¿Quién es la Quintrala y qué tiene que ver con el Cristo de Mayo? Eso es lo que os voy a contar en las siguientes líneas. Pero, antes, permitidme una pequeña introducción para poneros en situación.
“Las brujas no existen”. Es algo que siempre nos decían de pequeños, cuando teníamos miedo de irnos a la cama. Y a quién queremos engañar, ya desde que tienen uso de razón, la mayoría de los niños tiene ideas claras sobre cómo debe ser la apariencia de una bruja: una nariz prominente y llena de verrugas, la cara cubierta de arrugas, un sombrerito puntiagudo, una escoba y, algunas veces, acompañadas de un gato negro. Y si bien, cuando crecimos un poquito, llegaron modelos que fueron capaces de desafiar aquella imagen (Hermione Granger, la Bruja Blanca, etc.) nunca fuimos capaces de quitarnos esa idea de la cabeza.
Pero, ¡esperen, queridos lectores! Que ya los veo salir por la puerta, no me mientan. Antes de aburrirlos con tanta perorata, ¿y si les dijera que existió una mujer que desafió dichas convenciones con su extraordinaria belleza y que, además, tuvo un encontrón con el propio Cristo, del cual casi les puedo asegurar que salió con los calzones (en este caso enaguas) mojados de miedo?
¡Ahhh…! ¿Interesados? Sí es así, quédense para leer la extraordinaria historia de la Quintrala y el Cristo de Mayo.
¿Sentiste el temblor?
En lo que a símbolos cristianos respecta, quizás el más conocido, aún más que la simple cruz, sea el crucifijo. Casi toda la gente (sea creyente o no), sabrá reconocer la imagen: Jesucristo clavado en el madero, agonizante, con los ojos cerrados o, a veces, con la mirada perdida, la corona de espinas y el letrerito de INRI. Y, sin embargo, existe un crucifijo que, cuando tú lo miras, no puedes evitar que te embargue la sensación de que algo está fuera de lugar. ¿Qué es lo que hace a esta imagen tan extraña? Ahora mismo lo averiguaremos…
Sucedió que un lunes 13 de mayo del año 1647, un terremoto estremeció al Chile colonial. Como en aquella época la mayoría de las casas eran de adobe, muchas se desmoronaron con gran facilidad. Y, además, desde el cerro Santa Lucía se desprendieron grandes peñascos, que acabarían aplastando las calles de Santiago.
Se abrieron los suelos y la gente corría aterrorizada, creyendo que se acercaba el fin del mundo (1) (2). Convengamos que, en aquel entonces, la sociedad chilena era mucho más religiosa de lo que es ahora. Los religiosos de esa época también estaban muertos de susto. Así que, en vez de tranquilizar al “rebaño”, como deberían haber hecho, dejaron aún más el despelote, porque realmente creyeron que se venía el Apocalipsis . ¿Se imaginan lo relajada que se debió sentir la gente?
Un «milagro» en la iglesia de San Agustín: el Cristo de la Agonía o Cristo de Mayo
Como en aquella época aún no se inventaba la escala de Richter, los religiosos usaron un método “infalible” para estas situaciones: el credo. Para saber cuánto duró el terremoto dijeron “Creo en Dios padre todopoderoso, creador del cielo y de la Tierra…», no una sino ¡cuatro veces! (3).
Ahora bien, como suele ocurrir con cualquier actividad sísmica de intensidad, los edificios que más suelen “sufrir” con el movimiento son las construcciones antiguas, entre las cuales están las iglesias. Estas suelen quedar hechas puré. Por ejemplo, la catedral de Santiago perdió dos de sus bóvedas laterales y solo se salvó la bóveda central. En resumen, quedó todo patas arriba. Mientras que en la iglesia de San Agustín, atendida por la hermandad del mismo nombre, ocurrió un “milagro” (4).
El Cristo de Mayo, un Cristo peculiar (por no decir testarudo)
Un crucifijo, hasta aquel entonces conocido como el Cristo de la Agonía, se salvó del sismo. Quedó intacto casi por completo. La imagen, tallada por el fraile peruano Pedro de Figueroa, fue llevada en procesión por las calles de Santiago, ante la mirada atónita de miles de feligreses, quienes no podían creer lo que veían. Pues la imagen estaba inmaculada, salvo por un pequeño detalle… La corona de espinas no estaba en la cabeza del Cristo, sino en su cuello. Sucedió que durante el remezón, la corona, de algún modo, se deslizó por la cabeza de la imagen. Así, quedó enroscada en el cuello de esta, como si fuera un collar. Hasta el día de hoy los expertos especulan cómo pudo haber ocurrido eso, ya que el mentón del Cristo era demasiado pronunciado como para que la corona se deslizara (5).
