Érase una vez la Italia renacentista, cuando se cabalgaba entre los siglos XV y XVI. En aquel entonces, se vivió un cambio de época. La Edad Media renació en forma de Edad Moderna. Y allí, a caballo entre el Medievo y la Modernidad, una mujer revolucionó media Italia. En un mundo diseñado por y para los hombres, Catalina Sforza rugió como una auténtica tigresa. Marcó su territorio de manera implacable, con paso firme y sin mirar atrás. Sin duda, si de valentía y de coraje se trata, ella se lleva la palma de oro. Si las intrigas y los conflictos os ponen, y si Juego de Tronos os ha dejado mal sabor de boca, ¡pasen y lean! Como suele ocurrir, la realidad siempre supera la ficción. Y además, la Historia casi nunca decepciona.
Pero antes de presentaros Catalina (o Caterina) Sforza y ver su biografía, os meteré en faena. ¿Qué supuso eso del Renacimiento para las mujeres? ¿Era fácil que una mujer sacase pecho en esa época? ¿Por qué Catalina Sforza resulta un personaje tan fascinante? Os remito, en primer lugar, a este artículo, para que comprendáis el contexto al que se enfrentaba la mujer renacentista.
¿Quién era Catalina Sforza? Una auténtica tigresa…
En medio de un panorama terrible para cualquier dama, una mujer rompió todos los moldes. Catalina Sforza, nuestra valiente protagonista, sin duda hizo justicia a su apellido: «fuerte» (1). Si sus hazañas ya de por sí son dignas de admiración, como os mostraré, hay que sumarle el valor añadido que le otorga haberlas llevado a cabo en esta época. Época que nos situaba a las mujeres a los pies de los caballos. Época que nos reducía a meros felpudos. (Entiéndase por «época» la imagen y las normasque nos imponían los señores varones) (2).
De hecho, a Catalina ya le colgaron en vida unas cuantas etiquetas patriarcales, como veremos. Que si era una marimacho, que si era sexualmente insaciable, que si era una madre despiadada… Y la Historia convencional no la ha tratado mejor. Trataré de tumbar esta imagen tan machista sobre ella.
La bastarda Sforza, la pequeña milanesa
Catalina, nacida en Milán, a mediados del siglo XV (3), era hija bastarda del duque de Milán (4). Pero no penséis que su padre la repudió, sino todo lo contrario. Catalina Sforza fue criada en la Corte, como una Sforza más, arropada por el calor de su padre y de su madrastra. Porque, en contra de lo que nos enseñan los cuentos de hadas, las madrastras no siempre son malas. En realidad, el hecho de criar a los hijos ilegítimos en el hogar paterno era algo que solía ocurrir en las familias acomodadas de la época (5). Así, recibió una educación excelente (6). Además, adquirió gran destreza en el uso de armas y en la caza. Y también, aprendió de chanchullos y estrategias políticas (7). ¡Una mezcla entre Arya Stark y Cersei Lannister (8) estaba creciendo!
La Contessa de Imola y Forlí
A pesar de todo, Catalina Sforza era una niña de su época, y con diez añitos ya estaba prometida y contrayendo nupcias (9). Posiblemente, ésta fue la última decisión que tomaron por ella. El marido era sobrino del Papa de turno, y éste les entregó como regalo el feudo de Imola (10). Los siguientes años, la parejita vivió en Roma, donde Catalina encajó la mar de bien con la jet set (11). Aunque era una adolescente, la Sforza ya mostraba bastante interés en la política (12). Siete años después de casarse, adquirieron también el feudo de Forlì (13). Aun no tenía ni dieciocho añitos ¡y ya era duquesa de dos feudos (14)! Las tierras de nuestra tigresa, se encuentran al norte de Italia, en la región Emilia-Romaña. Su capital, Bolonia, os sonará. Para situarse, qué mejor que un mapa.
Pero el tito de su marido, el Papa, murió cuatro años después (15), y el desastre se cernió sobre la pareja. Hasta ese momento, habían estado protegidos, a su amparo. Pero, con su muerte, Roma entró en modo caos y con Roma, el matrimonio Sforza (16). Ante la inminente necesidad de nombrar a un nuevo papa, las familias más poderosas de Italia afilaron los colmillos. Todas estaban deseando colocar a uno de los suyos en el gran trono (17). Y Catalina Sforza, viendo volar las navajas, no estaba dispuesta a perder lo que era suyo…
¡Al Vaticano no entra ni Dios! ¡Y mucho ojito con tocar mis tierras!
Así dio comienzo la primera gran hazaña de la tigresa de Forlì. Ante la ausencia de su marido y embarazadísima de su cuarto hijo, en el tercer trimestre (18), montó a lomos de su caballo y cabalgó hasta el Castillo de Sant’Angelo, la fortaleza vaticana (19), para ponerse al frente de los soldados que lo defendían de los asaltantes (20). Estaba empecinada en mantener la defensa, con uñas y dientes, hasta que se eligiese un nuevo papa. ¡Y resistió un par de meses la jabata! Hasta que su marido llegó a un trato: aceptó largarse de Roma a cambio de mantener sus señoríos de Imola y Forlì. Además, recibieron una cuantiosa suma de dinero (21). La jugada, a priori, no le salió nada mal.
Así, la parejita puso rumbo a sus tierras, aunque la tranquilidad les duró muy poco. La gente es muy envidiosa, ya se sabe, y en una Italia con tanta familia pudiente enervada por regentar el poder, era cuestión de tiempo que la inquina les salpicase. El marido de Catalina Sforza fue asesinado y a ella y a sus hijos los hicieron prisioneros (22). ¿No pensaréis que nuestra dama de Forlì se quedó conforme y sollozando, verdad? ¡Va a ser que no! Logró escapar de sus captores, aunque tuvo que dejar a sus hijos atrás. Eso sí, juró venganza ¡y la obtuvo! (23).
¡Tengo el instrumento para tener muchos más! Un rumor maquiavélico
Según cuenta la leyenda (entiéndase por «leyenda» el piquito de oro de Nicolás Maquiavelo), Catalina Sforza se atrincheró en la Fortaleza de Ravaldino. Durante el asedio, los conspiradores amenazaron con asesinar a sus hijos, si no se rendía. Pero la tigresa no se asustó. Ni corta ni perezosa, respondió subiéndose la falda y señalándose la entrepierna:
¡Matadlos si así lo queréis, tengo el instrumento para tener muchos más! Nunca conseguiréis que me rinda (24).
Se subiese o no las faldas, lo que está claro es que la Sforza reclamó el poder político tras la muerte de su esposo. ¡Y lo mantuvo! (25). Pero lo más seguro es que, como artimaña para amedrentar a los conspiradores, Catalina Sforza lo que dijese es que estaba embarazada. Vamos, que fingiese estarlo, como estrategia. Así, conseguiría que sus hijos no valiesen nada como rehenes, dando a entender que en su vientre tenía a un heredero de las tierras. ¿Para qué se iban a molestar en matar a sus chiquillos? (26). Chica lista. Igual era una brillante estratega, y no una madre desalmada…
Al final, la tigresa recibió refuerzos desde Milán y venció a sus enemigos. Su primogénito se convirtió en el señor de sus tierras, pero como solo era un chaval de nueve años, Catalina Sforza asumió la regencia (27). Y como no podía ser de otro modo, se tomó la revancha. Encarceló a todo aquél que había participado en el asesinato de su marido, destruyó sus casas y les dio sus pertenencias a los pobres de Forlì (28). ¡Y se quedó la mar de ancha!
Una regente con grandes dotes políticas
A pesar del ajuste de cuentas que llevó a cabo la señora, logró gobernar sus feudos ganándose la simpatía de sus vecinos. Demostró ser más que hábil en política, gobernando sus tierras con inteligencia e implicación. Adoptó dos medidas estrella, que la encumbraron a la gloria. Por un lado, bajó los impuestos; detalle que, ya en aquel entonces, era más que popular (29). Y por otro, concertó varios matrimonios de sus hijos, muy rentables, con las gentes de las tierras vecinas. Con ello, consiguió la amistad de los territorios de alrededor (30). Y como a Catalina Sforza lo que le ponía era una buena batalla, ella misma se encargó de entrenar a sus soldados (31). Pero, aunque sus súbditos estaban encantados con ella, su familia estaba que echaba humo…
La segunda vendetta de Catalina Sforza
Pocos meses después del asesinato de su marido, Catalina Sforza había vuelto a casarse, en secreto. No porque una viuda no se pudiese casar de nuevo, sino porque temía perder los señoríos de Imola y Forlì. Y, como veis, la tigresa por sus tierras hacía lo que hiciese falta (32). Sin embargo, su nuevo romance era un secreto a voces. Y claro, sus parientes se empezaron a mosquear… «Oye, ¿ésta no será capaz de apartar del señorío de las tierras a su propio hijo y de colocar a su nuevo maromo?», se preguntaron una y otra vez (33). Por ello, las conspiraciones en contra de Catalina Sforza y de su nuevo churri empezaron a tejerse. Lograron encarcelar y asesinar a varios involucrados que se atrevieron a retarles. Hasta que el plan contra ellos surtió efecto: lograron cargarse al nuevo maridito (34).
Así que, nada, ¡otra vez le tocaba a Catalina Sforza vengarse! Esta gente no se enteraba de que atentar contra sus intereses y decisiones no iba a quedar impune. La tigresa de Imola y Forlí no se lo pensó dos veces, y torturó y asesinó a todo aquél que estuvo involucrado en el asesinato de su segundo marido. Y no se detuvo ahí, sino que también se llevó por delante a sus familias. ¡Hasta a sus amantes (35)! La ira desatada de la Sforza no tenía fin. La famosa «lista» de Arya Stark, con su matanza a mansalva de todos los Frey (36), ¡no le llega a las vendettas de Catalina ni a la suela de los zapatos!
¡También tengo cera para los venecianos! O como convertirse en tigresa…
Dos años después, Catalina Sforza volvió a contraer nupcias. Esta vez, con un Médici (37). Con él, tuvo otro hijo, al que la tigresa rebautizó en honor de su marido… muerto (38). Sí, queridos lectores, de nuevo, Catalina Sforza enviudó. En esta ocasión, por culpa de una neumonía. Pero no tuvo mucho tiempo de llorar la muerte de su amado. A falta de un enemigo humano del que vengarse, pudo desquitarse librando otra batalla. Se puso al frente de su ejército y logró vencer a los venecianos, que estaban batallando contra los florentinos (39). De esta victoria, la Sforza se ganó el apodo de «la tigresa» (40). No os penséis que he elegido el apelativo felino por que sí. Aquí nada se deja al azar.
Pero la tigresa Sforza tampoco tuvo tiempo de disfrutar como se debe su victoria. Otro enemigo, más que poderoso, acechaba a la vuelta de la esquina. Desde la mismísima Santa Sede le estaban tocando bastante los ovarios… (41).
Las tierras de Catalina Sforza, ¡son de Catalina! ¡Diga el Papa lo que diga!
Un nuevo Papa, Alejandro VI, había llegado al trono de hierro, digo de la Iglesia, perdón. Y con él, una de las familias más famosas del Renacimiento se colmó de poder. Efectivamente, estoy hablando de los archiconocidos Borgia. ¡Quiénes si no! Y al Papa Borgia se le metió entre ceja y ceja que las ciudades de la Romaña debían incorporarse a los Estados Pontificios. Incluidas, claro está, Imola y Forlì. Y todo esto, porque pretendía que su hijo, César Borgia, gobernase toda la región (42). Os podéis imaginar el careto que se le tuvo que quedar a Catalina Sforza… Aquello debió ser un auténtico poema.
Pero nuestra tigresa, como venimos comprobando, no era de las que se quedan quietecitas, a verlas venir. Puso todo su empeño en reforzar su ejército y se preparó ante cualquier asedio que pudiese sufrir por parte de César Borgia. Además, blindó las defensas de sus fortalezas, en especial, las de Ravaldino, donde ella vivía (43).
Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, César Borgialogró hacerse con las ciudades de Imola y Forlì. Así, la tigresa se atrincheró en su Fortaleza de Ravaldino (44). En ella, resistió con sus soldados y rechazó en reiteradas ocasiones las ofertas de paz de su enemigo. Hasta que César Borgia logró entrar en la fortaleza y lacapturó (45).
Catalina Sforza y César Borgia: se llama violación
Una vez que los Borgia capturaron a Catalina, ésta pidió que la pusiesen bajo la custodia del rey de Francia. Pero César Borgia se negó. Primero, por una cuestión de ego y orgullo. Y segundo, pero no menos importante, porque una vez que cayó la Fortaleza de Ravaldino, el malnacido la convirtió en su juguete sexual.
La versión que se ha dado de este episodio, es que la tigresa y él se habían convertido en amantes. ¡Pero nada más caer la Fortaleza de Ravaldino! Porque, claro, Catalina era una fiera insaciable, deseosa de placer… (46). Pero lo cierto es que esa versión dulcificada de lo que fue una violación, no se sostiene. ¿A santo de qué sucumbiría ella a los encantos de su adversario? Ni de broma penséis que fue un romance de esos bonitos y pastelosos. Para nada. César sometió a Catalina Sforza a todo tipo de vejaciones. Mientras la tuvo prisionera, la violó noche tras noche. Y después, la mandó a Roma, con viento fresco (47).
