¿Hay valientes en la sala? ¿Quién no se ha cagado de miedo viendo Ju-On (The Grudge, en el remake americano; La Maldición o El Grito para los hispanoparlantes), Ringu (The Ring en el remake; El Pozo) y Honogurai mizu no soko kara (Dark Water; Aguas Turbias o La Huella), Chakushin Ari (One Missed Call; Llamada Perdida) o Shutter (llamada igual en el remake; El Fotógrafo) (1)? Sí, efectivamente, el terror japonés/asiático nos acojona. Es más, es en sí mismo un subgénero ya dentro del cine de terror (2). Se lo debemos especialmente a Ringu y a su Sadako Yamamura (3). Tampoco nos olvidaremos de la versión más child: Mitsuko, de Dark Water (4). Pero, ¿sabéis qué tienen en común estas películas? Pues que, en todas, quien os espanta y os hace chillar es un Onryō.
Más bien, una; porque este fantasmilla vengativo del folclore japonés suele ser una mujer casi siempre. Y se caracteriza por su larga melena negra, su vestimenta blanca y su cara más que pálida (5). Y esto, en el cine, también ha quedado reflejado: Kayako, Sadako, Mimiko y Natre son las responsables de quitarnos el sueño y de provocarnos un yuyu de agárrate y no te muevas. Para muestra, una imagen.
Pero, ¿qué es un Onryō? Vamos a adentrarnos en el folclore y la cultura nipona, para ver de dónde salen estos seres, qué son y que historia esconden. Y, por supuesto, cómo han evolucionado hasta nuestros días. Os dejo con la pequeña Mitsuko, para que abráis boca.
Yūrei y Onryō: fantasmas o almas en pena del folclore japonés
En Khronos, ya os hablamos de unos personajes un tanto perturbadores del folclore japonés: los Yōkai. Pero no son los únicos. Los fantasmas o almas en pena son comunes en todas las culturas a lo largo y ancho de la Tierra. Y, por supuesto, también los hay en la cultura nipona: son los Yūrei, los hay de varios tipos y están relacionados con el budismo (6).
Según el budismo, cuando alguien fallece de forma violenta, o porta una carga emocional importante en el momento de la muerte, o no se le han dedicado los ritos funerarios que corresponden, el espíritu (reikon) de ese fallecido se transforma en Yūrei. Así que un Yūrei es un espíritu atormentado, que viste de blanco, suele llevar un pañuelo también blanco, atado en la frente (relacionado con los ritos funerarios budistas), tiene el pelo largo y suelto y los brazos, como inertes, le cuelgan a ambos lados del cuerpo. Desde el período Edo (1603-1868), aparecen en el imaginario nipón sin pies, levitando en el aire. Y se les ha representado artísticamente, en las estampas Ukiyo-e (7).
Estos Yūrei pululan en el mundo de los vivos y, normalmente, alcanzan la paz cuando consiguen su objetivo. Cosa que no sucede en el caso de los Onryō (aunque la imagen visual que proyectan es la misma, sobretodo por el característico pelo largo y suelto). Y es que el nivel de hostilidad/agresividad varía muchísimo de un Yūrei a otro, y los Onryō (Yūrei más poderosos y vengativos, casi siempre mujeres y los más populares) se llevan la palma de oro (8).
Onryō: una historia de violencia machista
Los Onryō son los fantasmas japoneses que nosotros conocemos, sobre todo, a través del cine. Su origen se remonta, al menos, al siglo VIII y son personajes indispensables del Kaidan (un género narrativo, que se puede traducir como historias raras para ser escuchadas) (9). Además, son figuras imprescindibles en el teatro Noh, que se lleva representando desde el siglo XIV. Y a estas almas en pena lo que les mueve es la sed de venganza, a diestro y siniestro y contra quien se les ponga por delante, porque murieron de forma violenta (10).
Pero, ¿de dónde les viene tantísima mala leche? Resulta que, en la mayoría de los casos, son mujeres víctimas de la violencia machista. En ocasiones, su venganza se sacia con la muerte de su maltratador, pero su ira también puede extenderse hasta los familiares de este. O, como sucede con los Onryō cinematográficos, su venganza se amplifica y se lleva por delante a cualquiera, aunque sea inocente (11).
