Amelia Earhart (Kansas, 1897) (1) ha pasado a los anales de la Historia por ser la aviadora más famosa del mundo mundial. Y no es para menos, pues durante las décadas de los ’20 y ’30 del siglo XX logró varios récords. Fue la primera mujer que cruzó en avión el Atlántico y parte del Pacífico. También, la que voló a más altura y a más velocidad (2). Toda una pionera de la aviación, que merece más que nuestros respetos por haberse atrevido a ocupar un espacio reservado a los hombres. Y, además, por haberlo hecho tan requetebién.
También, tenemos que postrarnos a sus pies por haber criticado las estructuras de género y el sexismo imperante. En la segunda de las tres autobiografías que escribió, The Fun Of It (1932), Amelia Earhart critica las estructuras socioculturales de género, dándole una buena patada al patriarcado, y señala como culpable al sistema educativo, que «sigue dividiendo a las personas según su sexo, y poniéndolas en pequeños casilleros femeninos o masculinos». Y, oye, que la mujer se queda a gustico poniendo verde a la tradición que existía en la aviación de relegar a las mujeres a un segundo plano (3).
Amelia Earhart: una de las primeras mujeres en surcar los cielos
Amelia nació en una familia acomodada, aunque un pelín desestructurada por los problemillas que su padre tenía con la botella (4). Aunque lo importante es que la posición privilegiada de su familia le permitió estudiar en la Universidad de Columbia (Nueva York) y en Harvard (Cambridge). Era buena en mates y en ciencias y habría podido convertirse en médico. Sin embargo, Amelia era un culillo inquieto y la Uni no terminaba de saciar sus ansias (5).
Pero, ¿por qué le dio a esta chica de Kansas por surcar los cielos en lugar de seguir el camino de baldosas amarillas? – No he podido reprimir el guiño a El Mago de Oz –. Pues porque, durante la Primera Guerra Mundial, sirvió como enfermera voluntaria en Canadá, atendiendo a los pilotos heridos. Así, conoció la fuerza aérea británica y quedó maravillada y mordida por el gusanillo de la aviación (6). En 1920 vivió su primera experiencia aérea (7). Quedó tan fascinada que, en seguida, se puso a tomar clases de vuelo, a manos de otra mujer, también pionera de la aviación. Su madre, aunque no estaba muy convencida de aquello, porque no es que fuese «muy femenino» – ya sabéis, las imposiciones de género, que siempre dan por saco –, le ayudó pagándole las clases (8). Y, solo un año después, compró un biplano usado (9).
¡Vuelta alto, pajarillo!
En 1922 se compró su primer aeroplano (El Canario), con el que logró su primer récord de altitud (10). Un año después, en 1923, se convirtió en la decimosexta mujer del mundo en recibir la licencia de piloto. Y, además de compaginar su pasión por el vuelo con la fotografía, en 1925 también se dedicó al trabajo social, en Boston, enseñando inglés a inmigrantes. Trabajo que amaba, pero que no le daba para comer. Mucho menos, para volar: hasta tuvo que vender su avión. Pero Amelia no iba a rendirse; en sus propias palabras: «Prefiero ser pobre y volar que tener más y hacer otra cosa» (11). Y, a pesar de todos los inconvenientes, en 1927, se unió a la Asociación Aeronáutica Internacional. Así, la empezaron a reconocer como uno de los mejores pilotos de Estados Unidos (12).
Amelia Earhart Vs patriarcado
Pero, en 1928, cuando se aventuró a realizar su primer vuelo transatlántico, le tocó hacerlo como pasajera, no como piloto. ¿Por qué, si era una aviadora de primera? Pues porque era una mujer, queridas mías. Y se ve que para los señoros de la época volar transatlánticamente era demasiado para una pobre damisela. Mejor llevarla de paquete, no se fuese a marear… (13). ¿De verdad esperábais que a Amelia se lo hubiesen puesto fácil? Pues no, el machismo siempre asoma la patita. De hecho, ciertos columnistas que se hicieron eco del vuelo la reducen a un simple estereotipo femenino desafortunado. E incluso llegan a tacharla de ser un animal oscuro, que solo puede ser un inconveniente en un vuelo (14).