Desde luego, tiene más sentido que César se desquitase por toda la guerra que le había dado Catalina. Y ¿cómo? Pues qué mejor humillación que una violación. ¿Hay mejor manera de someter y degradar a una mujer? Pero Catalina no se rompió. Seguramente la tigresa mantuvo el tipo, para darle en toda la boca a su enemigo. La lectura absolutamente machista que se ha hecho de este horror, es otro tema.
Veneno para el Papa
Una vez en Roma, el Papa Borgia, Alejandro VI, recluyó a Catalina Sforza en un palacio. Y se encargó de que estuviese bien atendida. Como una dama de su posición merecía. O para calmar las aguas, dado el trago amargo que su hijo, César, le había hecho pasar. Pero toda la cortesía del universo no era suficiente para doblegarla. La tigresa intentó fugarse, sin éxito, ¡e intentó envenenar al propio Papa! Y claro, al hombre se le hincharon los cataplines, y decidió encerrarla en elCastillo de Sant’Angelo. Sí, aquella fortaleza vaticana que Catalina Sforza defendió en su día (48). Todo muy poético. Aunque no permaneció allí mucho tiempo. En menos de un año, fue liberada y obligada a renunciar a sus feudos. Por lo que tuvo que trasladarse a Florencia, a la residencia de su tercer marido, el Médici (49).
De sus encontronazos con los Borgia, Catalina Sforza también se ganó unos apodos más que vistosos. Desde diablesa encarnada a virago cruelísima. «Virago» viene a significar «marimacho», para que os hagáis una idea (50). Es lo que tiene defender lo tuyo «como si fueses un hombre», ¿verdad? Estos Borgia, siempre superándose…
Tras la muerte del Papa Borgia (como veis, los Papas duraban menos que un suspiro), Catalina Sforza trató de recuperar sus tierras. Pero las gentes de Imola y Forlì no estaban por la labor de que la tigresa volviese a gobernarles (51). ¡Vaya panda de desagradecidos!
Así, la Sforza pasó sus últimos años en Florencia, hasta que falleció por neumonía, con 46 años (52). Si el final de Cersei Lannister no os ha parecido digno para una leona (53), quedaos con el final de la historia de esta tigresa, que sí es propio de su condición felina.
Unas gotas de alquimia para rematar esta historia
Si hablamos de cosméticos y maquillaje hoy en día, nos sonará de lo más frívolo, e incluso una imposición absolutamente capitalista y patriarcal. Pero en los siglos XV y XVI, atreverse a usar maquillaje era más que subversivo. ¡No digamos ya fabricarlo o indicar cómo hacerlo! Por un lado, la mujer que se maquillaba era vista como el mal personificado. Un putón verbenero que arrastraba a los hombres, pobrecitos ellos, a la perdición (54). Y, por otro lado, atreverse a escribir sobre cosméticos, o a fabricarlos, era considerado como una práctica de la alquimia. Y recordemos al lector que la etiqueta de «bruja» estaba más que presente en aquella sociedad (55).
Pues bien, Catalina Sforza fue revolucionaria hasta el final de sus días. Pasó sus últimos años dedicada al estudio de sus tres grandes pasiones: la alquimia, la medicina y la cosmética, que la acompañaron durante toda su vida (56). En su época de Imola y Forlì, ya eran famosos sus jardines medicinales, gracias a los cuales confeccionaba cosméticos y remedios. Es más, en la Fortaleza de Ravaldino, ¡hasta tenía un laboratorio! (57). Ni siquiera dejó de experimentar durante su lucha contra César Borgia. Incluso puede que pensase en usar ciertos remedios drásticos si la cosa se ponía muy fea (58). ¿No os recuerda a la ideilla que tuvo Cersei Lannister durante la Batalla de Aguasnegras (59)?
Una vez que perdió sus tierras, su boticario de confianza le siguió facilitando los ingredientes que necesitaba para sus creaciones (60). La tigresa siempre estuvo en contacto con alquimistas y nunca dejó de buscar nuevos ingredientes con los que experimentar. Además, ya en Florencia, se comunicaba con varios conventos, donde la medicina herbal estaba a la orden del día (61).
Los Experimentos de Catalina Sforza
La Sforza plasmó todos los conocimientos que adquirió a lo largo de los años en un libro de recetas muy especial: Los Experimenti (62). Estos «experimentos» son 454 recetas sobre botánica, alquimia, medicina y cosmética (63). En ellos, podemos encontrar desde una fórmula para hacer crema de manos, hasta la manera de blanquear el rostro. Recordemos que en aquella época estaba de moda la tez pálida, nada de colorete (64). También nos enseña Catalina Sforza la fórmula para hacer crecer el cabello, o para teñirlo de rubio. ¡O cómo conseguir expulsar una piedra en el riñón o eliminar tapones de los oídos! Tampoco faltan las señas para crear un buen veneno (65). De todo hay en botica.
Catalina Sforza: la historia de una mujer
Lo primero que una tiene que hacer ante un personaje como la Sforza, es quitarse el sombrero. Ante unas circunstancias tan desalentadores para las mujeres, Catalina Sforza demostró un valor y una seguridad en sí misma y en sus propias decisiones, dignos de ser aplaudidos. Fue la «madre» de las otras mujeres italianas en el poder; porque, a pesar de todo, haberlas las hubo. No es que ella fuese la única (66).
Catalina Sforza destacó por ella misma; se dio el poder a sí misma. Sobresalió por su propia fama, su leyenda y su éxito durante su regencia. Dilapidó todos los roles de género «adecuados» para las mujeres de su tiempo (67). No fue «un mero apéndice de la raza humana» (68). Fue, es y será siempre recordada como Caterina, la tigresa Sforza. Ni de broma era el adorno de nadie. Extraordinaria por su largo mandato, por su astucia política y por haber tenido el coraje de ponerse al frente de su ejército, para enfrentarse a sus enemigos (69). Una serie de cualidades que chocan, cuanto menos, con la imagen de la mujer renacentista. Imagen que, no nos olvidemos, fue diseñada y difundida por los hombres (70).
Quedaos con ese detalle: la historia de las mujeres ha sido difundida por los hombres. Quizás ha llegado el momento (¡por fin!) de que eso cambie. Quizás las mujeres han sido mucho más que un simple apéndice de los señores varones. Pero no nos lo han contado (71). Se han empeñado en destacar nuestros roles «femeninos» y en satanizarnos si se nos ocurría mostrar alguna «cualidad masculina» (72). Exactamente lo que han hecho con Catalina. Y al final, ni hemos sido víctimas irremediables, ni heroínas excepcionales; hemos sido mujeres, adaptándonos y sobreviviendo en un mundo de hombres (73).
(1) «Sforza» viene del adjetivo italiano «forte», que significa «fuerte». Palmieri, 2017, p. 3.
(2) Para comprender la imagen de la mujer Renacentista, diseñada, impuesta y contada por los hombres, ver: Morillas Cobo, 2019.
(3) No existen suficientes pruebas que nos confirmen la fecha y el lugar de nacimiento de Caterina; se supone que nació en Milán, en 1463. Palmieri, 2017, p. 3. Ceccherini, 2016, p. 31. Lo Monaco, 2018. National Geographic, 2016. La fecha de su nacimiento se sitúa entre 1462/63. De Vries, 2013, p. 166. Joan Kelly, la sitúa en 1462. Kelly-Gadol, 1977, p. 144.
(4) El padre de Caterina era Galeazzo Maria Sforza, duque de Milán. Éste era nieto de Giacomo Attendolo, un mercenario de un pueblo cerca de Ravenna, Cotignola, quien más tarde fue apodado «Sforza» – ver (1) –. Por lo tanto, Giacomo Attendolo fue el fundador de la dinastía Sforza, una familia noble de personas orgullosas y capaces. La madre de Caterina era Lucrezia Landriani, la amante de Galeazzo Maria, con quien tuvo tres hijos más. Palmieri, 2017, p. 3. Kelly-Gadol, 1977, p. 144. Por lo tanto, Caterina era sobrina del poderoso Ludovico el Moro – ver (22), (27) y (37) –. National Geographic, 2016. Cavini, 2015. Ceccherini, 2016, p. 31. De Vries, 2013, p. 167.
(5) Cuando el padre de Galeazzo Maria Sforza falleció en 1466, éste pasó a ser el nuevo duque de Milán y decidió que también sus hijos ilegítimos (Caterina y sus tres hermnos) serían criados en la corte, bajo la supervisión de su madre, Bianca Maria Visconti (abuela paterna de los niños). Galeazzo Maria Sforza y su segunda esposa, Bona de Savoy, adoptaron a todos sus hijos en 1468. Ceccherini, 2016, p. 31. Los trataban amorosamente, como si fuesen propios. De hecho, para Caterina, Bona no era una madrastra, sino una verdadera madre. Palmieri, 2017, p. 3. Bona de Savoy siempre tuvo una buena relación con Caterina; tanto es así, que cuando Galeazzo prometió a Caterina con el sobrino del Papa Sixto IV – ver (9) y (10) –, Bona mostró su preocupación, porque consideraba que ella era demasiado joven para casarse con un hombre tan mayor. Ceccherini, 2016, p. 31. «(…) pese a su condición de hija ilegítima, fue educada en el seno de la familia paterna, donde se impregnó del espíritu humanista propio de la época». National Geographic, 2016. Cavini, 2015. De Vries, 2013, p. 167. Caterina fue criada en el hogar paterno, a pesar de ser una hija ilégitima de Galeazzo Maria Sforza, como solía ocurrir entre la aristocracia y la gente acomodada. Hairston, 2000, p. 687.
(6) Caterina se educó en la corte, donde adquirió grandes conocimientos. Estudió latín y los clásicos. Palmieri, 2017, p. 3. De Vries, 2013, p. 167. Su madrastra se encargó de que recibiese buenas nociones de la educación humanista de la época, aunque apropiadas para una mujer. Hairston, 2000, p. 687.
(7) Caterina también adquirió en la corte conocimientos sobre el uso de armas, habilidades gubernamentales y políticas y caza. Palmieri, 2017, p. 3. Caterina era alta, rubia y rebelde. Empuñaba la espada y amaba la caza. Cavini, 2015.
(8) Arya Stark y y Cersei Lannister son dos de las grandes protagonistas femeninas de Juego de Tronos. Ambas se caracterizan, cada una a su manera, por su astucia, su fortaleza y su destreza.
(9) A la edad de 10 años, Caterina estaba comprometida con Girolamo Riario. Se casaron en 1473. Palmieri, 2017, p. 3. Ceccherini, 2016, p. 32. «Contaba sólo diez años cuando la casaron con un sobrino del papa Sixto IV, Girolamo Riario, veinte años mayor que ella». National Geographic, 2016. Cavini, 2015. De Vries, 2013, p. 167. Así, se fortalecieron las relaciones entre los Sforza y los Riario. Kelly-Gadol, 1977, p. 144.
(10) El marido de Caterina, Girolamo Riario, era el sobrino del papa Sixto IV – ver (9) –, quien les entregó el feudo de Imola. Así, Caterina se convirtió en Dama de Imola. Palmieri, 2017, p. 3. De Vries, 2013, p. 167. “Jerónimo Riario , otro sobrino (del Papa Sixto IV), al que algunos tuvieron por hijo, además de la señoría de Forlì, por la cual fue víctima, recibió Imola con Catalina Sforza por esposa, cuya señora en segundas nupcias fue madre de Cosme I, gran duque de Toscana». Castellanos de Losada, 1867, p. 584.
«SIXTO IV, papa CCXXII. Nació este pontífice , llamado Francisco de la Rovere, en el estado de Génova, en la villa de Albizola ó Albisola, territorio de Savona, el dia 22 de Julio de 1414». Castellanos de Losada, 1867, p. 570. Para saber más sobre dicho Papa: Castellanos de Losada, 1867, pp. 570-586.
(11) La pareja pasó los siguientes años en Roma, en la corte del Vaticano. Aunque solo era una adolescente, Caterina se convirtió rápidamente en parte de la clase alta romana, respetada y admirada por todos, en parte debido a su personalidad sociable, y en parte a su belleza. Palmieri, 2017, p. 3. Caterina encontró en la corte del Vaticano el lujo que no tenía en la corte milanesa; se convirtió en una dama muy querida y admirada. En 1479, tuvo a su primer hijo, Ottaviano. Ceccherini, 2016, p. 32. En Roma, Riario era el Capitán General del ejército del Papa (lo fue hasta la muerte de éste, Sixto IV, en 1484 – ver (15) y (16) –). De Vries, 2013, p. 167.
(12) Caterina estaba sumamente interesada en la participación de su marido en la política. Palmieri, 2017, p. 3. «Caterina, al tiempo que daba a luz a cinco hijos, no tardó en convertirse en intermediaria entre la corte romana y la milanesa, y adquirir así un enorme prestigio». National Geographic, 2016.
(13) En 1480. Ceccherini, 2016, p. 32. Palmieri, 2017, p. 3.
(14) La joven Caterina era duquesa de Imola y Forlì. National Geographic, 2016.
(15) El Papa Sixto IV falleció en 1484. Ceccherini, 2016, p. 32. Hairston, 2000, p. 687. Kelly-Gadol, 1977, p. 144. National Geographic, 2016.
(16) «La muerte de Sixto IV puso en riesgo todo lo que la pareja había conquistado en los años anteriores». National Geographic, 2016. Cuando el Papa murió, una nube oscura descendió sobre las vidas de Caterina y Girolamo, que hasta ahora habían estado protegidos por el poderoso tío de Girolamo. Tras la muerte de Sixto IV, Roma fue víctima de la anarquía y el desorden, y los partidarios del difunto Papa fueron violentamente atacados. Palmieri, 2017, p. 3. Cavini, 2015. Cuando el Papa falleció, los sueños de gloria del matrimonio se evaporaron. Ceccherini, 2016, p. 33.
