Referencias
(1) En la Edad Media se dibujó a las mujeres como seres de naturaleza impura, diabólica y monstruosa. Beteta Martín, 2009, p. 215. Beteta Martín, 2011, p. 2. Beteta Martín, 2012a, pp. 882-883. Beteta Martín, 2012b, pp. 1022 y 1030-1031. Consideraban que la mujer era inferior al hombre por naturaleza, recuperando la imagen de Eva como personificación del pecado y de la caída edénica (Beteta Martín, 2014, p. 295; Beteta Martín, 2016, pp. 62-63). Beteta Martín, 2012b, pp. 1034-1038. Esta visión de la naturaleza femenina se radicaliza a lo largo de la Edad Media, sobre todo, como respuesta a la Querella de las Mujeres: un movimiento femenino – se podría decir que proto-feminista –. Beteta Martín, 2012b, p. 1022. Cándano, 2008, p. 217. “Un precedente [feminista] importante es la obra de Christine de Pizan La ciudad de las damas, escrita en 1405”. Varela, 2008, p. 18.
Los orígenes del feminismo están “en la lucha colectiva por los derechos que se desencadena con la Revolución francesa y se desarrolla en el sufragismo del siglo XIX. (…) mujeres militantes como Olympe de Gouges o Mary Wollstoncraft representan las figuras ‘pioneras’. Así lo expresa Celia Amorós en su libro Tiempo de feminismo. (…) Joan Kelly “no pretende decir que el patrimonio de ideas del feminismo haya quedado invariado desde los tiempos de la querelle, sino que en la querelle se asistió a la definición de una serie de posiciones o puntos de vista (positions) que han ido delineando un pensamiento femenino contrapuesto al masculino dominante, y que articulan la estructura teórica del feminismo hasta el presente”. Laurenzi, 2009, pp. 301-302 y 304.
(2) Beteta Martín, 2011, p. 2. Fuente, 2009, p. 13.
(3) Beteta Martín, 2011, p. 2.
(4) “La Querelle des femmes fue un movimiento intelectual reivindicativo y de debate (social, filosófico, teológico, científico, literario y, por encima de lo anterior, político; Beteta Martín, 2016, pp. 25-26; Beteta Martín, 2012b, p. 1022; Díaz Muriel, 2017, pp. 6-7; sobre la condición femenina; Sampedro López, 2018, p. 37) que surgió en la Europa feudal tardía en fecha incierta. Estaba ya formado en el siglo XIV y en él participaron tanto hombres como mujeres. Le dio forma definitiva y contenido feminista Christine de Pizan (1364-1430). El protagonismo de esta autora en el debate en torno al Roman de la Rose (hizo estallar la mecha de la Querella una versión ampliada de este texto, escrito en 1225 por Guillame de Lorris, al que se le había agregado páginas de sabor ferozmente misógino de la mano de Jean de Meun; Laurenzi, 2009, p. 303; Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, pp. XXIV-XXVI) y la difusión de obras suyas como La Cité des Dames o Les Trois Vertus convirtieron la Querelle des femmes en un fenómeno internacional que perduraría hasta la Revolución Francesa (Rivera Garretas, 1996, p. 27; siendo los siglos XV y XVI los momentos de mayor desarrollo y difusión del fenómeno, que comenzó en Francia y se fue expandiendo por otros países de la Europa Occidental; Baruque Ruiz, 2019, p. 13). Desde Borgoña hasta Italia, Portugal e Inglaterra, las cultas y los cultos de Europa rebatieron muchos de los contenidos del pensamiento misógino bajomedieval y demostraron que las mujeres eran tan dignas y valiosas como los hombres. Al sostener esta tesis tan general y tan elemental, las ideólogas de la Querella de las mujeres —mujeres cultas y privilegiadas todas ellas— no se limitaron a dar voz pública al pensamiento de unas pocas miembros de la elite. Ellas recogieron formas de expresión y de resistencia acuñadas en la práctica social por otras mujeres antes que ellas”. Rivera Garretas, 1992, p. 537.
(5) “(…) los aires renovadores de la Querella originan un proceso bidireccional de acción-reacción”. Beteta Martín, 2011, p. 2. “El tránsito de la Baja Edad Media a la Edad Moderna es (…) un periodo de profundo cambio en el que las creencias demonológicas adquieren un impulso inusitado”. Beteta Martín, 2014, p. 295. “En la Baja Edad Media surgen dos acontecimientos interrelacionados que marcan un punto de inflexión en la historia de las relaciones de género: la Querella de las Mujeres y la construcción simbólica del arquetipo de la bruja”. “Los discursos demonológicos serán la pieza clave en la transformación simbólica de las mujeres que transgreden los roles de género en monstruos femeninos; arquetipos o ídolos de perversidad que representan la antítesis del ideal de feminidad impuesto por la cultura dominante”. Beteta Martín, 2016, pp. 25 y 27. Así, “el sistema patriarcal refuerza su control sobre las mujeres radicalizando el discurso misógino de inspiración patrística”. Beteta Martín, 2009, p. 215. Beteta Martín, 2012b, p. 1022. “Dice Philippe Ariès al respecto: ‘es posible que durante la Edad Media la desconfianza hacia la mujer haya aumentado entre los hombres y, en particular, entre los clérigos, como una especie de reacción de defensa ante la importancia que había adquirido la mujer’”. Cándano, 2008, p. 217. “(…) las relaciones entre los sexos parecen haber sido más complejas hacia el 1500 que en ninguna otra época”. Opitz, 1992, pp. 356-357.
