Si hay algún personaje fascinante en la Historia Moderna mexicana, es sor Juana Inés de la Cruz. Fue una intelectual, erudita, dramaturga y poeta. Son bien conocidos sus ensayos sobre la condición femenina. Así como su defensa del derecho de las mujeres para acceder a la educación.
Su producción literaria es una de las más interesantes y estudiadas. Aunque su figura se guardó en el baúl de los recuerdos hasta bien entrado el siglo XIX. Pero, ¿quién fue sor Juana Inés de la Cruz?
Ha nacido una estrella – Juana Inés de la Cruz
Sor Juana Inés, también conocida como la Décima Musa o Fénix de México (1), empezó a generar polémica desde bien pequeña. Con apenas tres años, aprendió a leer y a escribir, algo llamativo para la época. Fue gracias a su hermana mayor y a su maestra (2) y pese a la prohibición de su madre.
Ahí comenzó su amor por los libros. Con unos tiernos seis añitos, le pidió a su progenitora que la vistiera de hombre y la mandase a la Universidad (3). ¡Juana Inés quería estudiar a toda costa! Su madre, por supuesto, que ya tenía bastante con lidiar con la reciente separación con el padre de Juana (4), pensó que la mejor opción para calmar las ansias de Juana Inés era mandarla con su abuelo al campo (5). Allí, podría empaparse de la biblioteca familiar.
La vida en la hacienda rural le sirvió a la joven Juana Inés para aprender la lengua de los esclavos que trabajaban allí (6). Y para afanarse en su tarea de conocer. Aunque quizá se lo tomaba muy a pecho. Al estudiar una lección, se cortaba un mechón de pelo si no la había aprendido bien, ya que no le parecía bien “tener cubierta la cabeza de hermosura si carecía de ideas” (7).
Pero la infancia campestre se le quedaba corta a Juana Inés, ya conocida por su inteligencia y sagacidad. Por ello, la mandaron a la Corte de México (8). Allí, eran habituales las tertulias con teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores y humanistas. ¡Lo que iba a disfrutar Juana Inés (9)!
El amor cortés entre la virreina Leonor y Juana Inés
Durante su período en la Corte mexicana, Juana Inés era conocida como “la muy querida de la virreina” (10). Era su dama de compañía y tuvieron una relación que sobrepasaba la amistad. La virreina Leonor fue la primera protectora de la naciente poetisa Juana, para cuya Corte escribía sonetos, poemas y elegías fúnebres (11).
Juana Inés hacía de tutora de la hija de doña Leonor. Y, gracias a su influencia, pudo codearse con la élite intelectual del virreinato mexicano en su primera adolescencia (12).
Si bien se ha querido entrever un amor “carnal” entre ambas féminas, es más probable que Juana Inés sintiese hacia doña Leonor una profunda admiración y el máximo respeto (13). Por ello, los poemas dedicados a Laura -pseudónimo de Leonor- (14) se deben ver más desde la óptica de ese amor platónico, caballeresco, dulce y de trovadores (y trovadoras), que desde el “Amo a Laura” de la canción (15).
Tomar los hábitos por amor… ¿a Dios? ¡Que no! ¡Por amor a los libros!
Juana Inés, por consejo de su confesor (16), decidió darse a la vida monástica, ya que era el único ámbito en el que la dejarían pensar y estudiar en paz. En una época en la que la misión de la mujer era casarse y procrear, Juana Inés se dio al estudio (17).
Al final, se decantó por la Orden de San Jerónimo, que era menos estricta en sus reglas (18). Su celda, un dúplex con sirvientas, se convirtió en el punto de encuentro de la créme de la créme intelectual de la época.
Sin embargo, el mandato de los virreyes tocaba a su fin y doña Leonor, junto con su marido e hijas, abandonó México en el que sería su último viaje. El carruaje donde viajaba sufrió un accidente (19). Esta dolorosa pérdida pronto se vería reemplazada por el que sería el gran amor de Juana Inés: la condesa de Paredes.
Sor Juana Inés de la Cruz y María Luisa, condesa de Paredes: una historia de amor mejor que la de Crepúsculo
Pese a quienes no han querido aceptar la relación entre sor Juana Inés y María Luisa (20), lo cierto es que su amistad iba más allá del “incienso palaciego” (21).