(17) «La elección del nuevo papa abría la usual disputa entre las más poderosas familias de la Italia de la época, que pugnaban por situar a uno de los suyos en el trono de San Pedro». National Geographic, 2016.
(18) Cavini, 2015. National Geographic, 2016. Estaba embarazada de su cuarto hijo. Palmieri, 2017, p. 3.
(19) El Castillo de Sant’Angelo, conocido también como el Mausoleo de Adriano, es una fortaleza situada en la orilla derecha del río Tíber, a muy poca distancia del Vaticano (poco más de kilómetro y medio).
(20) Inmediatamente después de la muerte del Papa, los enemigos de Della Rovere asaltaron el Palazzo Orsini, la residencia romana del Riario. Los antiguos protegidos del pontífice tuvieron que abandonar Roma. Pero Caterina se negó y, a los 21 años, hizo algo que los hombres más viejos que ella ni siquiera se hubieran atrevido a pensar: con algunos soldados fue al Castillo de Sant’Angelo – ver (19) – para mostrar «sus músculos» a los cardenales. Durante 12 días les impidió reunirse en cónclave para elegir al nuevo papa. Ceccherini, 2016, p. 33. Caterina no dudó en ocupar la fortaleza del Vaticano, el Castillo de Sant’Angelo, para protegerlo de los saqueadores. Palmieri, 2017, pp. 3-4. Caterina «cruzó a caballo el Tíber y se puso al frente de la guarnición que defendía el castillo de Sant’Angelo. Con ello consiguió que algunos cardenales enemigos se negaran a participar en el cónclave, temerosos de caer bajo su poderosa artillería». National Geographic, 2016. Cavini, 2015. Lo Monaco, 2018.
(21) Caterina estaba decidida a defender la fortaleza hasta la elección del nuevo Papa, pero después de dos meses de resistencia tuvo que rendirse: su esposo había aceptado abandonar Roma a cambio de dinero. Palmieri, 2017, p. 4. «(…) se llegó a un acuerdo y Girolamo aceptó partir de Roma a cambio de la confirmación de sus señoríos de Imola y Forlì, el nombramiento de capitán general de las tropas vaticanas y una indemnización de 8.000 ducados». National Geographic, 2016. Cavini, 2015. Girolamo no estaba tan determinado, o quizás era más sensato: negoció salir de Roma a cambio de dinero, con la promesa de mantener las tierras de Romaña. Así, la familia Riario, con el gran rechazo de Caterina, se trasladó a Forlì. La vida allí no era agradable para Caterina, comparándola con la animada corte romana. Además, sus finanzas estaban en constante declive. Por ello, la Sforza solicitó, al menos, residir en un lugar apropiado para ella: un castillo. Así, se trasladaron a vivir a la Fortaleza de Ravaldino (la Rocca di Ravaldino), que le recordaba al castillo familiar. Ceccherini, 2016, pp. 33-34.
Finalmente, el sucesor de Sixto IV en el trono de San Pedro, fue Inocencio VIII (Giovanni Battista Cybo) – ver (55) –, cuyo pontificado duró desde 1484 (tras el fallecimiento de Sixto IV) hasta 1492 – ver (42) –; anteriormente, había sido nombrado cardenal por el anterior Papa.
(22) Caterina siguió a su marido a Forlì, donde Girolamo pronto se vio obligado a aumentar los impuestos, lo que provocó un creciente descontento popular. La noble familia local Orsi organizó una conspiración contra él, con el objetivo de obtener el control sobre la ciudad. En 1488, Girolamo fue asesinado, mientras que Caterina y sus hijos fueron hechos prisioneros. Palmieri, 2017, p. 4. Girolamo falleció en 1488, «asesinado por los partidarios del nuevo papa». National Geographic, 2016. Girolamo se volvió más oscuro e irascible. Se sintió solo después de la muerte de su tío y poco amado por sus ciudadanos, a quienes había aumentado los impuestos. Obteniendo el descontento a cambio. En 1485, enfermó de una enfermedad misteriosa: se sentía cansado y exhausto y pasaba tiempo tumbado, mirando el techo. Hoy diríamos que estaba deprimido. Mientras tanto, sus enemigos (un grupo de conspiradores formado principalmentepor los Oderlaffi – una familia del señorío de Forlì -, los hermanos Orsi, Cecco y Ludovico, Ludovico Pansecco y Giacomo Ronchi) estaban conspirando contra él, cansados de su comportamiento tiránico. El 14 de abril de 1488, Girolamo fue apuñalado y arrojado por la ventana, en su hogar, después del almuerzo. Murió dejando sola a Caterina, de veinticinco años, con 6 niños pequeños (Ottaviano, Cesare, Bianca, Giovanni Livio, Galeazzo Maria y Francesco) y una ciudad más que revuelta. Los Oderlaffi, junto con la familia Orsi, estaban, de hecho, convencidos de que podrían derrocar a Caterina y sus hijos, a los que tenían secuestrados. Ceccherini, 2016, p. 34; Hairston, 2000, p. 688; Kelly-Gadol, 1977, p. 144. Caterina tuvo 8 hijos con Riario, de los cuáles, los seis mencionados sobrevivieron a la infancia. De Vries, 2013, p. 167.
Antes de ser secuestrada, Sforza pensó en pedirle ayuda a su tío en Milán – Ludovico “el Moro”, ver (4), (27) y (37) – y avisó a Tommaso Feo – ver (23) – que no entregara el castillo bajo ninguna circunstancia. Después, los conspiradores apresaron a Caterina, a su madre, Lucrezia Landriani – ver (4) –, a sus dos hermanastras, Stella y Bianca Landriani, a un hijo ilegítimo de Girolamo Riario, y a sus seis hijos. Mientras tanto, los dos órganos de gobierno de Forlì, el Consejo de los Cuarenta (Consiglio dei quaranta soggetti) y el Consejo de Ancianos (Consiglio degli anziani) – el primero, seleccionaba a sus miembros de las familias más influyentes de Forlì y se encargaban principalmente de asuntos internos, mientras que este último era un grupo más pequeño de doce magistrados – se reunieron para una sesión de emergencia. Aunque los miembros del consejo no reprendieron expresamente a los conspiradores, decidieron entregar la ciudad al gobernador papal y protonotario de Cesena, Monseñor Giovanni Battista Savelli. Savelli envió inmediatamente un auditor a Forlì y estableció un comité de emergencia, el Consejo de los Ocho (Consiglio degli Otto), para gobernar la ciudad. Mientras esperaban la llegada de las tropas papales, los conspiradores trataron de completar su golpe de Estado tomando el control de la fortaleza principal de la ciudad, la Rocca di Ravaldino, todavía en manos del partidario del Riario, Tommaso Feo. Sin embargo, Feo obedeció con firmeza los deseos de Sforza, ya que las dos veces que los conspiradores llegaron a los muros de la fortaleza y ordenaron que se rindiera, se negó a entregarla. Hairston, 2000, p. 688.
(23) Caterina logró escapar dejando a sus hijos como rehenes, pero decidida a derrotar a sus enemigos, cosa que finalmente logró. Palmieri, 2017, p. 4. ¿Cómo logró escapar? Gracias a la excusa de querer convencer a su fiel Tommaso Feo – ver (22) –, Comandante de la Rocca di Ravaldino, para que se rindiera, Caterina obtuvo permiso para ingresar a la ciudadela fortificada, obviamente sola. ¿Qué miedo podían tener los Orsi (y los demás conspiradores) – ver (22) –, dado que tenían en sus manos a los seis hijos de Caterina, además de a su madre y su hermana? Pero Caterina no tenía intención de regresar con sus enemigos. Tan pronto como entró en la Rocca, comenzó a organizar una resistencia contra los usurpadores. Lo Monaco, 2018. Otra versión de como consiguió escapar de sus captores, dice que, finalmente, Tommaso Feo envió un mensajero, Ludovico Ercolani, al gobernador papal Savelli, ofreciendo la rendición con la condición de que se le permitiera una entrevista con Sforza, para obtener su paga. La entrevista iba a tener lugar dentro de la Rocca. Savelli y el Consejo debatieron mucho sobre si debían confiar en Sforza o no. El argumento prevaleciente fue que con su madre, sus hermanas y, principalmente, sus hijos retenidos como rehenes, podían, razonablemente, permitirle entrar a la fortaleza. Luego le dieron tres horas para organizar la rendición. Caterina entró en la Rocca di Ravaldino y no la abandonó hasta que recuperó el control de la ciudad. Hairston, 2000, pp. 688-689.
(24) National Geographic, 2016. Los usurpadores, después de unas horas, amenazaron con colgar a todos sus hijos bajo sus ojos, desde el mayor, de nueve años, hasta el último niño, de solo ocho meses. Fue en este punto cuando Caterina apareció en las murallas de la Rocca, como una furia, despeinada y sucia, y pronunció las palabras que ninguno de sus enemigos jamás hubiera imaginado que pudiera escuchar: «¡Hacedlo si queréis, colgadlos delante de mí!». Luego, levantándose las faldas y señalándose el pubis con las manos, concluyó: «¡Aquí tengo lo suficiente para hacer otros!». O, al menos, eso dice la leyenda. Lo Monaco, 2018. Cavini, 2015.
«(…) una mujer se encarama a las murallas de la fortaleza de Ravaldino, en Forlì, 300 kilómetros al norte de Roma. Las tropas enemigas mantienen como rehenes a sus hijos y han amenazado con matarlos si no depone su actitud, pero ella, imbatible, se señala el pubis y grita: «¡Matadlos si así lo queréis, tengo el instrumento para tener muchos más! Nunca conseguiréis que me rinda». La anécdota parece una leyenda, pero dada la personalidad de su protagonista tiene visos de realidad». Dicha leyenda, también se aplica al asedio que sufrirá por parte de los Borgia – ver (45) –. National Geographic, 2016.
Los Oderlaffis, junto con la familia Orsi – ver (22) y (23) –, amenazaron con cortarles la cabeza a los hijos de Caterina si ésta no se rendía. Pero ella, asediada en la fortaleza por los conspiradores, no se asustó. Se dice que miró hacia afuera desde las paredes, se levantó las faldas, se volvió hacia los rebeldes y dijo que no le importaba, que podría traer al mundo muchos, tantos como quisiese, porque tenía «el molde». Luego, volviendo la espalda a los enemigos, mientras los niños lloraban, regresó a la Fortaleza de Ravaldino (La Rocca) con la cabeza bien alta. Ceccherini, 2016, p. 34. Como el lector puede observar, en unas versiones los conspiradores querían colgar a los hijos de Catalina, y en otras cortarles la cabeza.
Ella llegó al poder en un impresionante golpe de estado en la Rocca di Ravadlino de Forlì después del asesinato de su esposo, un triunfo que más tarde generó una fábula popular de cómo se levantó las faldas y expuso sus genitales para sorprender a sus enemigos. De Vries, 2013, p. 167. Caterina se ganó la admiración hasta de Nicolás Maquiavelo. Lo Monaco, 2018. La reputación/fama de Catalina Sforza fue reforzada gracias a Nicolás Maquiavelo; él fue quien informó de que ella mostró sus genitales en esta famosa anécdota, en la muralla de la Fortaleza de Ravaldino. De Vries, 2013, p. 165. Ver (67). Maquiavelo relata el incidente en su totalidad tanto en los Discursos como en las Historias Florentinas, y hace una referencia al mismo en El Príncipe. Los Discursos de Maquiavelo representan no solo el texto fundacional de la leyenda que rodea a Caterina Sforza, sino también la fuente original de su levantamiento de faldas. Posteriormente, numerosos historiógrafos, hombres de letras, así como autores del género De mulieribus claris, recogieron esta anécdota. Prácticamente siempre incluyen al menos uno de los dos elementos presentes en la versión de Los Discursos de Maquiavelo: Sforza se levanta las faldas y dice que todavía tiene los medios para tener más hijos. Pero ninguno de estos autores cita directamente a Maquiavelo. De esta manera, se reconfirma progresivamente la versión original propuesta por Maquiavelo, en la cual, ya sea levantándose las faldas o afirmando tener los medios para tener más hijos, Caterina Sforza se ha consignado en la tradición historiográfica humanista. En ella, tenemos a una noble histriónica, viril, audaz, enérgica y orgullosa, que aparentemente es capaz de usar cualquier tipo de recurso para conservar su estatus. Si bien tal caracterización es evidentemente verdadera y coincide con muchas otras narraciones de su pasado, sus acciones, tal como las relatan Maquiavelo y otros historiadores humanistas, son un buen circo, pero tienen poco sentido político. El registro histórico nos cuenta otra historia: ver (26). Hairston, 2000, pp. 689-694.
(25) Caterina reclamó y mantuvo el poder político después de la muerte de su marido. De Vries, 2013, p. 167. Ella gobernó porque consiguió reunir una fuerza mayor a la de sus adversarios; y lo hizo personalmente. Kelly-Gadol, 1977, p. 144.