(6) Beteta Martín, 2012b, p. 1022. Beteta Martín, 2012a, p. 874. Díaz Muriel, 2017, p. 7. Ferrer Valero, 2017, p. 126. Marie-José Lemarchand en De Pizan, 1995, p. XI. Sampedro López, 2018, p. 38. Varela, 2008, p. 18. “La gran impulsora de la Querelle des femmes fue Christine de Pizan (1364-1430), aunque ya desde el siglo XII se puede hablar claramente en Europa de una ‘cuestión mujeres’ o Frauenfrage”. Rivera Garretas, 1992, p. 534. “Hay que tener en cuenta, que la Querella en Italia ahonda sus raíces en la poesía lírica, y tiene sus antecedentes en las dos primeras poetas conocidas en lengua italiana: Compiuta Donzella (1200) y Nina Siciliana (1290), que en sus composiciones tratan temas relacionados con la desobediencia femenina a las disposiciones paternas o un yo poético que toma la iniciativa en asuntos amorosos. Por tanto, la Querella de las Mujeres constituía ya una larga tradición de escritura femenina y, en menor parte filógina masculina, cuando Laura Cereta y a las humanistas de su generación se incorporan en ella”. Arriaga Flórez, 2020, p. 8.
(7) Beteta Martín, 2012a, p. 874. Beteta Martín, 2012b, pp. 1022-1023.
(8) Baruque Ruiz, 2019, p. 2. Beteta Martín, 2016, p. 25. Beteta Martín, 2012a, p. 874. Laurenzi, 2009, p. 304. Rivera Garretas, 1996, p. 27. Sampedro López, 2018, p. 38. “Las mujeres medievales soportaron un ambiente de rechazo a la naturaleza femenina aceptada sin discusión como inferior a partir de argumentos religiosos y científicos”. Ferrer Valero, 2017, p. 124. “La creencia de que la mujer es imperfecta y, por tanto, inferior al varón, ya existe en las sociedades clásicas pero en el mundo griego, donde se configura esta idea, no se concebía la idea de las mujeres como un animal potencialmente venenoso capaz de matar a quienes las rodeaban”. Beteta Martín, 2009, p. 222.
(9) “Fue un debate de carácter elitista que abarcaba las esferas de lo social y de lo cultural acerca de lo que hoy consideramos como género, es decir, las construcciones socio-culturales de lo masculino y de lo femenino, teniendo como centro del debate la cuestión acerca de la naturaleza de las mujeres”. Baruque Ruiz, 2019, p. 13. “Se discutieron y se replantearon la diferencia sexual, los contenidos de género y las relaciones de y entre los sexos”. Graña Cid, 2015, p. 74.
(10) Baruque Ruiz, 2019, pp. 23-25. “A mediados del siglo XIII, un sector conservador de la Europa de entonces arremetió con fuerza contra el prestigio de la teoría de la complementariedad de los sexos (proclamada por Hildegarde de Bingen; Caso, 2005, pp. 10-49; que defendía que hombres y mujeres son diferentes pero iguales en valor; Beteta Martín, 2016, pp. 25-26). (…) En 1255, la Universidad de París impuso la lectura obligatoria de las obras de Aristóteles, y a ella le copiaron otras. De Aristóteles se leyó, se comentó y se divulgó sistemáticamente desde entonces la teoría sobre las relaciones de los sexos que él había defendido —o esto se decía— cuando vivió en la Grecia del siglo IV antes de la era cristiana. Esta teoría se llama de la polaridad de los sexos. Decía que los hombres y las mujeres somos sustancialmente diferentes, y que los hombres son superiores a las mujeres. Es, pues una teoría abiertamente misógina, que empezaba su formulación como la de la complementariedad de los sexos, pero daba enseguida un giro brutalmente hostil a lo que en ese momento era vivido y entendido como lo femenino. A este importante cambio político, un cambio que pretendió dejar la diferencia sexual sin infinito propio, subordinando las mujeres a los hombres y limitándoles a una antinomia del pensamiento. Prudence Allen le ha llamado precisamente «la revolución aristotélica»”. Rivera Garretas, 2005, p. 98.
(11) “Para dar fuerza social a esta teoría y para provocar cambios en lo simbólico, se escribieron en lengua latina y en las lenguas maternas de entonces multitud de textos literarios y científicos misóginos y misógamos, es decir, hostiles a las mujeres y al matrimonio, textos de cuya refutación nacería la Querella de las mujeres”. Rivera Garretas, 2005, p. 98.
(12) Beteta Martín, 2012b, pp. 1040-1042. Beteta Martín, 2011, pp. 1 y 5.