Aun así, este viajecito le valió para ser la primera mujer que cruzó el Atlántico y Amelia Earhart se convirtió en un auténtico icono (15). También le valió para enamorarse; al afortunado le costó bastante convencerla para casarse, pues la institución del matrimonio no iba mucho con Amelia. Finalmente, tragó y se casó en 1931. Pero, eso sí, ataviada con un traje marrón; nada de ir de princesa ni de cuentos de hadas (16). Es más, la misma mañana del bodorrio, escribió a su prometido:
De nuevo, debes saber mi reticencia a casarme, mi sensación de que renuncio a oportunidades en un trabajo que lo significa todo para mí… (…) Por favor, no interfiramos en el trabajo ni el ocio del otro (…). En este vínculo, necesitaré algún lugar al que pueda ir sola, de vez en cuando, ya que no puedo garantizar soportar todo el tiempo el confinamiento de una jaula atractiva (17).
¡Pura fantasía, no me lo podéis negar!
La fama de Amelia…
Y vaya si conservó su propio espacio. Nuestra Dorothy siguió volando y utilizó su fama para reivindicar la incorporación de la mujer al campo de la aviación. Entre discursos y comités, fundó una organización para mujeres piloto (The Ninety-Nines), la nombraron comandante honoraria del Servicio Aéreo de los Estados Unidos y le otorgaron un par de alas de plata (18).
¿Queréis más? ¿Hablamos de logros? Fue la primera mujer que sobrevoló sola Estados Unidos, de este a oeste. Además, a principios de la década de los ’30, batió siete récords, tanto en velocidad como en distancia. En esta época, fue cuando escribió la autobiografía de la que os hablé al principio. ¿El motivo de escribir el libro? Haber realizado, esta vez ella solita, su segunda travesía transatlántica, en 1932 (19).
Mientras Lindbergh cruzó el Atlántico para demostrar que se podía hacer, Earhart lo cruzó para demostrar que las mujeres eran igualmente capaces (20).
Sin embargo Amelia se topó de bruces con la cultura patriarcal: mientras que Lindbergh se convirtió automáticamente en un ejemplo, en un pionero, en prácticamente un Dios, a Amelia había quienes la seguían viendo volar y lo tomaban como algo irrelevante… Escribía también, sí, ¡pero por pura vanidad! – Que digo yo, que una señora que escribió tres autobiografías, poemas, cuentos y artículos varios, al menos, un respeto se merecía – (21).
Y así llegamos a 1935, cuando Amelia Earhart fue la primera piloto en completar con éxito una durísima travesía en el Pacífico (voló sola de California a Hawái), y logró volar sin hacer escala entre México y Nueva York en poco más de catorce horas, fijando un nuevo récord de velocidad. Por ello, la galardonaron con la Cruz Distinguida de Vuelo, en el Congreso de Estados Unidos (22).
Y la tragedia
Sin embargo, si por algo es recordada es porque, mientras llevaba a cabo la mayor de sus aventurillas aéreas – convertirse en la primera persona que dio la vuelta al mundo por el Ecuador, que no es poco, en 1937 –, desapareció sin dejar rastro (23). Y ya sabéis lo que nos pone a los humanos una desaparición. Se nos enciende el piloto automático del misterio y nos volvemos loquísimos fabulando. A veces, incluso pasando por alto las proezas de la protagonista en cuestión y faltándole el respeto a su memoria. Ya os contaré cierta teoría que ha corrido, que hace que se me abran las carnes. En cualquier caso, la desaparición de Amelia sigue siendo un misterio sin resolver, aunque contemos con algunas hipótesis bastante aceptables (24).