(26) Los documentos históricos que informan el episodio incluyen cartas de los embajadores florentinos y mantovanos a sus empleados, así como una carta del hermano de Caterina Sforza, Gian Galeazzo Sforza. Además, una serie de crónicas locales (de Forlì, Ferrara, Roma y Siena) documentan el episodio dentro de los mismos parámetros que estas cartas. Finalmente, el relato del testigo ocular, Leone Cobelli, puede proporcionar el elemento faltante para cerrar la brecha entre la versión canónica y la histórica. Estas fuentes confirman la misma versión: que Sforza lo que afirmó es estar embarazada. Esto le permitió neutralizar las amenazas de los conspiradores de matar a sus hijos. Las amenazas de los conspiradores, tenían un doble propósito: apelar al sentimiento materno de Sforza, pero también eliminar a cualquier heredero legítimo de los territorios de Riario. El comportamiento de Sforza una vez dentro de su fortaleza responde, en ambos niveles, a las amenazas de los conspiradores. Ella no profesa ningún sentimiento maternal discernible por el que puedan manipularla y, además, proporciona un potencial heredero legítimo con el que reclamar su derecho a las tierras. A través de una falsa afirmación de embarazo, Sforza hace que sus hijos sean virtualmente inútiles como rehenes y simultáneamente explota las preocupaciones relacionadas con la legitimidad. Dentro de una familia noble y gobernante, esas preocupaciones tienen que ver con la legitimidad filial y, por lo tanto, política, ya que solo un heredero legítimo tiene una posición clara para gobernar. Hairston, 2000, pp. 694-697. Así, la versión de Maquiavelo/humanista de este episodio – ver (24) – difiere de ésta versión. Mientras que los primero afirman que Sforza afirmó que siempre podría tener más hijos y que se levantó las faldas para mostrar sus genitales, esta segunda versión la describe respondiendo a los conspiradores con palabras, no con acciones: afirmando que estaba embarazada. Sin embargo, hay dos puentes que podrían unir ambas versiones. El primero, la carta de Giovanni Corbizzi a Lorenzo de Médici, donde se dice que Sforza afirmó estar embarazada y ser capaz de producir más hijos. La versión de Maquiavelo, entonces, tendría una fuente anterior, aunque solo la adaptase en parte. El segundo puente se encuentra en una crónica local en la que se representa un gesto que Sforza supuestamente hizo: “ella se dio la vuelta y les hizo cuatro higos” (fare quattro fichi). El gesto preciso y el significado de «fare quattro fichi» es incierto, aunque parece significar lo mismo que «fare le fiche» (para hacer higos), un gesto conocido al menos desde el siglo trece, que consiste en colocar el pulgar entre los dedos índice y corazón, para hacer un puño. Este gesto, aparece en un verso de Dante. En el Discorso o dialogo intorno alla nostra lingua, atribuido por la mayoría de los eruditos a Maquiavelo, el verso de Dante se cataloga de obsceno; la semántica del gesto, supuestamente, simula un acto de conducta sexual, posiblemente anal, debido a las implicaciones escatológicas en la etimología de la expresión. Aunque saber el significado exacto del gesto que hizo Sforza es imposible, la expresión es significativa porque describe un gesto de parte de Sforza dirigido contra sus adversarios y porque Maquiavelo construyó una «variante» de él en sus documentos personales. Hairston, 2000, pp. 698-699. Pero lo que es destacable, es que la manipulación que hizo Maquiavelo de la situación, convirtió la materinidad de Caterina, potencialmente real, en una maternidad abstracta e hipotética, y como resultado, despojó a Caterina del poder político que estaba ejerciendo, utilizando «su cuerpo materno». Hairston, 2000, p. 709.
(27) Después de unos días de resistencia, las tropas enviadas desde Milán (de su tío Ludovico il Moro – ver (4), (22) y (37) –) acudieron en su ayuda, y se sumaron otras 12 mil unidades a las que ya estaban en el campo, y los conspiradores tuvieron que rendirse. Sólo entonces salió Caterina de la Fortaleza de Ravaldino. En los once días que pasó en la Fortaleza, meditó su venganza contra los rebeldes. Ceccherini, 2016, p. 34. Kelly-Gadol, 1977, p. 144.
Caterina ejerció de regente «durante la minoría de edad de su hijo Ottaviano». National Geographic, 2016. El primogénito de Caterina, Ottaviano, se convirtió en el Señor de sus tierras, pero debido a que él tenía solo nueve años, su madre asumió el papel de regente. Palmieri, 2017, p. 4. Ambiciosa, Caterina tomó las riendas de Imola y Forlì, gobernando en el lugar de su hijo, Ottaviano, que tenía 9 años. Ceccherini, 2016, p. 34.
(28) Indudablemente, Caterina decidió vengar el asesinato de su marido encarcelando a todos los que habían contribuido a la la conspiración. Sus casas fueron destruidas y sus pertenencias entregadas a los pobres de Forlì. Palmieri, 2017, p. 4. Caterina vengó la muerte de su esposo con una crueldad que hoy nos parece brutal, pero en aquel entonces «era normal». Lo Monaco, 2018.
(29) «El feudalismo es el término con el que se designa el sistema político, económico y social que se desarrolló en los países europeos durante la Edad Media. Este sistema se mantuvo, aproximadamente, entre los siglos IX al XV, aunque no presentó un carácter monolítico y uniforme durante este tiempo. La principal característica del feudalismo es que dividía a la población en dos grandes grupos sociales: señores y vasallos. Estas categorías, que se adquirían, casi exclusivamente por nacimiento, determinaban todos los ámbitos de la vida. Se trata de un modelo que se centra en la tenencia de la tierra y la explotación de la misma por medio de un sistema jerárquico, según el cual quien trabaja la tierra se encuentra en la parte más baja, y quien se enriquece de la misma se localiza en el punto más alto». Triana, Castellanos, Rodriguez, Chinchilla y Ladino, 2019, p. 2. En el sistema feudal: «Los trabajadores, en su mayoría campesinos, trabajaban para mantener a los otros dos grupos junto a artesanos y comerciantes. La nobleza y el clero eran estamentos privilegiados: no trabajaban, no pagaban impuestos, gozaban de leyes especiales y ocupaban en exclusiva ciertos cargos. Los trabajadores carecían de privilegios». Triana, Castellanos, Rodriguez, Chinchilla y Ladino, 2019, p. 5. «Las relaciones señoriales se establecían entre los campesinos y los señores. Los campesinos recibían protección del señor. A cambio, el señor se adueñaba de sus tierras y tenía derechos sobre ellos, como dictar órdenes, cobrar impuestos y administrar justicia. (…) El pueblo llano conformaba el estamento no privilegiado, es decir, la población que producía y pagaba impuestos a los señores, a cambio de, teóricamente, protección física y espiritual». Así, una de las características del feudalismo es la «desaparición de un poder central y expansión de feudos que asumían funciones estatales: legislación, impuestos y justicia». Triana, Castellanos, Rodriguez, Chinchilla y Ladino, 2019, p. 6.
(30) A pesar de esta acción violenta – ver (28) –, Caterina demostró ser una gobernante hábil y sabia, involucradose de todo corazón en el gobierno de sus tierras. Abolió los impuestos y negoció matrimonios rentables para sus hijos, para fortalecer su poder. Palmieri, 2017, p. 4. «Caterina tuvo ocasión de demostrar sus dotes políticas. (…) De inmediato puso en práctica una serie de medidas que le permitieron ganar las simpatías de sus conciudadanos, bajando los impuestos y logrando la amistad de los Estados vecinos mediante la concertación de diversas alianzas matrimoniales de sus hijos». National Geographic, 2016.
(31) Caterina se encargó personalmente de entrenar a sus soldados. Palmieri, 2017, p. 4. «(…) llevada por su sempiterna afición a la milicia, se puso al frente de la instrucción militar de su ejército». National Geographic, 2016.
(32) En 1488, Caterina se casó con Giacomo Feo, un leal servidor de su difunto esposo del que se había enamorado. Sin embargo, decidió mantener el matrimonio en secreto ya que temía perder la custodia de sus hijos y la regencia de Imola y Forlì. Palmieri, 2017, p. 4. «Sólo una cuestión la separaba, ya no de sus súbditos, sino de su familia. Pocos meses después del fallecimiento de su esposo, Caterina había contraído matrimonio en secreto con un joven llamado Giacomo Feo, con el que un año después tuvo un hijo, Bernardino Carlo». National Geographic, 2016. Lo Monaco, 2018. Caterina se enamoró y se casó en secreto con Giacomo Feo, de diecisiete años, de quien tuvo su séptimo hijo. Pero a Giacomo solo lo amaba Caterina. La gente de Forlì y los otros seis hijos de Caterina lo odiaban. Ceccherini, 2016, p. 34.
(33) La relación de Caterina y Giacomo – ver (32) – era pública, y muchos temían que Caterina pudiera pasar la regencia y el señorío a su amante, privando así a su hijo Ottaviano – ver (11), (22) y (27) – de su futuro poder. Palmieri, 2017, p. 4. «La pasión que sentía por el ambicioso joven hizo flaquear a la siempre invencible Caterina, hasta el punto de que llegó a apartar del gobierno a su hijo Ottaviano para entregar las riendas del Estado a su esposo y colocar a los parientes de éste al frente de las fortalezas que defendían la ciudad». National Geographic, 2016. Lo Monaco, 2018.(34) Se organizaron varios complots contra Giacomo – ver (32) y (33) – y Catalina Sforza, quienes lograron descubrirlos y encarcelaron o dieron muerte de inmediato a los involucrados. Sin embargo, una de las conspiraciones fue exitosa, y Giacomo fue asesinado en 1495. Palmieri, 2017, p. 4. «Los partidarios de Ottaviano no se resignaron y su esposo fue asesinado por unos conjurados». National Geographic, 2016. Lo Monaco, 2018. En 1495 Giacomo Feo fue asesinado en una conspiración, pero esta vez el conspirador estaba muy cerca de Caterina: precisamente, su hijo Ottaviano, quien veía a Giacomo como un peligroso rival – ver (32) y (33) –. Así, a los 32 años, Catalina Sforza enviudó por segunda vez. Ceccherini, 2016, p. 34.
(35) Una vez más, una furiosa Caterina actuó vengativamente contra los conspiradores, torturando y ejecutando no solo a los conspiradores, sino también a sus esposas, amantes y niños. Palmieri, 2017, p. 4. «En represalia, la joven viuda hizo masacrar a los partidarios de los asesinos y a sus familias». National Geographic, 2016.
(36) Arya Stark – ver (8) –, en su afán por vengar a su familia, elabora una lista con todos los enemigos a los que quiere asesinar. Tras el asesinato de su hermano mayor, Robb Stark, y de su madre, Catelyn Stark, en el famoso hito «la Boda Roja», Arya toma la revancha y asesina sin piedad a todos los implicados en dicho evento, incluyendo al traidor Walder Frey y a toda su familia, a sus huestes, etc. Como el fan de Juego de Tronos ya sabrá, al final el desenlace de su lista en la versión televisiva ha sido una auténtica tomadura de pelo; esperemos que George R.R. Martin lo arregle en las novelas…
(37) Dos años después, Giovanni de Médici, conocido como» il Popolano «, se convirtió en el tercer marido de Caterina. Palmieri, 2017, p. 4. Ceccherini, 2016, p. 34. «Las pasiones de Caterina estaban lejos de calmarse, y tras la muerte de su segundo esposo, en 1497, obtuvo el permiso de su tío, el duque Ludovico Sforza («el Moro») – ver (4), (22) y (27) –, para contraer matrimonio con Giovanni de Médici, miembro de la poderosa familia florentina, al que había conocido un año antes cuando llegó a Forlì como embajador de Florencia». National Geographic, 2016. Lo Monaco, 2018.
(38) En 1498 tuvieron un hijo, Ludovico, más tarde conocido como Giovanni dalle Bande Nere. Palmieri, 2017, p. 4. («Giovanni», en honor a su padre: Giovanni de Médici – ver (37) –).
(39) «De nuevo fue un enlace desgraciado, pues sólo un año después de dar a luz a un hijo, el célebre Giovanni dalle Bande Nere (de las Bandas Negras) – ver (38) –, y cuando estaba inmersa en el conflicto que enfrentaba a Florencia con Venecia, Giovanni murió a causa de una neumonía». National Geographic, 2016. La República de Venecia estaba amenazando los dominios de Caterina. Su intención era llegar a la Toscana marchando a través de Imola y Forlì, para ayudar a Pisa en una guerra contra Florencia. Caterina había estado entrenando personalmente a su ejército, junto con el cual logró enfrentar y derrotar a la milicia veneciana. Palmieri, 2017, p. 5. Lo Monaco, 2018.
(40) De esta maniobra heroica – ver (39) –, Caterina logró el apodo de «La Tigresa». Palmieri, 2017, p. 5. Resistió el ataque de Venecia con tanto vigor que se ganó el sobrenombre de La Tigresa de Forlì. Lo Monaco, 2018. Caterina se convirtió en «la tigresa de la Romaña». Ceccherini, 2016, p. 34.
(41) Sin embargo, hubo poco tiempo para la celebración, pues un nuevo enemigo se acercaba: el nuevo Papa. Palmieri, 2017, p. 5. Ver (42).
(42) «Poco después, el papa Borgia, Alejandro VI, declaró su voluntad de incorporar las ciudades estado de la Romaña, incluidas Forlì e Imola, a los Estados Pontificios. Evidentemente, la valiente Caterina no estaba dispuesta a consentirlo». National Geographic, 2016. El Papa Alejandro IV, quien había sido elegido en 1492 (tras la muerte de Inocencio VIII – ver (21) y (55) –), emitió una bula papal en 1499 para privar a todos los señores feudales del Vaticano de sus feudos, incluida Caterina, porque quería que su hijo ilegítimo César Borgia conquistara y gobernara toda la región de la Romaña. Palmieri, 2017, p. 5.