(13) Baruque Ruiz, 2019, pp. 14-15. Rivera Garretas, 1996, p. 26. “La crítica de los tradicionales roles de género redefine las identidades femeninas y el sistema patriarcal incide en la imagen de las mujeres como usurpadoras de los espacios históricamente masculinos. Se convierten en potenciales transgresoras que ponen en peligro los cimientos de la estructura androcéntrica en la medida en que cuestionan los privilegios y derechos androcéntricos”. Beteta Martín, 2011, p. 2. “La transgresión de la normativa patriarcal convierte a las mujeres en una amenaza potencial capaz de destabilizar el sistema social”. Beteta Martín, 2009, p. 214.
(14) “Las actividades públicas y las reivindicaciones que plantean autoras vinculadas a la Querella de las Mujeres, tales como Isabel de Villena, Teresa de Cartagena, Beatriz Galindo [‘La Latina’], Juana de Mendoza o María Cazalla entre otras, despierta el recelo de la jerarquía eclesiástica y del sistema sociopolítico en su conjunto ante la posibilidad de que las mujeres ocupen espacios vetados tradicionalmente a su sexo”. Beteta Martín, 2012b, p. 1023. “Ante la amenaza de desestabilización del sistema patriarcal que conlleva la Querella de las Mujeres, las autoridades androcéntricas responden desencadenando una reacción visceral contra las mujeres que se dirige a dos esferas con una fuerte carga cultural: el ámbito puramente social y el ámbito de lo inconsciente o imaginario simbólico”. Beteta Martín, 2011, p. 5. “Nos encontramos en sociedades hetero-patriarcales donde la iglesia y su concepción de las mujeres estaban profundamente arraigadas”. “sociedades ‘sacro-patriarcales’”. Baruque Ruiz, 2019, pp. 4 y 13. “Fue un debate muy vinculado con el mundo de las universidades y, por ello, también con el mundo clerical, con el mundo de los eclesiásticos cultos, especialmente antes de la aparición de ese movimiento cultural secular, que se suele llamar Humanismo”. Rivera Garretas, 1996, p. 27.
(15) Baruque Ruiz, 2019, p. 4. Beteta Martín, 2016, pp. 25-26. Opitz, 1992, p. 357. “En los orígenes y entre los precedentes de la Querella de las mujeres se pueden distinguir dos movimientos; uno de ellos de carácter social, el otro de carácter y contenido académico; uno protagonizado por mujeres y el otro protagonizado por hombres. Los dos se sitúan en los siglos centrales de la Edad Media”. Rivera Garretas, 1996, p. 27. “Confluyen dos discursos dirigidos a deslegitimar a las mujeres: el discurso patrístico, heredado de los Padres de la Iglesia, y el dogma demonológico que establece una asociación innata entre la sexualidad femenina y los asuntos diabólicos”. Hay una gran “carga misógina de las creencias demonológicas y su imbricación con las tesis bíblicas, médicas e higienistas en relación a la sexualidad femenina que el imaginario medieval perfila como un fenómeno animal, voraz e insaciable”. Beteta Martín, 2012b, p. 1023.
(16) Beteta Martín, 2016, p. 26. Beteta Martín, 2012a, p. 874. Régnier-Bohler, 1992, p. 466. Solé, 1993, pp. 664-666. Tojal Rojo, 2017, p. 19. “En el marco de la Querella de las mujeres, el movimiento social femenino más significativo es el de las beguinas y beatas. Las beguinas eran mujeres que rechazaban tanto el matrimonio como la vida religiosa reglada, es decir, la vida monástica. Existieron en toda Europa, especialmente en el centro-norte (Flandes, por ejemplo). Beatas se les llama específicamente en el Reino de Castilla”. Rivera Garretas, 1996, p. 29. “Las beguinas fueron mujeres que se especializaron en su espiritualidad: en el Espíritu Libre —libre de la jerarquía eclesiástica y, por tanto, de toda regla religiosa— en el mundo civil o siglo, es decir, fuera de los recintos monásticos y de las instituciones de canonesas, consistiendo la espiritualidad en la contemplación y cultivo del Dios/Amor en mí. (…) Las beguinas —que en la Castilla del siglo XV en adelante fueron denominadas beatas, que quiere decir «felices» o «bienaventuradas»— aparecen documentadas como residentes habituales en algunas instituciones de canonesas seculares, antes al parecer del siglo XII, sin ser miembras del centro. Se trata de una forma de vida inventada por mujeres para mujeres (…) Las beguinas no se casaron. Eludieron con esta decisión el contrato sexual y la heterosexualidad obligatoria, sin ser mujeres públicas ni privadas y sin hacer voto de castidad. (…) Las beguinas quisieron ser espirituales pero no religiosas, quisieron vivir entre mujeres pero no ser monjas ni canonesas, quisieron rezar y trabajar pero no en un monasterio, quisieron ser fieles a sí mismas pero sin votos, quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida ni, tampoco, en la herejía, quisieron experimentar en su corporeidad pero sin ser ni canonizadas ni demonizadas. (…) Vivieron de sus rentas, si las tenían, y, sobre todo, de su trabajo en la industria y artesanía textil —tejiendo, cosiendo…—, en la enfermería y hospitales de pobres, en el copiado y miniado de manuscritos, en la enseñanza de niñas (…) en la atención a mujeres u hombres que se hallaran en situación de necesidad corporal o espiritual, en la asistencia a moribundas y moribundos como «acabadoras» de la vida o mediadoras de la muerte, o de las rentas proporcionadas por las más ricas. Trabajaron para vivir, con el propósito de tener tiempo —el más grande de los dones— que dedicar a su espiritualidad. A veces, se hicieron pordioseras, es decir, pasaron por la experiencia fuerte de vivir de la caridad de la gente pidiendo limosna por el amor de Dios. (…) Vivieron solas, discretamente vestidas, en relaciones duales o en pequeños grupos de mujeres, a las que con frecuencia legaron sus bienes al morir. Formaron un movimiento internacional que mantuvo muy vivos los contactos entre sí, contactos de presencia y de palabra oral y escrita, mediante cartas entre amigas o de maestra a discípula y mediante el viaje entre ciudades y entre territorios. Pues las beguinas viajaron mucho (…) De las beguinas y beatas hay indicios documentales en prácticamente toda la Península Ibérica”. Rivera Garretas, 2005, pp. 111-116.