Onryō como elementos represores
En su origen, los Onryō tuvieron mucha importancia para la difusión del budismo, ya que simbolizaban a las almas poseídas por algún tipo de pasión, como el amor, el odio, los celos o la venganza (12). Como, según el budismo, para alcanzar el Nirvana, debemos distanciarnos y desprendernos de los lazos que nos atan a este mundo, los Onryō servían como el contraejemplo perfecto (13). Es decir, que su función principal no es acojonar al personal, sino advertirles de lo que puede suceder si se transgreden las normas (14).
No hay que olvidar que, en Japón, el budismo se fusiona (además de con el sintoísmo, relacionado muy de cerca con los Onryō, como veremos) con el confucianismo, que conlleva muchas restricciones sociales, ya que implica un orden social jerárquico y desigual. Y, además, se espera que todos los miembros de la sociedad conozcan cuál es su lugar y respeten la jerarquía, para garantizar el bienestar social. – Este sentido de la colectividad también se aprecia en el cine de terror japonés – (15). Así que, en principio, los Onryō tenían la función de evitar las transgresiones. Presentados hasta deformes, tenían una connotación absolutamente peyorativa: eran entes que transmitían malevolencia, odio y rencor, a simple vista (16).
La feminización de los fantasmas japoneses
Que los Onryō sean casi siempre mujeres tiene un inicio: Genji Monogatari (Cuento de Genji), una novela que data de alrededor del año 1000 (período Heian) (17), y su protagonista, Rokujō no Miyasudokoro. Sentaron un precedente en cuanto a la relación de las mujeres con lo fantasmal y la venganza (18).
El Cuento de Genji nos narra como Lady Rokujō, viuda de un príncipe imperial, es decir, una dama noble, es cortejada por Genji (hijo de un emperador, casado y un machirulo de cuidado). La cosa es que empiezan una aventura y Genji acaba vejándola, humillándola y maltratándola sistemáticamente. Así que Lady Rokujō se sume en la más profunda de las tristezas (y de las iras, consumida por su orgullo y sus celos), y es como si «muriese en vida». Y de esta muerte en vida surge su ikiryō (fantasma de un vivo): una fuerza espectral maligna, que se cobrará su venganza (19). Y así, Rokujō no Miyasudokoro y su ikiryō son el origen de la marcada feminización del fantasma en Japón (20).
Tras la muerte de Lady Rokujō, lógicamente, su ikiryō dejó de actuar. Pero, como fue nuevamente insultada por Genji, regresó esta vez en forma de Onryō, para finiquitar su venganza (21).
Este fantasma empieza a poner de manifiesto la situación de desventaja de la mujer japonesa respecto al hombre. Y es que todas estas fantasmas japonesas son un reflejo de la situación de la mujer a lo largo de la Historia de Japón (22).
Onryō en el teatro Noh y el teatro kabuki
Pero es con el teatro Noh y con el teatro kabuki cuando los Onryō se definen con más claridad. En la mayoría de los casos, son mujeres que han sido engañadas, violentadas, maltratadas y frecuentemente asesinadas, que regresan al mundo de los vivos, como fantasmas, para vengarse de sus maridos o amantes. Casi igual que sucede en el cine – salvo que en el cine esto se eleva a la máxima potencia y los Onryō se vengan de todo quisque –. Es decir: las mujeres convertidas en Onryō son víctimas de la violencia patriarcal (23).
Desde el teatro Kabuki (período Edo), se consolidó su representación con un autuendo blanco fúnebre (katabira), el pelo negro y largo, la cara pálida (básicamente, blanca) y con la mirada fija. Dicha apariencia de la mujer fantasma tiene su origen en una pintura (Ukiyo-e): El fantasma de O-Yuki (1750) (24).
Además de atadas a este mundo por su trágico final (lo que provoca empatía hacia ellas) y dirigiendo su ira contra sus maltratadores, la narrativa nipona también las ha representado provocando fenómenos ambientales extremos, como rayos y terremotos (lo que provoca terror). Esa dualidad que despiertan, entre compasión y temor, convierte a las Onryō en entidades extrañas. Y su necesidad de represaliar a los hombres que las maltrataron rompe totalmente con los roles de género tradicionalmente impuestos. Es más, en el caso del cine, como veremos, estos Onryō representan el deseo de liberación de las mujeres del yugo de la sociedad patriarcal japonesa (25).