(43) «Caterina Sforza se dedicó a ampliar su ejército, a mejorar el armamento y a almacenar grandes cantidades de alimentos y municiones ante un posible asedio de las tropas comandadas por César Borgia, duque de Valentinois e hijo del papa. Asimismo, reforzó las defensas de sus fortalezas, especialmente las de Ravaldino, donde residía». National Geographic, 2016. Caterina se quedó sola para defender sus territorios, así que valientemente comenzó a prepararse junto con sus soldados para el inminente ataque. Palmieri, 2017, p. 5.
(44) César Borgia llegó a Imola en noviembre de 1499, y la población pronto se rindió a él. Caterina, que estaba en Forlì, preguntó a los habitantes si preferirían rendirse también o luchar y resistir el asedio. Como no parecían tan comprometidos como ella para defender la ciudad, decidió dejar a la población a su suerte y luchar sola para proteger la fortaleza de Ravaldino, en Forlì. Palmieri, 2017, p. 5. César Borgia entró en Forlì el 19 de diciembre de 1499, decidido a conquistarla a cualquier precio. Ceccherini, 2016, p. 34. Así, César Borgia invadió la región de la Romaña a finales de 1499. De Vries, 2013, p.167.
(45) «César Borgia, el duque de Valentinois, era un enemigo peligroso. Tras la caída de Imola y Forlì, el Borgia inició el asedio a la fortaleza de Ravaldino el 19 de diciembre de 1499. Apoyada por más de un millar de soldados, Caterina dirigió personalmente la resistencia. Rechazó una y otra vez las propuestas de paz de su enemigo aun a costa de la vida de sus hijos, como cuenta la leyenda – ver (24) –. El 12 de enero de 1500, después de una serie de terribles combates, las tropas de César Borgia irrumpieron en Ravaldino y Caterina fue hecha prisionera». National Geographic, 2016. En diciembre, Cesare Borgia atacó a Forlì. El ejército de Caterina y la propia Caterina lucharon tenazmente durante un mes, hasta que la Tigresa fue encarcelada en enero de 1500. Palmieri, 2017, p. 5. El 12 de diciembre de 1500, César lanzó el último asalto, 500 hombres murieron en las gradas. «La Rocca di Caterina» (la Fortaleza de Ravaldino) cayó. Cavini, 2015. Caterina logró resistir el asedio de César Borgia durante tres semanas. Ceccherini, 2016, p. 35. Caterina se rindió, solo cuando la Rocca di Ravaldino fue completamente destruida por un incesante incendio, que impidió la reorganización de las defensas. Lo Monaco, 2018. Fue hecha prisionera a principios de 1500. De Vries, 2013, p. 167. Kelly-Gadol, 1977, p. 145.
(46) «Según parece, pese a que ella solicitó ponerse bajo la custodia del rey de Francia, Luis XII, aliado del papado, César Borgia no quiso deshacerse de su prisionera. En parte, por orgullo; pero también porque al poco de rendir Ravaldino, Caterina se había convertido en su amante». National Geographic, 2016. «Según parece, la misma noche de la batalla, vencedor y vencida, yacieron juntos víctimas de la pasión o del morbo producido por la fascinación de aquéllos que se reconocen iguales en la ambición». Cebrián, 2006. «(…) todos los lugareños sabían que su apetito sexual no desmerecía al del más recio varón». Puzo, 2001, p. 186.
Se trata de una versión que no se sostiene. ¿La captura y, de repente, la primera noche ya yacen juntos, locos de pasión? ¿Pero la mantiene cautiva? ¿Y además, según esa misma versión, César sometió a Catalina a humillaciones varias y, en cero coma, se deshizo de ella? No, no cuadra. Y no, no cuela…
(47) La versión vista en (46) continua así: «César no tardó en enviarla a Roma, después de hacerla sufrir humillaciones de todo tipo». National Geographic, 2016. «Más tarde, la cautiva fue recluida en el castillo de Sant’Angelo, lugar del que fue liberada pasados unos meses, a instancias del propio César Borgia». Cebrián, 2006.
Hay fuentes que sí se atreven a hablar de violación, como Puzo, aunque «remata» el relato afirmando que a Caterina le acabó gustando. Puzo, 2001, pp. 189-192.
Calvo Poyato, gran estudioso de la vida de Catalina Sforza, apoya claramente la versión de que César la violó para humillarla, para desquitarse, y que ella no se doblego, sino que le plantó cara: «Ordenó a los dos criados que lo acompañaban que colocasen las antorchas en unas argollas y que cerrasen la puerta al marcharse. Después se acercó al catre. Caterina se había incorporado con dificultad porque, con las manos esposadas a la espalda, le resultaba difícil moverse. Sin decir palabra, el Borgia le rasgó de un tirón la camisa y, tirando de ella hacia atrás, pudo contemplar unos hombros brillantes redondos y unos hermosos pechos. No eran los de una mujer que había parido media docena de veces. Después buscó el cierre de los calzones, unos cordones que ajustaban la cintura, deshizo los nudos y los aflojó con manos torpes; la despojó de la ropa y la dejó completamente desnuda. Caterina se mantenía impasible, dejándose hacer. Trataba de controlar su agitada respiración y apretaba las mandíbulas, pero ni abrió la boca, ni opuso resistencia. Sabía sobradamente lo que venía a continuación, pero estaba dispuesta a ganar aquella batalla con las únicas armas que tenía a su alcance. El duque la empujó sobre el catre y ella abrió las piernas en un gesto cargado de erotismo y, con su cuerpo, desafió al hombre que tenía delante con las calzas bajadas. César Borgia se abalanzó sobre ella y la embistió con la fuerza del toro que campeaba en su escudo familiar. Penetró a su prisionera con una furia desprovista de toda consideración, porque sus instintos iban mucho más allá de una apetencia sexual sobre una mujer hermosa. Con aquel acto, deseaba sobre todo mostrarle su dominio y humillarla como mujer en lo más íntimo de su ser. Era su prisionera y podía hacer con ella lo que le viniese en gana. La embestida, sin embargo, fue breve, mucho más breve de lo que hubiese deseado porque la mujer que tenía bajo su cuerpo estaba cargada de sensualidad. Con satisfacción contenida, Caterina comprobó cómo el cuerpo de su enemigo se tensaba primero, se arqueaba después para aflojarse finalmente y luego desmadejarse poco a poco, mientras dejaba escapar unos gemidos sordos y contenidos. Fue el instante que ella aprovechó para susurrarle al oído. «¿Esto es todo?». El duque contuvo la respiración, no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos. «¿Vuestra excelencia ya ha concluido?». Un latigazo sobre su espalda no le habría resultado más doloroso. Se incorporó rápidamente y cuando se vio de pie arrastrando las calzas, lo invadió la misma sensación que tuvo al pie de la muralla de Ravaldino. Se sentía humillado. «¿No desea vuestra excelencia intentarlo de nuevo?». El hijo del Papa estaba desconcertado. Caterina Sforza, con las manos a la espalda, sujetada con grilletes, estaba desafiándolo de la única forma que podía hacerlo en aquellas circunstancias. Lo estaba desafiando como mujer. (…)». Calvo Poyato, 2008, pp. 308-309. (Recreación novelada de la vida de Caterina).
(48) Ceccherini, 2016, p. 35. «El papa Alejandro VI la obligó a permanecer en el palacio Belvedere, una hermosa villa próxima a Roma. Pero ni todas las atenciones recibidas por parte del pontífice, que insistió en tratar a su prisionera de acuerdo con su rango, lograron domeñar el espíritu rebelde de la Sforza. Después de que fuera descubierto su intento de fuga y habiendo sido acusada de preparar un atentado contra el papa con una serie de cartas envenenadas, la díscola duquesa fue internada en el castillo de Sant’Angelo, la fortaleza que defendiera tan ardientemente años atrás – ver (19) y (20) –». National Geographic, 2016. Permaneció encarcelada por el papa Alejandro IV en el Castillo de Sant’Angelo, el mismo castillo que había protegido en el momento de la muerte del papa Sixto IV. Palmieri, 2017, p. 5.
(49) En junio de 1501 fue liberada y obligada a renunciar formalmente a sus feudos de Imola y Forlì. Más tarde se mudó a Florencia, donde cuidaban a sus hijos. Palmieri, 2017, p. 5. De Vries, 2013, p. 167. «Su encierro no duró demasiado, ya que fue liberada el 30 de junio de 1501 por intercesión del rey de Francia. Retirada a Florencia, Caterina se refugió en la villa que había pertenecido a su tercer marido, Giovanni de Médici – ver (37) –». National Geographic, 2016.
(50) «Caterina era, pues, como se decía en el Renacimiento, una verdadera «virago», una mujer sin escrúpulos de un coraje y una inteligencia sin igual». Puzo, 2001, p. 186. Martos Rubio, 2006, Capítulo VII – Carne de folletin.
Según la RAE, «virago» significa mujer varonil.
(51) En Florencia, Caterina conspiró con sus hijos para volver a tomar los territorios de Riario, su primero marido (Imola y Forlì). Estos esfuerzos no fueron exitosos. De Vries, 2013, pp. 167-168. Cuando Alejandro IV murió, en 1503, Caterina se comprometió firmemente a intentar recuperar sus dominios anteriores. El nuevo papa, Julio II, estaba a favor de su petición, pero la gente de Imola y Forlì no aceptaban el regreso de Caterina como su gobernadora, por lo que ella renunció a intentar restaurar su poder. Palmieri, 2017, p. 5. Ceccherini, 2016, p. 35. “Desde allí (Florencia), tras la muerte del papa Alejandro VI intentó recobrar sus feudos de manos del nuevo pontífice, Julio II. No obstante, tanto Forlì como Imola se opusieron a su regreso por lo que pasaron a manos de un noble vaticano llamado Antonio Maria Ordelaffi”. National Geographic, 2016.
(52) Pasó sus últimos años en Florencia y murió de neumonía el 28 de mayo de 1509. Palmieri, 2017, p. 5. Ceccherini, 2016, p. 35. Caterina murió, tras una larga enfermedad, en 1509. Fue enterrada en el convento de Murate – ver (61) –, en Florencia, donde había tenido una celda, para el retiro espiritual. De Vries, 2013, p. 168. «En mayo de 1509, cuando sólo contaba 46 años, falleció a causa de una neumonía. Fue sepultada en el convento de Santa María delle Murate, en una tumba anónima, tal como había dispuesto en su testamento. Fue su nieto Cosme I, Gran Duque de Toscana, quien ordenó colocar sobre su sepultura una lápida de mármol blanco donde figuraba su nombre. Pero ni muerta consintió Caterina en que se le llevara la contraria. En 1835, la lápida fue destruida al renovar el pavimento del convento para transformarlo en una prisión». National Geographic, 2016.
(53) El final que se le ha dado al personaje de Cersei Lannister – ver (8) – en la serie Juego de Tronos, ha sido realmente lamentable. Nos queda la esperanza que que George R.R. Martin lo arregle en las novelas, y le de el final que se merece la villana más fabulosa jamás creada.
(54) “(…) las mujeres tenían que convivir con las palabras de aquellos hombres a quienes una determinada organización social y una precisa ideología habían confiado el gobierno de los cuerpos y de las almas femeninas. (…) Desde finales del siglo XII hasta terminar el siglo XV, esas palabras se multiplican sin cesar y se vuelven cada vez más imperiosas: una serie de textos, escritos por hombres de Iglesia y por laicos, se siguen uno tras otro para dar testimonio de la urgencia y la necesidad de elaborar valores y modelos de comportamiento para las mujeres”. Casagrande, 1992, p. 84. Una de las muchas prescripciones que se les hacía a las mujeres, en la literatura didáctica y pastoral de finales del siglo XII hasta finales del XV, era “el abandono del maquillaje y de los adornos”; todas las prohibiciones a las que las sometían (ver Morillas Cobo, 2019) escondían “un doble proceso de reducción del exterior y valorización del interior: por un lado, la mujer se aleja de la vida pública y exterior de la comunidad y se esconde en el espacio privado e interior de las casas y de los monasterios; por otro lado, se separa de la exterioridad de su cuerpo y se consagra a la interioridad del alma”. Casagrande, 1992, p. 108. “De todos estos preceptos y estos consejos, muchísimos se refieren a los vestidos, los adornos, el maquillaje. La lucha contra las mujeres que se visten con riqueza y que se maquillan (…) envuelve a todos los textos de la literatura didáctica y pastoral de finales del siglo XII hasta finales del XV (…) y gana en amplitud y en intensidad (…). La mujer maquillada y lujosamente vestida privilegia, contrariamente al orden querido por Dios, la vil exterioridad de su cuerpo por encima de la preciosa interioridad de su alma (…). El maquillaje (…) revela una soberbia ilimitada. (…) las mujeres se visten suntuosamente para salir, se adornan para hacerse ver, se maquillan para comparecer en público y ser allí apreciadas, deseadas, envidiadas (…) subvierte las reglas sociales y lleva la corrupción y el desorden a la comunidad”. Casagrande, 1992, pp. 108-109. “Para la mujer laica, el discurso es más complejo (…) le consienten no renunciar por completo al cuidado y la exhibición del cuerpo. Francisco de Barberino recomienda a las mujeres, sobre todo si son de elevada condición, comparecer en público con una indumentaria adecuada para representar el poderío y la riqueza de la familia a la que pertenecen; Egidio Romano (…) no excluye que (…) la mujer pueda vestirse con cierto rebuscamiento para complacer al marido y respetar su condición social. Con tal de que todo se haga con moderación y sin escándalo”. Casagrande, 1992, pp. 110-111.