(17) Beteta Martín, 2016, p. 26. Graña Cid, 2015, pp. 73-74.
(18) “(…) también acogían a las mujeres de los cruzados o a las que por la falta de hombres –por las guerras– no encontraban marido. Otras mujeres se unieron al beguinaje porque no tenían el estatus social o dinero suficientes para entrar en un convento tradicional – el único tipo de comunidad que podía mantener una vida digna de las mujeres solteras – (…) en palabras de Margaret Wade Labarge, el beguinaje solucionó una ‘necesidad muy real de las mujeres’ bajomedievales”. Tojal Rojo, 2017, pp. 20-21.
(19) Baruque Ruiz, 2019, pp. 21-22. Solé, 1993, p. 664.
(20) “Catalina de Siena, Ángela de Foligno y otras místicas italianas anticiparon lo que sería el núcleo del futuro debate de la Querella de las Mujeres. Las escritoras místicas italianas juegan un papel de particular interés dentro de la Querelle des femmes porque con su palabra y su acción se oponen a un orden masculino preestablecido, logrando crear su propio espacio de visibilidad y afirmación”. Cerrato, 2014, pp. 23-24.
(21) Rivera Garretas, 2005, pp. 119-122. “Muy conscientes de su condición sexuada, escribieron y actuaron a favor de su sexo y lo entendieron como colectivo social visible en el mundo, ese ‘femineo linaje’ que figura en los textos relacionados con la visionaria Juana de la Cruz (…). Dieron origen así a un nuevo principio de autoridad femenina (…) ellas pusieron la teología y la espiritualidad en relación con y al servicio de la problemática cultural y social que les tocó vivir además de su problemática específica en su calidad de mujeres”. Graña Cid, 2015, pp. 74-75. Una precursora de todo esto fue la mística Beatrice d’Este, nacida alrededor del 1200. “La experiencia mística adquiere una perspectiva completamente nueva a través de sus palabras que reclaman una relación directa y exclusiva con lo divino”. Cerrato, 2014, p. 25.
(22) Tojal Rojo, 2017, pp. 21-22.
(23) Rivera Garretas, 1996, p. 29. Rivera Garretas, 2005, p. 113. Tojal Rojo, 2017, p. 22.
(24) “Algunas beguinas llevaron su experimentación espiritual a formas extremas. Las más llamativas fueron las muradas o emparedadas. (…) mujeres que, por lo general, ya mayores y después de un proceso de toma de conciencia, decidieron emparedarse en una celda en la muralla de una ciudad o de una iglesia querida, o en un puente. (…) el deseo femenino de vida solitaria se orientó cada vez con mayor decisión hacia la vida murada, que hacía su cuerpo intocable e inviolable sin abandonar el mundo. Porque las muradas amaron la relación de intercambio. Para intercambiar sin ser violadas, situaron sus celdas-tumba en lugares frecuentados y mediadores. En las celdas dejaban una ventana abierta al exterior, desde la que se comunicaban con la gente que acudía a visitarlas en busca de consejo, de respuestas, de medida, de diálogo y consuelo espiritual, de orientación en el amor divino, que ellas daban gratis et amore, es decir, por gracia y por amor. A su vez, la gente las alimentaba por piedad, sentido de la misericordia y amor de Dios”. Rivera Garretas, 2005, pp. 116-119. Tojal Rojo, 2017, p. 23
(25) Rivera Garretas, 2005, p. 122. Rivera Garretas, 1996, p. 29.
(26) “En cuanto a su intervención en la escritura, distingo en este contexto dos maneras de intervenir en la Querella de las mujeres. Una fue la de las humanistas, las llamadas puellae doctae; la otra, la de las que tradujeron en escritura su experiencia personal”. Rivera Garretas, 1996, p. 29. Desarrollaron una intensa actividad literaria en la que cuestionaron los paradigmas de género difundidos por el discurso patrístico. Beteta Martín, 2016, p. 26. Autoras vinculadas a la Querella de las Mujeres: Christine de Pizan, Isabel de Villena, Teresa de Cartagena (con su obra, de segunda mitad el siglo XV, Admiraçión operum Dey que “funciona en parte como una defensa de mujeres, fue escrita a petición de Juana de Mendoza, una noble perteneciente a la sociedad cortesana, así como su marido Gómez de Manrique”; “escribe Admiraçión operum Dey como respuesta a las críticas a su primera obra, Arboleda de los enfermos, que criticaban que una mujer pudiera escribir un texto así”; Sampedro López, 2018, pp. 38, 40 y 54), Beatriz Galindo, Juana de Mendoza o María Cazalla, entre otras. Beteta Martín, 2012b, pp. 1022-1023.