Oiwa: el Onryō más famoso hasta que llegó Sadako
La obra más famosa del teatro kabuki es Yotsuya Kaidan (La Historia de Oiwa e Iemon), de 1825, (26). Y está inspirada en un crimen real de la época (27). La trama es la siguiente: Iemon, un samurai, asesina a su mujer, Oiwa, para poder casarse con su amante, que es más rica. Para colmo, también se desentiende del hijo que tenían en común. Y para justificar su crimen, monta un teatrillo para culpar a Oiwa de adulterio. Manda narices, lo se. Pero, entonces, Oiwa vuelve al mundo de los vivos como Onryō y tortura a Iemon, hasta que este asesina a su nueva esposa y a su suegro (28).
Oiwa se convirtió en el Onryō por antonomasia (29) y, por supuesto, también ha sido llevada al cine. Más de treinta veces para ser exactas. De entre todas las adaptaciones cinematográficas de este Onryō, destaca Tokaido Yotsuya Kaidan (1959), un clásico del terror japonés e influencia directa de todas las pelis de finales de los ’90 / principios de los ’00 que tanto nos acojonan (30). En ella, Oiwa, ya convertida en Onryō, presenta ligeras modificaciones respecto a la obra original. Por ejemplo, se vincula con serpientes (asociadas a la mujer fantasma) y no con ratas (31).
Voy a llevar el pelo suelo… y despeinado. El simbolismo del cabello del Onryō
Pero, ¿por qué las Onryō llevan siempre el pelo largo, suelto y despeinado? Para empezar, a los antiguos japoneses les llamó mucho la atención que, tras morir, el pelo siguiese creciendo. Por ello, por un lado, relacionaron el cabello con la fuerza vital pero, por otro, lo asociaron al salvajismo. Y ya sabemos que salvaje y mujer van de la mano en un mundo patriarcal, ¿verdad? Así, vincularon el cabello con la sexualidad y el poder reproductivo de las mujeres y, también, con la comunicación ritual con las divinidades (kami o dioses de la naturaleza en la tradición sintoísta) y los muertos (32).
Y es que creían que el pelo largo de las mujeres podía atraer a las divinidades (tanto a las benévolas como a las malignas) y también a las almas de los muertos (tama). Por ello, era visto como un peligro (33). Además, implicaba transgresión, pues una melena suelta simbolizaba «una pasión incontrolable, un amor frustrado o una gran angustia psíquica o física» (34).
¿Tanto lío por una melena despeinada?, os preguntaréis. Bien, recordad que el confucianismo imponía importantes restricciones sociales, y estas también se aplicaban a la manera de vestir y de peinarse. Y es que la forma de llevar el cabello mostraba las distinciones de sexo, edad, estatus, etc., en aquella sociedad escrupulosamente jerarquizada. Digamos que el hecho de que cada miembro de la sociedad mostrase con su apariencia física su rango, evitaba muchos líos. Y según el confucianismo, nunca estuvo permitido que el pelo largo se llevase suelto. Se trenzaba de maneras diferentes, según la posición social y el sexo de cada cual (35). Por lo tanto, el pelo largo y suelto representaba jarana y transgresión: representa a la mujer y su hartazgo del patriarcado, como veremos, en el mismo pack (36).
Japón y el caos
Para colmo, en el Japón más actual, la sociedad fluctúa entre el orden y el caos. Tradición por un lado, tecnología y occidentalización por otro (37). Hay un fuerte sentimiento de amenaza de disolución, en una sociedad cada vez más caótica debido a esta dualidad (38). Y el cine de terror japonés da buena cuenta de este cisma, que hace que se tambaleé la identidad nacional (39).
La película de terror japonesa intenta lidiar con un futuro fatalista (…) entendiendo el pasado solo para descubrir que el pasado no se puede entender (enmarcar). El pasado invade insensatamente el presente y seguirá haciéndolo en el futuro, (…) porque no hay una identificación sólida que ubicar, solo el cisma moderno (40).
