, las señoritas no se iban a cortejar solas.
Sin embargo, en Francia ya se había instaurado una ley que prohibía los duelos (45) y, pese a que por mediación del hermano de Luis XIV (46) no fue condenada, sí se le recomendó que tomase «unas vacaciones» lejos de la zona.
Huida a Bruselas y a España, con viento fresco
De Versalles migró a Bruselas donde, apenas lo conoció, se hizo amante del elector de Bavaria (47). No obstante, el hombre (que ya era algo mayor) se sentía abrumado por la imponente presencia de Julie. En especial desde que se apuñaló durante una ópera, porque así se acercaba más a la realidad de su personaje (48).
Incluso llegó a ofrecerle 40.000 francos (un pastón de la época) si lo dejaba en paz y se marchaba. Dolida, la Maupin le escupió el dinero al mensajero del Elector (49) y se puso en marcha a España.
Tras viajar entre bandoleros y personajes de similar calaña (50), entró a formar parte del servicio de los condes Marino (51) como camarera y sirvienta de la condesa. Mas conociendo el temperamento de Julie d’Aubigny, no era de extrañar que esto durase poco y que, en cuanto hubo conseguido recursos suficientes para volver a París, abandonase el servicio. Por supuesto, no sin antes darle una lección a la condesa Marino.
La noche antes de partir la condesa iba a asistir a un baile. Julie la peinaba y añadió en su recogido un manojo de rábanos de tal forma que ella no pudiera verlos pero el resto de la gente sí (52). Ni que decir tiene que a la vuelta de la fiesta Julie d’Aubigny ya había puesto pies en polvorosa.
La Maupin y la Marquesa de Florensac (una historia de amor mucho mejor que la de Crepúsculo)
Probablemente los mejores años de su vida los pasó Julie d’Aubigny con la marquesa de Florensac, a quien conoció tras una ópera.
Quienes conocían a Marie-Therese (53), marquesa de Florensac, aseguraban que era la mujer más bella de toda la Galia (54). Y no solo eso, sino que la marquesa era una mujer de contactos y una de las más poderosas de toda Francia (55). No era difícil que ambas se atrajesen mutuamente y se desatase entre ellas una apasionada relación que vivieron durante dos años juntas de retiro (56). Los campos de la Provenza fueron testigos del amor entre estas dos mujeres.
Pese a que para la marquesa la relación con Julie era su primera experiencia lésbica, La Maupin se encargó de enseñarle todos los secretos que había ido aprendiendo a lo largo de los años. Desafortunadamente, la marquesa de Florensac cayó enferma (57) y a los dos años murió, dejando a Julie destrozada.
La última canción de Julie d’Aubigny
Sola y con el corazón roto, los últimos días de Julie d’Aubigny están marcados por el silencio y el desconocimiento. Se sabe que volvió a coincidir con el conde d’Albert y que ambos mantuvieron una fuerte amistad hasta la muerte de Mademoiselle de Maupin (58). También que ella decidió meterse en un convento y retirarse de la vida pública como cantante (59).
Murió a los 33 años, entre visiones místicas y éxtasis divinos y su cuerpo fue arrojado a una fosa común (60). Por fortuna, Julie d’Aubigny, la Maupin, sería recordada e inmortalizada por uno de los novelistas franceses más importantes del siglo XIX: Théophile Gautier en «Mademoiselle de Maupin» (61). Porque las leyendas, nunca mueren.
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