Amelia en la ficción
Como supondréis, el mundo del celuloide también ha sucumbido ante Amelia Earhart y su misteriosa desaparición (25). En American Horror Story: Double Feature podéis disfrutar de la «versión» que nos ofrece Murphy. Además, la interpretación de Lily Rabe es exquisita. No os la perdáis, es de las mejores temporadas de la serie.
La desaparición de Amelia Earhart
En 1937, a Amelia se le ocurrió realizar otra hazaña memorable: dar la vuelta al mundo siguiendo la línea del Ecuador, un itinerario distinto al habitual, a bordo de su, ya emblemática, Electra 10-E (un bimotor Lockheed) (26). Partió desde Miami hasta Sudamérica y, después, continuó hasta África y las Indias Orientales (27). En 30 días había completado unos 35.000Km, más de dos tercios del total de su ambicioso objetivo (28). Pero lo que ella no sabía es que este sería su último viaje, y por el que siempre sería recordada (y buscada).
El 2 de julio, cuando volaba la penúltima etapa de su travesía, que comprendía desde Lae (Nueva Guinea) hasta la Isla Howland (a medio camino entre Australia y Hawái, en el Océano Pacífico), Amelia y su copiloto (Fred Noonan) desaparecieron en medio de un fuerte temporal (29). La última vez que Amelia contactó por radio, se comunicó con un guardacostas estadounidense del buque patrullero Itasca, que se encontraba en la Isla Howland para cubrir a Amelia. Pero la comunicación era mala y se cortaba. Aun así, Amelia Earhart informó de que se estaba quedando sin combustible y de que, aunque debía estar cerca de la isla, aún no la divisaba. Después, llegó el silencio (30).
Electra se esfumó de la faz de la tierra, abriendo paso a innumerables rastreos, investigaciones y especulaciones de lo más variopintas, con el fin de hallar alguna pista de su paradero. A día de hoy, seguimos sin saber a ciencia cierta cuáles fueron las circunstancias del accidente, en qué lugar exacto se produjo o dónde están los restos mortales de los dos tripulantes (31). Eso sí, hay teorías que van ganando peso, frente a otras que es mejor desecharlas por el W.C. y tirar de la cadena, por su falta de rigor.
Teoría oficial: Amelia Earhart se estrelló en el Pacífico
Desde el gobierno estadounidense se destinaron recursos incalculables para encontrar a Amelia. Durante dos semanas, tanto los guardacostas como la Armada estuvieron peinando la zona. Además, el marido de Amelia contrató a marineros civiles para seguir con la búsqueda, pero ni rastro de Amelia (32). Así que, oficialmente, se cerró la investigación concluyendo que, al haberse quedado sin combustible, Amelia había caído con su Electra en el Pacífico, antes de poder llegar a la Isla Howland (33).
Entre el 2002 y el 2006, una empresa que se dedica a rastrear las profundidades marinas y a la búsqueda oceánica, organizó una partida para localizar la aeronave de Amelia en los alrededores de la Isla Howland. Teniendo en cuenta los datos sobre el combustible con el que contaba Amelia, así como sus transmisiones de radio, acotaron una zona del Pacífico esperando encontrar los restos de Electra. Para ello, emplearon un sistema de sónar de lo más puntero, pero no encontraron ni rastro del avión (34). En 2009, el Waitt Institute for Discovery organizó otra búsqueda en la que se amplió la zona a rastrear. Además, se emplearon hasta robots para búsqueda en aguas profundas. Pero, de nuevo, no hallaron nada (35).
Así, aunque esta teoría es lógica y posible, y a pesar de las numerosas y sofisticadas búsquedas, no se han hallado evidencias de que Amelia se estrellase en el Océano.
