El lado más canalla de Miguel Ángel Buonarroti

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En un artículo anterior hablamos sobre los pinitos del gran Michelangelo Buonarroti —Miguel Ángel Buonarroti en castellano en eso del arte. No obstante, aún restan varias anécdotas que nos permitirán conocer mejor al bribón que se escondía detrás del afamado artista. Y es que Miguel Ángel Buonarroti estuvo a punto de destronar al mítico Matusalén: vivió 88 años y enterró a 13 papas. Así que imagínense la de canalladas que le dio tiempo a hacer.

Michelangelo, el amable

Se podría decir que fue una persona de simpatía selectiva y que su tacto social rivalizaba con el de Kim Jong-un o Donald Trump. De hecho, tuvo una relación muy similar a la que tienen estos dos, con el archiconocido Leonardo da Vinci. Aunque a un nivel intelectual mucho mayor, se entiende.

Da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti
Retratos de Leonardo da Vinci y Michelangelo Buonarroti. Fuente

Se cuenta que, en una ocasión, varias personas requirieron a Leonardo que les echase una mano sobre el poeta Dante. ¿Por qué a Leonardo? Primero, porque pasaba por allí. Y, segundo, porque además de tener un curriculum de infarto, el artista debía saber la tira sobre la poesía de Dante. La cuestión es que, vicisitudes de la vida, también caminaba por la zona Miguel Ángel Buonarroti. Leonardo, sin desaprovechar la oportunidad que la Fortuna le había brindado, dijo que Michelangelo podría explicar lo que querían saber. A lo que el aludido respondió:

No, explícalo tú mismo, modelador de caballos (1) que eres, incapaz de fundir una estatua en bronce y que fuiste obligado a abandonar el intento vergonzosamente (2).

Como cabría esperar, ante la respuesta, Leonardo se debió quedar clavado en el sitio y con la mandíbula desencajada.

Siempre rivalizando con Leonardo

Por supuesto, no fue el único rifirrafe que ambos artistas tuvieron. Da Vinci debía tener ritmo bananero en lo que respecta a sus encargos y tendía a pasarse por el arco del triunfo los plazos de entrega. Eso si terminaba la obra, claro. En otra ocasión, mientras Leonardo pintaba un mural en el Palazzo Vecchio, el Consejo de la Ciudad de Florencia optó por contratar a Miguel Ángel Buonarroti para que pintase otro mural en la pared contigua. Y así, de paso, espolease a Da Vinci para terminar el suyo. Ambos artistas trabajaron espalda contra espalda durante un año. Según cuentan las crónicas, no se dirigieron la palabra en todo ese tiempo. Pero es tentador pensar que, en algún momento, improperios, pinceles y paletas volaron por la sala. En lo que respecta al aspecto artístico, la «competición» acabó en empate técnico; ninguno de los dos acabó su cometido.

Suma y sigue

Además de Leonardo, Miguel Ángel Buonarroti tenía por lo menos a otros dos artistas en el punto de mira. Uno de ellos fue Rafael de Urbino, a quien acusaba de haberle copiado. El otro fue el arquitecto Donato Bramante. Al parecer, al pillo de Michelangelo le gustaba meterle el dedo en el ojo a Bramante todo lo que podía y más. ¿Y cómo se mofaba de él? Pues de la manera que más le puede doler a un arquitecto: mostrándole los errores que cometía en sus construcciones (3).

Capilla Sixtina de Miguel Ángel Buonarroti
Bóveda de la Capilla Sixtina. Fuente

La venganza de Bramante vino por otro lado. En primer lugar, intentó que el papa Julio II desechase el proyecto que le había encargado: su sepultura. ¿Lo consiguió? Pues sí. ¿A Miguel Ángel Buonarroti le importó un bledo y la acabó? Pues también. Es cierto que no la acabó ni en vida de Julio II, ni como le hubiese gustado hacerla y que ni siquiera guarda el cuerpo de Julio II. Pero terminar, la terminó.

Sin embargo, la mayor cura de humildad se la dio Miguel Ángel Buonarroti con lo que Justin Bieber denominó la Sixteenth Chapel o sea la Decimosexta Capilla—. Lo que para el resto de los mortales es la Capilla Sixtina. Así es, Bramante convenció al Papa para que le encargase el proyecto de la bóveda de la capilla a Miguel Ángel. El plan consistía en humillar al florentino ante Julio II, obligándole a pintar. Algo que creía que no era capaz de hacer. De este modo, y después del estrepitoso fracaso de Michelangelo, el proyecto pasaría a su compatriota, primo y colega, Rafael de Urbino (4). ¡La cara de Bramante cuando vio el proyecto terminado debió ser un poema!

Y encontró la horma de su zapato…

Michelangelo intentó de todas las maneras que supo zafarse del proyecto de la Capilla Sixtina. No hubo suerte. Julio II estaba emperrado en que debía ser él quien tenía que realizar ese encargo. Así pues, al florentino no le quedó más remedio que ponerse manos a la obra (5).