La iglesia en sí había quedado destruida, salvo por la pared en la que se encontraba apoyada la imagen. Pasado el estupor inicial, los frailes se dieron cuenta de la extraña ubicación de la corona y pidieron una escalera para intentar corregir el desperfecto. Y, cuando estaban a punto de lograrlo, volvió a temblar. Lo intentaron de nuevo y volvió a pasar lo mismo otra vez. Así que el marcador era el siguiente: Cristo 2, frailes 0. Les dije que era testarudo. Parecía como si Cristo mismo no quisiera que lo arreglaran. Como diría Yuri: Este amor…no se toca… De ahí en adelante la imagen no se conoció más como el Cristo de la Agonía, sino como el Cristo de Mayo o Nuestro Señor de los Temblores.
La familia de los Ríos y Lisperguer entra en escena
Y ahora, la pregunta del millón: ¿quién alojaría la imagen mientras la iglesia estaba en remodelación? Y es aquí donde entra en escena la segunda protagonista de este relato: Catalina de los Ríos y Lisperguer, mejor conocida como La Quintrala.
Una familia de la crème de la crème
La familia de Catalina se podría decir que provenía por ambos lados de la nobleza chilena. O, para ser más precisos, de la criolla. El abuelo materno de la Quintrala, don Pedro Lisperguer, era un soldado alemán que había llegado a Chile como parte de la comitiva del gobernador García Hurtado de Mendoza (6). Mientras que su abuela, doña Águeda Flores, era hija de un carpintero alemán, Bartolomé Flores, y de una princesa Inca, quien al convertirse al Cristianismo tomó el nombre Elvira de Talagante.
Don Gonzalo de Los Ríos, el padre de la Quintrala, pertenecía a una acaudalada familia y era el heredero de las tierras de la Ligua y Longotoma. O sea, más sangre azul imposible.
La muchacha del cabello tan rojo como el quintral
Debido a la confusión en los registros de la época, no se puede determinar en qué fecha exacta nació Catalina de Los Ríos y Lisperguer. Lo que sí se sabe es que nació en la ciudad de Santiago. Por su herencia europea e incaica, Catalina creció hasta convertirse en una gran belleza: tez blanca, alta y penetrantes ojos verdes. Pero, sin duda, el rasgo físico que más llamaba la atención era su abundante cabello rojo. Tan rojo como el quintral (una pequeña planta del mismo color, que crecía en los alrededores de la zona). Muchos historiadores sostienen que esa misma planta es el origen de su apodo: Quintrala (7). Así que, como pueden apreciar, era una mujer muy hermosa. Pero ¡cuidadito!, que las apariencias engañan.
La familia de la Quintrala custodiando al Cristo de Mayo
Volviendo al tema del milagro, para cuando ocurrió el terremoto, la familia de Los Ríos y Lisperguer tenía muy buena relación con la comunidad de los Agustinos. Pues, al ser una de las familias más adineradas y poderosas de Santiago, ellos habían hecho donaciones a la comunidad religiosa con frecuencia. Es más (8), cuando doña Catalina Lisperguer (la madre de la Quintrala) y su hermana María fueron acusadas de intentar envenenar al gobernador don Alonso de Rivera, la Real Audiencia no pudo hacer nada debido a la influencia que la familia poseía sobre esta orden religiosa.
Y así fue cómo la comunidad tuvo la idea de mantener el crucifijo en dicha casa mientras la iglesia se encontraba en remodelación (9). Cosa que contradice la creencia de que el crucifijo le pertenecía a la Quintrala (10).
Si uno mira con detenimiento la imagen en cuestión, descubrirá que, aparte de la peculiar ubicación de la corona de espinas y de la común mirada triste, sus ojos tienen un dejo de acusación. Cual si hubiera quedado capturada en el momento que Cristo decía “¡Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!”. Ustedes imaginarán que con esa particular pose iba a haber un choque de caracteres con la dueña de casa. ¡Hagan sus apuestas! Ahora veremos lo que pasó.
¡¿Una mujer manejando su hacienda?!
Como era de esperar para la época, la Quintrala debido a su sexo, no recibió una buena educación. De hecho, fue semi analfabeta durante toda su vida. Pero aprendió a muy temprana edad a manejar una hacienda de la mano de su padre, quien junto con su abuela materna se encargó de criarla, ya que Catalina Lisperguer había muerto (no se sabe en qué fecha) cuando la Quintrala era todavía muy pequeña.
Ahora bien, no se sabe si lo que se dice de ella son datos fidedignos o chismorreos propios de la sociedad colonial de la época, que no estaba acostumbrada a ver a una mujer de carácter fuerte capaz manejar sus propiedades.