Teoría conspiranoica (y descabellada): las islas Marshall
Supuestamente, Amelia y su copiloto, al perder la comunicación, se dirigieron hacia las Islas Marshall, controladas por los japoneses, quienes los tomaron por espías estadounidenses y los capturaron (36). Y se abren varias versiones: o los asesinaron, o los japoneses los capturaron y obligaron a Amelia a transmitir para los soldados americanos como la “rosa de Tokio”, durante la Segunda Guerra Mundial (37), o volvieron a Estados Unidos con identidades falsas, por cuestiones de seguridad nacional – Amelia, como Irene Craigmile; hasta cuentan que se volvió a casar, tomando el apellido de Bolam, y que falleció en 1982, en Nueva Jersey –. Esta versión asume que el vuelo de Amelia sí escondía una misión de espionaje, para hacer un reconocimiento preguerra de los japoneses, autorizada por el mismísimo presidente Roosevelt, y que el gobierno estadounidense la rescató de las Islas Marshall (38).
¿En qué se basa tanta tontería? Pues en supuestos testimonios orales de las islas y en una foto fake, más que desmentida – el History Channel y sus idas de olla – (39). Lo cierto es que, con el poco combustible que tenía Amelia, no es posible que llegase hasta las Islas Marshall (40). Conspiranoicos del mundo, dejad de molestar, porque esta teoría no tiene ni pies ni cabeza.
La teoría más probable y aceptada actualmente: la Isla de Nikumaroro
Esta teoría sostiene que Amelia hizo un aterrizaje de emergencia en la isla de Nikumaroro (o Gardner, una de las Islas Fénix, en la República de Kiribati), a 350 millas náuticas al suroeste de la Isla Howland (41). Y que ella y su copiloto habrían sobrevivido allí, como náufragos, hasta que fallecieron, pues nunca fueron rescatados (42). Esta hipótesis se basa en las últimas transmisiones de radio de Amelia. Dada la situación de Nikumaroro respecto a Howland, es factible que Amelia aterrizase allí, al no divisar su destino. Además, se recibieron 121 mensajes de radio durante los 10 días siguientes a la desaparición de Amelia, de los cuales, unos 57 podrían haberse transmitido desde la Electra (43).
El Grupo Internacional para la Recuperación de Aviones Históricos (TIGHAR) apoya esta hipótesis. Y afirma que al menos seis de esos mensajes pueden situarse en las Islas Fénix – a través de los datos que ofrecen las estaciones inalámbricas de radio – (44). Se decantan por Nikumaroro, porque en aquella época la marea allí fue especialmente baja, lo que le habría permitido hacer un buen aterrizaje a Amelia (45). En las doce exploraciones que han realizado en la isla, han hallado varias evidencias, como la placa metálica de un avión, una cremallera y botones de una chaqueta de aviador, diversos recipientes de cristal de los años ’30, así como restos de fogatas y de animales, que indicarían que alguien se habría alimentado allí, y por la forma en que lo hicieron (no comieron las cabezas del pescado), probablemente, no eran isleños del Pacífico (46).
El posible campamento de Amelia Earhart y Fred Noonan
Además, en 1937 los británicos exploraron la isla para colonizarla y manifestaron que “parecía un campamento”. En una de las fotografías que tomaron, puede verse un objeto que, según el TIGHAR, podría ser el tren de aterrizaje de la Electra (47). Un año después, los colonizadores informaron del hallazgo de fragmentos de aeronaves (48). Y, en 1940, se descubrieron 13 fragmentos de huesos, enterrados cerca de los restos de una fogata – que se llevaron a analizar a Fiji y se perdieron, tras ser medidos –, restos de dos pares de zapatos (de hombre y de mujer) y la caja de un sextante (un instrumento de navegación) (49).
El TIGHAR estudió las medidas que se tomaron de los huesos y determinó que podrían pertenecer a una mujer de la complexión física de Amelia (50). Además, los restos óseos determinaban que esa mujer tenía los antebrazos más largos de lo habitual, característica física que poseía Amelia (51).