No debemos extrañarnos: la tecnología está arrasando con la tradición. Además, el matrimonio tradicional se está yendo al garete. Cada vez hay más divorcios y la incorporación de la mujer al mundo laboral desestabiliza el orden y la jerarquía patriarcal… Y ahí aparecen las Sadako, en el imaginario cinematográfico: mujeres (y niñas) violentadas, maltratadas y asesinadas, víctimas de esa tradición y ese sistema patriarcal, presentadas como auténticos monstruos y culpables de tanto caos (41)…
Onryō versión cinematográfica: The Avenger
Pero estos Onryō actuales tienen otra lectura: representan el deseo de igualdad de las mujeres respecto a los hombres, aunque ello conlleve la destrucción de las estructuras tradicionales y vigentes. Son como las vengadoras (Female Avenger) típicas del cine japonés de posguerra (IIGM): jóvenes agredidas y violentadas por hombres, que se cobran su venganza a lo largo de la película (42). Pero estas vengadoras fantasmales ya no se conforman con castigar a su maltratador, como los Onryō tradicionales, sino que pretenden hacer saltar por los aires el sistema patriarcal que las subyuga. Digamos que Sadako y sus amigas son la culminación de todo un legado de espíritus vengadores, cuya venganza y destrucción apunta a toda la sociedad (43).
Estamos ante un claro mecanismo exorcizador, una queja codificada tras un manto de fábulas emprendida a través de alguien irreal, el fantasma, que a su vez consigue con sus acciones post mortem aliviar la inacción del grupo al que representa: las mujeres (44).
Así, estas Onryō cinematográficas son mucho más violentas que sus predecesoras, porque ahora las mujeres japonesas tienen una consciencia colectiva de grupo mucho más sólida (45). Eso sí, estéticamente siguen los mismos patrones que los Onryō del teatro kabuki. No solo por el pelo, sino también por el atuendo blanco. Es más, hasta le deben al kabuki su característica forma de moverse (46).
Japón y las nuevas tecnologías
Como no podía ser de otro modo, dada la problemática del país, estas películas, a la tradición del Onryō, a la decadencia de la familia tradicional y a la reivindicación de las mujeres, suman las nuevas tecnologías. Una cinta de vídeo o un teléfono móvil son las vías por las que el Onryō se manifiesta y la lía parda (47). Así, estos fantasmas son una versión mejorada del Onryō, compatible con las exigencias de la era digital (48).
Pero, además, con ello, lo que se hace es una crítica al uso exacerbado de las nuevas tecnologías (49). Y es que, ante la tecnificación extrema que está viviendo Japón, la identidad nacional se ha vuelto «fantasmagórica». El individualismo más extremo capitalista ha hecho acto de presencia, y se teme que haga saltar por los aires el sentido de la colectividad japonés (50). Así, ese peligro que vemos en la pantalla amenaza siempre con romper el plano del cine y entrar en la realidad (51). Porque estas películas mezclan la ficción con múltiples elementos que no tienen nada que ver con el cine y sí con la Historia y la actualidad de Japón (52).
Onryō: 1. Patriarcado: O
Si algo hemos aprendido tras observar la evolución de los Onryō, es que lo terrorífico no son estas fantasmas japonesas, sino la situación de las mujeres en una sociedad patriarcal, donde continuamente son violentadas, relegadas a un segundo plano y obligadas a permanecer con el pico cerrado. Y realmente es una fantasía que la figura del Onryō se haya reinventado, para reivindicar que las japonesas ya están hartas de tanta machirulada.
Sadako, Kayako y todas las demás son la queja, el grito, el rencor de todas las mujeres japonesas, marginadas y violentadas, ansiosas por salir del pozo. Una bandera más para manifestar y visibilizar lo cansadas que estamos de tanto tragar.
PD: Si este artículo os ha removido el cuerpo y os animáis a ver estas películas, visualizad las versiones originales, please. Dejad los remakes americanos a un lado, porque desvirtúan absolutamente todo el mensaje. (Aunque, por gusto y para pasar el rato, puedan estar bien).
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