Pero, a la vez: “(…) los siglos XV-XVII parecen ser siglos especialmente ricos en la búsqueda de formas de embellecimiento, de afeites, tintes, maquillajes, con consecuencias a veces funestas”. Fernández Valencia, 1997, p. 138. “(…) el Renacimiento neoplatónico atribuyó un nuevo valor a la belleza al declararla signo exterior y visible de una “bondad” interior e invisible (…) Ser bella se convirtió en una obligación, pues la fealdad se asociaba no sólo con la inferioridad social, sino también con el vicio. (…) La envoltura exterior del cuerpo se convertía en un espejo en el cual el yo interior era visible para todos”. Matthews Grieco, 1993, p. 68. “(…) a mediados del siglo XV, comenzaron a aparecer en toda Europa libros de ‘secretos’ y recetas para perfumes y cosméticos (algunos de los cuales ya habían circulado manuscritos desde la Edad Media) (…). Escritos en general por hombres, cuyos criterios de belleza se imponían así implícitamente en las lectoras femeninas”, pero: “Al margen de ciertos círculos de élite, en que los cosméticos eran un accesorio tan esencial como el polvo, el perfume y la ropa interior, las pinturas y las cremas se consideraban un signo de vanidad y una incitación a la lujuria. Sin embargo, las mujeres de todas las clases sociales insistían en ‘mejorar’ su apariencia por medio de mezclas cosméticas, algunas de las cuales, desafortunadamente, terminaban por ser más perjudiciales que beneficiosas”. Matthews Grieco, 1993, p. 70. Pero “Las advertencias acerca de los efectos de los cosméticos a largo plazo no eran el único argumento que se empleaba contra el maquillaje. A las mujeres que se pintaban se las acusaba de ‘alterar el rostro de Dios’. (…) Además, los que fabricaban los cosméticos eran a menudo sospechosos de duchos en artes mágicas, pues muchas recetas contenían conjuros que había que recitar durante la preparación e ingredientes tales como gusanos, ortiga y sangre. A pesar de las repetidas prevenciones, las acusaciones masculinas de adulterio y engaño, y los ejemplos diarios de los perniciosos efectos de los cosméticos, las mujeres insistían en ‘mejorar’ su apariencia con la ayuda de polvos, cremas y pinturas (…). Otra indicación de la amplia distribución social de los cosméticos nos las proporcionan las colecciones de recetas de éstos que incluyen el precio de ciertas preparaciones. Los Esperimenti de Caterina Sforza (…) – nuestra protagonista –, por ejemplo, proporcionan recetas alternativas para cremas que blanqueen la cara o pinturas para conseguir mejillas sonrosadas, reservando los ingredientes tales como perlas, plata y piedras preciosas para aquellas que podían permitírselos, y sugiriendo componentes más económicos para las menos ricas.”. Matthews Grieco, 1993, pp. 71-72.
(55) “Durante mucho tiempo, Occidente ha mantenido oculto en su imaginario la convicción de que la práctica de la brujería maléfica y demoníaca se relacionaba íntimamente con la naturaleza femenina y, por extensión, que toda mujer era una bruja en potencia. (…) este estereotipo nació hacia 1400 y se mantuvo, por lo menos en el derecho criminal, hasta el final del siglo XVII”. Sallman, 1993, p. 431. Existía “la idea según la cual la mujer estaba directamente implicada en el crimen, supuesto o real, de brujería (…). Los tratados jurídicos —esencialmente, en un primer momento, los manuales de los inquisidores— confirman el lugar que se daba a la mujer en el delito de brujería. Pero estos tratados sólo aparecen a finales del siglo XV, mientras que el mito demonológico —la creencia en la existencia de una secta de brujos consagrados al culto del Diablo— se constituye en los últimos años del siglo XIV, con la consecuencia de una represión cada vez más severa”. Sallman, 1993, p. 432. “Dos tesis se enfrentan acerca del origen del mito demonológico: según la primera, el mito consagraría la existencia de tradiciones chamánicas extendidas desde la antigüedad en toda la región cultural eurasiática; según la segunda, sería una construcción intelectual que los clérigos elaboraron sobre la base de lugares comunes de la polémica religiosa medieval. Sea como sea, al filo del cambio del siglo XIV al XV, se opera una verdadera revolución mental que instaura un sistema de representación del mundo llamado a mantenerse durante casi tres siglos”. Sallman, 1993, p. 433.
“Con la bula Summis desiderantes affectibus de 1484, en cuyos términos Inocencio VIII – ver (21) y (42) – nombra dos inquisidores, Jacob Sprenger y Henri Institoris, para reprimir el crimen de brujería en el valle medio del Rin, la caza de brujos recibe sanción pontificia”. Sallman, 1993, pp. 432-433. “En 1486, Jacob Sprenger y Henri Institoris publican (…) el Malleus maleficarum, el Martillo de las brujas. Por primera vez (…) establecen un vínculo directo entre la herejía de brujería y la mujer. Para demostrar lo que, en vista de su experiencia de inquisidores, les parece evidente, se apoyan en un argumento extraído de la mejor tradición antifemenina del Antiguo Testamento, de la antigüedad clásica y de los autores medievales”. Sallman, 1993, p. 433. “(…) los autores del Malleus maleficarum sólo ven dos utilidades en la mujer: es necesaria para la reproducción, pues da hijos al hombre, y para la vida económica del hogar doméstico, pues ayuda al hombre en su trabajo gracias a su devoción y su afecto. En cambio la mujer es peligrosa por su sexualidad. (…) por su naturaleza rebelde y su debilidad congénita, la mujer resulta sensible a la tentación demoníaca y al maleficio. Tres razones llevan a las mujeres a lanzarse por el camino de la superstición más fácilmente que los hombres. Ellas dan prueba de una credulidad mucho mayor que los hombres (…). También son las mujeres de naturaleza más impresionable y, por tanto, más maleables por los señuelos del Diablo. Por último, son muy charlatanas y no pueden evitar hablar entre ellas y transmitirse sus conocimientos en el arte de la magia. Su debilidad las constriñe a utilizar esos secretos para vengarse de los hombres por medio de maleficios”. Sallman, 1993, p. 434. “El Malleus maleficarum deja en el lector la impresión de que la brujería no es sino una guerra de sexos: de un lado, las brujas agresivas; del otro, los hombres amenazados en su capacidad de reproducción”. Sallman, 1993, p. 435.
“(…) se admite que la brujería fue la manifestación de la miseria de la época y que su represión estuvo a la altura de las calamidades naturales que agobiaban a las gentes (…). La epidemia, la mala cosecha, la muerte sin explicación, la desgracia, se debían a la acción del Diablo. (…) La sociedad quería culpables. Se los encontró entre los elementos no conformistas y marginales que pagaron un pesado tributo a la represión. En primer lugar, las mujeres, las más viejas, las más feas, las más pobres, las más agresivas, las que daban miedo. De esta manera, las comunidades aldeanas descargaron las tensiones que las socavaban sobre el eslabón más débil de la sociedad rural”. Sallman, 1993, p. 436. “(…) tenemos la hipótesis ya formulada por Michelet, según la cual la mujer, detentadora de secretos de medicina empírica, había constituido un señuelo privilegiado para los inquisidores y para los jueces seglares, convencidos de que esos conocimientos sólo podían haberle sido comunicados por el Diablo”. Sallman, 1993, p. 437. “La creencia en la mujer maléfica dotada de poderes sobrenaturales destructores es antigua. Es la strix de la antigüedad, la mujer caníbal que vuela por la noche para perpetrar sus crímenes —de cuya existencia hay testimonios medievales— y que vuelve a aparecer en los archivos del siglo XIV. En el siglo XV, las creencias sobre la mujer maléfica y el mito satánico se fusionaron para dar nacimiento a esta quimera que es la bruja demoníaca. El mito demonológico se originó en un contexto muy particular: el de la herejía medieval. La creencia en la existencia de una secta de brujos consagrada al culto de Satán fue obra de los inquisidores en la lucha que libraron contra los movimientos heterodoxos de finales de la Edad Media, el de los valdenses y el de los fraticelli. En el siglo XV y en los primeros años del XVI, la geografía de la brujería coincide fielmente con la de la herejía: los valles superiores y medios del Rin, los Alpes, el Delfinado, Italia del norte e Italia central y el País Vasco. Las bulas pontificias que otorgan enormes poderes a los inquisidores en su lucha contra la supuesta herejía satánica no consignan que se deba sospechar más de las mujeres que de los hombres. La bula de Inocencio VIII – ver (21) y (42) –, del año 1484, así como la de Alejandro VI – ver (42) – (Cum acceperimus), dirigida al inquisidor general de Lombardía, fra Angelo da Verona, aluden siempre a “las personas de uno y otro sexo””. Sallman, 1993, pp. 441-442.
Pero: “Al aislar el crimen de brujería del conjunto de la criminalidad, los historiadores le han conferido una relevancia que no guarda relación con su importancia real. La caza de brujas no ha sido jamás el holocausto que durante demasiado tiempo se ha querido describir y hasta es posible que el aumento de los procesos en el siglo XV se haya debido pura y simplemente a la creciente burocratización de la administración judicial y, por tanto, a la producción masiva de archivos”. “(…) la brujería no fue el único delito fuertemente marcado de connotación sexual. La sodomía se consideraba como específicamente masculina. La bruja es una mujer de sexualidad desenfrenada que, al atacar las propiedades genitales del hombre y al copular con demonios, se opone a las leyes naturales de la procreación. El homosexual subvierte el orden de la reproducción al unirse a otro hombre y al desperdiciar su esperma. Los dos crímenes, por otra parte, se perseguían con la misma severidad y a menudo aparecen asociados en las instrucciones oficiales que llamaban a los jueces a redoblar su celo represivo”. Sallman, 1993, p. 439.
(56) Caterina: «No sólo se codeó con los más importantes genios del arte y la cultura de su época, sino que desafió todo convencionalismo y coqueteó con la alquimia». «Caterina pasó los últimos años de su vida junto a sus hijos y entregada al estudio de la alquimia». National Geographic, 2016. Caterina se describe como extremadamente inteligente y curiosa desde sus primeros años. Su sed de conocimiento gravitaba principalmente hacia la alquimia, la medicina y la cosmética, que son los tres campos que sirven como hilo conductor para las recetas en Los Experimenti – ver (54) y (62) –. Ella cultivó este gran interés en los experimentos científicos a lo largo de toda su vida: su fascinación por la botánica surgió cuando era solo una niña. Probablemente, entró en contacto con el mundo de los remedios botánicos y herbales gracias a su madrastra – ver (5) –, cuyo boticario, Cristoforo de Brugora, tenía un jardín medicinal, en la corte Sforza, y gracias al legado de su tatarabuelo: un manuscrito botánico, llamado «Historia Plantarum», en el que seguramente Caterina se inspiró. Palmieri, 2017, pp. 5-6. El entusiasmo de Caterina por experimentar sobrevivió a sus 46 años de vida. Ella no solo es la antepasada de los grandes duques de la dinastía de los Médici, sino también la antepasada de su profundo compromiso con los experimentos científicos, que caracterizaron a la noble familia Médici en las siguientes décadas. Su nieto, Cosimo I de Médici, construyó varios laboratorios privados y una fundición en su residencia del Palazzo Vecchio, junto con el establecimiento del primer jardín botánico público de Europa, en Pisa (1544) y un año después, en Florencia. El hijo de Cosimo I, Francesco, y su nieto, Antonio, se dedicaron igualmente a la alquimia y la medicina, y este último incluso intercambió correspondencia con Galileo Galilei. Palmieri, 2017, p. 7.
(57) Cuando en 1484 Caterina se mudó a Forlì con su primer marido – ver (21) y (22) – (año, por cierto, de la bula de Inocencio VIII – ver (55) –), no abandonó su interés por la botánica. De hecho, tenía jardines medicinales diseñados en Forlì e Imola donde podía cultivar los ingredientes que necesitaba para crear cosméticos y medicinas. Uno de estos jardines estaba dentro de las murallas de la fortaleza de Ravaldino, al lado de su palacio. Esta última albergaba un laboratorio donde podía realizar sus experimentos y probar sus recetas; además, se estableció un gran parque donde podía cultivar árboles frutales a lo largo del borde exterior de la fortaleza. Palmieri, 2017, p. 6.
(58) Su intensa pasión por la experimentación ni siquiera se atenuó durante el período más problemático de sus años como regente: mientras se preparaba para resistir el asedio de Cesare Borgia, dedicó tiempo a sus experimentos alquímicos. Solo unas pocas semanas antes de la llegada de su enemigo, le escribió a su confesor pidiéndole que enviara equipo alquímico y una serie de ingredientes, algunos de los cuales podrían causar ataques y la muerte. Con lo cual, cabe pensar que Caterina pensaba utilizar estos ingredientes si la cosa se ponía muy fea en el enfrentamiento con su enemigo. Los métodos farmacéuticos y alquímicos se emplearon a veces en contextos políticos. Palmieri, 2017, p. 7.