Estuvo cuatro años trabajando en la bóveda y, durante ese tiempo, el papa Julio II se convirtió en una divina mosca cojonera. El pontífice no paraba de preguntarle cuándo terminaría la capilla. A lo que Miguel Ángel Buonarroti contestaba lacónicamente: «cuando pueda». El Papa en una ocasión incluso le debió amenazar con tirarlo del andamio. El florentino, con unos atributos más grandes que el caballo de Espartero, replicó: «pero no lo haréis» (6). La cuestión era que ni Julio II ni Miguel Ángel se callaba nada del otro. Uno por su cargo y el otro por su fama. Anduvieron como el perro y el gato, aunque muchos dicen que detrás hubo una gran amistad.

El Juicio Final de Miguel Ángel Buonarroti

Tiempo después de que acabase de pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, el por aquel entonces papa Pablo III le encargó que decorase la cabecera de la misma. Fue otro de sus grandes trabajos: El Juicio Final.

El jucio final de Miguel Ángel Buonarroti
El Juicio Final. Fuente

Se trata de una obra con más de cuatrocientas figuras desnudas, cada una con una postura diferente. Sin embargo, tener a tanto santo y no santo en cueros no le hizo mucha gracia a la Santa Iglesia. Menos al Papa, que pareció importarle un pimiento. Así que, como cabría de esperar, las críticas fueron feroces (7). Para remediar tamaño descaro, el maestro de ceremonias del Papa, Biagio da Cesena, por su cuenta y riesgo, contrató a otro pintor para que tapase los desnudos. El trabajo le costó caro al pobre pintor, ya que desde entonces pasaron a llamarle, con mucha guasa, «Il Braghettone» —El bragueton—.

¿Y Miguel Ángel Buonarroti? Pues se cabreó… y mucho. Primero, porque lo habían hecho sin consultarle. Y segundo, porque las telas que cubrían los desnudos se habían pintado al óleo, que, como las manchas de vino, no se quita ni rezando. Pero en este momento es donde salió a relucir su lado más pícaro. Pintó a Minos, el juez infernal, con la cara de Biagio da Cesena, desnudo, con una serpiente enroscada y con orejas de burro. Según se comenta, el aludido, cuando vio el dibujo, corrió hacia el Papa a quejarse. Y se dice que el Papa se echó a reír y le dijo:

«Querido hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarte. Pero te ha puesto en el infierno, y hasta allí no llega mi poder. Me es imposible, no hay redención para ti» (8).

Juego, set y partido para Miguel Ángel Buonarroti.


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Referencias y bibliografía

Referencias

(1) Se le conoce como el Caballo de Leonardo o Caballo Sforza. La importancia de esta obra reside en el hecho de que Lenardo pretendía realizar la escultura ecuestre más grande del mundo. Sea como fuere, el proyecto se fue a hacer gárgaras con la invasión de los franceses de Italia.

(2) Citado en Richter, 1952, p. 356.

(3) Condivi, 2007, p. 61.

(4) Casualidades de la vida, mientras Michelangelo pintaba la bóveda de la capilla, Rafael se encontraba en una sala contigua pintando su famosa obra La Escuela de Atenas. Las crónicas cuentan que, una noche, Rafael se coló en la Capilla Sixtina para admirar la obra de Buonarroti. Quedó tan impresionado que, además de copiar su estilo, incluyó a Miguel Ángel en su obra. Es el que se encuentra recostado escribiendo sonetos con sus famosas botas, aquellas que el florentino jamás se quitaba.

(5) Lo más gracioso es que hoy en día se conoce a Miguel Ángel sobre todo por sus obras pictóricas, y no por sus obras escultóricas. La ironía reside en que se murió defendiendo que él era escultor, nada más. Así que es de suponer que debe estar revolviéndose en su tumba.

(6) Condivi, 2007, p. 73.

(7) Por ello el propio Miguel Angel se autoretrató despellejado como símbolo de las constantes críticas que su obra recibía de la curia papal.

(8) Land, 2013, p. 15.


Bibliografía

  • Barkan, L., 2011, Michelangelo: A Life on Paper, Princeton University Press, Princeton y Oxford.
  • Condivi, A., 2007, Vida de Miguel Ángel Buonarroti, Ediciones Akal, Madrid.
  • Gombrich, E. H., 2011, La Historia del Arte, Phaidon, Londres.
  • Land, N., 2013, A Concise History  of the Tale of Michelangelo and Biagio da Cesena, Notes in the History of Art, 32 (4), pp. 15-19. [En línea] Disponible en: http://www.jstor.org/stable/41955680 (22 de agosto de 2018).
  • Richter, I. A., (trad.), 1952, Cuadernos de Leonardo da Vinci, Oxford University Press, Oxford.
  • Vasari, G., 2011, Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, Ediciones Cátedra, Madrid.
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Ibon Herrero Egia
Graduado en Humanidades por la Universidad de Deusto, Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad por la UCM y UAM. Interesado en las pequeñas historias de la historia.