Entre el fallecimiento de Sixto IV, impulsor de la Sixtina, y el mandato de su sobrino, Julio II (patrocinador de la versión hoy conocida de la bóveda de la Capilla Sixtina), hubo un cambio de siglo y tres Papas (1). Terminaba, pues, el Quattrocento y comenzaba el Cinquecento.
¡Ojo que seguimos en el Renacimiento!
Las obsesiones del papa Julio II
Giuliano della Rovere, el Papa guerrero, quería tener bien controlados todos los territorios de los Estados Pontificios. No dudó en encabezar su ejército para someter militarmente a Bolonia o a Perugia. Y tampoco se lo pensaba dos veces a la hora de enfrentarse a Venecia e incluso pisar el callo a Luis XII de Francia. Ganó así gran prestigio. ¡Conmigo ni una broma!
Obsesionado con la idea de la muerte, una de sus primeras decisiones fue planificar su tumba. El Papa tenía que ser la mejor del mundo mundial y ya tenía en mente al artífice. Ni más ni menos que Miguel Ángel Buonarroti (2).
Soy un gran mecenas
Durante su pontificado, Julio II conseguiría que Roma alcanzase un protagonismo artístico solo comparable al de Venecia (3). Nombró a Donato Bramante (4) arquitecto oficial haciéndole una serie de encargos para transformar la ciudad. Entre ellos la bóveda de la Capilla Sixtina, que presentaba algún desperfecto. Estaba acostumbrado a mandar, no en vano había participado en las intrigas de la Corte papal de su tío.
En 1505, el Papa aprueba el proyecto que Buonarroti le presenta para su tumba y lo manda a Carrara.
¡¡¡Anda, anda, vete a Carrara a por mármol!!!
Cuando éste regresa a Roma, el caprichoso Papa ya no está muy interesado en el tema. Miguel Ángel se tira de los pelos, Julio II le hace algún que otro encarguillo y termina por adjudicarle la realización de los frescos para la bóveda de la Capilla Sixtina (5).
¡Qué lío!
Miguel Ángel consideraba la pintura como arte de segunda. Para él, la escultura era el arte con mayúsculas. Probablemente se sintió engañado por Julio II. Fue a esculpir y terminó pintando (6). Pero el mayor inconveniente sería el tipo de pintura a realizar: la técnica. ¡Buonarroti jamás había pintado al fresco!
Los colegas, ¡qué majetes!
A Bramante le convenía mantener ocupado al florentino. Así no le daría la lata en su propio trabajo porque ya había comenzado las obras de la nueva Basílica de San Pedro, siendo él su arquitecto.
Pintar una bóveda de ese tamaño constituía un trabajo sobrehumano y no dejaría a Miguel Ángel tiempo para nada más. Bramante se empeñó en construirle el andamiaje, ¡qué amable! Lo malo es que que se derrumbó poco después. Uno-cero para Buonarroti. Tampoco quiso éste ayudantes romanos prestados que espiasen su trabajo, solo a sus fieles florentinos. Además, fijó una cortina en la parte inferior con el pretexto de evitar que la pintura manchase el suelo.
¿O sería para que no se viese su trabajo? (7)
Me pongo a ello…
El tema de la bóveda de la Capilla Sixtina tenía que enlazar con el de las paredes realizadas en tiempos de Sixto IV (8). ¡Qué mejor que las historias del Génesis! Por otro lado, Miguel Ángel organizó el espacio de la misma compartimentándolo mediante elementos arquitectónicos fingidos, falsos, entre los que se insertaría las imágenes, comenzando a pintar desde los pies y terminando en el altar mayor: Embriaguez de Noé; El diluvio Universal; Sacrificio de Noé; Pecado Original y Expulsión del Paraíso; Creación de Eva; Creación de Adán; Separación de las Aguas; Creación de los Astros; Separación de la Luz y la Oscuridad. ¡La leche, oiga!
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Y aún hay más…
A cada lado de esas imágenes situó, alternándolos, a profetas y sibilas (9). El nivel inferior corresponde a los ancestros de Jesús. Para terminar, en las cuatro esquinas, nos encontramos con cuatro historias del Antiguo Testamento: el castigo de Amán; la serpiente de bronce; David y Goliat; Judit y Holofernes. Vamos que no dejó un hueco libre.
La belleza humana como reflejo de la belleza divina
Si miramos con detalle los personajes pintados, vemos que predomina el músculo, incluso entre las mujeres, que parecen hombres con pechos. ¡Chúpate esa Schwarzenegger! Posiblemente sus modelos fueran chicos y, evidentemente, Miguel Ángel dominaba la anatomía (realizaba disecciones de cadáveres). Su pintura es escultórica, grandiosa, sobrecoge su dramatismo (10).
¡Tengo unas ganas de terminar! … Y yo de que termines
No debía ser muy cómodo pintar en detalle un techo y menos aun en un lugar tan frecuentado, con Julio II metiendo prisa y quejándose y además con problemas con el moho…
La salud también corría peligro. En 1512 se termina el suplicio. El Papa, que para eso pagaba, exigió ver la obra antes de la inauguración. Protestó por el poco uso de los colores de su casa, azul y oro, los más caros. Miguel Ángel le dijo que si estaba de coña. ¡Por supuesto que no iba a modificar nada! (11).
¡Por fin!
Los fastos inaugurales tuvieron lugar el 1 de noviembre de 1512. Justo a tiempo, pues en febrero de 1513, fallecería Julio II (12).
¿Interpretaciones? Muchísimas. Si nos quedamos con la oficial, la de la Iglesia, el mensaje de la bóveda de la Capilla Sixtina trataría de la promesa redentora a través de Cristo. Es decir, desde la Creación todo conduce a la llegada de Jesús, anunciada por sibilas y profetas, ya que la Humanidad había caído en el Pecado. ¡Malandrines!
Por desgracia, el autor destruyó todos sus cuadernos y trabajos preparatorios, una pena. Pero la relación de Miguel Ángel con la Capilla Sixtina aun no había terminado. No os perdáis la tercera parte…
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