(27) “Marie de Gournay (1565-1645) fue una pensadora francesa que defendió los derechos de la mujer y su dignidad humana. Su fama de erudita en sus múltiples facetas de ensayista, literata y traductora hizo que ya en vida fuese considerada una mujer extraordinaria, hecho que no impidió que sus detractores la desacreditaran por denunciar públicamente la sumisión de su sexo. La aguda inteligencia de esta autora no solo abrió un nuevo horizonte en el debate acerca de la valía intelectual de las damas, sino que sus Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres (1622), inician un cambio histórico que influirá en las diferentes maneras en que se va a reelaborar la idea de la igualdad de los sexos”. Ojea Fernández, 2017, p. 67.
(28) “Gournay siempre denunció que, si las damas no alcanzaban la excelencia, se debía a una deliberada y deficiente instrucción que de forma perversa había impedido su progreso y su bienestar. (…) responsabilizaron a la sociedad patriarcal del desprecio a la inteligencia y a la virtud de las mujeres”. Ojea Fernández, 2017, pp. 69-70.
(29) Beteta Martín, 2016, pp. 26-27. “La ‘guerra contra las mujeres’ se libró fundamentalmente en la esfera simbólica, es decir, en la literatura y el arte”. Beteta Martín, 2011, p. 2. “Si la palabra de las místicas suscita muy pronto las sospechas de abuso y de herejía, las obras de ficción, con su aparente falta de seriedad, indican, por su parte, que a menudo se producen transgresiones de un dominio que el hombre se reserva para sí”. Régnier-Bohler, 1992, p. 428. “De toda esa disputa, la historia apenas ha respetado los textos femeninos o aquellos que defendían a las mujeres, pero sí ha llegado hasta nuestros días la reacción a ellos, como señala Ana de Miguel (De Miguel, 2007), con obras tan espeluznantemente misóginas como Las mujeres sabias de Molière o La culta latiniparla de Quevedo”. Varela, 2008, p. 19.
(30) “Las repuestas deslegitimadoras contra las mujeres que surgen desde las doctrinas eclesiásticas responden, históricamente, a la necesidad androcéntrica de salvaguardar aquellos mecanismos que perpetúan la posición hegemónica del patriarcado como sistema de dominio y explotación. (…) Si entendemos que toda reacción va precedida de una acción, se puede interpretar que la deslegitimación que padecen las mujeres a finales de la Edad Media, en forma de persecuciones de sanadoras y comadronas, reclusión de los movimientos místicos femeninos y acusaciones demonológicas, es una respuesta social y simbólica a las reivindicaciones públicas que argumentaban la necesidad de que las mujeres tuvieran mayor visibilidad en el espacio público, incluyendo por tanto el ámbito del conocimiento”. Beteta Martín, 2016, p. 27.
(31) Beteta Martín, 2016, p. 142. Se perciben por parte del sistema sociopolítico como una amenaza potencial para la estabilidad del patriarcado: amenazan tanto la unidad de la doctrina cristiana, como la estabilidad de un sistema sociopolítico basado en principios patriarcales. Beteta Martín, 2012a, p. 874.
(32) “El patriarcado cuenta con diversos mecanismos de control social para garantizar la estabilidad social y sancionar cualquier actitud, comportamiento o discurso que vulnere el contrato sexual basado en los conceptos de asimetría y falocentrismo (…) El poder patriarcal intenta frenar las voces femeninas, que en la Baja Edad Media alcanzan una mayor proyección social, demonizando a las mujeres y sus saberes con una reinterpretación de la misoginia patrística en el orden simbólico. Un proceso de demonización que alcanza un doble objetivo: en primer lugar, frenar las reivindicaciones de la Querella de las Mujeres y de las nuevas formas de religiosidad femenina y, en segundo lugar, personificar la crisis del sistema feudal en las mujeres, su sexualidad y sus saberes”. Beteta Martín, 2016, p. 91.
(33) Beteta Martín, 2016, pp. 144-145.
(34) Beteta Martín, 2016, pp. 91-92, 102 y 616. “La demonización de la sexualidad de las mujeres responde a una estrategia de deslegitimación. El sistema patriarcal proyecta una imagen deformada de las mujeres con el objetivo de sancionar todas aquellas actitudes que el discurso androcéntrico consideraba transgresoras”. Beteta Martín, 2012b, p. 1024. “Este discurso patrístico, sobre la base del episodio bíblico sobre la caída edénica, recrudece la percepción de las mujeres como seres inferiores, de naturaleza pecaminosa, sexualmente excesivas y naturalmente inclinadas hacia los asuntos diabólicos”. Beteta Martín, 2012a, p. 875. “Las autoras de la Querella de las mujeres tuvieron que hacer frente a un corpus inacabable de obras que —más con el peso de la autoridad del discurso dominante que con el específico de sus argumentos — sostenían que el cuerpo de mujer era inferior y aborrecible”. Rivera Garretas, 1992, p. 538.
