En la Segunda Guerra Mundial, uno de los principales jerarcas nazis, tras ser arrasada la ciudad de Coventry (1), en una muestra de humor negro, anunció que habían inventado un verbo nuevo: coventrizar. Se refería a la destrucción de una ciudad. Al finalizar la guerra, uno de los responsables de la campaña de bombardeos indiscriminados sobre Alemania (2), devolvió la “humorada” diciendo que ellos habían conjugado dresdenizar, tras ser arrasada Dresde (3). La costumbre de denigrar una ciudad enemiga arrasada, sin embargo, no solo fue propia de la Segunda Guerra Mundial, como veremos a continuación. En el siglo XVII (4), Magdeburgo fue tomada al asalto por las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico (5). Sí, lo habéis adivinado, dicho imperio era católico hasta las trancas.
Pero… ¿por qué cargarse Magdeburgo?
La destrucción de Magdeburgo fue un episodio de la Guerra de los Treinta Años (6). Este conflicto asoló Centroeuropa con dos grandes bandos enfrentados: por una parte el Sacro Imperio (católico), y por otra, los reinos alemanes protestantes.
Magdeburgo era una rica y próspera ciudad imperial, desde la que se controlaba el río Elba (7). Además, era un arzobispado que se había secularizado, es decir, eran tierras de la Iglesia católica, que pasaron a manos de los príncipes alemanes (8).
El Consejo de Magdeburgo, para salvaguardar sus intereses, decidió expulsar a las tropas imperiales de la ciudad. Actuaron con cierta ambigüedad, pues no pretendían romper con el Imperio. Pero los miembros del Consejo más radicales tomaron la iniciativa y apartaron de las decisiones a los más moderados. Además, aceptaron la ayuda de Gustavo Adolfo II de Suecia (9), el soberano que os voy a presentar a continuación.
Gustavo Adolfo II de Suecia, el león sueco
El soberano sueco era protestante y tenía dos objetivos. El primero era proteger a los protestantes de las fuerzas católicas del emperador. El segundo era engrandecer Suecia, convirtiendo el mar Báltico en un «lago sueco». Buscaba evitar la intervención católica, en el caso de que vencieran en la guerra. Con su intervención y sus victorias se convirtió en el «campeón protestante» (10). Pasó a ser un símbolo para los protestantes y casi el diablo en persona para los católicos, que veían impotentes, sus victorias.
Ni contigo ni sin ti, o el «perro del hortelano»
Sin embargo, no todos los príncipes protestantes se acababan de decidir a apoyar abiertamente al rey sueco, jugando con el lenguaje y denunciando la intervención de países extranjeros. Así, se intentó crear un tercer «partido», esta vez de protestantes. A pesar de su religión, eran fieles al emperador y no buscaban acabar con los católicos. De ahí a la paz, había un paso. En teoría, Sajonia y Brandemburgo, protestantes, eran aliados del «león sueco» (11). Pero ambos Estados eran como el «perro del hortelano». Por un lado, aliados del rey sueco. Pero por otro, no querían quedar mal con el emperador. Así, Magdeburgo se convirtió en el único aliado fiable del soberano sueco.
El «oro francés» o la cizaña francesa
Francia fue la más beneficiada de esta guerra, ya que buscaba desgastar a las dos ramas de la dinastía de los Habsburgo, que eran defensores del catolicismo (12). Había estado financiando y apoyando, de forma “encubierta”, a los enemigos de dichas ramas dinásticas. Por la firma de un tratado Francia, católica, se comprometía a dar a Suecia, protestante, un subsidio anual a cambio de que se respetase la religión católica allí donde Gustavo Adolfo II de Suecia fuera el vencedor (13).
El comienzo del fin de Magdeburgo
En este contexto se entiende el asedio de Magdeburgo, tras expulsar a las tropas imperiales, antes de ser arrasada (14). A pesar de la promesa de ayuda a la ciudad que hizo el rey sueco, finalmente, éste decidió no cumplirla. Y es que el piadoso rey no se fiaba de sus «aliados» Sajonia y Brandemburgo. De hecho, temía que le atacasen «por la espalda» aprovechando que intentase ayudar a Magdeburgo. Los suecos, de darse el ataque, estarían en mitad de territorio hostil rodeados por múltiples enemigos. El ejército sueco era el único que podría haber salvado a la ciudad de su final. Pero el riesgo era muy alto.
Defendiendo la ciudad de Magdeburgo
A pesar de este hecho, la ciudad siempre confió hasta última hora en que el gran rey protestante les salvase de las «hordas imperiales» católicas. Mientras duró el asedio, se dieron las labores habituales en este tipo de operaciones, es decir, atrincheramiento y labores de zapa (hacer un túnel bajo las murallas de la ciudad para derrumbarlas) y contrazapa (hacer otro túnel para impedir que llegasen bajo las murallas), que cada vez estaban más cerca de las defensas de la ciudad. El entorno de la ciudad se llenó de trincheras y de túneles para hundir las fortificaciones de Magdeburgo. Era un juego mortal del ratón y el gato.
El general imperial invitó en repetidas ocasiones a rendirse a la ciudad, para evitar el baño de sangre y el saqueo que se daría al tomarla. En Magdeburgo, esperaban la salvación de la mano del «león sueco», confiando en una aparición milagrosa. Por ésto y desconfiando del perdón del general imperial, rechazaron estas ofertas.
Orgía de sangre en Magdeburgo
Finalmente, la ciudad fue asaltada y totalmente arrasada, sin diferenciarse edades, credos o sexos. Tras tres meses de asedio, cuando entraron, a las tropas católicas les dio igual a quién matar, violar o saquear. Tenían que hacer pagar las penurias y la larga espera que habían padecido para entrar en la ciudad. Casi toda la población fue asesinada por la furia de los soldados, el incendio que arrasó la ciudad o intentando cruzar el rio Elba y salvarse (15). Mientras esto sucedía, el general católico rezaba en su tienda por el alma de los muertos. Los cadáveres carbonizados recorrieron el curso del Elba, salvándose de la destrucción la catedral que, como «buenos católicos», rápidamente volvieron a consagrar.
El Imperio había destruido una ciudad imperial. Sin embargo, la población católica parece que no se indignó, sino que se divertía de la tragedia que había supuesto Magdeburgo, conjugando un nuevo, verbo, magdeburguizar; no era la primera ciudad cristiana que se arrasaba. Aunque la ciudad era imperial, como hemos visto, la mayoría de su población era protestante. Por eso se rebelaron contra el Imperio. Por tanto, su destrucción era vista por los católicos como un castigo divino, por su traición. Moraleja: cuando penséis traicionar a alguien, recordad antes lo que le sucedió a Magdeburgo.
muchas gracias por compartir tu conocimiento.