Lo suyo fue un amor prohibido que no llegó a consumarse –más allá de dulces palabras y poemas que poco dejan a la imaginación- dado el matrimonio de la condesa con el nuevo virrey de México. Y también, por los firmes votos de castidad que había adoptado sor Juana Inés (22). Y lo peor, pertenecían a clases sociales diferentes. Sor Juana Inés no dejaba de ser una simple plebeya, comparada con la sangre azul de la condesa. No obstante, tuvieron que distanciarse en algunas ocasiones por las habladurías de la Corte (23). Si esto no es amor del bueno, ¡que baje Dios y lo vea!
Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo (24).
50 poemas de amor… y alguna glosa desesperada
Gracias a María Luisa, la obra de sor Juana Inés llegó a la Península (25), pues la virreina era de origen portugués. Y no solo eso, sino que la introdujo en la Soberana Asamblea de la Casa del Placer (26). No nos escandalicemos, no tenía nada que ver con un cuarto rojo, ni mazmorras en el sótano. Esta Soberana Asamblea era una sociedad literaria, que aunaba a monjas de varios conventos de Portugal. Sor Juana Inés fue invitada a este círculo para explicar con sus poemas si lo que ellas mismas sentían por otra mujer, era amor (27). Y sí, les envió algo dedicado a Lysi/Lisi (el pseudónimo de María Luisa):
Ser mujer, ni estar ausente
no es de amarte impedimento (28).
Así, publicó una de las piezas más interesantes de su obra, descubierta hace poco: Enigmas de La Casa del Placer (29). Como tanto María Luisa como la duquesa de Aveiro eran mujeres muy poderosas, se cuidaron muy mucho de que esta joyita no cayese en manos de la Inquisición. ¿Y la condesa se dio cuenta? ¡Por supuesto! El amor de sor Juana Inés era más que correspondido, aunque no llegó a mayores.
La Fénix de México, desencadenada
Pero la vida de sor Juana Inés iba a cambiar. Y no especialmente para bien. Sus ensayos, que defendían el derecho a la educación de las mujeres, y no su mera posición servil, no gustaron a la Iglesia. Así, se burlaron de ella y recibieron una tremenda respuesta por parte de la monja (30).
¿Cómo una mujer se iba a atrever a contestar el discurso de la Iglesia y a escribir “esas cosas profanas e intelectuales? ¡Más le valdría dedicarse a sus quehaceres religiosos y dejar a los hombres discutir! Pues no, sor Juana Inés, con dos narices, defendió su pasión por saber y reivindicó la igualdad de las mujeres en su Carta Atenagórica y Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (31):
“Mis estudios no han sido en daño ni en perjuicio de nadie, ¿quién los ha prohibido a las mujeres? ¿No tienen alma racional como los hombres? ¿Qué revelación divina, que determinación de la Iglesia hizo para nosotras tan severa ley?” (32).
Por si fuera poco, incorporó una lista de mujeres importantes en todos los ámbitos, desde la Antigüedad, como Hipatia, hasta sus coetáneas, como su querida María Luisa (33). Su pluma era voraz y crítica, y en su conocido poema Hombres necios, no deja títere con cabeza:
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis (34).
Como era de suponer, esto no gustó para nada a los religiosos, quiénes pusieron mucho empeño en cortarle las alas a la Fénix de México.
Acallar a la Décima Musa
Tales fueron los palos que recibió sor Juana Inés, que en los últimos años de su vida acabaron con todo lo que ella era y quería. Tuvo que desprenderse de su biblioteca y de todos sus instrumentos musicales y científicos (35). Fue condenada a retractarse de sus palabras. Además, nadie pudo defenderla, pues sus protectores, bien habían muerto, bien habían marchado (36). Sor Juana Inés murió de tifus, con 54 años (37).
Esto podría explicar porqué el feminismo ha olvidado a sor Juana Inés de la Cruz de su discurso y la razón por la que ahora parece volver a salir a la luz (38). Sor Juana Inés terminó creyéndose culpable de todos los pecados. En especial, de haber querido leer y escribir, de creerse igual a los hombres (39). Consiguieron destrozarla, dominarla y anidar en ella la culpa. Dejó de ser quien había sido para plegarse a un sistema que la había enmudecido y quitado toda esperanza. Así, la que había luchado contra la jerarquía eclesiástica y la misoginia, terminó por firmar su testamento como:
Yo, la peor de todas (40).
Para honrar a la memoria de sor Juana, no se puede permitir que los «hombres necios» sigan acallando a las grandes mujeres que hicieron Historia.
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