(35) “En la Edad Media el monstruo femenino se diluye en una imaginería demonológica que asocia la transgresión femenina con las figuras de las brujas, hechiceras, amazonas y súcubos en un contexto marcado por la fragmentación de la Iglesia y la Querella de las Mujeres. La autoría masculina determina los límites de la transgresión calificando la naturaleza femenina como ‘demoníaca’, ‘impura’ y ‘peligrosa’ (…). La proyección simbólica de las mujeres en monstruos míticos representa los miedos y deseos patriarcales, el Eros y el Thánatos que han convertido a las mujeres en ‘Bellas atroces’”. Beteta Martín, 2016, p. 89.
(36) Beteta Martín, 2016, pp. 158-159. Beteta Martín, 2012b, pp. 1040-1041. Beteta Martín, 2011, pp. 6-7. Cándano, 2008, pp. 219-220.
(37) Beteta Martín, 2016, pp. 92 y 616. Beteta Martín, 2011, p. 8. “La finalidad de la deslegitimación del saber empírico y del cuerpo femenino fue, por tanto, invisibilizar la proyección pública de las mujeres en un momento histórico en el que el sistema patriarcal debe hacer frente a diversas amenazas que cuestionan sus cimientos ideológicos, políticos, sociales y religiosos (…). Las mujeres se convierten en el chivo expiatorio sobre el que verter los miedos ante la descomposición del sistema feudal (Beteta Martín, 2011, p. 5; Beteta Martín, 2012a, p. 875). Para eliminar la influencia progresiva de las mujeres en el ámbito público, el patriarcado recurre no sólo a la persecución del saber femenino sino que, además, deforma su identidad social y su sexualidad a través de un complejo proceso simbólico que les convierte en «monstruos femeninos»”. Beteta Martín, 2012b, p. 1042.
(38) Beteta Martín, 2016, pp. 614-615. Beteta Martín, 2011, p. 4.
(39) “El cuerpo y los saberes empíricos quedan estigmatizados como elementos monstruosos y diabólicos capaces de alterar el orden social y desestabilizar el sistema”. Beteta Martín, 2012b, p. 1042. “Para eliminar su influencia progresiva en el ámbito público, el patriarcado deforma la percepción social de las mujeres a través de su vinculación con el mundo diabólico y su asociación con el estereotipo de la bruja. Las mujeres son estigmatizadas y perfiladas como seres de naturaleza monstruosa y diabólica capaces de alterar el orden social y desestabilizar el sistema”. Beteta Martín, 2012a, p. 885.
(40) Baruque Ruiz, 2019, p. 14.
(41) Arriaga Flórez, 2020, p. 9.
(42) “En la Francia del siglo XVII, los salones comenzaban su andadura como espacio público capaz de generar nuevas normas y valores sociales. En los salones, las mujeres tenían una notable presencia y protagonizaron el movimiento literario y social conocido como preciosismo. Las preciosas, que declaran preferir la aristocracia del espíritu a la de la sangre, revitalizaron la lengua francesa e impusieron nuevos estilos amorosos; establecieron pues sus normativas en un terreno en el que las mujeres rara vez habían decidido. Para Oliva Blanco, la especificidad de la aportación de los salones del XVII al feminismo radica en que ‘gracias a ellos la ’querelle féministe’ deja de ser coto privado de teólogos y moralistas y pasa a ser un tema de opinión pública’”. De Miguel, 2007.
(43) Baruque Ruiz, 2019, p. 15.
(44) “En cuanto a su final, la mayoría de historiadores consideran que la querella permaneció hasta la Revolución Francesa (1789), momento en el que ese ‘feminismo temprano’ del que hablaba Joan Kelly, pasó a una nueva fase caracterizada por la lucha social y reivindicativa de carácter internacional, poniendo fin a la querella en tanto que se trataba de un movimiento pacífico caracterizado por utilizar como instrumento reivindicativo la escritura. Sin embargo hoy en día las opiniones sobre su final son variadas dentro del panorama historiográfico”. Baruque Ruiz, 2019, pp. 15-16.
(45) Del siglo XV al XVIII. Arriaga Flórez, 2020, p. 8.
(46) “La consolidación, a principios del siglo XIV, del triunfo de las propuestas de la revolución aristotélica coincide con el comienzo de la difusión, en Italia primero y en el resto de Europa después, del movimiento cultural y político laico que se suele llamar Humanismo: un movimiento que, con el Renacimiento que le siguió, es considerado, por la historiografía científica, de progreso para la humanidad, pero que la historiadora feminista Joan Kelly, en un texto ya clásico, consideró de progreso para los hombres y de retroceso para las mujeres”. Rivera Garretas, 2005, p. 99. “El Renacimiento trajo consigo un nuevo paradigma humano, el de autonomía, pero no se extendió a las mujeres”. De Miguel, 2007.