Rumore rumore
Entre los rumores que surgieron en torno a Catalina hay unos bastante interesantes. Por ejemplo, que su abuela y tía materna la iniciaron en la brujería y en ciertos ritos paganos. Pues, como hemos dicho antes, doña Águeda era parte de la nobleza inca, lo que propiciaba este tipo de especulaciones. Otro quizás algo más realista, pero que daba muestras de su supuesta maldad, cuando Catalina tenía unos dieciocho años, su propia tía paterna la acusó de haber asesinado a su padre, quien en 1622 había caído enfermo y Catalina, siendo tan buena hija, le ofreció de comer pollo asado. Cuándo Don Gonzalo murió “sospechosamente” y su propia tía la acusó de haberlo envenenado, la Real Audiencia otra vez no hizo nada, ya fuera por lo influyente que era la familia o, simplemente, por falta de pruebas.
Otros rumores decían que ella, haciendo uso de su belleza, disfrutaba que hombres se batieran a duelo por su amor (11). Disfrutaba de esta práctica porque lo normal era que el duelo terminara con la muerte de uno o de los dos contrincantes. Muchachos, no sé ustedes, pero la soltería no suena tan mal.
El Cristo de Mayo a la Quintrala: «es que no me tienen paciencia»
Uno se imaginaría que Cristo no estaría muy a gusto en la casa de una mujer que tuviese un prontuario tan amplio de pecados. Y, precisamente, eso fue lo que pasó. Este Cristo, de mirada tan peculiar y penetrante, fue diseñado para causar miedo (12). El fraile que lo diseñó, don Pedro de Figueroa, no se imaginaría que su obra tuviera más repercusión que la esperada. Cuenta la leyenda que cuando la Quintrala se encontraba azotando a un esclavo, subió la mirada y sus ojos se encontraron justo con los del Cristo de Mayo. Enfurecida, y quizás un poco aterrada, mandó a sacar la imagen de su hacienda. Pues, según ella, no soportaba tener hombres que le pusieran mala cara en su propia casa (13).
En este video podemos ver una escena de la mencionada serie chilena sobre la vida de La Quintrala, donde esta enfrenta al Cristo:
El destino final del Cristo de Mayo
Fue así como la desdichada imagen pasó meses tirada en la plaza, justo afuera de la hacienda de la Quintrala. Lo curioso es que a pesar de que muchas veces los religiosos pasaron por delante de la casa, ninguno se atrevía a sacar la imagen debido a que el mal carácter de la susodicha los atemorizaba. En resumen, estuvieron pasándose la idea de sacar el cristo como si fuese una pelota: ¡anda tú!, ¡no anda tú!… Hasta que, al fin, uno de ellos se armó de valor y pidió permiso para remover la imagen, el cual le fue concedido. Después de esto, la imagen fue finalmente colocada en su ubicación actual, que es la iglesia de los Agustinos, donde permanece hasta hoy en día. Y cada 2 de mayo (descontando las ocasiones en que se ha cancelado su salida, debido a la actual pandemia) se le saca en procesión.
De los arrepentidos es el Reino de los cielos…¿o no?
Cuando la Quintrala empieza a sentir ya los típicos achaques de la vejez, ella elabora su testamento, fechado en el año 1665. Un dato que deja entrever que todas sus fechorías fueron ciertas es que, aparte de estipular que se celebraran misas para su eterno descanso en la iglesia de San Agustín, también dejó estipulado que se hiciera esto mismo para todas las personas que habían vivido bajo su encomienda. ¿Gesto de buena voluntad o de arrepentimiento? Eso nunca lo sabremos.
Como Catalina no tenía ningún pariente que pudiera servirle de heredero (su único hijo, Gonzalo, murió entre los 8 y los 10 años de edad), legó casi todos sus bienes materiales a la iglesia de San Agustín. Este proceso, que era una práctica muy utilizada en la Colonia, se conocía como “capellanías”. Parte de ese dinero fue utilizado para mantener vigente la procesión del Cristo de la Agonía, la que se desarrolla cada 2 de mayo, y descontando las circunstancias de la pandemia, se sigue llevando a cabo hasta nuestros días. Uno podría asumir que la mirada acusadora surtió un poco de efecto.
Y baja el telón: el Cristo de Mayo y la Quintrala, mito o realidad, ¿qué más da?
En conclusión, con una figura como la Quintrala, suele ocurrir lo mismo que con otros personajes, como la condesa húngara Elizabeth Báthory (la llamada Condesa Sangrienta), a quien muchas veces se le ha comparado con la Quintrala en términos de maldad y bestialidad (14). Ambas mujeres con carácter y que dejaron su huella en la historia, pero no se sabe cuánto de eso es mito o realidad. Pero, a mi parecer, el misticismo que rodea a estas figuras es justamente lo que hace su historia más interesante. Pues casi todo el mundo coincide en que cualquier historia, ya sea verídica o ficticia, justo lo que la hace más “sabrosa” de oír o escribir es la parte más inverosímil.
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