Cuando la realidad supera a las historias de terror, nos encontramos casos como el de las brujas de Salem o el de Helena Hoyos…
¿Quién es la más bruja de todas las brujas? La suprema que se alza por encima de todas ellas. Pues la respuesta a esta pregunta depende de a quién preguntes. Unos dirán que sus suegras, típico; otros que la exnovia, despechados; y algunos dirán que sus madres, no es necesario llamarse Norman Bates para pensar esto…
Parece que las mujeres tenemos una predisposición natural para eso de ser brujas. Según el Malleus Maleficarum (1), a las mujeres, nuestro insaciable apetito sexual, nos convierte en carne de bruja. Satanás se ganaba a sus adeptas por esa lujuria, concediéndoles poderes sobrenaturales (2).
En la ficción televisiva American Horror Storie (AHS), tercera temporada: Aquelarre, aborda, entre otros, el tema de la brujería, de las herederas de las brujas de Salem. De todas, e¡éstas son quizás las más famosas y mediáticas, aunque yo prefiero a las Hermanas Sanderson (3).
Antes de las brujas de Salem…
Lo de ahorcar y quemar brujas era una “costumbre” extendida por Europa (4). Llegó a América con todos esos “buenos cristianos” que se aventuraron a buscar una vida mejor al otro lado del océano.
Una de esas “brujas” fue Ann Hibbens. La ejecutaron en 1656, antes de los juicios de Salem. Ann Hibbens era una joven viuda de Boston, su difunto marido era magistrado. Nunca fue muy bien vista por la comunidad, sobre todo por las otras mujeres. Su calvario comenzó cuando denunció a unos carpinteros que trabajaban en su casa. ¿Qué dices, que te he cobrado de más? ¿Qué mi trabajo es mediocre?… Pues te acuso de bruja.
Así de simple y sencillo. Me caes mal, pues te acuso de brujería y listo. Después de su muerte un ministro del Señor, un cura, vamos, llegó a declarar que Ann Hibbens había muerto por ser más ingeniosa y valerosa que el resto de sus vecinos. Si es que la envidia es muy mala… (5)
Si queréis saber más sobre la pobre Ann Hibbens podéis leeros La letra escarlata (1850), novela basada en su vida. (Si sois un poco vagos podéis veros la peli, no se lo diremos a nadie).
Salem, ciudad de brujas
En la costa norte de Massachussets, al norte de Boston, se encuentra la ciudad de Salem. Famosa por el conocido Juicio de las Brujas de 1692. El holocausto de las brujas; si hacemos caso al enorme número de condenados por brujería. En dicho juicio se condenó a más gente que en toda la historia de la Inquisición.
Todo empezó por las acusaciones de unas niñas. Betty Parris, de nueve años, Abigail Williams, su prima de once años, y Ann Puttnam, de doce. Estas dulces niñas comenzaron a tener unos comportamientos extraños que pronto se identificaron con “signos de posesiones demoníacas”.
Ya se sabe como son los adolescentes, lo que sea con tal de llamar la atención. Y como en aquella época no se llevaba eso de ser rebelde poniéndose piercings o haciéndose tatoos, o metiéndose en cualquier tribu urbana que los padres odien… Pues había que llamar la atención de alguna manera. Simulando posesiones, por ejemplo, superdivertido.
Una vez que empezaron estos comportamientos y las sospechas de que algo maligno estaba acechando, tenían toda la atención que querían. Escuchaban con suma atención todo lo que decían o hacían, a pesar de ser una simples crías.
Las acusadas, las consideradas brujas de Salem, fueron Tituba, una esclava de veinticinco años de Barbados, Sarha Good, una indigente, y Sarah Osborne. Ambas Sarahs siempre negaron las acusaciones de brujería pero Tituba, la esclava, optó por protegerse diciendo lo que sus interrogadores querían escuchar.
Tituba y otras acusadas
Lo cierto es que Tituba, aunque no era una bruja, si hacía las delicias de las jóvenes adolescentes de Salem con trucos adivinatorios. En una época en la que la mayor de las inquietudes de las jovencitas era su futuro matrimonio, el saber quién sería su esposo era algo que las atribulaba. Así que Tituba, usando la clara de un huevo, podía decirles la profesión de su futuro marido.
“Interpretaba” la forma que la clara adoptaba, relacionándola con algún instrumento del oficio del susodicho. Un día la forma se pareció demasiado a un ataúd, y debía de ser que ninguna quería ser la mujer del sepulturero, ya que lo tomaron como un mal augurio de la pobre Tituba hacia ellas (6).