(47) Baruque Ruiz, 2019, p. 25. “El Humanismo instauró en Europa una tercera manera de ver las relaciones de y entre los sexos, sin que desaparecieran las ya existentes. Fue la que Prudence Allen ha llamado la teoría de la unidad de los sexos. Sostenía esta teoría que los hombres y las mujeres somos iguales. Es esta la formulación moderna del principio de igualdad de los sexos, el principio que sigue inspirando la emancipación femenina en el Occidente de hoy. La teoría de la unidad o igualdad de los sexos no da cabida a la diferencia sexual: de un mundo mirado desde el régimen del dos, se pasa a un mundo mirado desde el régimen del uno: al neutro pretendidamente universal. Si la teoría de la polaridad de los sexos limitaba la dimensión infinita de las mujeres y de los hombres encasillándoles en una oposición binaria, la teoría de la unidad de los sexos limita sólo al sexo femenino, quedando el hombre como único universal. El paso al pretendido neutro (que se expresa en masculino, porque la lengua, que se resiste a mentir, no ha dejado llegar a más, no ha dejado inventar otro género gramatical) consistió en incluir por la fuerza, en las interpretaciones poderosas del mundo, el principio creador femenino de alcance cósmico, en el principio masculino. En la vida corriente, lo masculino pasó a ser o a pretender ser la medida del hombre y de la mujer, el límite que le dejaba a ella sin infinito propio, la traba al ser en femenino que hoy en día pone en palabras el feminismo con la curiosa y acertada metáfora del «techo de cristal»”. Rivera Garretas, 2005, pp. 99-100. “El solapamiento de lo humano con los varones permite la apariencia de universalidad del ‘ideal de hombre renacentista’”. De Miguel, 2007.
(48) “Durante el Humanismo y el Renacimiento, el proyecto de igualdad entre los sexos no fue entendido como igualdad legal, igualdad en el Derecho – eso vendrá más tarde –, sino como igualdad en el acceso al conocimiento”. Rivera Garretas, 1996, p. 36.
(49) Baruque Ruiz, 2019, pp. 18-19 y 25. “Para las mujeres privilegiadas, el Humanismo trajo consigo la posibilidad de acceso a una educación de élite. Una educación filológica y científica exquisita, que era casi igual, aunque no del todo, que la que recibían los hombres. No era igual porque ellas estaban excluidas del aprendizaje de la retórica; ésta preparaba para el ejercicio de funciones públicas y de gobierno, un objetivo fundamental de la educación humanista. En la Castilla de Isabel I y de la primera mitad del siglo XVI hubo muchas humanistas. Menéndez Pelayo contó 38, aunque sólo de pocas de ellas conservamos obra escrita: Luisa Sigea de Velasco, ya del siglo XVI, es quizá la autora de la que más obra conservamos”. Rivera Garretas, 1996, pp. 29-30.
(50) “Si la mujer quería formar parte de ese espacio intelectual masculino, tenía que hacerlo bajo unos límites que actuaban como mecanismos de desautorización de su palabra, de la palabra femenina, adquiriendo una propia cultura, pero de manera pasiva y sobre todo sin finalidad creadora”. Baruque Ruiz, 2019, p. 20.
(51) “La Querelle des Femmes concedió poder político a la palabra femenina. La mujer, hasta ese momento, no había participado activamente en los procesos históricos, sino que lo había hecho pasivamente a través de su cuerpo femenino, pues la mujer no era un sujeto activo, sino pasivo sin capacidad de elección. Con la participación femenina en el debate se hizo pública la voz de la mujer, adquiriendo una dimensión de realidad que la otorgaba poder y legitimidad a partes iguales. (…) De esa manera las mujeres que participaron en la querella lograron adquirir una conciencia de su situación de subordinación en la sociedad y de la deslegitimación de su palabra a la que estaban sometidas, siendo esta toma de conciencia el primer paso en la construcción de su propia palabra como mujer. Ellas elaboraron una serie de obras que presentaban unas características propias del fenómeno en el que estaban inscritas”. Baruque Ruiz, 2019, pp. 20-21.
(52) “Desde los primeros testimonios de mujeres escritoras, ellas utilizaron la palabra como mecanismo de autorización de su libertad para expresar un pensamiento y unas experiencias propias (…). Una forma de libertad que siempre era respondida con otros mecanismos de desautorización por parte del sistema patriarcal en forma de limitaciones y restricciones”. Baruque Ruiz, 2019, p. 21.
(53) Caso, 2005, pp. 77-96. Rivera Garretas, 1996, pp. 29-30. “Las puellae doctae, antepasadas de las universitarias emancipadas del siglo XX, eran niñas educadas ya en la infancia, generalmente por interés de su padre, en casi todos los saberes de la época, especialmente el filológico. Muchas escribieron en latín obras importantes y fueron admiradas como genias en los círculos cultos de las ciudades europeas de los siglos XV, XVI y parte del XVII”. Rivera Garretas, 2005, p. 100. “Las humanistas, y en especial Laura Cereta, protagonizan una especie de contracultura con respecto a los parámetros clásicos humanistas. Sus obras, aunque escritas en latín, promueven visiones y planteamientos diferentes a los de la tradición, apropiándose de los códigos y de los recursos literarios y retóricos que conocían muy bien. Utilizan su maestría en el uso de la oratoria para defender sus ideas y defenderse a sí mismas de los ataques que reciben, e indirectamente, a todo el género femenino, de acusaciones misóginas”. Arriaga Flórez, 2020, pp. 11-12.
(54) Arriaga Flórez, 2020, p. 10.
(55) Baruque Ruiz, 2019, pp. 22-23.