(59) En Juego de Tronos, durante la Batalla de Aguasnegras (en la que luchan por el trono las tropas de Joffrey Baratheon, hijo de Cersei Lannister, contra las tropas de su tío, Stannis Baratheon, a las puertas de Desembarco del Rey), cuando todo parece perdido para los Lannister y la invasión de Stannis Baratheon parece inminente, Cersei Lannister, oculta en un torreón de la Fortaleza Roja junto con otras mujeres, entre las que se encuentra Sansa Stark, y niños, guarda un as bajo la manga: veneno, para tomarlo y poner fin al sufrimiento, en caso de que la ciudad caiga en manos de Stannis. Algo así debió pensar nuestra Catalina Sforza.
(60) Su boticario de confianza, Lodovico Albertini, quien se encontraba en Forlì, nunca dejó de proporcionarle todos los ingredientes que solicitó para sus creaciones. Incluso después de perder el feudo de Imola y Forlì, seguía refiriéndose a Albertini como su proveedor, y le pedía que le enviara el material que necesitaba. Su relación profesional fue de confianza y respeto mutuos hasta el final, como lo demuestran las muchas cartas que intercambiaron. Palmieri, 2017, p. 6.
(61) Caterina estaba en constante búsqueda de nuevos ingredientes para experimentar, estaba en contacto con alquimistas y mantenía correspondencia con varios conventos, durante el transcurso del siglo XV. Palmieri, 2017, p. 6. La medicina herbal había comenzado a florecer en conventos y monasterios. Caterina desarrolló conexiones con las monjas y, en particular, contó con el apoyo del convento dominico de Annalena y el convento benedectino de Le Murate, ambos en Florencia, con los que intercambió recetas, consejos sobre asuntos científicos y regalos de flores y frutos. Caterina se sintió tan cercana y agradecida al convento de Le Murate que expresó el deseo de ser enterrada en la iglesia del convento – ver (52) –. Palmieri, 2017, p. 7.
(62) Ver (54) y (56). El manuscrito original de Los Experimenti, de acuerdo con la voluntad de Caterina, tras su muerte, pasó a su hijo Giovanni dalle Bande Nere (de su matrimonio con Giovanni de Médici, «il Popolano» – ver (37), (38) y (39) –). Después, fue heredado por Cosimo I (el nieto de Caterina) y transmitido de generación en generación dentro de la familia Médici. Como prueba de ello, algunas recetas alquímicas atribuidas a los Grandes Duques de la Toscana ya están incluidas en la colección de experimentos de Caterina Sforza. Pero después de algunas generaciones, todos los rastros del manuscrito se perdieron hasta el siglo XIX, cuando el historiador Pier Desiderio Pasolini, que escribió extensamente sobre Caterina, afirmó que su amigo y senador Marco Tabarrini le contó que buscando en unos manuscritos, propiedad de Pietro Bigazzi, un librero de Florencia, encontró uno llamado «A Far Bella»; era un libro de recetas de cosmética y medicina, que se remontaba a finales del siglo XV. Sin duda, fue escrito por la misma persona, pero se notaba que había sido escrito a lo largo de varios años y con muchas tintas diferentes. Y en la primera página fue posible leer el nombre de Caterina Sforza, escrito con energía. «A far bella» fue comprada por el librero y editor Casimiro Bocca, quien se la vendió a un comprador desconocido. A día de hoy, el manuscrito original de Caterina Sforza todavía falta. Afortunadamente, se hizo una copia apenas unos años después de la muerte de Caterina: hacia 1525, el coronel Lucantonio Cuppano, que servía bajo las ordenes de Giovanni dalle Bande Nere, el hijo de Caterina, copió las recetas del manuscrito de Caterina en un libro titulado «Experimentos de la excelentísima Señora Caterina de Forlì, madre del ilustrísimo Señor Giovanni de Médici». Por eso se le llama «Los Experimentos». La copia de Cuppano tiene 554 páginas. En la primera página, proporciona una clave para decodificar algunos pasajes encriptados en el libro, aunque no es seguro si Cuppano ideó el código para mantener algunas de las recetas en secreto o si es posible que el manuscrito original de Caterina ya estuviera codificado. Esta copia también acabó siendo comprada por el librero Pietro Bigazzi. Después, pasó a ser propiedad del editor Casimiro Bocca, luego del librero Darío Giuseppe Rossi, del coleccionista francés Henri Le Lieure y, finalmente, fue adquirido por el historiador Pier Desiderio Pasolini, quien encargó su transcripción a Romolo Brigiuti, un paleógrafo especializado en libros antiguos de medicina y ciencia. Hoy en día, el manuscrito “Experimenti” se conserva en una colección privada. En 1893, Pasolini le encargó a Paolo Galeati, tipógrafo y editor de Imola, la impresión de los resultados de su investigación sobre Caterina: un trabajo en tres volúmenes titulado “Caterina Sforza”, compuesto por una biografía en dos volúmenes y un tercer libro, donde recopiló más de 1400 documentos. Entre ellos, se encontraba la primera edición impresa de «Experimenti», cuatro siglos después de su escritura. Sin embargo, Pasolini decidió publicar solo una parte de «Experimenti», omitiendo aquellas recetas que ofrecían remedios para problemas sexuales o daban instrucciones sobre cómo hacer afrodisíacos. También censuró algunos ingredientes y partes del cuerpo, porque temía que esos pasajes pudieran ofender a los lectores. Un año después, decidió volver a publicar «Experimenti», esta vez en su versión integra. Una vez más se dirigió a Galeati y le encargó la impresión de solo 102 copias, dirigiéndose así a una élite limitada de lectores, principalmente coleccionistas de libros. Palmieri, 2017, pp. 7-11.
(63) El manuscrito de Los Experimenti contiene un total de 454 recetas, organizadas sin ningún orden en particular. Hay un índice, que enumera los experimentos alfabéticamente, subdividiendo cada letra en tres grupos: medicina, cosméticos y alquimia. Sin embargo, es difícil clasificar los experimentos con certeza en estas categorías, ya que a menudo se superponen, y muchas recetas de belleza y medicinales se basan en ingredientes y procedimientos alquímicos. Palmieri, 2017, p. 11. Son 454 recetas, de las cuales 358 son medicamentos, 30 de química / alquimia y 66 cosméticos. Pelling, 2003.
(64) Ver (54). «El miedo al agua dio lugar a toda una serie de sustitutos, tales como el polvo y el perfume, que crearon una nueva base de distinción social. Más que antes aún, la limpieza fue prerrogativa de la riqueza (…). En el caso de las instalaciones de baños públicos, el miedo al contagio (peste bubónica y sífilis) y, al mismo tiempo, una actitud más severa en relación con la práctica de la prostitución (uno de los aspectos de muchos baños), llevó al cierre de la mayoría de estos establecimientos. En el caso de las abluciones privadas, por otro lado, aumentaba la desconfianza respecto del agua y el desarrollo de nuevas técnicas —’secas’ y ‘elitistas’— de higiene personal que acarrearon la desaparición de la bañera. (…) A lo largo de los siglos XVI y XVII, la creencia en la permeabilidad de la piel y en la amenaza que el baño representaba para la salud en general continuó poblando los textos médicos con una variedad de argumentos contra los males de los baños públicos y los peligros del agua». Matthews Grieco, 1993, pp. 56-57. «Durante mucho tiempo se creyó que la desaparición del agua en las prácticas diarias de higiene del primer periodo moderno constituía una recaída en un estado universal de grasa y de mugre. Aun cuando en este periodo la suciedad de los órdenes sociales inferiores era tan típica de su bajo estatus como las manchadas ropas de entrecasa, también es cierto que, los que podían permitírselo, tendían a prestar más atención a los cuidados y la apariencia de su persona, o al menos a aquellas partes del cuerpo que quedaban expuestas al juicio social. Allí donde desapareció el agua, la reemplazaron el frotado, el polvo y el perfume. (…) se prestó más atención a las partes del cuerpo que no se cubrían: el rostro y las manos. (…) Los libros de urbanidad desaconsejaban especialmente el uso del agua en la cara porque se creía que dañaba la vista, provocaba dolor de dientes y catarro y dejaba la piel demasiado pálida en invierno, o excesivamente oscura en verano. Debía frotarse vigorosamente la cabeza con una toalla o una esponja perfumadas, peinarse, restregarse las orejas y enjuagarse la boca. El polvo apareció por vez primera como una suerte de ‘champú seco’. (…) a finales del siglo XVI, el uso del polvo se convirtió en una condición de limpieza más que necesaria. Polvos perfumados y teñidos eran entonces una parte integral del aseo diario de la gente acomodada, hombres y mujeres. Este accesorio visible y olfatorio no sólo proclamaba el privilegio de la limpieza de que gozaba su usuario, sino también su condición social, pues la moda también era patrimonio de los ricos. Hacia el siglo XVII, el polvo había conquistado a las clases altas de Europa, a tal punto que ningún aristócrata que se preciara de tal debía dejarse ver en público sin él, y hacia el siglo XVIII, los jóvenes y los viejos lucían por igual cabelleras blancas, ya fueran pelucas o sus propios rizos plateados. Por tanto, la ausencia de polvo venía a significar no sólo una doble impropiedad (higiénica y social), sino también inferioridad social: era el burgués y sus inferiores quienes tenían ‘pelo negro y grasiento’. Por otro lado, se adjudicaba al perfume una serie de virtudes, la más importante de las cuales era la eliminación u ocultamiento de olores desagradables y su función como desinfectante y purificador». Matthews Grieco, 1993, pp. 58-59. «Una tez blanca también era el privilegio de la ociosa habitante de la ciudad, en contraste con la piel de la campesina, tostada por el sol. Además, las pinturas renacentistas atribuían sistemáticamente a los hombres un cutis más oscuro, más ‘viril’, pues su vida los llevaba fuera de la casa con mayor frecuencia que a las mujeres, encerradas en el hogar. El blanco era más delicado, más femenino, más hermoso. El color oscuro era más robusto, más masculino, más tenebroso. Ésta es la razón por la cual los libros de recetas de cosméticos no sólo abundan en ‘secretos’ para hacer que el pelo de las mujeres fuera dorado, sino que también contenían información para los hombres, acerca de cómo teñir de negro las barbas. El cutis marfileño, tan apreciado por las mujeres, no era, sin embargo, de un blanco uniforme. Los toques de rojo en las mejillas, las orejas, el mentón, los pezones (cuando se exhibían) y las yemas de los dedos daban una impresión de salud y atraían la vista. Sin embargo, a veces las capas de pintura tan hábilmente aplicadas llegaban a convertirse en una auténtica máscara, cuyo espesor impedía a las mujeres sonreír, hablar o reír. (…) Pero por encima del papel que los cosméticos desempeñaban en la obligación social y moral de aparecer bellas que sentían las mujeres, el maquillaje era un importante indicador de rango social. La pintura era la ‘vestimenta’ de las partes visibles del cuerpo y distinguía a su usuario de la misma manera en que los materiales preciosos, la fina ropa blanca y los ornamentos caros revelaban la riqueza y el estatus de su propietario. La cosmética era un último accesorio, sin el cual una mujer elegante no se sentía vestida». Matthews Grieco, 1993, p. 73.
(65) Podéis disfrutar de todas estas recetas en: Palmieri, 2017, pp. 12-27. También incluyen recetas para suavizar la piel, quitar manchas, blanquear los dientes, prevenir el embarazo y para fabricar veneno. Pelling, 2003. Una obra excelente que aborda la faceta de alquimista de Caterina Sforza (en el primer capítulo de la misma), es Ray, 2015; en ella, su autora nos explica como «las recetas» de Caterina eran útiles no solo para el cuidado del hogar y la propia persona, sino también para el logro de propósitos políticos y financieros. Y como sus experimentos son un ejemplo no solo de las disciplinas en las que se articuló el conocimiento científico en la modernidad temprana, sino también de la atipicalidad de los lugares, en comparación con el presente, donde se practicaba la ciencia, y de la importancia que tuvo a nivel político, llegando a ser un objeto de intercambio entre hombres y mujeres de poder.