Pero no dejan de ser hipótesis, pues falta material óseo con el que poder trabajar. Además, en su día, los exámenes que se realizaron determinaron que los huesos pertenecían a un hombre fornido – conclusión que también es discutible – (52).
El último análisis forense que se ha realizado, en 2018, sobre las medidas de los huesos que se conservaron, llevado a cabo por Richard Jantz (antropólogo forense de la Universidad de Tennessee), vuelve a confirmar que esos restos óseos pertenecen a Amelia Earhart (53).
Las últimas pistas sobre Amelia Earhart
En la última expedición del TIGHAR, en 2017 (para conmemorar el 80 aniversario de la desaparición de Amelia), patrocinada por la National Geographic Society, para el rastreo de la isla, se emplearon cuatro perros – border collies – especializados en localizar restos humanos antiguos y a gran profundidad. Para realizar la búsqueda, acotaron la zona en la que se descubrieron los huesos en 1940 – llamada Seven Site –, y llevaron a los perros a olfatear. Los cuatros marcaron el mismo arbusto: había restos humanos allí (54).
Sin embargo, los arqueólogos no consiguieron desenterrar ningún hueso – posiblemente, se habrían descompuesto –. Así que enviaron muestras de la tierra al laboratorio, para encontrar rastros de ADN. Pero, dado el entorno tropical de la isla, las posibilidades de hallarlo eran escasas (55).
La búsqueda en Nikumaroro la retomó en 2019 Robert Ballard, el explorador de la National Geographic Society que encontró el Titanic en 1985 (56). Reunió un grupo de científicos y expertos y exploraron las aguas que rodean la isla. También, de nuevo, el posible campamento de Amelia, utilizando la tecnología más puntera. Pero ni rastro del avión (57).
La última pista nos lleva hasta el Museo y Centro Cultural de Te Umwanibong en Tarawa, Kiribati. Allí, supuestamente, fueron a parar fragmentos de cráneo de los huesos que se encontraron en 1940 y después se perdieron. Actualmente, se está investigando y analizando el ADN (58).
Así, a pesar de los diversos indicios de que Amelia Earhart y su copiloto fueron a parar a Nikumaroro, aún no contamos con ninguna evidencia irrefutable que resuelva por fin el enigma. Tendremos que esperar a saber si esos restos óseos nos ofrecen nuevas pistas, o si son un nuevo callejón sin salida.
Réquiem por Amelia
Lleguemos a saber o no qué narices le ocurrió a Amelia Earhart, dónde exactamente fue a parar o cómo murió, lo cierto es que poco importa si lo comparamos con su legado. Atrevida, ambiciosa, aventurera, valiente, independiente y enfrentándose a los roles y estereotipos de género, nos dio una lección de vida: nos enseñó que no debemos permitir que jamás nadie nos diga qué podemos o no hacer, por el hecho de ser mujeres. Y en cuanto a su último vuelo, ni siquiera lo deberíamos tomar como una tragedia, si atendemos a las palabras de la propia Amelia: «La aventura vale la pena en sí misma» (59). Desde luego que sí, Amelia, la aventura que fue tu vida valió la pena.
Earhart pretendía que sus espectaculares vuelos fueran su legado para las mujeres y la aviación (…) Earhart tenía un “deseo insaciable de llevar a las mujeres al aire y, una vez en el aire, tener el reconocimiento que sentía que se merecían” (60).
Antes de emprender el fatídico vuelo, Amelia dejó una carta a su marido y le pidió expresamente que se la abriese, si es que no sobrevivía, pues era plenamente consciente del peligro que suponía su vuelta al mundo. En ella, expresa su esperanza de que su vuelo sirviese como inspiración a otras mujeres (61). Y con ello nos quedaremos, querida Amelia, aunque para los señoros de la época tu accidente fuese una prueba irrefutable de que el lugar de la mujer estaba en el hogar, y no en el aire (62). Tú les demostraste que las mujeres no tenemos porque vivir limitadas (63).
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