(56) “Una parte importante de las humanistas rechazó el adorno femenino. Lo rechazaron porque lo consideraron una vía que, en su opinión, llevaba a las mujeres a la esclavitud. Al decir esclavitud se están refiriendo a la vida de las mujeres casadas de la época, que se veían llevadas a dedicar prácticamente toda su vida adulta al ejercicio de la maternidad, convertida por el patriarcado en función social no libre. Por eso, las humanistas reivindicaron la castidad y la austeridad en la apariencia física con el fin de no resultar seductoras para los hombres”. Rivera Garretas, 1996, p. 36.
(57) “Sostuvieron que las mujeres no debían perder el tiempo en ornarse sino que debían dedicar ese tiempo a algo que ellas consideraban mucho más importante: el estudio y el aprendizaje de cosas nuevas. No sólo porque adornarse era, en su opinión, una frivolidad insulsa propia de gente débil (además de llevar a las mujeres a la esclavitud, que es lo más importante), sino también porque el estudio les abría, a las que pensaban como ellas, un camino hacia la inmortalidad (lo que en términos cristianos llamaban la vida eterna, lo que ahora diríamos reconocimiento)”. Rivera Garretas, 1996, p. 36.
(58) “Estas autoras del Humanismo negaron, pues, su cuerpo femenino, intentaron emanciparse, liberarse de él como si fuera un estorbo y dedicar, en cambio, toda su energía al trabajo intelectual, que es donde ellas pensaron que estaba la verdadera libertad”. Ejemplos de estas humanistas son Laura Cereta (“una de las incipientes escritoras de la Querella de las Mujeres”; Arriaga Flórez, 2020, p. 8) y Luisa Sigea de Velasco. Rivera Garretas, 1996, pp. 36-37.
(59) “El segundo modo de intervención en la escritura, el de traducir en texto la experiencia personal, ha dejado en el reino de Castilla la memoria y la obra de dos autoras importantes: Leonor López de Córdoba y Teresa de Cartagena. En contraste con las humanistas o puellae doctae, estas autoras escriben en castellano, no en latín; además, aunque pudieron ser muy cultas (como lo fue Teresa de Cartagena), lo que destaca de ellas no es su erudición, no son sus alardes de conocimiento del mundo clásico grecolatino, sino su capacidad de originalidad, de buscar y de encontrar un lugar para su experiencia personal en el orden simbólico de la época”. Rivera Garretas, 1996, p. 30. “En el debate escrito, gracias a las colaboraciones de autores y autoras, se empezó a cultivar la postura feminista frente al debate, tanto escrito, siempre expresado con la lengua materna para llegar a un mayor número de receptores, como oral”. Díaz Muriel, 2017, p. 7.
(60) Rivera Garretas, 1996, pp. 30-31. Rivera Garretas, 2005, pp. 100-101.
(61) Rivera Garretas, 1996, p. 37.
(62) “El lenguaje que el adorno femenino es, resulta un lenguaje peligroso y conflictivo en las sociedades patriarcales; esto es así porque el patriarcado presenta al padre como el verdadero autor de la vida. Y porque el saber aprendido de la madre, ellas, que deben olvidar la genealogía materna, deben abandonarlo al dejar de ser niñas -al hacerse eróticamente deseosas y deseables- o transformarlo en medio de interlocución con hombres de su entorno. De ahí que el adorno femenino sea banalizado hasta convertirlo en un lenguaje que no sólo no dialoga ya con el origen del cuerpo femenino sino que lo que debe hacer es seducir a los hombres. Un cuerpo femenino que es de este modo llevado al cautiverio (un cautiverio terrible, que otras autoras han llamado esclavitud) de la maternidad no libre; un cuerpo que pierde, al cambiar de interlocución, al cambiar de régimen de mediación, la libertad en que había sido dado a luz”. Rivera Garretas, 1996, pp. 38-39.
(63) Permitidme este pequeño guiño a Star Wars; no os extrañéis, ya habéis leído el título del artículo. Sí, Obi-Wan y J.J. Abrams me han hecho mucho daño, sobre todo porque no se cumplieron mis expectativas, que eran muy altas.
(64) “La querella de las mujeres es un movimiento intelectual colectivo, anclado en la toma de conciencia de una serie de mujeres (Christine de Pizan, Laura Cereta, Teresa de Cartagena, Nicolosa Sanuti) que, dándose cuenta de la situación opresiva que viven como mujeres, escriben discutiendo las nociones tradicionales acerca de las capacidades de las mujeres para participar en la vida política, para pensar individualmente o para decidir sobre su cuerpo –a través del adorno–”. “desde el feminismo de la diferencia (…) se ha construido un aparato conceptual –el cuerpo femenino, el patriarcado, la agencia y la conciencia femenina, las estrategias de des/autorización– que permite interpretar la querella como la emergencia de una conciencia colectiva femenina, de la que autoras como Christine de Pizan o Teresa de Cartagena una suerte de portavoces”. Sampedro López, 2018, pp. 46-47 y 55.“Posiblemente la conciencia femenina, si es que existió de manera más o menos extendida, quedó silenciada para siempre. A excepción de un caso insólito que supuso el inicio de lo que se conoce como la «querella de las mujeres»”. Ferrer Valero, 2017, p. 124.
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