No es un secreto que durante época romana (inserte aquí cualquier otra época histórica) los hombres tuvieron un mayor protagonismo que las mujeres en la esfera pública. Tampoco es casualidad que los romanos famosos que se nos vienen a la cabeza sean todos hombres. Nuestro conocimiento sobre esta época debe mucho a la literatura clásica romana, escrita también por hombres, donde los que hacían y deshacían eran ellos. Pero también de fuentes como las lápidas romanas y otros restos de los cementerios romanos. ¿Qué nos cuentan?
No es fácil ser mujer en Roma
Por supuesto, hubo algo de espacio para mencionar a algunas mujeres. Pero no son pocas las veces en las que aparecen como personajes manipuladores, formando parte de las intrigas del Palacio imperial. ¿Os suena este estereotipo?
Además de ser silenciadas, las mujeres tenían que aguantar serias limitaciones durante su vida. No podían ejercer magistraturas públicas. O lo que es lo mismo, tenían la vida política vetada. Y no solo como candidatas, sino que en gran medida también como ciudadanas, ya que tampoco tuvieron derecho a voto. Y es que se las consideraba inferiores hasta el punto de que tenían que estar de manera continua bajo la tutela de un hombre, el pater familias, primero su padre y luego su marido (1).
En este artículo vamos a ver que la consideración de la mujer no solo era distinta a la del hombre durante la vida, sino también a la hora de morir.
Los cementerios romanos: una mina de información
Más allá de Cicerón, Tito Livio, Plutarco… una de nuestras mejores opciones para conocer la sociedad romana son las llamadas fuentes epigráficas (2), en especial, los epígrafes funerarios. Hablando claro: las lápidas.
Los cementerios romanos y sus respectivas lápidas se colocaban fuera de las ciudades, principalmente pegadas a los caminos principales y bien visibles. Que nadie tuviera una excusa fácil para no ir a visitar a sus antepasados (3) a los cementerios romanos.
Había varias motivaciones para gastarte el dinero en tener una lápida. Por un lado, dejar plantado tu nombre en el cementerio para que nadie se olvidara de ti (4). Por otro, dejar bien claro a tus vecinos que eras lo suficientemente importante y manejabas pasta como para permitírtelo (5). Y parece que los romanos se lo tomaron en serio porque de las aproximadamente 300.000 inscripciones que conservamos hoy en día, el 70% son lápidas (6) de los cementerios romanos. Ahí es nada.
Lápidas romanas ¿para todos los bolsillos?
No es que todo el mundo pudiera permitirse encargar un epitafio para una tumba. El comprar la piedra y que inscribieran un texto más o menos apañado podía salir por un pico.
Ser la envidia del cementerio con una gran lápida de mármol del bueno, con la decoración de moda del momento, que podía incluir incluso un retrato tuyo y un texto bien hecho y con letra bonita (que es posible que muchos de tus vecinos analfabetos no supieran leer), no estaba al alcance de todos los bolsillos. Y no hablemos ya de tener un mausoleo propio.
Sin embargo, habría otras opciones para el que se conformara con algo más sencillo. Por ejemplo, se han conservado datos sobre una ciudad romana del norte del África, Lambaesis, en la que el mayor precio pagado por una lápida fue de 26.000 sestercios y el menor unos 96 sestercios (7).
Machismo hasta en el cementerio; desigualdades en las necrópolis romanas
Si con las fuentes literarias solo conocíamos una pequeña cantidad de nombres propios muy ligados a los mandamases del Imperio, la epigrafía nos amplía muchísimo este campo y nos ofrece toda una serie de nuevas posibilidades de estudio. En estas inscripciones no solo encontramos emperadores o senadores de Roma, sino que también aparecen otros grupos sociales tanto de la capital como de las provincias romanas.
Expectativas: “¡Perfecto! Como todo el mundo moría en algún momento, esto quiere decir que tendremos la misma información sobre hombres y mujeres. ¡Viva la epigrafía!”.
Realidad: «No».
Aunque la epigrafía funeraria nos permite conocer a personas más allá de los más VIPs, no todo el mundo llegaba a tener una lápida, y su reparto no era aleatorio. Sin entrar en otro tipo de diferencias sociales, la más evidente es la diferencia entre las realizadas para hombres frente a las que se dedicaban a las mujeres (8). Es decir, en los cementerios romanos hay más lápidas dedicadas a hombres que a mujeres. Por lo que podemos decir que los cementerios romanos eran un reflejo del machismo imperante de la época.
Mejor morir en Salamanca que en Madrid
Se pone aún más interesante cuando vemos que esta proporción de dedicaciones a hombres y a mujeres es bastante desigual dependiendo de hacia dónde mires. Y es que, señoras y señores, no era lo mismo nacer (o más bien, morir), por ejemplo, en lo que hoy en día es el territorio de la provincia de Salamanca que en el de Madrid. Os sorprenda o no, resulta que las mujeres están mejor representadas en los cementerios romanos de la primera que en los de la segunda (9).
Ya no os cuento en el territorio de los antiguos cántabros… En estos cementerios romanos hay más del triple de lápidas dedicadas a hombres que a mujeres. Luego hablaban del matriarcado cántabro… ¡pues no tiene pinta! (10).
Suspenso en igualdad
No parece posible que, por ejemplo, en el territorio cántabro nacieran, vivieran y murieran el triple de hombres que mujeres, ¿os imagináis?. Ahí habría más testosterona que en una película de Rambo. Así que la explicación parece tener que ver con la menor valoración social de la mujer en la sociedad romana (de nuevo, inserte aquí cualquier otra época histórica).
En pocas palabras, si eras mujer tenías menos papeletas de que se gastaran los dineros en que tu nombre quedara escrito en un epitafio en los cementerios romanos. La cosa no estaba para ir tirando los sestercios sin filtro ninguno (o algo así debían de pensar). Aunque, como hemos visto, la suerte podía mejorar ligeramente dependiendo del lugar, especialmente, en las ciudades grandes donde había más despilfarro de dinero y se hacían más epitafios en general (11).
Resumiendo, que como siempre, hay categorías. El ser hombre o mujer era una de las condiciones más evidentes para conseguir tu propio epitafio o no en los cementerios romanos. Pero también podían serlo la edad a la que murieses o si eras libre, liberto o esclavo (12). Y es que, aunque ahora pueda sorprendernos, en época romana no todo el mundo merecía una lápida por igual.
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