(66) A lo largo de la Historia, se han ocultado los logros de las mujeres gobernantes en el registro histórico. Los escritores y eruditos han condenado, despedido o ignorado a estas mujeres, o han promovido versiones de su vida que enfatizaban roles femeninos más «tradicionales», o jugaban a resaltar «sus excepcionales cualidades masculinas, casi aberrantes». Las mujeres gobernantes eran vistas como amenazas al orden social patriarcal. A pesar de esto, algunas gobernantes, incluida Caterina Sforza, nunca han estado lejos de la conciencia histórica. Las largas monarquías de Isabel I en Inglaterra e Isabel de Castilla son igualmente difíciles de ignorar. Los ejemplos en la península italiana no son tan buenos como los de los Alpes; Italia se rompió ciudades-estado y principados más pequeños, por lo que las reinas de las vastas tierras eran raras y prácticamente inexistentes en la era moderna. Sin embargo, Sharon Jansen anuncia a Sforza como la «madre» de otras mujeres italianas en el poder. De hecho, con el aumento de los estudios sobre la mujer y el género, los académicos han descubierto numerosos ejemplos de mujeres poderosas en la temprana Italia moderna. Muchas mujeres nobles sirvieron como regentes, la mayoría de las veces por períodos cortos y temporales, mientras que algunas mantuvieron regencias más largas o fueron gobernantes o gobernantes absolutos. El trabajo de archivo reciente ha revelado, de manera similar, casos de mujeres que asumieron roles de liderazgo o empresariales en otros ámbitos, como en actividades espirituales o empresariales. Hasta hace muy poco, la vida de todas estas mujeres ha permanecido en la sombra. Aun así, nuestra comprensión de estas mujeres sigue estando fundamentalmente vinculada a registros de archivo fragmentados y, a menudo, sesgados. De Vries, 2013, p. 166. Esta misma autora que acabo de citar, Joyce De Vries, en su obra Caterina Sforza and the Art of Appearances, estudia exhaustivamente la vida de Caterina y de las mujeres en el Renacimiento Italiano, y nos explica que Caterina Sforza no fue una excepción entre las mujeres ilustres de su tiempo. Uno de los puntos de referencia que toma De Vries en su obra, es el ensayo de Joan Kelly, ‘¿Tuvieron las mujeres un renacimiento?’ (Kelly-Gadol, 1977) – ver (71) –; en el mismo, se presenta a Caterina como una excepción a la regla de que las mujeres en el Renacimiento percibieron realmente una pérdida de libertad. Pero Caterina Sforza no fue tal excepción, según De Vries: ella se forjó una identidad interpretando roles siempre cambiantes, como la de novia, esposa, madre, viuda, regente y amante, al igual que otras mujeres en las cortes italianas. En esta obra, De Vries también entra en contarnos el papel de Caterina en el patronazgo artístico; patronazgo que, por otro lado, solían ejercer las mujeres de las altas esferas en el Renacimiento: “(…) del mismo modo que la mayoría de las mujeres de las clases dirigentes no gobernaron, compartiendo tan solo algunas prerrogativas de la soberanía, no pudieron participar de una forma directa en los círculos intelectuales, pero sí lograron acceder a la Alta Cultura a través del patronazgo artístico. Donde quiera que existieran cortes como centros de riqueza y actividad artística, las mujeres inteligentes actuaban en su papel de patronas de las artes y la cultura. De este modo, el patronazgo constituía no sólo el vehículo más apropiado para mostrar su riqueza y su estatus, sino también la vía de escape a una creatividad frustrada. Aun así, las mujeres no solían comisionar grandes proyectos artísticos de carácter público, quedando reservadas sus iniciativas bien a obras de carácter privado, como la decoración del hogar, bien a actuaciones a caballo entre la esfera privada y la pública, como era la creación de la capilla privada de la familia”. García Pérez, 2004, pp. 84-85. De Vries nos explica que, aunque nunca se ha tenido en cuenta esta faceta de Catalina Sforza, ella destacó como una patrona activa, pragmática e inteligente, que supervisó grandes proyectos arquitectónicos, trabajos de defensa e intervenciones en el tejido urbano. Y además, mantuvo un alto nivel de apariencias en cuanto a sus residencias, como bienes, y también en su vestimenta personal. Sin embargo, a lo largo de los años, tuvo que vender o empeñar muchos de sus bienes, y muchas de sus comisiones de arquitectura cambiaron significativamente después de su muerte. Un gran ejemplo de la obra de Caterina como patrocinadora, es su gran labor en la Fortaleza de Ravaldino. Como dato interesante, cabe señalar la construcción de viviendas militares para su ejército. Si queréis saber más: De Vries, 2010.
Según Joan Kelly, Italia fue mucho más avanzada que el resto de Europa desde aproximadamente 1350 a 1530, sin embargo, precisamente los desarrollos que se dieron afectaron a las mujeres de manera adversa, tanto, que no hubo un «renacimiento» para las mujeres, al menos no durante el Renacimiento. Las mujeres como grupo, especialmente entre las clases que dominaron la élite urbana italiana, experimentaron una contracción de las opciones sociales y personales que los hombres de sus clases no experimentaron tan marcadamente, como fue el caso de la burguesía y la nobleza. Para demostrarlo, se basa en cuatro aspectos fundamentales: primero, la regulación severa de la sexualidad femenina en comparación con la masculina; segundo, los roles económicos y políticos de las mujeres, en comparación con los de los hombres; tercero, los roles culturales y el acceso a la educación; y cuarto, la ideología que imperaba sobre las mujeres. El resultado del estudio de estos aspectos, demostraba una gran desigualdad ente ambos sexos. Kelly-Gadol, 1977, p. 137. Pero Caterina fue una excepción. Kelly-Gadol, 1977, pp. 144-147.
(67) Sforza se destaca por sus propias acciones e iconografía e, igualmente importante, por la forma en que su leyenda se formó a través de escritos e imágenes en las décadas inmediatamente posteriores a su muerte. Destacó su propia fama y éxito durante su regencia y desafió las nociones de los roles de género apropiados para las mujeres en el poder, temas recogidos por Nicolás Maquiavelo – ver (24) –, cuyo análisis de sus acciones impulsó su fama y cristalizó su notoriedad. Más tarde, sus descendientes Médici, que obtuvieron el dominio de Florencia y la Toscana, atenuaron su leyenda sin disminuir su fama. De Vries, 2013, p. 166. Para saber más sobre la influencia de Maquiavelo en el impulso de la fama de Caterina: De Vries, 2013, pp. 173-177. Para saber más sobre el influjo en la leyenda de Caterina de sus descendientes Médici: De Vries, 2013, pp. 177-181.
(68) Recordemos al lector que la mujer renacentista era definida así: “Una mujer es una hija, una hermana, una esposa y una madre, un mero apéndice de la raza humana”. A una mujer, desde el momento en que nacía “lo que la definía, con independencia del origen social, era su relación con un hombre. El padre, primero, y luego el marido, eran los responsables legales de la mujer, a quienes debía honrar y obedecer». Hufton, 1993, p. 18. Para saber más sobre la situación de la mujer en el Renacimiento: Morillas Cobo, 2019.
(69) Sforza a menudo ha sido considerada como una mujer excepcional debido a su largo mandato, su astucia política y su voluntad de luchar personalmente contra sus enemigos. Sus talentos y logros sin duda contrastan con lo que la literatura prescriptiva moderna de la época medieval tardía y temprana dice a menudo sobre el personaje femenino, a saber, que es irracional, inconstante, poco inteligente y, por lo tanto, incapaz de liderazgo. (Ver Morillas Cobo, 2019.). Dejando a un lado estas nociones negativas de carácter, las mujeres sí servían como regentes, la mayoría de las veces por períodos cortos, como lo hizo Sforza cuando Riario todavía estaba vivo pero, por lo demás, no podían gobernar directamente. Otros ejemplos de este tipo de regencia a corto plazo fueron Eleonora de Aragón, Isabella d’Este, Beatrice d’Este, Lucrezia Borgia, Eleonora de Toledo y muchos más. La notoriedad de Sforza en comparación parece tener más que ver con sus habilidades para sobrellevar el conflicto y mantener su poder. Una mujer regente ejercía más poder si cumplía un período más largo después de la muerte de su marido, cuando luego actuó en función de los mejores intereses del heredero, generalmente su hijo. Los parientes masculinos, asesores y gobernadores locales, generalmente ofrecían consejo, pero la mujer regente era particularmente vulnerable a la maquinación de otros que querían el control del estado. Fácilmente podría ser usurpada bajo la acusación de que estaba poniendo en peligro el futuro del heredero o que de alguna manera era desleal a su familia matrimonial (recordar al lector que cuando Caterina se casó por segunda vez, su propia familia conspiró contra ella y su nuevo marido – ver (32), (33) y (34) –). Este fue el caso de Bona de Savoy, la madrastra de Sforza – ver (5) –. La regente, para ser exitosa, tenía que mantener un equilibrio adecuado entre sus virtudes femeninas de madre leal y obediente y los requisitos más masculinos de la visión política y financiera, que se requerían de su posición. Sforza sobresalió en ambos reinos y equilibró cómodamente lo masculino y lo femenino, como lo revelan las huellas de archivo que dejó atrás. De Vries, 2013, pp. 168-169.
(70) Es la imagen de la mujer que os cuento en Morillas Cobo, 2019. «Lo que ante todo constituye ‘la mujer’ —modelo o contraste de las mujeres, que son nuestro objeto— es la mirada que sobre ellas posan los hombres. Mucho antes de poder saber lo que las mujeres piensan de sí mismas y de sus relaciones con los hombres, debemos pasarlas por ese filtro masculino. Filtro realmente importante, pues transmite a las mujeres modelos ideales y reglas de comportamiento que ellas no están en condiciones de desafiar. (…) Los hombres tienen la palabra. No todos, por cierto: la inmensa mayoría guarda silencio. Los clérigos, los hombres de religión y de Iglesia, son quienes gobiernan el dominio de la escritura, quienes transmiten los conocimientos, quienes informan a su época, y más allá de los siglos, de lo que hay que pensar de las mujeres, de la Mujer». Klapisch-Zuber, 1992, pp. 14-15.
(71) “Desde el siglo XIII al XV, mujeres de todos los medios se atreven a hacerse oír: aun cuando haga falta aguzar el oído para captarla, apenas audible entre la inmensa algazara del coro de hombres, la parte que a esas voces corresponde en el concierto literario o místico adquiere una autonomía (…). Palabra de mujeres que, al mismo tiempo que asombro o admiración, provoca una desconfianza y un control crecientes de parte de los detentadores patentados del saber y del decir”. Esto “no significa (…) que las mujeres hayan adquirido el derecho a la palabra a partir de finales de la Edad Media. Sus discursos, o su grito, (…) nos permiten simplemente percibir cómo han madurado en ellas los modelos que les imponían los directores espirituales o los dueños del saber, las imágenes de sí mismas que los hombres les ofrecían, a veces su radical rechazo de esa visión deformada, y siempre la manera en que esas ‘imágenes’ se inscribieron en su vida y en su carne”. Klapisch-Zuber, 1992, pp. 18-19.
“En un artículo que con toda justicia se considera como modelo de la mirada crítica femenina, la historiadora norteamericana Joan Kelly – ver (66) – planteaba en 1977 la siguiente pregunta: ‘¿Han tenido las mujeres un Renacimiento?’ (Kelly-Gadol, 1977). Su respuesta, negativa, subvertía un esquema bien establecido. Se ha podido discutir el punto de vista exclusivamente cultural, según el cual Joan Kelly ha enfocado el problema que ella misma planteara; de cualquier modo, la información y la inteligencia de su argumentación aportaban la demostración de la utilidad de la pregunta. Al cuestionar un dogma histórico, el de un progreso de la condición femenina paralelo a los avances del derecho, de la economía o de las costumbres entre los siglos XV y XVII, mostraba la ceguera y el carácter reductor de las divisiones que los historiadores habían realizado cuando se veían obligados a enfrentar la presencia de las mujeres en la historia y lo que a partir de entonces se denomina relaciones entre los sexos. Y no cabe duda de que pensar de otro modo las relaciones sociales consagradas por la investigación de varias décadas no puede dejar de constituir un problema”. Klapisch-Zuber, 1992, pp. 12-13. “En ninguna sociedad, nacer hombre o mujer es un dato biológico neutro, una mera calificación ‘natural’, en cierto modo inerte. Por el contrario, este dato está trabajado por la sociedad: las mujeres constituyen un grupo social distinto cuyo carácter —nos recuerda Joan Kelly— invisible a los ojos de la historia tradicional, es ajeno a la “naturaleza” femenina. Lo que se ha convenido en llamar ‘género’ es el producto de una reelaboración cultural que la sociedad opera sobre esta supuesta naturaleza: define, considera —o deja de lado—, se representa, controla los sexos biológicamente calificados y les asigna roles determinados. Así, toda sociedad define culturalmente el género y sufre en cambio un prejuicio sexual (…). Desde este punto de vista, y en relación con la construcción simétrica de los roles masculinos, los roles atribuidos a las mujeres les son impuestos o concedidos no en razón de sus cualidades innatas —maternidad, menor fuerza física, etc.—, sino por motivaciones erigidas en sistema ideológico; esto es, mucho menos por su “naturaleza” que por su supuesta incapacidad para acceder a la Cultura”. Klapisch-Zuber, 1992, pp. 9-10.
(72) Ver (66).
(73) “Contar: no se trata de un relato clásico, ni de un relato cronológico de los acontecimientos (…), sino que las diferentes miradas dirigidas a la historia de las mujeres traten de hacer saltar el estereotipo habitual según el cual, en todas las épocas, las mujeres habrían estado dominadas y los hombres habrían sido sus opresores. La realidad es tanto más compleja, que es menester trabajar con más finura: desigualdad, sin duda; pero también un espacio móvil y tenso en el que las mujeres, ni fatalmente víctimas, ni excepcionalmente heroínas, trabajan por mil medios distintos para ser sujetos de la historia. En el fondo, (…) una manera de aprehender la mujer como partícipe de la historia y no como uno de sus objetos. Al nombrarla de esta guisa, se cambia el enfoque, se analizan las fuentes con mirada renovada, se leen multitud de intentos y de logros femeninos imposibles de entrever, y ni siquiera de suponer, para una mirada definitivamente obnubilada por los tópicos habituales que presentan a la mujer como eterna esclava y al hombre como eterno dominador. La diferencia de los sexos es un espacio: un lugar en que se racionaliza la desigualdad para superarla, un lugar de realidad que los acontecimientos modelan, un lugar imaginario e imaginado que cuenta a su manera las imágenes, los relatos y los textos”. Zemon Davis y Farge, 1993, p. 9. «Seguramente, los discursos nombran y controlan a la mujer, pero la realidad cotidiana y las ‘escapadas’ a la rigidez de la disciplina la señalan lo suficiente como para decidirse, en primer lugar, a instalarla entre el trabajo y los días, sin olvidar que el espacio en el que vive, aparece y piensa está marcado por normas e interdicciones, y que esto vale tanto para la campesina pobre como para la princesa de corte, a pesar de las grandes diferencias que hay entre ellas». Zemon Davis y Farge, 1993, pp. 10-11.
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