Curiosamente, la mayoría de los acusados en el caso de las brujas de Salem, tenía algún problema con las familias de estas jovencitas. Una de ellas fue Rebecca Nurse. Era una anciana de setenta y un años, postrada en cama. De ella, Ann Putnam decía que acompañaba a otra de las acusadas, Martha Corey, en sus diabólicas visitas. Curiosamente, los Nurse y los Putnam tuvieron diversas “diferencias” a lo largo de los años (7).
Las acusaciones en el caso de las brujas de Salem llegaron también hasta miembros masculinos de la comunidad; e incluso a los niños. Vamos, que lo de las brujas de Salem se les fue de las manos. Todo el mundo podía ser acusado de brujería en Salem. La situación comenzó a ser crítica. La economía de la ciudad se resentía, al estar las granjas desatendidas, y dejaban a los huérfanos de los condenados a la caridad de los vecinos (8).
Mas de 150 personas fueron detenidas y acusadas. Sólo era necesaria una acusación, sin base ni evidencia alguna para que fueran detenidos.
Más historias reales en AHS: Coven
Como ya comenté al inicio, además de las historias de brujas, de Salem y de magia africana (9), en la tercera temporada de AHS se aborda también la historia de Delphine Lalaurie (10). Y otra historia que quizás pasa más desapercibida pero que tiene, como todas las tramas de esta ficción, una base real: la historia de Helena Hoyos.
Helena Hoyos
Por si no habéis visto la serie, os pongo en antecedentes: Spalding, el mayordomo del aquelarre, tiene una extraña obsesión con las muñecas de porcelana. Cuando tiene la oportunidad se hace con una muñeca de carne y hueso… Sí, una de las brujas muertas pasa a ser una de sus muñecas, la viste, la peina, juega con ella…
Pues algo similar es lo que le pasó a la pobre Helena Hoyos. Un médico, radiólogo alemán emigrado a Estados Unidos, Carl von Cosel (11), se enamoró perdidamente de una joven Helena Hoyos enferma de tuberculosis. Helena Hoyos era americana de origen cubano y conoció a Carl von Cosel cuando fue llevada por su madre a su consulta.
Cuando se conocieron Helena Hoyos era una atractiva joven de 22 años y cabellos oscuros; Carl von Cosel le doblaba la edad. Además del hecho de haber dejado abandonados a su esposa e hijos en Alemania (12).
Pronto se obsesiona con la joven y decide poner a su servicio, tratando de curarla, todos los medios a su alcance. Desplaza equipos médicos a la casa de Helena Hoyos e incluso deja su trabajo en el hospital para dedicarse a cuidarla.
Todo su esfuerzo fue en vano, ya que un año después, en 1931, la joven Helena Hoyos muere. Carl von Cosel convence a la familia para que le permitan construir un panteón en el cementerio de Cayo Hueso donde enterrar a la joven. Pero no es sólo eso lo que va a construir para su amada… El cuerpo de Helena Hoyos fue depositado en un ataúd metálico en el cual su cuerpo era sometido a un proceso de conservación con formaldehido.
La auténtica novia cadaver
Todas las noches acudia a la tumba de Helena Hoyos y hablaba con ella. Una de esas noches, según contó el propio Carl von Cosel, el fantasma de Helena Hoyos le pidió que la sacara de allí. Y ¿como no iba él a darle a su amada lo que pedía?… Dos años después de su fallecimiento, Carl von Cosel robó el feretro de Helena y lo llevó a su casa (13).
Allí “reconstruyó” a la pobre Helena Hoyos, o lo que quedaba de ella. Usó ojos de vidrio para llenar sus cuencas, llenó sus cavidades con trapos, y cubrió su rostro con una máscara de cera que había realizado cuando ella falleció. Cuando su piel iba desapareciendo la sustituía por una mezcla de seda y cera…(14).
Incluso llegó a celebrar una boda, vistiendo a Helena Hoyos de novia. Todo eran mimos y cuidados para su joven amada, que le había sido arrebatada tan pronto.
Siete años duró la aventura de los tortolitos. Hasta que la hermana de Helena Hoyos descubrió la locura de Carl von Cosel. Este fue denunciado, pero el delito ya había prescrito. La opinión pública del momento lo tachó de “romántica historia de amor”. Como la historia de amor de Abelardo y Eloisa.
El cuerpo de Helena Hoyos fue enterrado en un lugar secreto del cementerio de Cayo Hueso para que Carl von Cosel no pudiera repetir su hazaña. En 1952 fue encontrado muerto en su domicilio, abrazado a una muñeca de tamaño real, con una máscara de cera de Helena Hoyos…
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